EL TRUJILLISMO, ETAPA FINAL DEL CASTRISMO (I)

Por Ernesto F. Betancourt


En contra de lo que piensa la intelectualidad zurda, el castrismo no es un movimiento de origen marxista. La fuente ideológica inicial de Castro fue Primo de Rivera y el franquismo, que primaba entre los jesuitas de la Escuela de Belén donde se formó en los treinta y durante la Segunda Guerra Mundial. En la Universidad andaba con Mi lucha, el libro de Hitler, bajo el brazo. Es después de llegar al poder que Fidel decide jugar su destino con la URSS en busca de un apoyo estratégico que sirviera de contrapeso al poderío americano, al que intentaba retar. Al vestirse con el manto marxista, el castrismo adquirió respetabilidad ideológica ante el mundo liberal; que Trujillo nunca alcanzó, ni mereció. Además, Fidel se convirtió en el símbolo del antiamericanismo, lo que lo hizo un héroe de muchos resentidos, inclusive académicos e intelectuales americanos.

Sin embargo, durante dos años que representé al 26 de Julio en Washington, cuando la insurrección contra Batista, jamás recibí una invitación de una universidad americana para presentar nuestra posición. Este compromiso ideológico, y de hecho, con el marxismo prevaleció hasta el desplome de la Unión Soviética. Después se ha tornado más propagandístico que real. Pero en las relaciones gobernante-gobernado el régimen cubano ha sido a todo lo largo un caso más de caudillismo tropical, cuyo funcionamiento interno más parecido en las Américas es el trujillismo.

El comunismo cubano ha dejado de ser una realidad sistémica. Es un parche propagandístico que mantiene Fidel para seguir cultivando a la izquierda europea, latinoamericana y americana. Pero el régimen que ha surgido revela cada vez más nítidamente la similitud del castrismo con el trujillismo. Siempre salvando las distancias entre la proyección mundial de Castro y la mucho más limitada de Trujillo, que se limitó a la República Dominicana.

Esta similitud surge de muchos pasajes de la brillante novela histórica de Mario Vargas Llosa La fiesta del Chivo. Los dominicanos llamaban a Trujillo el Chivo y los cubanos llaman a Fidel el Caballo. Ambos líderes manifiestan características carismáticas que les sirvieron de base para auparse como líderes incuestionados sobre sus compatriotas. Ambos son de poco dormir y se han servido de poseer una mirada penetrante capaz de desconcertar a un adversario o descubrir a un seguidor desleal. Ambos establecieron regímenes totalitarios que eran verdaderas satrapías. La vida y hacienda de los ciudadanos quedaron a su merced y sin protección legal alguna contra ellos.

La conducta del padre de Uranita, senador Agustín Cabral, personaje central de la novela de Vargas LLosa, es de igual sumisión al caudillo dominicano que la de personajes como Ricardo Alarcón y otros de la nomenklatura al caudillo cubano. Al igual que el senador, el canciller Pérez Roque o su predecesor, Robertico Robaina, son personajes cuyas carreras pueden ser terminadas de un plumazo por el caudillo. La subordinación total al caudillo se garantiza con la presencia del espionaje y la represión despiadada a todos los niveles. En el caso de Trujillo con un coronel Johnny Abbes a cargo del Servicio de Inteligencia Militar (SIM); en el de Fidel, con un general Abelardo Colomé a cargo del Ministerio del Interior (MININT).

Aunque Fidel no ha llegado a la temeridad de poner vallas con lemas como ''Dios y Trujillo'', ni de hacerse llamar el Benefactor, sí ha cultivado lemas que transmiten obediencia incondicional como ''Fidel, ésta es tu casa'' y ''Comandante en jefe, ordene'' o títulos risibles como ''padre de la genética''. La Iglesia Católica, bajo ambos regímenes, fue doblegada por ambos caudillos a una posición colaboracionista con el terror de la persecución y el hacerle mendigar el acceso a los medios materiales para su funcionamiento.

En estos dos sistemas caudillistas, la lealtad se recompensa con dádivas y la deslealtad o el fracaso se castiga retirándolas. Hay la anécdota del primo de Trujillo que, disfrutando de las prebendas que generaba la renta de lotería, cometió el error de hablar mal de los militares. Cosa que la red de soplones hizo llegar al Generalísimo. Lo mismo que hacen los cederistas en Cuba. Como castigo lo nombró coronel, tuvo que pasearse por el Parque Central un domingo en la noche en pleno uniforme y, como las reglas prohibían que militares ocuparan esa plaza, perdió el cargo de director de la lotería.

Roberto Robaina fue defenestrado por cuestionar la sabiduría de Fidel en acusar a Javier Solana de genocidio durante la guerra por Kosovo. Tras varios meses en el limbo del plan piyama, acabó de cadete en una escuela militar y a su esposa la despidieron de una jugosa posición en turismo, en medio de rumores, plantados por el propio régimen, sobre negocios turbios. Arnaldo Ochoa, en lo militar, Carlos Aldana, en lo político, y Humberto Pérez, en lo económico sufrieron finales fulminantes en diversos grados. Ninguno pudo defenderse ante la opinión pública. Igual ocurría bajo Trujillo, quien también tenía el monopolio de los medios de comunicación.

Este manejo de sus seguidores en la oligarquía gobernante y de la sociedad en general revela una extraordinaria similitud entre ambos caudillos. Sin embargo, en la etapa comunista de Castro, el caudillismo quedó opacado por el internacionalismo y la vinculación con la ideología marxista. Después del desplome del bloque soviético es que se hace más evidente la similitud caudillista entre el trujillismo y el castrismo. De eso hablaremos en la próxima columna.


FIN


Ernesto F. Betancourt
El Nuevo Herald
Mar. 15, 2002

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