A ESTEBAN FERNÁNDEZ ROIG (Antes de que llegue el Día de los Padres)

por Esteban Fernández


Me encantaría poder decir que “mi padre fue un santo” pero como vivo rodeado completamente por mis coterráneos güineros quienes no me permitirían mentir no me queda más remedio que aceptar que mi padre fue “un jodedor cubano”. ¡Tremendo era mi padre!. Y yo de principio a fin adoré a ese hombre. Porque, para mí, fue el mejor padre del mundo.

Rápidamente, y con toda la sinceridad del mundo, les diré sus tres defectos garrafales para después hablarles de lo buen padre que fue: Fumador (más de 20 tabacos Pita al día) tomador (fácil sé podía tomar 25 cervezas Polar y ni se le notaba) y mujeriego. Ninguna de las tres cosas jamás me afectaron.

Déjenme contarles que cuando yo nací ya él tenía cerca de 50 años, y de ahí en lo adelante, desde que apenas yo gateaba, me trató como si yo fuera un hombre hecho y derecho. Me conversaba varias horas al día (gracias a eso yo puedo escribir estas Notas Breves) y en lugar de llevarme a jugar deportes me llevaba a “La Viña Aragonesa”, me encaramaba en el mostrador y me ponía a jugar cubilete con sus amigos. Simpático, dicharachero, parrandero, halagador de la belleza femenina, cariñoso con sus amigos, espléndido conmigo y con mi hermano, con mi madre y con todos, y a veces hasta con los que no eran ni conocidos suyos. Él era de esa clase de hombres que son capaces de llegar a un bar e invitar a todos los presentes sin saber quienes son. Increíblemente esa virtud de ser espléndido lo llevaba al defecto de ser, o tener que ser, mala paga. Es decir, casi nunca podía pagar sus deudas.

Un hombre que podía gastarse 500 pesos en unas Navidades (sobre todo en la época del Autenticismo que fue la mejor en mi hogar) y en Enero nos cortaban la electricidad por falta de pago. Era político, la política era siempre su principal tema de conversación. Además de ser Procurador Público siempre estuvo dedicado a la política local. Secretario de la Administración de Güines durante el gobierno de Carlos Prío.

Y tenía tremendo sentido del humor. Todo lo tiraba a coña, jamás lo vi bravo, ni gritando, ni molesto, ni queriéndose fajar con nadie. Hizo un millón de favores en Güines.

Cuando yo no tenía colegio me llevaba por las mañanas al Parque Central del pueblo, y me sentaba en un banco (el banco de los políticos) a hablar con los ex Alcaldes Armando Fernández Jorva y Tirso Brito y con 10 viejos políticos más. Ya a los 7 años, y gracias a él, yo podía discutir sobre Machado, o sobre Batista, y sabía quienes eran Guas Inclán y Pelayo Cuervo. Jamás podía encontrarme una sola vez con él sin que me diera un abrazo y un beso. Se adelantaba a cualquier fallo mío diciéndome “Puedes hacer lo que tú quieras, pero si haces eso me decepcionarías”. Una sola vez me pegó y fue ¡con una corbata de seda!

En el mes de Enero de 1959 yo me ilusioné y él me bajó de la nube. Durante todo el primer discurso de la bestia, con su paloma en el hombro, él se me sentó al lado y me dijo “¡Este tipo es un gangster, ahora si que se perdió Cuba!”. Al otro día me entregó su colección de revistas Selecciones, tenían marcadas un montón de escritos para que yo los leyera. Me dijo “Observa todo esto con detenimiento, son las cosas que pasaron detrás de la Cortina de Hierro, y verás que son las mismas que van a pasar aquí” Y dedicó todo el tiempo a convencerme de la maldad de Fidel Castro. De pronto se dio cuenta (al yo comenzar a conspirar y a criticar públicamente a la recién estrenada tiranía) que su prédica había llegado demasiado lejos. Dio marcha atrás y comenzó a preparar mi salida de Cuba. Nunca quiso salir de la Patria. Decía “yo quiero ver aquí el final de esta película”. Y no hay dudas que fue la persona que más yo he querido en toda mi vida. En paz descanse el viejo.

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