LA LAVADORA por Esteban Fernández Numero uno: Lavar la ropa no es ninguna fiesta. Es algo difícil y pesado. Y número dos, ya hemos dicho muchas veces que los muchachos aquí en la actualidad son muy difíciles, y muy caros, de mantener entretenidos. Pero hoy les voy a contar una anécdota del pasado que contradice estas dos premisas actuales. Para comenzar les diré que en la Cuba donde yo nací y me crié los niños nos divertíamos sanamente con cualquier bobería. Es más, demuestra la diferencia de la vida en la Cuba de ayer y la vida aquí hoy en día. Recuerdo que una vez trajeron a mi hogar una lavadora de ropa. Se trataba de una promoción de una compañía de efectos eléctricos que nos dejaba la lavadora de ropa por un fin de semana, a prueba, y si nos gustaba nos quedábamos con ella haciendo pagos mensuales. Gustarnos fue poco, nos encantó. Y mi madre, que siempre durante toda la vida se había ocupado de lavar toda la ropa de la casa, quedó relegada por mi hermano y por mí quienes nos volvimos locos lavando mañana, tarde y noche por dos días. Y no solamente eso sino que le pedíamos a mi madre que buscara más ropa sucia para seguir lavando. Ese fin de semana no salimos a ninguna parte. Aquello era un vacilón. La lavadora, comparada con las actuales, era una basura. Era portátil con un largo cordón que se enchufaba a la electricidad. Arriba tenia como un par de rolos, y por entre ellos metíamos la ropa empapada y después había que ponerla a secar en la tendedera. Encaramados en el muro del patio había un montón de muchachitos quienes me miraban con envidia y me pedían que les permitiera brincar el muro con sus calzoncillos y medias sucias y lavarlas en mi casa. Después de mucha coba tuve “ la gentileza” de permitirles lavar sus trapos sucios. Parece que mis vecinitos se fueron con el chisme a los demás niños del barrio y ya había cola en mi casa tratando de lavar junto a mí. A cada rato mi madre gritaba de lejos: “¡Van a romper ese artefacto y después vamos a tener que pagarlo de todas maneras!”. Mi padre, quien jamás en su vida había lavado absolutamente nada, ahora venia a mi lado tratando de que lo dejara echar allá adentro unos pañuelos que recuerdo tenían sus iniciales “E.F.” Parece que echar los pañuelos allá adentro de la lavadora era algo “simpático” para él porque reía mientras los introducía. Creo que es obvio decirles que esta era la primera vez que nosotros veíamos una lavadora de ropas. Durante ese fin de semana se deben haber lavado unos 300 o 400 trapos. Y recuerdo que lavábamos la ropa blanca y la oscura juntas. En realidad eso de que “se deben separar” lo aprendí después que me divorcié y tuve que lavar solo. Y soy tan vago que para evitar el “trabajo de la lavadora” a veces lavo el calzoncillo a mano y después lo pongo delante de un ventilador para secarlo. Increíblemente el sábado como a las 4 de la tarde mi madre me anunció: “Paren un rato de lavar ropa, vayan al patio, jueguen un rato, tírense todo lo que quieran en la tierra, porque dentro de dos horas vienen mis hermanas Angélica y Evangelina, a ver como funciona esa lavadora y quiero tener alguna ropa sucia en la casa”... Al otro día cuando mi padre salía para el Ayuntamiento donde estaba trabajando de Secretario de la Administración del gobierno “Auténtico” tuvo la desagradable noticia de que yo le había tirado adentro de la lavadora su sombrero “jipijapa” y se había echado a perder. Y esa fue la excusa que me dio el viejo para que el lunes por la mañana viéramos con tristeza como se llevaban aquella lavadora que tanto disfrutamos un fin de semana hace más de medio siglo.
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