"NUESTRA MOTA NEGRA" por Esteban Casañas Lostal El hambre experimentada en el mar debe tener los mismos efectos que la sed sufrida en un desierto. El espejismo es similar y esa hambre se multiplica hasta convertirse en una obsesión, porque cuando te asomas por cualquier lado, solo ves agua y el horizonte resulta infinito. De noche, ese estado de ansiedad se convierte en una pesadilla y cuentas las horas que faltan para poder arrojar algo dentro de un estómago por cuyas tripas nadan voraces tiburones. No todos los tiempos fueron malos, sería faltar a la verdad, pero fueron muy cortos aquellos de bonanza, creo que tuvieron la duración de un eclipse. Después, cayó sobre nosotros una maldición de la que nunca pudimos escapar, era como si nos hubieran dejado caer aquella Mota Negra, estábamos sentenciados. El día está nublado, llueve con paradas intermitentes desde hace dos meses, comienza el tiempo de las depresiones, oscurece a las cuatro de la tarde y todos se recogen más temprano. No caben dudas de que la tierra se ha calentado, hace varios años que la nieve escasea y las temperaturas mantienen un rumbo zigzagueante, hoy cae nieve, mañana se derrite, caen heladas, vuelve a descender el termómetro y el comportamiento de la gente no logra estabilizarse. Hay que buscar algún entretenimiento para matar ese aberrante aislamiento que nos llega cada invierno. Busco por diferentes canales y no encuentro nada interesante, Pinochet, Castro, novelitas rosas que nos exportan los mexicanos, muertes, muertes, más muertes, y Laura repartiendo carritos sandwicheros. Entro a Internet y el panorama no deja de ser el mismo, prefiero regresar un poco y sumergirme en los recuerdos. Voy a viajar un poquito a bordo de aquellos barcos convertidos en fantasmas. Mi entrada la he explicado en varios trabajos, pertenecí a esa generación con la que pretendieron eliminar los vicios del pasado, soy un conejillo de aquel laboratorio donde se desarrollaron tantos experimentos para lograr al hombre nuevo, el monstruo que tenemos hoy. Los buques heredados eran antiquísimos, casi todos sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial, solo unas pocas motonaves habían sido sumadas a una pequeña flota con sueños de ser algún día grande. La marinería estaba compuesta de rudos hombres muy hábiles y conocedores de su profesión, una marinería competente que mimaba a sus naves, y una oficialidad muy profesional. El tema de las campanas es lo que me interesa tratar en este trabajo, no me refiero a campanario alguno, hablo de las campanas sonadas a la hora de los desayunos, almuerzo, comidas y meriendas. Hubo naves donde fueron sustituidas por el sonido de una marimba y en contados casos por un pequeño gong. Sonaban, aunque con sonidos diferentes, eran esperadas sus notas por toda la tripulación. La dieta era bien variada en aquellos tiempos y los buques contaban con mayordomos preparados en escuelas de alta cocina. Los capitanes de aquellos tiempos eran exigentes en lo relacionado con la alimentación de sus tripulaciones, aunque claro, siempre han existido excepciones a cualquier regla. Hubo malos mayordomos y peores capitanes, pero en ambos casos se hicieron bien famosos en la flota y cada cual trataba de evitarlos en la medida de sus posibilidades. Hablemos de un desayuno con todas las de la ley, incluía un plato que casi nunca se repetía en la semana, porque los capitanes exigían la confección de un menú que luego ellos mismos aprobaban o rechazaban. Ese plato era servido con un vaso de jugo, le seguían el café con leche y el pan fresco con mantequilla. Para el cubano que solo se llevaba, cuando era posible, un vaso de leche al estómago antes de partir al trabajo, encontrarse ante ese desayuno requería un proceso de adaptación. A las diez de la mañana se ofertaba una pequeña merienda que casi siempre consistía en algo líquido, caliente o frío de acuerdo al clima reinante. El