"MICAELA Y SU CONGA HABANERA"

por Esteban Casañas Lostal


Hace unas horas me llamó Micaela, no es la mujer de la conga santiaguera y nunca vivió en Santiago, creo que sin conocerla la detestaba, así de injusta es ella. Lo hizo encabronada por algo que escribí y me acusó de descarado, me lo disparó a boca de jarro y no me dio tiempo para utilizar justificaciones. Me sorprendió mucho, porque si algo tenemos nosotros, los cubanos, es que disparamos lo que llevamos dentro como una ráfaga hasta que el cañón de la ametralladora se calienta y derrite. Luego y cuando el calor se agotó o nos detuvo, nos enfriamos, logramos pensar algo, solo algo, porque casi nunca lo hacemos y cuando ocurre es encabronado. Después, nos arrepentimos de casi todo lo dicho sin pensar, sin medir consecuencias y heridas producidas, entonces, nos persigue el fantasma de la conciencia como fiscal que siempre nos condena.

El lío de Micaela es pasajero, yo la conozco perfectamente bien, es como su conga, aunque ésta ha durado bastante por el contenido de su letra. Un nuevo estilo para hablar de nuestro dolor, así, bailando paquí y pallá, sonriendo, moviendo el culito, sudando mientras suenan las cornetas chinas y arrollamos por Trocha o la Alameda. Así, aparentado ser feliz y convenciendo al turista de que lo somos, tanto, que muchos de nosotros se lo creen, pero solo mientras suena la conga y arrollamos. Después, son otros veinte pesos que solo los cubanos conocemos.

Yo la dejé desahogarse, no hay nada tan fatal como interrumpir a un cubano cuando pretende soltar algo. Son tan pocas las veces que lo hace, tan extrañas, que interrumpirlo es un verdadero crimen, aunque sean incoherencias las cosas que se dicen. Micaela se apagó como un quinqué cuando lo soltó todo, y gracias a Dios, que al fin existe, porque ya me tenía en llamas la oreja derecha, la izquierda no la uso por un problema de hipoacusia. Busco esta palabra en el Larousse, no sabía si era con zeta o ce, la escuché por primera vez en la Benéfica, hasta aquel matadero fui a parar evadiendo el aparatico que tenían en el hospital Fajardo. Ya me había burlado de la mujer que hacía esos exámenes en varias oportunidades, pero la última vez me jodieron, habían cambiado a aquella hermosa muchacha por una horrorosa e insobornable, tuvo que haber sido una de las pocas militantes puras que no escuchaban sobre invitaciones al Conejito, Riviera o Zaragozana. Me jodió aquella cabrona y puso en el certificado que yo tenía ponchada la oreja izquierda, como si fuera mi culpa y no por los cañonazos escuchados durante mis tres años de Servicio. Había que inventar y luchar para continuar trabajando en el puente. Bueno, todo pudo resolverse con un aparatico de los que usan los sordos y dejarse un poco la melenita, aunque eso traía aparejada negativas consecuencias, ya saben ustedes las burumbas que existían entre el pelo largo y la ideología, el culo y la CIA.

Gracias a Dios que siempre aparece un alma caritativa y solidaria en esa isla. Era un doctor negro, y cuando digo negro, hablo de un tipo con el mismo color de la tinta para zapatos que se vendían antes de la revolución. Su color no era una virtud tampoco, el asunto es que el médico estaba empatado con la madre de un socio con el mismo problema, y por supuesto, la madre del socio era blanca de ojos azules. Situación nada agradable pal socio aunque digan que en Cuba no hay racismo, y caballeros, hay que sacarle lascas. El socio lo pensó un millón de veces y la situación se convirtió en una ecuación de la que solo nosotros sabíamos los resultados. Negro es a blanca como hipoacusia es igual a equis y donde equis podía ser el final de la carrera de Piloto. Hacíamos transposición de términos y siempre el resultado era el mismo, hipoacusia es a blanca como negro es igual a equis. ¡Asere! Si el prieto no entiende el problema le ponemos la mala con la pura y que vaya a comer coco a casa del carajo. No hubo necesidad de tantas presiones, ¡coño!, que negro más decente, ese negro era rubio y de ojos verdes.

