CUBA, VIETNAM Y EL "OPIO" DE LOS PUEBLOS

Gonzalo Guimaraens


Quién habría de pensarlo. Cuando Carlos Marx aseveró en el siglo pasado que la religión era "el opio de los pueblos" jamás hubiera imaginado que, al final del siglo XX, los sobrevivientes del naufragio comunista intentarían usar ese "opio" para mantenerse en el poder.

El primer ministro de Vietnam, Nguyen Tan Dung, en recientes instrucciones a la Comisión de Asuntos Religiosos del Partido Comunista, dijo que ante las "plagas" morales y la descomposición de la sociedad comunista --según él, supuestamente causadas por la economía de mercado-- "la religión puede echarnos una mano" pues "ayuda a reducir los problemas sociales". En caso contrario, advirtió, el pueblo "podría rebelarse".

El dirigente vietnamita reconoce de esa manera, con toda crudeza, que los comunistas continúan considerando el fenómeno religioso como una suerte de "opio". Sólo que éste ahora les sería útil para impedir rebeliones anticomunistas, anestesiando a quienes, viviendo en un régimen inhumano, tienden naturalmente a sublevarse.

El opio usado por los comunistas, ¿es la verdadera Religión? De ninguna manera. Se trata de una caricatura de ésta. Para los comunistas el opio espiritual, en dosis adecuadas para los siniestros fines que persiguen, significa una práctica religiosa que no cuestione los fundamentos de la sociedad revolucionaria y que se restrinja a los templos y al ámbito particular. Una práctica religiosa que silencie la doctrina tradicional de la Iglesia que condena al comunismo como "intrínsecamente perverso"; que ignore el derecho de propiedad privada, consagrado por dos Mandamientos de la Ley de Dios (no robar, no codiciar los bienes ajenos) y que es fundamento de la verdadera libertad; etc.

Sobre ese uso fraudulento de la religión, los comunistas vietnamitas presumiblemente aprendieron lecciones de los comunistas cubanos, que las vienen aplicando con maestría. Tanta, que han conseguido impresionar a respetables figuras como el Cardenal Arzobispo de Boston, quien llegó a afirmar que Fidel Castro "ha sido un promotor, no un obstáculo" de la libertad religiosa.

Pocos saben lo conversado entre Fidel Castro y el religioso dominico Fray Betto durante el primer encuentro que ambos tuvieron, el 19 de julio de 1980, en Managua, en los festejos del primer aniversario de la revolución sandinista. Fray Betto, que con el correr de los años se convertiría en la "eminencia gris" del dictador en asuntos religiosos, delineó tres posibilidades estratégicas en relación a los desdichados católicos cubanos.

La primera, "perseguir la religión, la Iglesia", de manera abierta. A lo que el propio dominico responde con un argumento no de carácter moral, sino estratégico: "Sería la mejor forma de confirmar la propaganda del imperialismo". La segunda, mantener a la Iglesia "como en un ghetto, sin perseguirla, pero sin crear mayor espacio para ella en la vida social". Pero, comenta Fray Betto, eso "también era hacer el juego al enemigo, porque esa Iglesia marginada dentro de un país socialista sería el único potencial de rearticulación de los contrarrevolucionarios".

La tercera opción es la que Fray Betto presenta como la más adecuada a los intereses de la revolución: "Ayudar a esa Iglesia a que se integre en el proceso de construcción de una sociedad socialista". A lo que el dictador Castro responde: "Vd. tiene razón, la única posibilidad real, consecuente, política, es esa, insertar a los cristianos, a la Iglesia, en el proceso de construcción de una sociedad socialista".

Esta cruda versión, narrada por Fray Betto, fue publicada años después, en diciembre de 1985, por la revista cubana "Prisma". En ese mismo mes el lamentable proceso de acercamiento comuno-católico en la isla entraba en una fase decisiva con el lanzamiento, en La Habana, de una masiva edición del libro "Fidel y la Religión". En febrero de 1986 se realizaría el 3er. Congreso del Partido Comunista y, unos días después, del 1er. Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC). Coincidentemente, varias de las resoluciones de ambos congresos se situarán en los moldes de la inserción de los católicos en la sociedad socialista, sugeridos por Fray Betto.

Si se hace abstracción de este fondo de cuadro, no se conseguirá interpretar adecuadamente las noticias contradictorias que vienen de la isla sobre los márgenes de libertad que los católicos estarían teniendo, o no, después del viaje de S.S. Juan Pablo II. Hasta el momento, todo indica que Castro permitirá ciertos márgenes a la práctica religiosa, como algunas procesiones y otros actos religiosos del género, exclusivamente en la medida en que éstos no sean un antídoto a la fórmula del "opio" cubano-vietnamita. No se tolerará nada que vaya más allá de las dosis científicamente calculadas. La expulsión del P. Sullivan, en abril de 1998, es una prueba de esa implacable determinación.

No conseguimos vislumbrar, en el dictador, los movimientos de "conversión" que algunos han creído ver. Son más bien movimientos de astucia política. Pero Nuestro Señor Jesucristo nos llamó a ser más astutos que los hijos de las tinieblas. Seámoslo, y seamos también, claro está, mansos como las palomas, sin confundir mansedumbre con ingenuidad.


FIN


Gonzalo Guimaraens
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