LA VERDADERA GLORIA DEPORTIVAPor Hugo J. Byrne A la memoria de Mario L. Balagueró, hermano de la infancia, buen cubano, jugador "de pelota" (hecha con cajetillas de cigarros), partidario del "Habana" y en consecuencia "antagonista" de nosotros, los "fanáticos" del "Almendares". Cuando nos enteramos del deceso del californiano Ted "Baseball" Williams, sentimos la pena de quien ve partir un familiar cercano. Y fuimos víctimas de esa sensación de pérdida, a pesar de que no tuvimos el gusto de conocer a Williams y por lo tanto ni siquiera tenemos un indicio de primera mano de como era personalmente el célebre jugador de baseball. Sin embargo, siempre consideramos a Williams como un ícono merecedor de reverencia y admiración. O, para usar un leguaje "anglicista", probablemente más al uso del lector, "Ted" siempre fue para nosotros un verdadero "role model." Eso no es difícil de comprender para quienes conozcan de cerca la ideosincracia de nuestra nacionalidad y generación. En la Cuba en la que gracias a Dios nacimos y desde la cual empezamos a conocer al mundo, el "baseball", más que una afición o un deporte nacional, era la indiscutible pasión de casi todos los cubanos. Y en virtud de esa vocación deportiva tan evidente, los exponentes más notables del deporte se convertían a nuestros ojos en estrellas que rutilaban con luz propia. Luz que deslumbraba en medio de un firmamento cubano que creíamos entonces escaso de otros respladores verdaderos. Williams jugó siempre para los "Red Sox" de Boston. No creemos exista algún cubano contemporáneo nuestro, para quien "la pelota" no entrañe sentimiento o nostalgia. Siempre fuimos malísimos "peloteros." Incapaces de "fildear" un melón de agua, pero creyéndonos con "puntería", nos decidimos por el "montículo." Descubrimos a través de muy amargas experiencias la diferencia inmensa que existe entre lanzar "strikes" y evitar que el bateador los vea y los saque del parque. En consecuencia, nuestra breve participación en el "baseball" infantil como lanzador, se dividió entre largas pausas "calentando el banco" y abruptas e inenarrables palizas. Pronto concluímos (para gran alivio de nuestros compañeros de equipo) que disfrutaríamos más contemplando el juego que jugándolo. Al fin y al cabo calentar el banco no es denigrante. Eso es lo mismo que hacen todos los aficionados que pagan la entrada y sin ellos no existiría el deporte profesional. Nuestra generación fue también profundamente afectada por la tragedia sangrienta de la Segunda Guerra Mundial. Fue durante esa contienda que se forjó nuestra conciencia ética, y al calor de esa primera etapa de la vida exenta de cinismo, los soldados aliados representaban la personificación del bien y sus armas justicieras la némesis de la maldad, representada (justificadamente) por las huestes del Eje. "Jugar a la guerra" competía con "la pelota", como el pasatiempo más popular de nuestra niñez. Entre nosotros y nuestros compañeros de juegos, poseíamos inmensos arsenales bélicos de juguete (que incluían el dedo índice mientras gritábamos "¡pum!"), que usábamos en pretensa lucha sin cuartel. Era casi imposible lograr que alguno accediera representar al enemigo "alemán", "japonés" o "italiano." A veces sólo se conseguía un "enemigo" a través del soborno. Ese soborno consistía por lo general en hacer una colecta entre todos para comprarle un helado, un "cucurucho" de maní, o la entrada al cine, o en dejar jugar al candidato a "enemigo" con la "pistola de agua" o de "fulminante" más bonita, o el "rifle" más nuevo e impresionante. El dueño del juguete tenía que consentir, o nos quedábamos sin "enemigo." Era el mismo principio aplicado a nuestro baseball, con aquellos niños que de no haber sido los dueños del bate, la "mascota", la careta de receptor y hasta la pelota, nunca hubieran podido jugar. Los proponentes del "pensamiento político correcto" encontrarían muy frustrante el hecho de que ninguno de nuestros amigos de la infancia devino en criminal sanguinario por haber jugado a la violencia. Sin embargo el tirano Castro, quien en el bucólico Birán de su niñez y a pesar de su relativa riqueza, por propia confesión nunca tuvo acceso a muchos juguetes de guerra, masacró a varias gallinas en la finca de sus progenitores usando una escopeta y cartuchos sacados de un armario irresponsablemente dejado abierto. No las mató a todas y a otros animales a su alcance por que se le agotó la munición. Con esas infelices gallinas ensayó lo que más tarde haría con los seres humanos. Para nosotros Ted Williams representaba al unísono el héroe deportivo y el campeón guerrero del aire, capaz de limpiar los cielos de Stukas y Junkers alemanes. Una combinación perfecta para nuestra mentalidad infantil. Sin embargo, cuando entrando en la edad adulta pudimos apreciar de veras la entrega absoluta de esta estrella del "baseball" al servicio de la libertad como piloto de combate, dejando atrás una carrera deportiva inigualable para enfrentar la muerte, nuestra admiración juvenil devino en respeto y veneración. Respeto y veneración que se duplicaron cuando el jugador de baseball profesional más talentoso de todos los tiempos, de nuevo interrumpió una carrera increíble para servir a la patria como piloto de "jets" en Corea. Williams pertenece a una clase de deportistas ya extinta o en camino a la extinción. No queremos entrar en el tema de los records pues eso es del absoluto (y justo) dominio de los profesionales de la crónica del deporte. Pero sí nos atrevemos a imaginar que de nunca haberse interrumpido la carrera de Williams, muchos otros nombres del baseball que automáticamente relacionamos con records, ni siquiera habrían pasado a la historia. Simplemente indiquemos que Williams fue el último bateador en terminar un campeonato con más de .400 "de average." Al finalizar su carrera en 1960, el jugador "estrella" del Boston bateaba un increíble "life time average" de .344. A diferencia de las "estrellas" deportivas de hoy, muchos de ellos millonarios arrogantes, algunos viciosos consumidores de drogas ilegales e incluso otros perfectamente degenerados, Williams jugó "pelota" en una era en que la medida del éxito no residía en contratos de millones, sino en la cantidad de "imparables" y de "carreras empujadas" por campeonato. Y en la calidad humana del jugador. Hasta pronto Ted. Quizás algún día le permitas a un humilde aficionado cubano, antiguo "pitcher calentador de bancos", lanzarte un "strike." Ese honor él agradecería inmensamente, incluso en el probabilísimo caso de que le mandaras la bola a la más alta línea de las gradas celestiales. FIN Hugo J. Byrne
|