LA CASA DE BENEFICENCIA Y MATERNIDAD DE LA HABANA

por Esteban Casañas Lostal


Cualquier material, evento sin relevancia, persona, sitio, parque y hasta una simple edificación, puede convertirse en material útil a los intereses manipuladores del régimen castrista. Poco importa si los protagonistas de esa historia tergiversada se encuentran presentes, para los muertos la suerte es más penosa, ellos no pueden hablar.

Recorriendo una de esas páginas de Internet donde por accidente o maliciosa ingenuidad, se hacen eco de muchos artículos aparecidos en la prensa cubana con ciertos matices culturales inofensivos, y que de paso, todo sea bienvenido en nombre de la cultura y la tolerancia. Me encuentro con un trabajo que habla de la escuela donde pasé mi infancia y cuyo nombre sirve de título a este artículo. Extraña amalgama de medias verdades, mentiras, citas históricas inviolables, y por qué no, algunas verdades que con el paso del tiempo han sido convertidas en falsedades. Vamos a ver como puedo contestar a ese señorito de pluma roja, cuya labor es harto conocida por todos los que nos desarrollamos en ese sistema.

…Estoy seguro de que muy pocos de los que pasan hoy frente al hospital Hermanos Ameijeiras o usan sus servicios saben que en ese sitio estuvo la Casa de Beneficencia y Maternidad, que daba asilo a niños sin amparo filial. La mujer que, por razones económicas o por la «deshonra» de haber cometido un «desliz», se veía imposibilitada de ocuparse de la atención de su hijo, podía entregarlo a aquel establecimiento sin tener que dar la cara o revelar su identidad…

Es innegable que esas eran parte de las razones que justificaron la existencia de aquella anciana institución y nunca fueron un misterio. Los tabúes morales de aquellos tiempos condenaban a esas mujeres víctimas de esos mencionados deslices. Poco importaban sus condiciones económicas y las condenas serían más severas en la medida que el nivel social fuera superior. La privacidad era respetada según nos cuenta el señorito Ciro Bianchi Ross, entonces, podemos afirmar que existía una solución a esos problemas existentes dentro de la sociedad y que la mujer no era condenada por ese acto de desprendimiento de su criatura.

… Para eso, en la fachada lateral del edificio que daba a la calzada de Belascoaín, estaba el torno. Se colocaba en él al infante y el depósito giraba al toque de una campanilla. Del otro lado recibía al niño abandonado una monja de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, congregación que atendía aquella institución semiparticular que trataba de suplir la incuria oficial en su intento de redimir males que el Estado no suprimía ni remediaba…

Bueno, las cosas comienzan a cambiar en este párrafo con la palabra “semiparticular” y me surge una sola pregunta, ¿quién o quiénes eran sus verdaderos propietarios? Debo suponer que si solo una parte de esa propiedad era particular, la otra correspondería al Estado. Puede afirmarse entonces que existe contradicción en pocas líneas con el insano propósito de atacar a ese Estado de turno. El mal existe en la sociedad desde los tiempos de la fundación de esa institución, cuya antigüedad, como puede observarse en el mismo artículo, data del 1687. Pero no nos remontemos tan atrás en la historia, podemos adelantarla al 1794 o definitivamente al 1852 para situarla en el lugar donde se encuentra hoy el hospital Hermanos Almeijeiras. Algo queda claro en el mensaje del señorito Ciro Bianchi Ross, esos males existentes en el seno de la sociedad, no fueron suprimidos o remediados por el Estado de entonces. Podemos afirmar entonces que sí lo han sido con la llegada de la “revolución”, La Casa de Beneficencia fue eliminada del contexto histórico de nuestro país en el año 1962, porque esa “revolución” eliminó el mal con su varita mágica a solo tres años de existencia.

… Mi amigo el poeta Norberto Codina, que nació en Caracas y es habanero por amor y vocación, incluyó en su reciente libro Caligrafía rápida un texto en el que apresa a La Habana «entre la memoria y los sentidos», y cuenta en esas páginas que, en su infancia «la curiosidad me hacía detenerme a veces junto a las rejas de la Beneficencia, para contemplar en diálogo mudo a mis iguales que desde el otro lado miraban al remolino de la calle con tristeza. No sé si estaba sugestionado por su condición de huérfanos y abandonados, pero esa es la memoria que tengo siempre que paso a la altura de San Lázaro y Belascoaín»…

