JACK LOTTpor Hugo J. Byrne Hace algún tiempo, en una de mis cotidianas incursiones por las librerías de uso, me encontré con una vieja edición de "Scouting on Two Continents", del famoso aventurero, explorador y soldado Frederick Burnham, veterano de la pacificación de los apaches en el oeste norteamericano y de las guerras coloniales de la Gran Bretaña victoriana. Ante la cifra increíble (y obviamente inalcanzable en mi presupuesto) que me dieron al preguntar el precio del empolvado tomo, salí del establecimiento "como bola por tronera." Mientras manejaba de regreso a mi casa, vino a mi mente el recuerdo de un viejo amigo de esos muchos que he conocido durante mi largo exilio y que han pasado a la historia durante ese tiempo. Al llegar a mi casa fuí directamente a uno de los estantes de libros, sacando del mismo uno que abrí en el capítulo ocho. El capítulo que se titulaba "The Making of a Hero: Burnham in the Tonto Basin" y estaba firmado por un trotamundos, "playboy" y cronista deportivo llamado Jack Lott. Al lado de la firma impresa hay una dedicatoria manuscrita que dice: "A mi amigo Hugo, ¡Viva Cuba libre!, Jack. Jaques (Jack) P. Lott era contribuyente regular de las publicaciones de la Pettersen Publishing Co., como "Guns & Ammo" y otras revistas deportivas. Conocí a Jack durante una conferencia que sobre la entonces recién independizada Rodhesia del Sur (hoy Zimbabwe) diera él mismo, en las antiguas oficinas del semanario "20 de Mayo." Recuerdo vivamente que me encontraba sentado al lado de otro amigo veterano de nuestra lucha cubana, Carlos Fandiño, quien es hoy ejecutivo de Café Gaviña y era entonces agente de LAPD. Aunque el castellano de Jack siempre fue mejor que aceptable y su pronunciación casi perfecta, el uso de ciertas palabras es a veces difícil para quienes aprenden nuestro idioma como adultos. Jack Lott intentó decir "La política norteamericana es muy estúpida", pero dijo "la policía norteamericana es muy estúpida." Tocando en el hombro a Fandiño le dije, "Carlos, creo que este señor está hablando mal de tí." Fandiño asimiló la broma con una sonrisa, pero Jack me miró con ofendida fijeza (estábamos sentados en la primera fila). Al terminar su conferencia me sentí obligado a una explicación. Para ese entonces el conferenciante se había percatado de su error y había tomado mi comentario como la broma intrascendente que realmente era. Eso fue muy afortunado para ambos, pues Jack Lott, con quien mantuve una gran amistad desde esa ocasión, no era hombre a quien se pudiera ofender sin sufrir consecuencias. Jaques Pessou Lott nació en Maryland alrededor de finales de los años veinte, retoño de una aristocrática familia mezcla de escoceses, ingleses y alemanes. Jack era sobrino nieto de un gobernador del estado de Luisiana llamado Jaques Pessou, de quien tomó su nombre. Varios de sus antepasados sirvieron como oficiales en la Confederación del Sur durante la Guerra Civil Americana. A través de Jack Lott aprendí que toda la oficialidad del Ejército Confederado por debajo del grado de Brigadier, era electa por los soldados y que a diferencia de la Unión, nunca se condecoró a nadie en ese ejército durante la guerra. Jack adquirió temprano la afición a la caza y a las armas de fuego, quizás por las historias que de los bosques de pinos y pantanos del sur de Estados Unidos oyó de su padre. Muy joven emigró a California en compañía de su familia. Quizás el encuentro con la cultura española inclinara sus aficiones musicales, pues poseía y disfrutaba enormemente una discoteca de música hispanoamericana en la que se destacaban Celia Cruz y Carlos Gardel. De este último poseía grabaciones rarísimas, las que incluían canciones francesas cantadas en ese idioma. Su afición musical hispana lo llevó a cantar boleros profesionalmente, con varias orquestas. Pero la primera y más importante de sus aficiones era la caza mayor. La Segunda, la historia