"LA BARBERÍA" por Esteban Casañas Lostal Ni recuerdo por qué carajo fui a parar allí, pero una hora después de entrar al local, me encontraba sentado en uno de sus sillones. Me envolvieron, tuvo que ser así, ¿a quién coño se le ocurre viajar de Montreal a Miami para sentarse en una barbería?, solo a mí. ¡Ah! Pero la culpa la tuvo el marido de mi prima. Mira que jodió durante el trayecto recorrido por la forinai de Jayalía, insistió tanto que me cansó. ¡Claro! Él tuvo que agotarse también de escuchar mis protestas. ¡Coño, chino! Acabo de llegar de casa de las quimbambas donde hay un frío del carajo y me quieres meter en una barbería. ¡Asere! Vamos al cabrón Sedanos a comprar el laguer, no me jodas la existencia, yo no vine pa’eso. ¿No te das cuenta que tengo los días contados? ¡Ná! Y hasta el precio del pasaje anda por los aires. ¡No es justo! No es justo que vengas a complicarme la vida. ¡Total! Pa’pelarte esos cuatro pelos de mierda. ¡Mírate! Mírate por el retrovisor. ¿Qué coño tienes? Si hasta se te ve el cráneo, consorte. No me hagas esa, el pelo puede esperar hasta mañana. -¡No vuelvas a comprar estas bandejas de pollo! -¡Por Dios santos! ¿Qué carajo tiene esa bandeja de pollo? -¿No lo ves? Que viene con el pellejo y todo. -¡Claro que tiene que venir con el pellejo! ¿Has visto un pollo que se desnude antes de que lo maten? -Si lo vuelves a comprar vas a tener que limpiarlo tú. -¡No me digas, no me digas! Que fina se ha vuelto la señorita. Chica, y en Cuba, ¿cómo carajo lo comprabas? Cuando yo lo digo, esta comemierda tuvo que quedarse allá. ¡Hazme el favor, déjame tranquilo! Estoy escribiendo, ¿no lo entiendes? -Escribe lo que te de la gana, pero la próxima vez lo cocinas tú. Desapareció de la puerta de la oficina y sentí un gran alivio. Ahora tengo que volver a leer todo lo escrito, encender un cigarro, preparar un trago y refrescar hasta que se me pase el encabronamiento. ¡Hay que mandarla pa’llá, coño! Mandarla en carne pa’que vea lo que es bueno, cuando yo lo digo… El chino ni respondía, él es así, caprichoso. Cuando se le mete una cosa en la cabeza no hay quién lo saque del bache. Y luego, como yo no conocía todas las calles de Jayalía, porque en Miami todo es complicado. Que si es del ist, que si es del norist, que si el güest, que si el surgüest. ¡A la mierda! El que no sea piloto y conozca correctamente los puntos cardinales se pierde, se los digo yo que fui navegante. ¡Coño, qué manera de complicarle la vida a la gente! Eso tuvo que haber sido ideas de uno de esos cubanos que estudiaron en la Unión Soviética, esa maña de enredar las cosas viene de allá, de los rusos, a mí nadie me jode. Pero bueno, como lo mío es resolver mis necesidades, me aprendí bien el caminito para las posadas de Oquichovi. Forinai que tú conoces hasta la cuatro, ¿la cuatro del ist, del guest?, la que sea, y si no sabes, averigua, los cubanos saben perfectamente donde están las posadas. -¡Este pollo tiene peste! -¿Qué pollo tiene peste? -El que compraste. -La que tiene peste eres tú, ¿ya te bañaste? -La próxima vez que lo compres, lo vas a cocinar tú. -¡Chica! ¿vas a seguir rejodiendo con el cabrón pollo? -Pero es que yo nunca lo compro así, tú lo sabes. -¡Pero estaba en especial, coño! Esos pollos que tú compras acabados de sacar de la peluquería estaban muy caros. -Hubieras comprado otra cosa. -¿No te das cuenta que me sacas de concentración? No insistió y regresó por el mismo camino que