almuerzo consistía en la oferta de cuatro o cinco platos servidos como en los mejores restaurantes de La Habana, la flota contaba con camareros muy profesionales en sus trabajos y preparados igualmente en cursos especiales. A las tres de la tarde se ofrecía otra merienda y la cena era a las seis de la tarde. Para las guardias nocturnas se preparaba una merienda especial, fueran en puerto o navegando, se enviaban termos de café para el puente y máquinas. También se ofrecían meriendas al personal que participaba en maniobras nocturnas, esta etapa de felicidad en la marina mercante pude disfrutarla por el período de un año solamente, téngase en cuenta que pertenecí durante veinticuatro años a esa flota, el tiempo de desgracias es su diferencia. Comer de acuerdo a las exigencias del trabajo realizado en diferentes condiciones climatológicas, se convirtió poco a poco en un sacrificio. Pero no fueron solamente las restricciones impuestas por el gobierno con las reducciones del dinero destinado a esos fines. Hay que mencionar a un enemigo en potencia de miles de hombres, y hablo de hombres que tuvieron la posibilidad de emplear aquellos escasos recursos. Vale destacar las acciones inescrupulosas de capitanes y sobrecargos de todas esas etapas transcurridas en la historia de la marina mercante cubana que, algún día se escribirá con nombres y apellidos, duélale a quien le duela, debe escribirse. Muchos de esos personajes que lucraban con el hambre y luego miseria de nuestras tripulaciones, se encuentran hoy muy calladitos en el exterior, la mayoría de ellos en Miami disfrutando de un dudoso exilio. ¿Cómo robaban esos degenerados? Adquiriendo productos de las más bajas calidades y pagando precios de primera, se embolsaban las diferencias de acuerdo con los shipchandlers (proveedores) contratados por la misma Empresa de Navegación Mambisa, casi su totalidad tan corruptos como los capitanes y sobrecargos. En muchas oportunidades realizaban compras de mínimas cantidades y la operación fraudulenta se repetía. Estos casos resultaban alarmantes en puertos de Europa del norte y que atendía un chileno llamado Guillermo radicado en Rotterdam. España era la madre de todas esas operaciones con representaciones destacadas en Barcelona, Santander, Bilbao, Canarias, etc. Pero existían casos raros donde se sometían a las tripulaciones a sacrificios estúpidos sin beneficios en “apariencias” para el capitán o sobrecargo. Me refiero a esos capitanes que sometían a sus tripulaciones a situaciones de austeridad extremas, y que solo lo hacían con el propósito de obtener méritos revolucionarios o partidistas. Montalbán y Pedro J. Ferreiro Casas eran dos de esos ejemplares, sus vidas eran más miserables que las de cualquier marinero en todos los aspectos. Sin embargo, limitaban al extremo los gastos de divisas asignadas a las compras de alimentos para las tripulaciones. En el caso de Montalbán no pude contenerme durante un viaje realizado a Túnez y se lo manifesté personalmente. Consideré una falta de ética suya la renuncia a la comisión ofrecida por el shipchandler por crear antecedentes en contra de los demás capitanes. Sin embargo, este mismo Montalbán no renunció a esa comisión cuando pasamos por el canal de Kiel y Guillermo le pagó en dólares. Pedro J. Ferreiro Casas fue uno de los capitanes más miserables con los cuales me tocó compartir. Recuerdo que estando a bordo del buque “Renato Guitart” con la línea Bulgaria-Cuba. Ferreiro evitaba avituallar al buque en Canarias, Ceuta o Cádiz. Manifestaba que para evitar el gasto de divisas era recomendable realizar ese abastecimiento en Varna porque allí se pagaba con moneda del CAME. Esa patriótica actitud nos costó estar comiendo judías diariamente durante tres meses, pero gracias a Dios, aún existían hombres en la marina cubana y cuando quiso repetir la dosis, tuvo que enfrentarse a la rebelión de su tripulación con partido incluido. Debo destacar que Ferreiro no era militante del partido en aquel entonces, poseía un pasado ennegrecido por su participación en aquellos tribunales que realizaron juicios sumarios a principios de la “revolución”, pero no militaba en el partido. Espero que me sepan disculpar, voy a mandarle un mensaje a Pancho. Hola Pancho.