LA HIPOCRESIAPor Hugo J. Byrne La primera acepción que nos indica el Larousse (Edición de 1987) es "Fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se sienten." Si utilizamos esa definición con objetividad, observaremos como la hipocresía abunda a nuestro alrededor, al extremo de convertirse en parte integral de nuestro medio ambiente. Una parte a la que nunca nos acostumbramos. La regla de objetividad que nos imponemos en el párrafo anterior es necesaria, ya que implica el correcto uso del idioma, distinguiéndonos así de quienes lo deforman a capricho para intentar darle validez a los cotidianos disparates que surgen de su ignorancia. ¿Quién entre nosotros no ha enfrentado la dialéctica del absurdo, cuando alguien defiende lo indefendible o trata de justificar lo injustificable? ¿Acaso los amables lectores nunca escucharan o leyeran expresiones disparatadas, como "Mi realidad", a pesar de que "realidad" (a diferencia de "percepción") es siempre un concepto objetivo que nadie puede individualizar o poseer? Si intentáramos citar todos los ejemplos de pura hipocresía que encontramos en el decurso de una semana, esta columna no tendría fin, pero a despecho de una memoria que empieza a flaquear, citaremos en detalles, aunque nó en orden cronológico, los tres casos que a nuestro juicio se ganan el premio "gordo" de la semana pasada. Uno se nos presenta de modo natural, pues su marco es nada menos que la entrega de los premios de la Academia de Artes Cinematográficas de Hollywood, a quienes intervinieron (como actores, en la producción, dirigiendo, etc.) en las películas terminadas el año pasado. Normalmente tratamos de evitar ese espectáculo que, como en el caso de algunos deportes profesionales (y pedimos humilde perdón a nuestro amigo, compatriota y brillante cronista deportivo Angelito Torres), a veces le prestamos una atención exagerada y grotesca. Este año vimos los "Oscares", entre "pestañazos", por razones estrictamente personales. Uno de los dos llamados "Life Achievement Awards" fue otorgado al actor, director, productor y millonario, a quien conocemos como Robert Redford. En realidad a nosotros no nos importa la opinión que pueda tener Hollywood sobre Redford o cualquier otro. Por lo que nos atañe, pueden coronar a Redford reyezuelo de esa farándula cuando así lo estimen adecuado. A Dios gracias este es un país que santifica el derecho de gentes y por lo tanto cada quien está en completa libertad de adorar o despreciar a quien desee. Mientras no se cometan actos ilegales como consecuencia de esas simpatías, aquí no hay problemas admirando a Hitler, Stalin, Mao, Manson, Caín, Satanás o Castro. Y así lo hacen muchos, pues esas simpatías y su proclama a través de los medios informativos, están amparadas por la Primera Enmienda de la Constitución. Esa es la razón fundamental (nos demos cuenta de ello o nó) por la que a los cubanos libres nos satisface tanto vivir aquí. La hipocresía elevada a una potencia infinita se evidenció en el discursito de aceptación de ese premio por parte de Redford. Este redomado hipócrita, notorio por su cobarde defensa del sistema castrista y quien a menudo visita a su amigo el tirano para obsequiosamente "besarle el trasero", tuvo la falta de vergüenza de afirmar que es preciso "estimular la libertad de expresión artística." ¿Acaso existe tal libertad en esa Castrolandia que tanto defiende este tránsfuga? ¿Será quizás ese "estímulo" de Castro a la libertad de expresión artística el que motivó al escritor Guillermo Cabrera Infante al exilio de Londres, al actor Andy García al de Hollywood, o a la "guarachera" Celia Cruz al de Miami? ¿Será por efecto de ese estímulo artístico al estilo de Marx, que De Rivera, "Cachao" y Sandoval, junto a cientos de otros talentosos músicos decidieron literalmente irse de Cuba "con su música a otra parte"? Otro caso de hipocresía insuperable es el demostrado por esa "personalidad de la televisión" llamada Rosie O'Donnell, durante la entrevista que le hiciera el "talk show host" Bill O'Reilly de Fox News. No nos preocupa su homosexualismo. Lo que suceda en privado entre adultos es tema sólo de ellos y de Dios, a menos que se realice durante horas laborales pagadas o en locales no apropiados para esas actividades (como en el caso de Clinton con Lewinsky). Su hipocresía reside en aceptar la protección de guarda espaldas armados hasta los dientes, mientras proclama que el acto de poseer un arma de fuego constituye en sí mismo una amenaza pública. O'Donnell afirmó exactamente eso en el pasado. Su obvia arrogancia elitista le impide hoy una verdadera retractación. A guisa de disculpa (a sugerencia de O'Reilly, quien la trató con guantes de seda) O'Donnell citó su estado anímico inmediatamente después de la masacre de Columbine. Además de hipócrita es deshonesta. De todos los casos de hipocresía de la pasada semana, la fulminante aparición y desaparición del tirano Fidel Castro como por arte de magia, durante la llamada Asamblea Económica de Naciones Unidas en Monterrey México, como se dice vulgarmente en inglés, "takes the cake." Tratar de delucidar si realmente Castro respondió a "presiones" del gobierno mexicano es simplemente infantil. Nadie presiona al "Máximo Líder." Si se nos permitiera usar porcentajes, nos atreveríamos a deducir que quizás el 40% de las razones ocultas en su rápido mutis son relacionadas con su avanzado deterioro físico. Dentro de Cuba y controlando los "sets" y las cámaras de televisión, es posible más o menos ocultar los frecuentes lapsos en blanco del tirano, es posible secar la baba que se le derrama a través de una dentadura postiza que, como todo lo demás en Cuba, también pugna por escapársele y es posible magnificar una voz cada día más opaca. También es posible prevenir un "accidente", equipando al tirano con apropiadas toallitas en el asiento, pues probablemente su legendario ego rechace el uso de "pampers." Delante de la prensa mundial nada de eso es posible. Nótese que Castro no contestó una sola pregunta y que leyó absolutamente todo lo que dijo, incluyendo su brevísima nota de despedida. Ese deterioro no implica en lo absoluto que el tirano esté fuera de sus cabales y sospechamos que un buen 60% de los motivos de su rápida evolución fueron voluntarios y respondían a su personalidad conspirativa y truculenta. Castro no podía participar de una reunión basada en una agenda aprobada a priori, condenando, por lo menos vocalmente, el estatismo esclerótico en la hipócrita fábula socio-económica de la cual él es uno de los más evidentes rezagos. FIN Hugo Byrne
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