«Resolución de conflictos», Cuba y Colombia

Gonzalo Guimaraens


"Resolución de conflictos": ¿nueva arma diplomática en las manos de Castro? Daremos algunos elementos que contribuyen a responder a esa interrogante. Pero antes veamos el significado legítimo de esa expresión de origen anglosajón - "conflict resolution"- y sus posibles deturpaciones.

Ella denomina genéricamente un conjunto de teorías y técnicas de carácter psicológico, político, sociológico, antropológico, etc. - en boga en diversos centros académicos de Estados Unidos y Europa- que tienen como objetivo la solución de conflictos a través de la negociación y el diálogo, con la identificación previa de metas comunes entre las partes. "Conflict resolution" es esgrimida por sus propagandistas más entusiastas como una fórmula salvadora, casi talismánica, para terminar conflictos que -como cepas de virus resistentes y genéticamente mutables- brotan por doquier en este enigmático período llamado de post-guerra fría.

Sin embargo, so pena de caer en vanas ilusiones, que no harían sino fortalecer la resistencia de ciertos virus actuantes en el cuerpo social, debemos conocer los límites que los especialistas en las prácticas de resolución de conflictos otorgan a su propia disciplina. Ellos afirman que es factible contribuir exitosamente a la resolución de problemas cuando éstos son generados por conflictos de intereses en relación a los cuales es posible establecer objetivos comunes a ser alcanzados. Es lo que suele ocurrir a nivel laboral, comunitario, regional y en ciertas situaciones internacionales. Varios de los resultados positivos obtenidos en estos terrenos son sin duda loables.

No obstante, tal como advierte Dimo Yagcioglu, del Institute for Conflict Analysis & Resolution (ICAR), de la Universidad George Mason, es mucho más difícil aplicar la teoría a conflictos surgidos de un entrechoque de valores y principios antagónicos, donde las metas comunes no existen y ni siquiera es posible obtenerlas. También, añade el mencionado estudioso del tema, existe el riesgo de que un proceso de resolución de conflictos quede viciado si, por ejemplo, una de las partes no actúa con sinceridad e intenta sacar partido de la situación engañando a la otra parte. A la luz de estas premisas, no deja de ser sintomático el interés demostrado por la cancillería cubana en relación a las teorías de resolución de conflictos, algo prácticamente desconocido por el público. En mayo de 1996 y octubre de 1997, especialistas del Conflict Resolution, Research and Resource Institute (CRI), de Estados Unidos, viajaron a La Habana para impartir cursos a funcionarios del ministerio de Relaciones Exteriores, bajo el sugestivo tema de la negociación para la colaboración internacional. En 1998 está prevista la realización de nuevos cursos del CRI para diplomáticos cubanos, con la colaboración de especialistas del Institute for Multi-Track Diplomacy, de Washington (DC). También el Instituto de Estudios Cubanos de la Tulane University está organizando, con la Universidad de La Habana, una serie de cursos sobre "training trainers"en el área de la resolución de conflictos.

La desconfianza que surge legítimamente es si el régimen cubano estará aprovechando en su favor el elaborado "know how" negociador que proporciona esta disciplina, no precisamente para resolver los conflictos sino para obtener ventajas y proyección favorable en el plano internacional. Por ejemplo, haciendo gestos con apariencia conciliadora hacia los Estados Unidos con el objetivo de despertar falsas expectativas, desmobilizar las reacciones anticomunistas y obtener un clima favorable al levantamiento del embargo; al mismo tiempo que en el plano interno mantiene el férreo Estado comuno-policíaco. Sería una ingenuidad descartar anticipadamente esta hipótesis.

En los últimos meses varias señales con un común denominador distensivo han sido enviadas desde La Habana a Washington. Por ejemplo, un publicitado ofrecimiento de vacunas cubanas contra la meningitis para proteger a los niños norteamericanos; declaraciones de altos funcionarios de la Oficina de Intereses Cubanos en Washington diciendo que "preferimos ver el futuro, no el pasado" y que es preciso superar la "mentalidad de la Guerra Fría"; elogios de Castro al presidente norteamericano, diciendo que éste parece ser "un hombre de paz"; recientes afirmaciones de la vicecanciller cubana en el sentido de que "Cuba está dispuesta a negociar con Estados Unidos"; giras de artistas cubanos, etc.

Esas señales, y otras del género que podrían ser citadas, son amplificadas en Estados Unidos por conocidas entidades y medios de prensa favorables a la reanudación incondicional de relaciones con Castro. Y de alguna manera contribuyen a hacer desvanecer en la opinión pública la merecida imagen de radicalidad y obcecación del régimen comunista.

Es de prever que, en un eventual escenario post-Castro, con "ex" comunistas en puestos claves del nuevo gobierno, podría multiplicarse el poder cautivante de similares señales conciliadoras, aún cuando su sinceridad estuviera lejos de ser comprobada. Con lo cual se podría inducir a los anticomunistas a graves errores de interpretación política.

Otro país donde, a corto y mediano plazo, las izquierdas podrán sacar jugosas ventajas de un escenario de negociaciones en los moldes de la resolución de conflictos es Colombia, donde guerrilleros de inspiración castrista una vez más alegan estar dispuestos a un diálogo sincero, pese a que simultáneamente hayan desatado una nueva ola de violencia, secuestros y asesinatos. Hace un tiempo atrás, el profesor canadiense Adam Kahane, presentado por la prensa como un "gurú de la negociación de conflictos", sugirió para Colombia singulares "recetas para la paz": "olvidar el pasado", "no llegar con posiciones predefinidas" a la mesa de negociaciones, únicamente "hablar sobre el futuro" y "reconstruir consensos en torno a unos temas comunes".

Llevadas a la práctica, las ideas del profesor Kahane podrían conducir a una desmobilización psicológica y doctrinal de aquellos que se oponen a las guerrillas marxistas, inclinándolos a transigir en principios y a aceptar seudo soluciones que dejarían a los guerrilleros en una ventajosa posición estratégica. Máxime cuando éstos ya han anunciado que no están dispuestos a abrir mano de las armas y de sus reivindicaciones revolucionarias. En realidad, proposiciones similares a las del profesor Kahane han sido instrumentalizadas por las izquierdas del mundo entero para aplicar aquello que el eminente pensador católico, profesor Plinio Corrêa de Oliveira, certeramente caracterizó como una estrategia de "trasbordo ideológico inadvertido".

Obviamente, no impugnamos la resolución de conflictos a través de las conversaciones, siempre que éstas no exijan una renuncia a principios fundamentales como lo son los de la civilización cristiana. Sí estamos contra intentos de sacar provecho de esas elaboradas técnicas de negociación cuando una de las partes -en este caso, comunistas cubanos y guerrilleros colombianos- intenten usarlas como una forma de continuar la guerra por otros medios.


FIN


Gonzalo Guimaraens
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E-mail: cubdest@uol.com.br

El autor de este artículo es analista político uruguayo, especialista en asuntos cubanos.


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