Fidel, capo del cartel de La Habana por ERNESTO F. BETANCOURT Como anunciara en mi anterior columna, Despiste del Pentágono sobre Fidel Castro, Perspectiva, 3 de septiembre], ésta estará dedicada a cubrir el libro El gran engaño, de José Antonio Friedl, sobre las actividades de Fidel Castro como traficante de drogas a través de su carrera. Friedl se basa en numerosos libros y artículos, así como en testimonios ante las cortes y audiencias congresionales. Huber Matos y Carlos Franqui, entre otros, han relatado la reacción cínica de Fidel con que aquí se inicia la narrativa: la aceptación del apoyo de Crescencio Pérez, pequeño cacique de la siembra y suministro de marihuana en la Sierra Maestra. Como eso no vestía bien, Fidel lo hizo ''líder campesino''. Una vez en el poder, Fidel promovió el tráfico de drogas persiguiendo dos objetivos: ingresos para sus arcas, y erosionar la moral, principalmente entre la juventud, en los Estados Unidos. Después, Friedl comenta el papel del comandante Manuel Piñeiro y su Departamento América. Ahí vemos cómo se envolvió a Salvador Allende en esas actividades y se expandieron las mismas con su ascenso a la presidencia de Chile. Fidel envió al agente Demid, Fernández de Oña, como jefe de la inteligencia cubana en Chile, y lo autorizó a casarse con la hija preferida de Allende, Tati, a pesar de estar ya casado. Esto ocasionó el suicidio de Tati al refugiarse en Cuba, después de caído Allende, y descubrir que su esposo ya tenía una familia. También se relata en este libro el suministro de armas al M-19 de Colombia a cambio de introducir embarques de cocaína en Estados Unidos en 1975. Este escándalo envolvió al embajador de Cuba en Colombia, Fernando Ravelo, agente de Piñeiro, y a Jaime Guillot Lara, traficante colombiano. Además, los envueltos incluían al almirante Aldo Santamaría, jefe de la marina cubana, y a René Rodríguez Cruz, ambos estrechamente vinculados a Fidel. En el capítulo sobre la ''conexión panameña'', Fidel actúa como mediador entre el cartel de Medellín y Manuel Antonio Noriega, de acuerdo con testimonio ante un subcomité del Senado de los EEUU. El cartel de Medellín había pagado 5 millones de dólares a Noriega para montar un laboratorio en la zona del Darién en Panamá y, bajo presión de la DEA, las fuerzas militares panameñas habían ocupado dicho laboratorio. Noriega para en Cuba, de regreso de un viaje a Israel, y Fidel lo conmina a solucionar la crisis con el cartel, devolviéndole el dinero y liberando a los arrestados. En esa época entra en liza Carlos Lehder, el traficante colombiano, y Robert Vesco, el notorio estafador internacional y contrabandista, quien negoció con los sandinistas el envío de drogas a través de Nicaragua. Tanto Humberto Ortega, ministro de Defensa sandinista, como su colega Tomás Borge, ministro del Interior, son vinculados con Raúl Castro en los juicios correspondientes. La involucración de los Castro en el tráfico de drogas hace crisis con el caso de los Ruiz, padre e hijo, cuyas actividades habían sido infiltradas por la DEA. Cuando se les va a juzgar en 1989, Fidel acude al juicio del general Ochoa para matar dos pájaros de un tiro: zafarse de la acusación de estar envuelto en el tráfico de drogas y eliminar a un potencial rival dentro de las fuerzas armadas. De paso, sacrifica también a Abrantes, su ministro del Interior, a quien encarcela primero y hace morir del corazón después de revelar que todo lo de las drogas lo informaba a Fidel. En esa ocasión, Fidel y Raúl sacrificaron cínicamente a leales seguidores que sabían los detalles de su participación en el tráfico de drogas. En 1996, se produce el extraño caso de Jorge Gordito Cabrera, arrestado cuando introducía 6,000 libras de cocaína en EEUU. Se le encontraron fotos con Fidel y después con Al Gore y Hillary Clinton, habiendo hecho una contribución de 20,000 dólares a la campaña de reelección de Clinton. En 1998, Friedl relata el caso de un embarque de 7.2 toneladas de cocaína de Cartagena a La Habana por una compañía en la cual el régimen tenía un 51% de las acciones. En el último capítulo, Friedl describe la conducta de las autoridades americanas ante estos hechos, bajo el título, El extraño silencio de Washington, un escandaloso y sistemático encubrimiento. Para mí, este silencio cómplice es una posición para evadir el tener que actuar. Pero ya está bueno. Como dijera en mi columna anterior, Fidel los tomará en serio cuando dejen de encubrirlo. Entonces contarán con nuestro apoyo. El Nuevo Herald, Posted on Sat, Sep. 17, 2005
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