¿“ESTIMADOS” ENTRE CUBANOS?

por Esteban Fernández


Un “estimado” es que cuando uno desea pintar la casa, o hacer algún tipo de trabajo y llama a alguien con el deseo que observe todo, le dé una vuelta a la casa, y nos diga UN PRECIO de antemano para ver si vamos a hacer el trabajo.

Eso es fácil si uno llama a un salvadoreño, o mexicano, o guatemalteco o chileno o de cualquier país latinoamericano. Ellos ENSEGUIDA NOS DAN UN PRECIO con el cual no siempre estamos de acuerdo pero ya sabemos a que atenernos.

Con el cubano eso no funciona, enseguida que nota que somos sus compatriotas nos suelta: “¡Ni te preocupes que esto te va a salir regalado!”

La mujer cubana, mucho más realista que nosotros, salta enseguida: “De eso nada, tú siempre con tu patriotismo llamas al cubano y al final sales peor”.

Con un poquito de pena (esa pena que siempre nos mata) le decimos: “Chico, yo no quiero que me salga regalado, solo que me des, que me digas, un precio razonable”.

Todos los latinoamericanos, después del estimado, comienzan a llamarnos “Don Esteban” mientras el compatriota nos dice: “¿Qué pasa, ESTEBITA, en esta casa no hacen café cubano?” Y sin todavía haber llegado a ningún acuerdo el cubano comienza a prepararse para la labor. A eso en Cuba le llamaban "los apreparos".

La esposa cubana empieza a acribillarnos con preguntas: “¿Ya te dijo de cuanto va a ser la herida? porque ya se ha disparado media lata de café Gaviña y todavía no lo he visto hacer nada, explícale que yo no soy la criada de esta casa”.

En el caso mío la cosa es peor, porque enseguida que me presento me mira y me dice: “Chico ¿tú eres el que hace La Nota Breve? Por favor, si yo te leo desde que llegué de Cuba, no, no, no quiero hablar de precios contigo, ahora si que esto te va a salir en una bobería”...

Y ahí mismo deja el trabajo, tira la brocha, y quiere ponerse a comentar columnas que yo escribí hace “casi medio siglo” y que ya yo ni me acuerdo de ellas. Eso me pasó con un mecánico que me dio tremendo susto porque me dijo: “Sí, como no, Estebita, si yo leí un escrito tuyo donde nos echabas con el rayo a todos los mecánicos, esto te va a salir regalado”.

Hace un tiempo un coterráneo, recién llegado de Cuba, me estaba haciendo un tremendo arreglo de carpintería, todavía no le había dado la gana de darme un estimado y de pronto me dijo en tono molesto: “Pues yo quiero que tú sepas que yo estoy completamente en desacuerdo con eso que escribiste sobre los disidentes en Cuba” Lo único que atiné a decirle fue: “Yo también estoy en desacuerdo conmigo ¿en cuanto me va a salir esto?”

Una de las cualidades (¿será una cualidad?) del cubano con un oficio es que inmediatamente después de conocerlo nos hace sentir (gracias que ambos compartimos la misma sagrada nacionalidad) que somos unos viejos amigos, íntimos amigos, incapaces de cobrarnos un precio excesivo. Y el final es una “cajita de sorpresas”. Unas veces es verdad y otras mentiras. Y aunque al final nos de un precio magnífico nos hace sufrir por una semana. Siempre nos obliga a acordarnos del chiste de Álvarez Guedes y decirle: “Gracias, mi socio, pero chico ¡cómo me martirizaste!”

Una sola vez salí súper bien con eso, y fue que llegó de visita de Miami un pariente de mis vecinos Reina y Alfonso Rodríguez quien se dedicaba a poner lozas en La Florida. Después que mi ex esposa Rina habló con él me dijo lo mismo de siempre “No te preocupes, somos cubanos, y yo te voy dar el mismo precio que yo cobro en Miami”. Me martirizó, no me quiso dar un estimado, pero al final fue un éxito porque los precios de Miami eran mil veces mejores que los de California. Jamás olvido a ese compatriota y le agradezco eternamente ese “precio de La Florida”.

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