- Te acuerdas de aquel horrible viaje que dimos de Cuba a Malasia a bordo del “Casablanca”. ¿No te acuerdas, Pancho? Nos metimos cuarenta y cinco días jugándonos la vida en aquella cafetera, nos detuvimos en veinticinco oportunidades por averías en máquinas. ¿Te acuerdas, Pancho? Los botes salvavidas no estaban avituallados, ni bajaban de sus pescantes Panchito y los tanques de agua estaban vacíos por encontrarse ponchados, ¿no lo recuerdas, cabroncito? Y tú, insistiéndome en que le hiciera un informe al viejo Vasallo, como si el pobre viejo tuviera la culpa de todo aquello. Pudiste abastecer al buque en Panamá, ¿sí o no?, no recuerdas que el buque era de bandera de conveniencia y no quisiste gastar plata en nada, ni en nuestra comida. ¡Qué hambre pasamos contigo, Panchito! ¿Y luego? Compraste en Singapur menos comida para la tripulación que la que yo compro semanalmente para mi casa. ¿Te acuerdas o no te acuerdas? Espero que recuerdes cuando entré a tu camarote para reclamarte mi parte en la mascada, y luego en China, porque eras avaro y sabías que nadie reclamaba algo ilegal, todo el mundo tenía miedo. Pero me aflojaste la plata, eras flojito Pancho. ¿Cómo te va en esas relaciones con La Habana? ¿Le haces lo mismo a los cubanos que navegan en tu buque? ¡Qué raro! Te vas, regresas, comercias con ellos y vives en Miami. Saluditos Panchito. Ya, era un mensajito a un entrañable capitán de la marina que ahora vive en el exterior, debo aclararles que Pancho tampoco era militante, es más, puedo asegurarles que los del partido lo odiaban. La cosa se puso dura, muy dura, poco importaba la longitud de los viajes, hambre se pasaba aún en cortas distancias, como las de Montreal a La Habana. Pudiera resultar increíble si les digo que, una vez llegamos hasta la esclusa de Montreal con destino a los Grandes Lagos comiendo las barreduras de la gambuza. Eso ocurrió a bordo del “Jiguaní” y el capitán era Raúl Hernández Sayas, uno de los capitanes más competentes con los cuales me tocó navegar, hoy vive en el exterior. Espero sepan disculparme si me detengo y le envío un mensajito. Hola Raúl.- ¡Compadre! Es muy probable que tu exagerada modestia no te permita hablar de estas cosas y puedan llegar a olvidarse. ¡Mi hermano, eres único! ¿Te acuerdas cuando se jodió el rotor de la antena del radar? Es probable que no lo recuerdes ahora, me refiero a ese viaje que nos destinaron al puerto de Antillas para descargar con el Jiguaní. Los Prácticos te informaron que el puerto se encontraba cerrado por mal tiempo y agarraste tremendo encabronamiento, ¿te acuerdas? Preguntaste quiénes estaban dispuestos a subir hasta el palo mayor para darle vueltas a la antena del radar. Ya sé que lo olvidaste por los años que han pasado, yo era timonel entonces y me ofrecí junto a Esmildo el marinero. Te comunico que el socio vive en Miami y es camionero de la Budweiser, bueno, otro día te cuento su historia, es muy larga y la que pasó no fue de amigos cuando firmó la salida de su hijo, se metió en la embajada del Perú. En fin, solo deseaba decirte que eres un caballo, metiste el barco dentro de la bahía mientras nosotros dos le dábamos vueltas a la antena con sendos palos de escoba. Eso, Raúl, no se repitió en la historia de la marina mercante cubana, faltaron huevos. Bueno, imagínate que después esos tiempos los capitanes cubanos agarraban Prácticos desde Francia hasta Finlandia. ¡Coño, Raúl! Navegaciones que nosotros realizábamos solitos con los pocos medios a bordo. En fin, mi hermano, los tiempos cambiaron mucho y lo que contaba era otra cosa.
