Alternativa ideológica al fidelismo

ERNESTO F. BETANCOURT

En estos momentos en que ya se vislumbra la necesidad, y casi urgencia, de pensar en lo que habrá que hacer después de Castro, voy a dedicar varios comentarios a hablar sobre el tema. Este es el primero y encara la realidad de que no estamos hablando de la salida de un individuo del poder, sino del desmantelamiento de un sistema de gobierno- Si cuba fuera una democracia bastaría con encontrar un nuevo presidente, postularlo y elegirlo. Pero al final del régimen de Fidel, hay que hacer mucho más. Y lo primero es reconocer que en Cuba no hay un régimen comunista, ni socialista, sino feudal. Un hombre ha convertido a la isla en su feudo personal. Poner a otro en su lugar, sin desmantelar el sistema, es altamente inestable e inoperante.

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Fidel está en la etapa final. Sólo destila odios y resentimientos. Un futuro de bienestar requiere un sistema económico que libere la capacidad de crear riquezas de todos y eso es lo que no ofrece el fidelismo.

Cuando Fidel llegó al poder, Cuba ya había alcanzado el tercer nivel de ingresos per cápita de América Latina y tenía una de las más amplias estructuras de distribución de riqueza en la región. En Cuba hasta los trabajadores del agro en la industria azucarera estaban sindicados. La membresía sindical se igualaba a la de Brasil, país con diez veces la población de Cuba.

Pero Fidel creó una sociedad de vasallos a un nuevo feudalismo bajo el manto de una versión stalinista de la ideología marxista-leninista. Eso confundió a los intelectuales de izquierda a través de todo el mundo. Bajo el hechizo del carisma de Fidel y el antiamericanismo, apoyaron un régimen que en realidad es medieval.

Cuarenta y cinco años después, Cuba tiene un ingreso per cápita de los más bajos en el hemisferio. Un médico gana el equivalente a doce dólares al mes. El estado es dueño de toda la capacidad productiva de la nación. Hasta los puestos de hamburguesas y las barberías pasaron a ser de empresas consolidadas estatales. En el campo, los agricultores pequeños de la ANAP fueron progresivamente privados de los beneficios del derecho de la propiedad privada. El último paso, oculto en la reciente ley de cooperativas, restringe a esos propietarios por medio del control estatal de la adquisición de insumos y de la venta de productos.

En Cuba, el trabajador ha sido convertido en siervo del estado todopoderoso. Desde los artistas y atletas hasta los médicos y otros que sirven en el extranjero, así como los que trabajan en empresas mixtas con inversionistas extranjeros, todos sirven al estado. Y el estado es Fidel. A los que van al exterior les retienen la familia de rehenes y les quitan los pasaportes para tenerlos bajo control.

Ante el desplome del bloque soviético y el triunfo del capitalismo y la democracia, el marxismo-leninismo pasó a ser mercancía dañada en lo ideológico. En un último esfuerzo por ampliar las bases del régimen feudal, al hermano Raúl se le ocurrió crear una oligarquía cómplice de empresarios militares dentro de las empresas estatales. Cuba pasó a ser una versión nueva del caudillismo de los Somoza y Trujillo, quienes distribuían prebendas a cambio del apoyo a sus satrapías. Pero no son dueños de nada. De un manotazo lo pierden todo. La dolarización ha dado el golpe final a la pretensión igualitaria con que se justificaba el régimen feudal.

Es hora de pensar con qué se sustituye el andamiaje montado por Fidel para servir su ambición de poder absoluto sobre vidas y haciendas. No basta con que cese de ser comandante en jefe, primer secretario del partido, presidente del Consejo de Estado y de Ministros, y hasta padre de la genética. Hay que desmantelar el sistema. Lo primero es restaurar la propiedad privada, en sustitución de la estatal. Solamente así podrá el ciudadano sentirse económicamente libre para ejercer las otras libertades que le garantiza la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.

Esto pudiera implementarse con una devolución masiva a la población de la propiedad de los bienes de producción, actualmente monopolizada por el estado. Así se hizo en algunas de las transiciones sistémicas en el antiguo bloque soviético. Para ello se pueden emitir certificados de propiedad de los bienes de producción nacionales. Una proporción deberá ir a cada ciudadano, otra pudiera destinarse como derecho de adquisición a plazos para los obreros que trabajan en las empresas y otra en iguales condiciones para los cuadros gerenciales y de supervisión. Además, se deberán reservar proporciones para compensar a las víctimas de la represión y confiscación fidelista, en este último caso tanto extranjeros como nacionales. Los detalles son complicados y exceden lo que se puede tratar en este espacio.

Este primer acto de la transición sentaría las bases para construir una Cuba próspera en que se libere la capacidad productiva de todos, incluyendo la diáspora. Desmantelaría el estado feudal construido por Fidel. Facilitaría incorporar a todos sobre una base de derecho. Permitiría evitar la piñata nicaragüense. También facilitaría la compensación por confiscaciones y por los atropellos del régimen. No será fácil. Pero solamente un cambio medular como éste sentaría las bases ideológicas sólidas para una reconciliación nacional basada en la tolerancia y el respeto a los derechos de todos.


FIN


EL NUEVO HERALD

Posted on Sat, Jan. 17, 2004


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