PRESIDENTE BUSH Y LA TRANSICION CUBANA

Por Ernesto F. Betancourt.


La administración del presidente Bush mantiene una posición esquizofrénica sobre la transición en Cuba. El Presidente ha hecho muy claro que desea acelerar el proceso de transición dando ayuda para fortalecer la disidencia. Su claro y decidido compromiso con la libertad para el pueblo de Cuba ha evitado en más de una ocasión que se socave ese compromiso. Esto se debe a que dentro de la burocracia gubernamental hay remanentes de la administración de Clinton, tanto en personalidades como en políticas, que no comparten esa posición presidencial. Aun dentro del Partido Republicano, hay elementos que responden a los granjeros y los negocios que no comparten ese compromiso presidencial.

Uno de los que objeta esa política presidencial es Fulton Armstrong, actualmente oficial principal de la CIA para América Latina, quien trabajó en la Casa Blanca de Clinton. De acuerdo con un artículo en el New York Times del 5 de enero de 2003, Armstrong está bajo ataque dentro de la administración por funcionarios que siguen la línea de Bush, debido a sus vínculos personales y de posición con Ana Belén Montes, la espía de Castro en la DIA, con quien coincidía en la época de Clinton. George Tenet, director de la CIA designado por Clinton, respalda a Armstrong.

Además de Armstrong y la CIA, hay elementos dentro del Pentágono y en el Departamento de Justicia que favorecen las políticas que promoviera la Montes. Los generales retirados Wilhem, Sheehan, Asketon y McCaffrey, así como elementos dentro del Naval War College, el Army War College y la National Defense University siguen aferrados a la posición propuesta por la Montes de que es preferible para Estados Unidos una sucesión encabezada por Raúl que una verdadera transición democrática como la que propugna el presidente Bush.

Ese argumento se basa en que, desde el punto de vista de la seguridad nacional, los tres objetivos principales son: i) evitar una migración masiva; ii) evitar tener que intervenir en una guerra civil en Cuba; y iii) obtener cooperación efectiva para interceptar el tráfico de drogas. Como puede apreciarse, este esquema de objetivos del Pentágono ignora totalmente las aspiraciones de libertad, democracia y una economía de mercado para el pueblo cubano. Esta fórmula es tan antihistórica como Bahía de Cochinos y está igualmente condenada al fracaso.

A pesar de lo que argumenta el reportero del NYT, nadie sabe hasta qué punto esa posición de la Montes era de origen propio o sembrada por sus controles dentro de la inteligencia cubana. Eso sólo se sabría si se hicieran públicos los resultados de la evaluación del impacto que esta agente infiltrada de Castro tuvo en la formulación de esas políticas. Pero, como la Montes les tomó el pelo a todos los generales y analistas de la CIA y la DIA envueltos en su caso, hay una confabulación para impedir que se revelen tanto sus confesiones como la evaluación de su impacto en la formulación de la política americana respecto a Cuba bajo Clinton. De ahí que, después de su sentencia a 25 años de cárcel en octubre de 2002, Justicia no haya permitido contacto alguno con ella, ni se hayan divulgado detalles de la amenaza a la seguridad de Estados Unidos que ha ocasionado su traición.

Esto es de especial importancia en el caso de las controvertidas armas biológicas.

La Montes, y su amigo Armstrong, han estado a la cabeza de los que niegan que Cuba haya desarrollado virus como el del Nilo Occidental, que causó mas de doscientas muertes el año pasado a través de todo Estados Unidos; y, mucho menos, que haya estado envuelta en su difusión, usando como vector aves migratorias. Sin embargo, a mí personalmente me han afirmado personas con acceso directo a Raúl Castro que, a principios de los ochenta, éste hizo un comentario que indica ya estaban en camino los planes de Fidel para hacer precisamente eso. Posteriormente, ha habido evidencia confirmatoria de científicos envueltos en esas tareas, toda la cual ha sido desechada o desacreditada por aquéllos que fallaron en detectarla, o en actuar al respecto, en su momento. Para no hablar de quienes, con la estúpida arrogancia política que prevalece entre algunos científicos, contribuyeron a este amenazante esfuerzo castrista.

Si el presidente Bush, en la segunda etapa de su administración, desea llevar a cabo sus encomiables planes de acelerar la transición a una Cuba libre y demócratica y no a una tiranía hereditaria basada en empresas dominadas por la nomen-klatura de Raúl Castro, tendrá que poner fin a la esquizofrenia que ha prevalecido en su administración hasta ahora en cuanto a Cuba. Hay que sacudir la mata para que caigan las frutas maduras y algunas podridas. Hay que poner fin a la complicidad de sus colaboradores en el silencio que mantiene Castro sobre la Montes.


FIN


El Nuevo Herald, enero 15, 2003.

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