Recibe un fuerte abrazo. Disculpen, no podía pasar por alto ese saludo, Raúl fue uno de los capitanes más apreciados en la flota, sumamente inteligente ese blanco, en fin, la mar. Creo que estaba hablando de la jama a bordo de los barcos. Sí, he tenido que regresar hasta los primeros párrafos de esto que deseo contarles. Cuando regresábamos de Asia se impuso una moda muy rara, el hambre que se sufría era indescriptible, pero por encima de esa situación, siempre se procuró vender una imagen contraria a nuestra realidad. Se guardaba un bistec en el refrigerador del camarote del capitán, la gente comenzó a llamarlo “El bistec del Práctico”, era sagrado y donde único podía sobrevivir era allí, en su camarote. Hace algunos años me referí a ese pedazo de carne en un trabajo, tuve mayor conciencia de lo que acontecía a mi alrededor luego de hacerme oficial, aunque el hambre era pareja para todos menos el capitán. En la mayoría de los casos donde se imponían esas regulaciones estomacales extremas, existía un capitán que apertrechaba frecuentemente su refrigerador en complicidad con los sobrecargos, surge entonces un mártir. No puedo recordar ahora su nombre porque el acontecimiento sucedió en la década de los setenta, fue a bordo de uno de aquellos buques conocidos como “gallegos”. Estando atracados en Viet Nam y no me explico ahora cómo rayos pudo lograrlo, el muchacho se introdujo en el elevador de platos que existía entre el pantry del comedor de oficiales y la cocina. Algo falló en sus cálculos y el elevador comenzó su descenso cuando aún su cabeza permanecía fuera de la puertecita. El joven murió al instante en su empeño por buscar algo de comida. La gente refinó sus métodos de robo o decomiso de algo que consideraron les pertenecía. Por ejemplo, los capitanes y sobrecargos robaban antes de que las mercancías llegaran al buque, no se embarraban las manos. Los camioneros de Cubalse se las transportaban hasta las puertas de su casa bajo el pago de una comisión que muy bien pudo ser en dinero, pero se aceptaban mejor las especias. Los capitanes no se detenían y gozando de inmunidad aduanal, sacaban parte de sus mercancías en los “portafachos” (portafolios), o simplemente acompañados por algún sobornado aduanero. Los últimos viajes fueron los peores, nadie le daba crédito a Cuba por una simple razón, no pagaba. Eso nos lo repetían en nuestro rostro a boca de jarro, no aceptaban nuestras llamadas telefónicas realizadas desde el buque. No existía dinero para pagarle a la tripulación ni para comprar comida. Solo aparecía el dinero para pagar el combustible y agua, acompañada de la orden de continuar viaje bajo cualquier condición. En varias oportunidades, el pago de esas operaciones llegaba desde cuentas particulares en Europa, nunca desde cuentas que correspondieran a nuestra empresa o ministerios. Un caso muy curioso y en las postrimerías de mi deserción, ocurrió en un viaje al puerto de Chittagong en Bangladesh. Habíamos permanecido varios días en Singapur en espera del dinero para avituallar al buque, plata que por supuesto nunca llegó. Arribamos a ese país y se abarloaron a nosotros varios sampanes cargados de alimentos y animales vivos. Los nativos no exigían dinero a cambio de sus mercancías, cargas que por supuesto, nosotros necesitábamos para continuar un viaje alrededor del mundo, manifestaron su disposición a cambiarlas por cables y cabos viejos, nuestros pañoles se encontraban repletos de esos materiales. Cuando fui a hablar con el capitán, éste me dijo que las orientaciones existentes exigían venderlos y llevar el dinero para La Habana. ¡Pero no tenemos comida para continuar el viaje! Son las disposiciones y no quiero meterme en líos, fue su respuesta, trata de hablar con el secretario del partido. Cuando me dirigí a Julián la respuesta fue similar, está orientado esto, lo mismo que me había manifestado el capitán. Pero es que no tenemos comida para continuar el viaje, las gambuzas se encuentran casi vacías, le dije. Es una acción muy delicada y va en contra de lo establecido, si deseas asumir las responsabilidades es asunto tuyo, pero trata de no involucrar al partido en esa acción. Nunca pude imaginar hasta qué punto habíamos sido castrados, los tiempos habían cambiado y no se repetirían aquellos síntomas de rebeldía de los primeros años. Éramos un rebaño de corderos que nos manteníamos atados por el miedo a miles de millas de distancia y en condiciones sumamente infrahumanas. No fue un acto de heroísmo el realizado por mi parte, creo me impulsó el desespero y aquella meta trazada en brindarle el mínimo de condiciones a mis subordinados, los mismos hombres a los que debía exigirles trabajo. Si me permiten voy a enviar mi último mensajito. Estimado Julián.