DEL ALBUM DE LOS RECUERDOS

por Esteban Fernández


LAS TELENOVELAS

¿Por qué la gente ve las telenovelas?. Por tres motivos: Primero, porque si uno no habla Inglés las estaciones de televisión hispanas no brindan muchas otras alternativas. Dos, porque los problemas de los personajes son tan grandes y complicados que hacen lucir pequeños los nuestros, y último, porque hay muchas personas que sinceramente les gustan. Yo no me encuentro en ese grupo, y les voy a decir los motivos:

¿Ustedes no se han fijado que durante los últimos dos episodios resuelven, en un dos por tres, todos los enredos que perfectamente bien hubieran podido resolver durante los dos primeros capítulos?. Esos problemas los alargan, los estiran, los demoran, y un “secreto” que posee el personaje principal, y que durante los primeros 10 minutos de la telenovela lo pudo haber soltado, lo aguanta, no lo dice, nos hace sufrir, y todos los días promete: “Mañana sí que se lo voy a contar todo a Don Pancho”, y mañana no dice nada, y 6 meses después no ha dicho nada, y todos los días uno se desespera pensando: “¡Habla, chico, habla, suelta el gallo!”.

El “malo” de la novela se pasa todo el tiempo manejando perfectamente bien, sin problema, parece que es tremendo chofer, nunca lo vemos darse un trago, pero usted sabe que en el último episodio lo vamos a ver caer por un barranco, borracho, manejando como un loco. Por lo menos nos debieron hacer creer que el tipo era “curda” y “paragüero”.

Desde el primer día de la telenovela nos imaginamos que la pobrecita, bella, mal vestida, “muerta de hambre” va terminar en el último episodio casándose con el apuesto joven ricachón. Vaya ¿por qué no fue amor a primera vista, y durante el primer episodio le fajó, se casó con ella, y mandó al carijo a su lijosa y pedante familia?...

Yo le digo a todo el mundo: “Me llaman cuando vayan a poner los dos últimos capítulos”. En el penúltimo me explican “quien es quien” y “quienes son los buenos y quienes los malos” y al otro día disfruto viendo casarse a los buenos, felices y tranquilos, mientras a los “malos” los encierran en la cárcel, los queman vivos o los recluyen en un manicomio. Desde luego, admito que también digo: “Por favor, si en algún momento Maribel Guardia (o cualquiera de las actrices principales, que siempre “están enteras”) se está bañando en un río en “paños menores” me avisan para verla”...

Otro problema de las telenovelas es que a pesar de que (como les digo y ustedes saben) al final ganan los “buenos”, siempre a mí me da la sensación de que “no debieron haber ganado”, yo siempre pienso: “¡En la vida real, con tantas comemierdadas que hiciste, tú no te empatas con esa jeba más nunca!”.

En las telenovelas los “malos” son más pícaros, inteligentes, brillantes en la maldad, vivos, y despiertos que los “buenos”. Vaya, en las telenovelas “bueno” y “verraco” son sinónimos. Y en el último episodio, cuando siempre gana el “verracón”, uno tiene ganas de decirle “¡Ganaste, mi socio, pero NO DEBISTE, por estúpido, haber ganado nada!”.

¿A usted no le da la sensación, durante el último episodio, que la victoria final de “los buenos” se la debemos agradecer a las plumas compasivas de los escritores de la telenovela, y no al merecimiento y comportamiento de “los buenos”?. ¿Usted no tiene ganas de gritarle: “¡Te salvaste porque el escritor quiere complacer a los televidentes, porque tú no eres más que un masoquista que te has pasado 6 meses comiendo lo que pica el pollo!”?...

Yo puedo sentarme en el sofá, en la sala de mi casa, y sintonizar una telenovela, pero la verdad, sinceramente, que me gustaría más al revés: “Estar de lado de allá, junto a Thalía, acostado en una cama, poniendo el televisor, y viendo hasta “¡la sala de mi casa!”...



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