Todo parece indicar que tanto el señorito Ciro como su amigo Norberto Codina padecen de mala memoria o no se documentaron correctamente. ¿En cuál reja se detenía el poeta y soñador Norberto Codina? Que yo sepa, la Beneficencia solo poseía dos verjas, la frontal que daba a la calle San Lázaro con un amplio jardín. La parte derecha de esa edificación (mirando al norte), correspondía a la capilla que siempre se mantuvo abierta al público. A la izquierda de la entrada principal se encontraban las oficinas de la escuela seguidas de la barbería y otros talleres. El alumnado nunca se encontraba en esos jardines desde donde solo existía la posibilidad de un contacto visual con ellos. La otra verja y que servía de acceso a los vehículos solamente, se encontraba en la parte posterior de la escuela, o sea, en la calle Virtudes entre Balsacoaín y Lucena. A la derecha (Siempre mirando al norte), se encontraba parte de la edificación dedicada a las aulas y a su izquierda el hospital. Los alumnos no teníamos acceso a esa área tampoco, debo suponer que se equivocó de escuela para describir ese diálogo mudo y triste de los huérfanos descritos.

… Yo, que de niño, al igual que Codina, fui varias veces al parque Maceo y que tal vez merendé alguna que otra vez en el café Vista Alegre, no me detuve nunca a mirar detrás de los muros de la Beneficencia. Era un coto, me parece, bastante cerrado, y, pese a su césped amable, me horrorizaba ese edificio, que aplastaba con su severidad. Recuerdo, sí, que antes de 1959, en las paradas estudiantiles de los 28 de enero en el Parque Central, y aun en los grandes actos cívicos de a comienzos de la Revolución, eran siempre parte del desfile niñas y niños de la Beneficencia con su bandera cubana enorme. Eran también dos de esos niños —solo varones— los que cada sábado «cantaban» el sorteo de la Lotería Nacional, que se transmitía por radio. Daban vueltas al bombo de donde salían las bolas; una, con el número del billete agraciado, y la otra, con la cantidad de dinero que lo premiaba. Uno de aquellos niños, con una entonación que se hacía pegajosa, decía, por ejemplo: 62 662 y el otro: cien pesos, hasta que caía el «gordo» y entonces la mesa invitaba al público a examinar la bola…

Si el señorito Ciro Codina se hubiera detenido a mirar detrás de los muros de la escuela, estoy convencido de que sería toda una celebridad dentro de nuestro país y el mundo. Solo una persona superdotada con una potente visión de RX podía ver a través de los ladrillos de sus paredes. La Beneficencia era un coto como él mismo dice, era un oasis, agregaría yo, un paraíso concebido para infantes pobres y huérfanos del que solo él se horrorizaba porque no sabe nada de lo que ocurría en su interior. ¿Por qué no escribe sobre las bondades de las escuelas en el campo? Estoy convencido de que sus conocimientos en este terreno serían superiores. Señorito Ciro, yo era uno de aquellos muchachitos que cantaba la lotería cada sábado.

… Abril era aquí el mes de la Beneficencia. Cada año, en esa fecha, salían a la calle numerosas muchachas a fin de recoger en una alcancía de lata la contribución ciudadana. Esa colecta tenía su slogan: «Con lo que a usted le sobra, puede hacer feliz a un niño», divisa que en mi memoria se enlaza con la de la fundación de ciegos Varona Suárez: «Para esos ojos cerrados, tenga usted su corazón abierto».

Las niñas de la Beneficencia vestían de uniforme blanco con pañoleta negra. Llevaban además, al menos en la calle, un gorrito blanco. Y zapatos de los que entonces se llamaban de colegiales. No recuerdo el uniforme de los varones. Todos, niños y niñas, tenían un solo apellido: Valdés…

Vuelve a la carga el señorito Ciro, esta vez pretende inculcar la idea de que la escuela se mantenía gracias a la caridad humana, algo absurdo y difícil de aceptar si observamos que esas actividades se realizaban solamente un mes al año. Yo fui de aquellos niños que salió acompañado de un mayor con una alcancía en la mano, vendí calcomanías en la barrera donde se pagaba el peaje a la salida del túnel, en el Cinódromo de Marianao, etc. ¿No se realizan esas actividades actualmente, no mendigan cualquier tipo de material para las escuelas en la isla? Ni los uniformes de las muchachitas eran los que él describe y el de los varones era de marineros. Teníamos zapatos para el diario y otro par para salir o festividades, de charol, por cierto. Una mentira garrafal al final de ese párrafo, no todos los muchachos de esa escuela eran de apellido Valdés, no todos éramos huérfanos y aquellos no constituían la mayoría del alumnado.