- No imagino te encuentres comiendo sogas como la mayoría de los marinos que quedaron sin trabajo al desaparecer la flota. Eres buena culebra que sabrá sobrevivir en los tiempos de lluvia y de seca. ¿Te acuerdas cuando me pidieron la cabeza a bordo del “Bahía de Cienfuegos”? Ese viaje tú no estabas, pero me los fumé a todos, ha sido la única victoria que celebro, quizás, el acto más contrarrevolucionario realizado en mi vida. Acabé con el político, el capitán y con el núcleo del partido, ¿lo recuerdas? Fui el caso más famoso en toda la historia de la marina mercante, uno solo en contra de todos aquellos mosqueteros del rey. De algo debo sentirme orgulloso, sin embargo, aún y cuando me abrigaba la razón, tu partido, que en aquel momento era dirigido por Gary a nivel municipal, me mandó a matar, ¿no lo recuerdas? A todos esos inmorales los bajaron del buque antes de salir en viaje para Montreal, tú embarcaste de nuevo con tu esposa en un viaje de estímulo, ¿lo recuerdas ahora? En la popa del barco le prometiste al chino, secretario caído en desgracia ante mi batalla, que harías lo posible por fumarme ese viaje. Para fatalidad tuya, pasó en ese instante un tripulante que me alertó. Solo me resta decirte una cosa, el que escapó entonces fuiste tú, no solo tú, escapó Nerey el sobrecargo y Miguelito el capitán, conoces perfectamente a tus compañeros de fechorías. ¡Escaparon, Julián! Yo estaba desenrolado el día que los agarró la aduana con varios pargos pescados en las neveras del barco. ¿No lo recuerdas? ¡Camarada, se estaban robando la comida de la tripulación! Escaparon porque yo no era el primer oficial del buque en ese instante y me enteré mucho después. ¡Créeme! Me los hubiera fumado a todos por inmorales, por ladrones, por hijoputas que jugaban con el destino de muchas personas. Si yo hubiera estado en el buque en aquel momento, ni te imaginas el placer sentido por aplastarlos a ustedes de la misma manera que aplasté a los otros, escapaste. He tenido algunas noticias tuyas y ninguna me interesan, no eres nada y debes aferrarte a la continuidad de ese sistema. Dile a Nerey que supe de la existencia de su paladar y no olvido todos sus discursos a bordo del “Bahía de Cienfuegos” donde era el clavista. Dile que nunca olvido la descarga que le echó a la gente de la UJC en una reunión realizada en el camarote de Montalbán. ¡Parece mentira que ustedes! La cuna donde se nutre el partido, protesten por la comida a bordo. ¡Aquí desayunamos, almorzamos y comemos! Dile a Nerey que tiene muy mala memoria, desayunábamos, almorzábamos y comíamos mierda por su culpa, por todo lo que se robaba para su casa, porque salió mal abastecido de La Habana y los de Nuevitas no tenían comida. En fin, la mar, pero él era el chivato del buque y la gente le temía. ¡Coño, Julián! Qué pena no haber estado allí el día que los agarraron robándose los pargos. La cosa hubiera sido diferente, yo no pertenecía a nada y me los hubiera fumado con tremendo gusto. ¡Ah! Dile a Nerey que el último viaje a Amberes se me pegaron dos mil tablas y no me dio la gana de regalarle un solo centavo. Dile que saque cuentas y se explique cómo compré todas las cosas que llevé para mi casa, dile que averigüe de dónde salieron todas aquellas cajas de whiskey y cocacola que le regalé a la tripulación mientras él, el jefe de máquinas y el capitán se lo tragaban todo solitos, porque yo era un tiburón que me mojaba y salpicaba. Bueno Julián, si luego recuerdo otra página de la marina donde te encuentres involucrado, no dudes que saldrás a flote y tal vez te sirvan de méritos, no olvides que son escritas por un contrarrevolucionario. Tengo que revisar tus antepasados como secretario del sindicato de la flota y donde ganamos un puesto en la emulación socialista que te garantizara un viaje de estímulo, bueno, yo también lo disfruté y no hice otra cosa que cumplir con mi deber.
Un saludito. Espero sepan disculparme por estos mensajes que me han apartado un poco del objetivo de mi trabajo, pero créanme, eran inevitables. Deja ver si se me suelta la lengua y comienzo a mencionar gente como Delfín en Miami. ¡Ojo! Antes de culminar, atención Jorge Torres Portela, trata de remitirte al trabajo titulado “Al Garete”. Creo que eres uno de los pocos privilegiados al que dedicara tanto tiempo. Me enteré que viviste en España y ahora andas por Miami, pero hiciste tanto daño en Cuba que bien mereces dedicarte un poquito de atención. ¡Ño! El día sigue nublado y no para de llover, ya está oscureciendo y mi nieto llegó de la escuela. Dentro de unos minutos es de noche y debo buscar algo para combatir este aburrimiento. Recorreré los canales de televisión nuevamente y espero encontrar algo agradable, estos días oscuros me regresan a la oscuridad de aquellos tiempos y no considero sean beneficiosos para estos personajillos en Cuba o el “destierro”.
Esteban Casañas Lostal
Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que
el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.
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