había llegado. Ahora debo volver a leer nuevamente todo lo que había escrito. ¡Me pierdo, me pierdo! No hay quien me saque de Le Jeune y la forinai y la calle 8. Porque el que vaya a Miami y no visite la calle 8 y se tome aunque sea un café en el Versailles, ¡asere!, no estuviste en Miami. En Montreal no se come tanta cáscara de plátano, la mayoría de las calles tienen nombre de santos. ¡La Biblia, caballeros! Si te conoces el nombre de los santos, no tienes bateo. ¿Y el que sea musulmán? ¡Qué se joda! Mira que me dio vueltas el chino ese día, yo creo que recorrimos la mitad de Jayalía. ¡Mira que hablan mierdas de ese barrio! Y lo peor, son los propios cubanos. ¡Bah! Pero yo no les hago caso, se creen que porque viven ahora en Kendall son superiores. ¡Ná! Y cuando les preguntas, ¿de dónde eras? ¡Todos, caballeros! Toditicos te responden que eran del Vedado. Que si hay gallinas por la calle, que si debes tener cuidado al manejar por los perros callejeros, que si no se puede dormir la mañana por los cantos de los gallos, que si la gente hace bulla con sus mesas de dominó, que si joden demasiado con sus barbiquiús. ¡El cubaneo, coño! ¡Dejen que las gentes sean felices, no jodan! Parece que están viviendo en Cuba. ¡Ná! Y las cabronas cajeras de los mercados hablando entre ellas y las colas de clientes esperando. ¿Y luego? Ná, con su cara fresquísima que te dicen; “Disculpa, papito”. Y tú no eres su padre ni la cabeza de un guanajo, pero así es Jayalía y hay que respetarlo. ¡Al fin paró el chino, coño! -¿Cómo quieres comerte el pollo? -¿Vuelves a joder con el lío del pollo? -Tengo que preguntarte, como eres tan especial para comer. -¡Por Dios, hazlo como te de la gana! -Como te de la gana, no. ¿Cómo deseas comerlo? -Chica, ¿de cuántas maneras lo cocinabas en Cuba? -De dos maneras, pero aquí puedo hacerlo diferente. -No, mejor hazlo de una de esas dos maneras que conoces. Total, nos metimos casi veinte años comiéndolo igual. ¡Por Dios, no te pongas a inventar! -Pero lo puedo hacer a la barbacoa. -No estoy pa’eso. Allá por la necesidad, pero aquí hay de todo pa’echarle. -¿En salsa con papas? -¡Cómo te de la gana! Por Dios, déjame tranquilo. Se volvió a retirar con el teléfono en la mano, me salvó aquel timbrazo. ¡Carajo! Tengo que volver a leer de nuevo, mejor me detengo y enciendo otro cigarro. El salón era pequeño, solo tenía tres sillones que en esos momentos estaban ocupados. El chino se sentó frente al sillón del barbero que supuestamente lo pelaba, me presentó. -Cheo, él es un primo que vive en Canadá. -Mucho gusto. Respondió el hombre y decidió continuar su labor. -Encantado. Le respondí y me di cuenta de que los otros barberos y clientes fijaron su atención en mí. -¿En qué parte de Canadá vive? Preguntó el barbero que trabajaba en el sillón del medio. -¡Mira! Ya lo tiene medio descojonado. Intervino el cliente sentado en el sillón próximo a la puerta. -Aumento la apuesta, le voy Diego Tejera al rojo. Dijo el barbero amigo del chino. -¡Quince al azú! Apostó el barbero del sillón del medio, un jabao con varios tatuajes en su antebrazo izquierdo. -Yo vengo de Montreal. Le respondí en una breve pausa producida entre apuestas. -Good morning, how are you? Saludó el cartero y dejó sobre el buró un paquete de sobres, se dirigió hacia una de las sillas y se dejó caer sobre ella con familiar confianza, puso su enorme bolso de cuero. -¡Asere! No te la des de yuma, saluda en lengua cristiana. Le