…Al ingresar en la Beneficencia se daba a los niños el apellido Valdés. Recibían allí educación y se les adiestraba para un oficio. A los más dotados intelectualmente, se les ayudaba si lo decidían a hacer estudios superiores. Un niño de esa Casa, Juan Bautista Valdés, se hizo médico y llegó a ser director de la institución. El poeta Gabriel de la Concepción Valdés, que haría célebre el seudónimo de Plácido, era también un expósito…

¿Por qué no menciona a Jorge Esquivel? Fue una celebridad dentro del Ballet Nacional de Cuba y pasó su infancia en esa escuela hasta que fue captado por Alicia Alonso. Lo mismo digo de Pablo Moré, Edmundo Ronquillo, Nicolás, Barroso, ellos pertenecieron a la primera generación de bailarines formados a principios de la “revolución” y ninguno era Valdés. Los alumnos, fueran huérfanos o no, nunca serían abandonado a su suerte, arribados a la mayoría de edad, partirían de la escuela con una formación que los ayudaría a enfrentar su nueva vida sin presiones ideológicas ni solicitudes de subordinación a partido político alguno.


FINAL


… La Beneficencia llegó a disponer de cuantiosos bienes propios. No era raro escuchar la afirmación de que eran ricos los niños de la Beneficencia. Lo eran, ciertamente, pero no les tocaba. Durante mucho tiempo fue administrada por la Sociedad Económica de Amigos del País y una Junta de Patronos regía sus destinos…

¿Qué ha pretendido expresar el señorito Ciro en este párrafo? ¿Esperaba le dieran a los alumnos parte de las ganancias de aquellos bienes propios? ¡Éramos ricos! No le quepa la menor duda de ello, aún siendo pobres, tuvimos una infancia de lujo comparada con la ofrecida por la “revolución”. Excelente alimentación, una educación envidiable de la que no ha disfrutado ningún niño después del arribo de esa fatal “revolución”, una escuela donde se predicaba el amor al prójimo y no la delación. Le diría un poco más, los fines de semana se les daba cierta cantidad de dinero a los muchachos mayores para que pasaran el día en la calle, el suficiente para asistir a cines, parques de diversiones y comer, ¿no es un lujo, no éramos ricos? ¿No era rico un muchacho cuya educación fuera orientada desde pequeño hacia todas las ramas del arte, la cultura, el deporte? ¿Cómo se explicaría que además de los estudios de primaria, un niño de solo once años perteneciera al coro de la escuela, grupo de arte dramático, estudiara música para ingresar en la magnífica banda de música de esa escuela, practicara fútbol, pelota, asistiera a la enorme biblioteca y le sobrara tiempo para cantar la lotería? ¡Éramos ricos, señorito Ciro! Solo que esa riqueza se evaporó a partir de aquel día fatal para todos nosotros, fue un seis de Enero del 59, ese día, los tres reyes magos llegaron disfrazados de verde olivo y sus palabras se transformaron en consignas. Agregue este detalle para su nuevo artículo.

…La ciudad fue creciendo y se metió encima de la Beneficencia. A fines de la década del 50, el gobierno de Batista compró el edificio. Sería demolido y en sus terrenos se construiría la sede del Banco Nacional. Se imponía buscar un nuevo sitio para el alojamiento de los expósitos. Triunfó la Revolución y se decidió instalarlos en lo que había sido el Instituto Cívico Militar, en Ceiba del Agua; un lugar amplio, salubre y apropiado para el desarrollo de la niñez y su esparcimiento. Se le dio el nombre de Hogar Granma a la nueva instalación.

La vida se transformaba en Cuba. La maternidad sin legalizaciones ni papeles dejaba de ser deshonrosa y las mujeres, sin excepción dueñas de sus vidas y destinos, entraban en capacidad para atender a sus hijos, incluso aquellas que los asumían como madres solteras. Bastaron entonces unas pocas casas para acoger a niños sin amparo filial. Ignora quien esto escribe qué pasó con aquel Hogar Granma ni cómo ni cuándo desapareció. El edificio de la Beneficencia fue demolido y se empezó la construcción del Banco. Un día esa obra se paralizó cuando ya se habían construido inmensas bóvedas para guardar los caudales de la nación. Y sobre lo hecho para la instalación bancaria se edificó el Hospital Ameijeiras.

