EL FIN DE LA REFORMA ECONÓMICA

By Ernesto F. Betancourt


Con la instalación de la nueva Asamblea Nacional del Poder Popular y la elección del Consejo de Estado, se ratificó no tan sólo la perpetuación en el poder del liderazgo de los hermanos Castro y la nueva oligarquía que han establecido, sino el fin de la aventura reformista dentro del régimen. Es irónico que al día siguiente llegó a La Habana una misión del Lexington Institute, con congresistas promotores de levantar el embargo, encabezada por Phillips Peters, quien ha persistido en hablar de las reformas y el cuentapropismo a pesar de las señales claras de que Castro las abandonaba. Momento propicio para el dialogueo capitulacionista de los Peters, los Delahunt y los Flake.

El proceso de reforma fue una respuesta del régimen al famoso ''maleconazo'' de 1994, cuando la juventud habanera se lanzó a la calle para hacer evidente su frustración con la falta de presente y de futuro que ofrecía la maltrecha y, ya agotada, revolución cubana del período especial. José Luis Rodríguez surgió en esa época como líder intelectual de un proceso de apertura que iría abriendo oportunidades a la iniciativa privada y poniendo fin al mundialmente fracasado régimen de planificación económica socialista y propiedad estatal. Esta apertura, junto con la dolarización, la inversión extranjera y el desarrollo del turismo, ofrecieron un respiro económico al régimen. Poco después, la movilización nacional alrededor del regreso de Elián, y la llamada ofensiva ideológica, ofrecerían una nueva plataforma propagandística a Castro.

Tan pronto se alivió la crisis económica, Castro empezó a dar marcha atrás en la apertura económica que erosionaba su monopolio de poder. La tendencia secular en la opinión pública cubana continuó abriendo las puertas a una disidencia que jamás retornará a la pasividad anterior. Todo lo contrario. De ahí surge La patria es de todos, el Proyecto Varela y la Asamblea para la Promoción de la Sociedad Civil, para no mencionar la explosión en el número de bibliotecas independientes, que el régimen percibe como serias amenazas a largo plazo a su monopolio del poder.

Por eso, el 24 de febrero de 1996, con el derribo de los aviones de Hermanos al Rescate, Castro precipitó la aprobación de la Ley Helms-Burton y justificó cancelar la primera reunión de Concilio Cubano, convocada para ese mismo día, al mismo tiempo que empezó a tomar medidas para hostigar a los cuentapropistas y poner freno a la llamada reforma económica. Y es por eso que, ahora, confisca los libros enviados a la Sección de Intereses y trata de intimidar a su jefe, James Cason, amenazando con cerrarla. Amenaza hueca porque sabe que eso pondría un tapón a la presión interna, generando una explosión que él no podrá controlar.

En los últimos tiempos, las medidas de control, en vez de apertura, se han producido vertiginosamente. Castro responde al Proyecto Varela con la rígida reforma constitucional que hace irreversible el socialismo. Cancela la reunión regular de la Asamblea Nacional y convoca a la elección de la nueva, en la que designa un 60 por ciento de miembros nuevos entre los 609 delegados. Pueden estar seguros de que, al escogerlos, se siguió el criterio de que no hubieran titubeado ante el Proyecto Varela. Que no se engañe nadie. Las once mil firmas del Proyecto Varela llegaron a la Asamblea gracias a manos amigas. En Cuba nadie introduce documentos a un edificio del estado por la libre. Quien hizo esa gestión amistosa, ya no está en la Asamblea.

Posteriormente, Castro hace aprobar la reforma al sistema de cooperativas que pone a los agricultores independientes aún bajo mayor control estatal. Después de hostigarlos con impuestos e inspecciones arbitrarias, lleva al exterminio a los cuentapropistas, persiguiéndolos a todo lo largo y ancho del país bajo la guisa de una campaña contra el tráfico de drogas y la corrupción. Anuncia un retiro de moneda circulante, con la cualificación de limitarla a la emitida antes de 1990. ¿Por qué?, me pregunto yo. ¿Será que Soberón desde el Banco Central ha logrado identificar que esas emisiones están en manos de los macetas que las retienen bajo sus colchones desde los ochenta? En aquella época, Castro amenazó, en su discurso de 1986 que puso fin a los mercados libres campesinos, que les iban a confiscar sus ahorros. Pero no lo hizo, lo que disgustó mucho a economistas como Pedro Monreal y Julio Carranza, quienes propugnaban esa confiscación para iniciar una reforma financiera.

Por eso, es muy significativo que, al mismo tiempo que en el nuevo Consejo de Estado quedó fuera José Luis Rodríguez, ministro de Economía y campeón de la apertura económica, entró a integrarlo el presidente del Banco Central, Francisco Soberón, a quien le tocará imponer la confiscación monetaria. ¿Significa ese cambio de marionetas que Fidel ha decidido cerrar el círculo de la apertura económica? Yo pienso que sí. Veremos.


FIN


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