dijo el barbero del chino. -¡Tremendo frío, men! Yo no me explico que haces por allá’rriba. Intervino el cartero. -¡Ná! Lo mismo que ustedes por acá’bajo con este calor insoportable. -¡Hummm, de truco! Asere, ¿cómo resolviste ganártela tan lejos? -Igual que ustedes, inventando. -¡Inventando, no! Yo me la jugué en una balsa, me jamé nueve días en el agua. Expresó el cliente del primer sillón. -¡Consorte! La gente tiene derecho a ganársela como pueda, va y el socio luchó una temba que lo sacó de la trampa. Intervino el cartero. -¡Oye men! De temba nada, yo deserté en Canadá. -¡Ya ves, ya ves! Tienes la cabrona costumbre de considerar a todo el mundo un pinguero o jinetero. ¡Ahí tienes al socio! Se la ganó en buena lid. Expresó el barbero del chino mientras le cobraba al cliente. -El lío no es que se la ganen de esa manera u otra, la defensa está permitida. El problema es que se adapten a la nueva sociedad y dejen lo que hicieron. Intervino el cliente que pagaba mientras el chino ocupaba su puesto. -¡Oh! El azul se recuperó y le está dando cuero al rojo. ¡Aumento la apuesta! Dijo el barbero del chino. -¿Qué tiempo llevan peleando? Preguntó el cartero. -Más o menos cincuenta minutos. Respondió el barbero del sillón del medio. -Voy a cocinar el pollo con papas y en salsa de tomates. -¡Por tu madre! No resingues más con el cabrón pollo, me sacas de concentración. -Tengo que advertírtelo, porque eres un caso para comer. -¡No me jodas más! Orita ni como, ya me tienes medio cabrón. -¿Con arroz blanco? -Con lo que te salga de las nalgas. -Luego no protestes. Sonó el teléfono y se apartó de la puerta de mi oficina. -Ernesto, están vendiendo aguacates dominicanos en el Publix. Dijo el barbero del sillón del medio. -¡No jodas! Voy a comprarlos, porque la verdad, los de La Florida son pura agua. Respondió el cliente del primer sillón. -¡Caballeros! Eso tiene su justificación, aquí no hay tierra, todo es arena. Basta escarbar dos metros para encontrar agua. Respondió el barbero del chino. -¿Vieron la entrevista que le hicieron a esa blanca escandalosa que vive en México? -¿A cuál? Preguntaron todos a la vez. -Chicos, la que el marido se llama Bobby. Respondió el cartero. -¡Consorte, eso se cae de la mata! No hay calibre, esa jeva es para darle tranca y esta gente da mucha muela. ¡Tranca! Si no hay tranca no entienden. Intervino el barbero del primer sillón. -Voy a tomar café, ¿ustedes desean darse un toque? Les pregunté mientras me levantaba. -¡Qué no se diga, canadiense! Un toquecito a esta hora siempre es bien recibido, ¿verdad, cartero? -¡Por supuesto! No pierda el impulso, hombre. -Esa Niurka se las trae, ¿Cómo está el combate? -¿Cuál combate, caballeros? Les pregunté cuando me dirigía a la puerta. -¡Coño, canadiense! Parece que vienes de Babilonia, la pelea de los peces. Me respondió el barbero del primer sillón mientras señalaba hacia la vitrina que quedaba junto al vitral de la puerta. En esos instantes, el pez azul tenía acorralado al rojo en el fondo del pomo. -No crees que pegue más el arroz amarillo. Preguntó parada junto a la puerta. -¡Mira! No voy a comer. Me voy para la barbería y cuando regrese voy a parar en un Mc Donald’s. -Pero es que a ti no te gustan los McDonald’s. -No me gustan, ni me gustan los pollos cuando joden tanto. No voy a volver a leer de nuevo todo lo escrito, se acabó el cuento.
Esteban Casañas Lostal
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