militar. Jack Lott era graduado del Beverly Hills High School y de Los Angeles City College. Su conocimiento técnico era variado y profundo. Como tornero y especialmente como armero era excelente y aplicaba eficientemente esa ciencia a su afición. Desarrolló varias cargas para municiones de gran calibre para cazar elefantes y búfalos del Cabo, algunas de las cuales llevan su nombre. Su cultura histórica era vasta y determinanate. En Jack la admiración por individuos como Frederick Russell Burnham, era tan genuína como la del General George S. Patton Jr. por Alejandro el Grande. Empezó sus safaris africanas en 1959 y desde ese año visitó Africa regularmente. La caza para Jack en ese continente no se limitaba a los impresionantes trofeos que adornaban su apartamento (¿museo?) de Beverly Hills. Su afición por las mujeres de la raza negra era proverbial y bien recuerdo la belleza exquisita de una princesa zulu que una vez me presentó, con el mismo sutil orgullo con que enseñaba (pero nunca ofrececía), un raro y carísimo brandy en el anaquel de su bar. Aunque siempre me afirmó que había ciertas circunstancias a las que temía, como "un negro con un machete, persiguiéndome" (quizás la evocación de un marido celoso combinada a una conciencia culpable), nunca he conocido persona con más desprecio al peligro. Un servidor de ustedes sabe por desagradable experiencia la sensación de terror que provoca la carga de un animal salvaje. Pueden creerme cuando afirmo que esa experiencia fue producto de una circunstancia inesperada. Para Jack Lott era una sensación divertida y provocada con frecuencia. En una ocasión casi le cuesta la vida, cuando un búfalo del Cabo lo lanzó al aire dos veces al errar Jack el punto exacto de un tiro de corazón/pulmón a corta distancia. Felizmente para él, el plomo quebró la pata delantera izquierda de la bestia, por lo que esta no logró, para usar terminología taurina, "empitonar" a Jack cada vez que caía del cielo, a pesar de que trató dos veces. Cuando sus compañeros de safari dieron fin a la pesadilla despachando al buffalo con once plomos de cal. 303, Jack parecía salido de una máquina de moler carne, con múltiples fracturas y desprendimiento de la retina. Sufrió meses de hospitalzación. Jack no era un individuo fácil de tratar y a veces era simplemente insufrible, pero ¿pretendemos acaso ser perfectos? Su opinión por el resto del mundo era pobre y nunca se preocupó de la opinión ajena: "Lo que necesita el exilio es cubanos que tengan co…, hombres de acción como tu y yo, no esta recua de intelectuales que nos rodea." Recuerdo haberlo visto en una recepcion diplomática de las de "black tie", con un pantalón de cuadros escoceses y una bufanda. Resaltaba más que la clásica mosca en la leche, pero eso no parecía molestarlo en lo absoluto. Su simpatía por la causa cubana, trascendía las circunstancias injustas de nuestro exilio, y era tan legítima como el resto de su persona, manifestándose en formas muy prácticas y reales. En el verano de 1992 su médico le diagnosticó falla de ambos riñones, consecuencia de su vieja diabetes, que su afición al licor había grandemente exacerbado. Encarándose a una ceguera segura y paulatina y condenado a diálisis dos veces por semana, Jack Lott decidió poner fin a sus miserias terrenales. Quizás usando uno de los finos revólveres Webley de su colección, bajó al garage del edificio donde vivía, se sentó en el asiento de su carro y aplicó el cañón del arma a la sien derecha. Con él perdimos un sincero defensor de la causa de Cuba libre y un amigo leal y decidido con quien siempre se podía contar, sin parar mientes en el peligro o los inconvenientes. También un personaje único, cuya individualidad podría narrarse en uno de aquellos ensayos que popularizara Reader's Digest como "My Unforgettable Character." En ese espíritu le dedico este homenaje póstumo. FIN
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