América Latina: neocolonialismo chino y silencios enigmáticos

por Gonzalo Guimaraens

En el plano económico, pocas voces se levantaron para advertir
sobre la "trampa" que está siendo montada por China para transformar a América Latina
en un gigantesco proveedor de materias primas; y en el terreno de los derechos humanos,
casi nadie lo hizo para reclamar sobre las violaciones de elementales derechos de la
persona humana en esa nación comunista de 1.300 millones de habitantes


Hu Jintao, secretario general del comité central del Partido Comunista de China (PCCh.), "presidente" de la República Popular China y jefe de la comisión militar central del PCCh. se paseó durante dos semanas por Brasil, Argentina, Chile y Cuba como un procónsul de América Latina, obteniendo ventajosos acuerdos que le aseguran el suministro de materias primas vitales durante los próximos años, y tal vez décadas. Recibió de los gobiernos izquierdistas de Brasil y de Argentina el reconocimiento de que su "socialismo de mercado", que continúa bajo estricto control estatal y cambiario, sería una "economía de mercado". Salvo excepciones que justifican la regla, no fue objeto de críticas por las violaciones institucionales de derechos humanos que se cometen en China: dictadura de partido único, inexistencia de un poder judicial autónomo, represión religiosa, trabajo semi-esclavo, uso de la psiquiatría contra los opositores, control de la prensa, incluyendo la censura de la Internet, suspensión del sufragio universal en Hong Kong por otros 8 años, etc.

Durante su gira continental, el procónsul Hu Jintao anunció inversiones por 30 mil millones de dólares para construir puertos, carreteras y vías de ferrocarril que aseguren el flujo de las materias primas hacia China. En Chile, confirmó compras de cobre en tal volumen que desplazó a Estados Unidos como principal comprador. En Argentina, aseguró el abastecimiento de productos agrícolas y alimenticios a su país, prometió contribuir para la explotación de petróleo y gas, y ofreció satélites de comunicación. En Cuba otorgó un fuerte espaldarazo político y económico al régimen socialista, además de asegurarse el abastecimiento de níquel, mineral del cual la isla posee una de las mayores reservas mundiales. En Brasil, consolidó el abastecimiento desde ese país de minerales de hierro, bauxita, zinc, magnesio, carbón, soja y madera, además de impulsar negociaciones sobre la compra de uranio brasileño para los reactores nucleares chinos. A esto se suman negociaciones anteriores relativas al estaño de Bolivia, al petróleo de Venezuela y hasta a la construcción de un estadio de fútbol en Antigua, una isla del Caribe, para lo cual prometió 23 millones de dólares.

El presidente brasileño Lula y altos funcionarios de su gobierno han reiterado la idea de una "alianza estratégica" con China que sirva de "paradigma" para una "cooperación Sur-Sur". Según el Sr. Lula, se trata de "dos gigantes" que no poseerían "divergencias históricas, políticas o económicas" , pareciendo ignorar las profundas divergencias y diferencias existentes entre un Estado democrático, como Brasil, y uno totalitario, como China. En este comienzo de siglo XXI, la eventual consolidación de un "eje" Brasil-China es preocupante, porque podría arrastrar a América Latina y a Asia hacia la izquierda.

Si el viaje del dictador chino y los acuerdos de largo plazo con la región hubiesen sido hechos por el presidente norteamericano, las izquierdas regionales -incluyendo a sus primas ecologistas y a sus camaradas del Foro Social Mundial- hubieran rasgado sus vestiduras, alegando todo tipo de "teorías de la dependencia". En Santiago de Chile, el Foro Social Chileno lanzó 30 mil personas a las calles para protestar contra la presencia de Bush en el foro Asia Pacífico de Cooperación Económica (APEC), manteniendo un flagrante silencio con relación a la presencia del dictador chino.

En el plano económico, pocas voces se levantaron para advertir sobre la "trampa" que está siendo montada por China para transformar a América Latina en un gigantesco proveedor de materias primas. Y en materia de derechos humanos, casi nadie lo hizo para reclamar sobre las masivas violaciones de los más elementales derechos de la persona humana que ocurren en esa nación comunista de 1.300 millones de habitantes.

En este sentido, el silencio tal vez más enigmático provino de autoridades de la Iglesia católica en los países visitados por Hu Jintao, a pesar de que en China los católicos fieles a Roma son especialmente perseguidos. Continúan las detenciones de obispos, sacerdotes y laicos católicos, según vienen denunciando agencias católicas. A fines de agosto pp., en una prisión desconocida del norte de China, falleció monseñor Giovanni Gao Kexian, obispo de Yantai, provincia de Shandong, de 76 años, víctima de las duras condiciones de su cautiverio. Monseñor Gao, cuyo nombre se suma a la larga lista de los mártires chinos, había pasado la mayor parte de su vida en la clandestinidad, habiendo sido aprisionado a fines de los años noventa.

No se ve cómo justificar el silencio de gobiernos, de organizaciones humanitarias, de medios de comunicación, de líderes políticos y de autoridades católicas de los países visitados por Hu Jintao. Más aún cuando, tal como constató monseñor Joseph Zen, obispo coadjutor de Hong Kong, el régimen de Pekín es "sensible" a las denuncias sobre los derechos humanos en China: "Fingen no darle importancia" pero "en realidad tienen miedo, sabemos que tienen miedo". Y por esa razón, concluyó, "conviene hablar".


FIN


Gonzalo Guimaraens es analista político. E-mail: cubdest@cubdest.org


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