H.C. Andersen y Cuba: "¡La revolución está desnuda!"
Gonzalo Guimaraens


Se acerca el 1o. de enero de 1999, en que se cumple el 40o. aniversario de la revolución comunista en Cuba, con su trágico saldo de opresión, destrucción, miseria y sangre. A ciertos corifeos del régimen que se preparan para levantar voces festivas por el mundo entero, debe oponérsele el mayor clamor de repudio hasta ahora registrado contra esa "vergüenza de nuestro tiempo", según expresión del Cardenal Ratzinger al calificar a los regímenes socialistas contemporáneos.

Pocos hubieran imaginado, hace cuatro décadas atrás, que el sufrimiento y agonía del pueblo cubano se prolongaría por tanto tiempo. Pero menos aún habrían previsto que, pese a las evidencias irrefutables del fracaso mundial de un sistema socio-político "intrínsecamente perverso", se producirían hoy, en relación al comunismo cubano, tantas contemporizaciones, tantas benevolencias, tantas loas... tantas complicidades.

Sí. En el curso de 1998 hemos verificado hasta qué punto altos dirigentes políticos, financieros, publicitarios -y, oh dolor, inclusive eclesiásticos- de Occidente han abierto sus brazos al tirano y se los han cerrado al pueblo cubano.

Aún cuando esta constatación sea dolorosa, no podríamos dejarla pasar por alto so pena de falsear la realidad al punto de engañarnos a nosotros mismos. Dicha constatación coloca en un dilema crucial a todos aquellos que, en el mundo entero, luchan publicitariamente en favor de la libertad de la otrora Perla de las Antillas y se disponen a denunciar, cada vez más, la falacia de los supuestos "logros" de la revolución comunista en su 40o. aniversario. En efecto, ¿cómo continuar esa indispensable denuncia anticastrista, que constituye para nosotros un deber moral y un punto de honra, pero cuyas posibilidades de victoria parecieran retardarse a medida que pasa el tiempo? ¿Por ventura no es la causa de la libertad de Cuba un objetivo cada vez más noble y justo pero, paradójicamente, cada vez más distante?

Podrá sorprender a algunos, pero una célebre fábula del escritor dinamarqués Hans Christian Andersen (1805-75), con ciertas adaptaciones, sirve para interpretar objetivamente la actual coyuntura cubana, señala los caminos adecuados para una eficaz acción publicitaria y nos pone delante de una real perspectiva de victoria. Es lo que veremos a continuación.

"Las ropas nuevas del rey" narra la historia de un monarca autoritario y vanidoso a quien una corte de aduladores se encargaba de hacerle creer que, día a día, crecía la admiración de los desdichados súbditos hacia su persona. El monarca se solazaba en desfilar ante multitudes que, previamente aleccionadas por los cortesanos, debían tejer loas al rey y a sus cada vez más vistosos atuendos.

Llegó un momento en que, no sabiendo ya qué hacer para satisfacer la vanidad del monarca, sus lacayos le anunciaron que lo vestirían con el más llamativo atuendo hasta ahora diseñado. En realidad, dicho atuendo no existía sino en la fértil imaginación de los cortesanos aduladores quienes, para completar la parodia, le advirtieron que sólo serían capaces de apreciarlo las personas más inteligentes . El enfatuado monarca, cegado por su propio delirio y acostumbrado a vivir en un mundo ilusorio, nada desconfió. Llegó a calificar de magnífico el tejido seleccionado por los sastres y salió a desfilar pavoneándose con sus imaginarios atuendos, que en realidad no eran sino sus ropas menores...

La singular trama, reforzada por los víctores de los aduladores de turno, con sus huecas aclamaciones, duró hasta el momento en que un inocente niño, en medio de la multitud, gritó con voz sonora: "¡El rey está desnudo!" Bastó una voz llena de sentido común y autenticidad para quebrar el embrujo, provocar una reacción desbordante y echar por tierra un castillo de naipes basado en la artificialidad, la mentira, el fraude y la coacción.

Hoy, recalcitrantes adherentes de la decrépita revolución cubana intentan presentarla ante el mundo cual remozada cortesana, al punto que muchos podrían pensar que ella se encuentra en el auge del prestigio, del poder, del triunfo consagrador. Sin embargo, al igual que el gobernante vanidoso de la fábula de Andersen, la revolución castro-comunista se encuentra en su más peligroso punto de vulnerabilidad, tal es el desfasaje existente entre la imagen propagandística y la realidad. Sus acólitos continúan siendo poderosos, es verdad. Y cuentan con apoyos en influyentes "mass media" que hacen todo lo posible para acallar, a través de estridentes algarabías, las denuncias sobre el estado catastrófico creado por el sistema comunista.

El desenlace de esta situación radica, en buena medida, en nuestras voces y nuestras plumas. Sepamos comprender que la creciente artificialidad en que incurren los protectores de la revolución cubana juega, muy a su pesar, en nuestro favor. De esa manera, evitaremos caer en el desánimo y el abatimiento pusilánime. Y continuaremos la lucha publicitaria con redoblado esfuerzo, dispuestos a jamás abandonar esta noble causa.

La agenda anticastrista contempla, ya en el primer día de 1999, una oportunidad que no podemos dejar pasar para clamar ante el mundo en favor del pueblo cubano.

San Ignacio de Loyola, ejemplar batallador en favor de los principios de la civilización cristiana, afirmó cierta vez: "Aún sabiendo que todo depende de Dios, debemos actuar como si todo dependiese de cada uno de nosotros". Hagamos, pues, nuestra modesta pero inexcusable parte. Con decisión, inteligencia, sagacidad e ímpetu, gritemos a los cuatro vientos, parafraseando a Andersen: "¡La revolución cubana está desnuda!" La Divina Providencia, por intercesión de la Virgen de la Caridad del Cobre, se encargará de hacer el resto.


FIN


Diario Las Américas (ed. electrónica) Dic. 3, 1998, sección "Comentario sobre Cuba"

H.C. Andersen y Cuba:

Gonzalo Guimaraens
Analista político, experto en asuntos cubanos.
Cubdest Servicio de Difusion
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