http://www.cubanuestra.nu/web/article.asp?artID=7902

¡Vamos por pasos, señor Ciro! Antes de llegar a esa fase que usted menciona, parte del alumnado estuvo en las edificaciones de Tiscornia y luego, nos pasaron al edificio Dupont que se encontraba en la esquina de Lucerna y San Lázaro, única edificación en esa manzana que no pertenecía a la escuela. No fue hasta el año 60 ó 61 que nos pasaron a las instalaciones del antiguo Instituto Cívico Militar de Ceiba del Agua. Aquel centro fue bautizado como “Ciudad Hogar Granma” y su primera y única directora se llamaba Martha Cuervo (Viuda de Marcelo Salado) ¡Anota esos detalles para cuando vuelvas a continuar la historia! Resulta asombroso que usted ignore la forma en que desapareció esa escuela, ¿no se lo permitieron escribir o, lo escribió y lo censuraron? ¡Vamos, hombre! Usted lo sabe tan bien como yo, dígale a la gente que esa magnífica escuela fue convertida en un cuartel. ¿No sabe que nos sacaron de allí para convertirla en la escuela militar Antonio Maceo? Si tanto hurgó en la historia tuvo que tropezar con este escalón.

Desapareció por encanto, con un leve toquecito de la varita mágica de su “revolución”, como dice usted, la maternidad deshonrosa desapareció y nadie podía ser discriminado. Todo se iba esfumando de aquella sociedad sobrecargada de tabúes y prejuicios hasta lo que se ha logrado en nuestros días, el hombre nuevo y perfecto que combatió con saña todos esos vicios y es capaz de acoger hospitalariamente a los clientes de hijas prostituidas en sus propios hogares, ¿no resulta asombroso?

Pero bueno, no le he explicado cómo rayos desapareció. ¡Anote! Una parte de los alumnos fuimos asignados al naciente “Plan de Becas” del gobierno “revolucionario”, ¿cuántas veces he escrito esa palabra?, no se preocupe, todo está justificado, se supone que absolutamente todo ha sido construido o elaborado por esa “revolución” emancipadora. Antes de que se me olvide, el choque fue traumatizante, me refiero al cambio de escuela, ¡qué clase de mierda era ese “Plan de Becas”, y lo peor, veinte y tantos años después, mi hijo estuvo en la secundaria “República de Bulgaria”, te cuento que era “vanguardia nacional”. ¡Qué clase de porquería si la comparaba con La Beneficencia!

Sigo, el resto de los alumnos, la minoría que poseía el apellido Valdés, fueron ubicados en unas casas del barrio de la playa El Náutico bajo la tutela de la camarada Celia Sánchez, la orquídea de Cuba, ya sabes. Bueno, los niños huérfanos comenzaron desde entonces a ser llamados “Hijos de la Patria”, aprendimos desde esa fecha que la patria también paría. Con el tiempo fueron adquiriendo la mayoría de edad y desaparecieron de nuestra historia hasta ahora que usted vuelve a desempolvarlos, pero de qué manera y con cuantos errores.

Como usted mismo ha dicho, …“La vida se transformaba en Cuba. La maternidad sin legalizaciones ni papeles dejaba de ser deshonrosa y las mujeres, sin excepción dueñas de sus vidas y destinos, entraban en capacidad para atender a sus hijos, incluso aquellas que los asumían como madres solteras”… Tiene toda la razón, esas mismas mujeres son dueñas de sus destinos y vidas, lo peor, han tenido la grandeza y capacidad de atender a sus hijos. Porque hablando en plata y usted bien lo sabe, en la isla se impuso la costumbre del “borrón y cuenta nueva”. Las mujeres han tenido que asumir el papel de madre y padre para mantener a sus hijos después de un divorcio, tenga en cuenta que hablo en términos generales, ¿o no se ha dado por enterado?

¡Ahhhhhh! La revolución eliminó a la Beneficencia porque con la conciencia adquirida por el proletariado no existirían niños abandonados. ¿Será capaz de consumir esa mentira? Bueno, le sugiero que recorra cada municipio de La Habana y luego todas las provincias de la isla. Averigüe cuántos círculos infantiles existen para el cuidado de los hijos de la patria. Eso se lo dejo de tarea, no son muchos, pero no olvide que la patria pare, no un corazón como dijo Silvio un día.


Esteban Casañas Lostal
2007-05-14
Montreal..Canadá



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