Entonces Micaela cerró la boca, ya era tiempo, coño, tenía que darme un filo para que escuchara también mis argumentos, esto es muy difícil en el caso cubano y pensé nunca lograrlo. Pero fíjense ustedes, se cayó la muy cabrona, increíble. Ahí estaban latentes sus acusaciones, eres un descarado para escribir eso, yo me imagino que tu mujer no lee nada de eso. ¡Pero escúchame Micaela! ¿Qué voy a escucharte? Con todo lo que nosotras nos sacrificábamos esperándolos de sus largos viajes, ¡y mira eso!, se la pasaban vacilando por el interior de la república. Esa misma Maritza, era una de las puticas con las que estuviste antes de llegar a La Habana. ¡Pero escúchame Micaela! ¿Y no vas a decirme que no te acostaste con ella? ¡Fíjate!, los años que han pasado y no has olvidado nada. ¡Pero escúchame Micaela! Con lo putas que son las santiagueras, así era, tratando de pescar un habanero para escapar de aquel infierno. ¡No digo yo! ¿Quién carajo puede ser feliz vendiendo luz brillante? ¡Pero escúchame Micaela! No te escucho nada, ¡y fíjate!, ni tu socio quiere leer esa mierda que escribiste. Tú sabes que él siempre ha sido un hombre correcto y no entra en esos desprestigios. Esta vez me rendí yo y guardé silencio, no quise insistir, me encontraba ante una revelación divina y esa noticia debía conocerla el Papa. Bueno, hablamos otro día, hoy no estoy de humor para tus cabronadas. Micaela colgó el teléfono y me dejó con las huellas del auricular en la oreja. Cinco minutos, solo cinco minutos después volvió a llamarme, yo sabía que era ella por lo chismosos que son estos telefonitos de ahora.

-Chico, ¿estás bravo conmigo? Su tono de voz había cambiado, no la reconocía, no había dado oportunidad a que se enfriara mi oreja izquierda.

-Yo bravo, ¿por qué? No me salían otras palabras, me había hecho retroceder no se sabe cuántos años y veía a aquellas fieles mujeres con sus hijos esperando la entrada del barco junto al Castillo de La Punta. Observaba a un ejército de fiñes corriendo paralelos a nosotros mientras una larga pitada anunciaba nuestra entrada. Recordaba aquellas intermitentes lunas de miel y fiestas interminables, como tratando de recuperar el tiempo perdido. Escuchaba las voces infantiles de esos muchachos hoy convertidos en padres y que nos hicieron abuelos, unos más apurados que otros. Aquellos gritos de ¡Papi! son imborrables, y el malecón no era lo que es hoy. Vuelvo a entrar por esa boca que nos devoraba con sus pestes y aguas contaminadas mientras se repetía la pitada y se escuchaban voces familiares por el VHF. ¡Mambicuba Habana, través con el Morro a las doce y cincuenta! ¡Coño! Que todo no era así Micaela, la pureza no era absoluta ni todas eran sacrificadas. Tuve deseos de decirle esas cosas, había gente que las prefería compartida, que de santos no estamos abundantes tampoco, pero me callé.

-No sé, por todas las cosas que te dije. Tuve que llamarte porque me quedé preocupada, tú sabes que somos amigos, coño. Me aliviaron sus palabras.

-¿Sabes que pasa? Siempre han leído cosas mías que los hacen reír, disfrutan mucho cuando me burlo de la momia, de nuestras tragedias, de nuestros problemas.

-No me jodas, tú sabes a qué me refiero, nos jodimos bastante esperándolos a ustedes.

-Pero no puedes hablar en plural, no todas eran puras, o impuras, como la novela de Miguel de Carrión. Tú misma te las encontraste cuando ibas a cobrar a la caja de la empresa, muchas iban acompañadas de sus queridos. ¿Falso o verdadero?

-Tienes razón, pero no puedes decirme que no estuviste con esa santiaguera.

-Supongamos que sea una creación, ¿por qué no puede ser?

-¿Creación? No me jodas, casi todo lo que escribes es cierto y corresponde a páginas de tu vida.

-¿Te acuerdas del serial "En silencio ha tenido que ser"?

-Claro que me acuerdo.

-¿Piensas que David fue una sola persona?

-Pudo ser.

-No seas infantil, si David era uno solo muy bien podía compararse con Superman.

-Yo creo que una vez dijeron ser la síntesis de la labor realizada por muchos hombres.

-¿Y lo creíste?

-Pudo ser en su momento.

-Y si yo te digo que Maritza es el resumen de varias mujeres, ¿lo creerías?

-Vamos a volver al punto de partida, tú eres un descarado.

-¿Por qué le crees a ellos y no lo haces conmigo?

-Porque te conozco.

-¡No jodas Micaela! Si eres mi amiga debes darme cuando menos un voto de confianza.

-Precisamente, por conocerte no te lo doy.

-Supongamos que la muchacha de la luz brillante sea una persona que conocí y no necesariamente me acosté con ella. Supongamos que la costurera sea otra, que la vendedora de carne en la bolsa negra también, que la hija de la vieja que andaba con marineros sea otra, que la muchacha rubia del hotel Casa Granda sea otra, supongamos…

-Supongamos que mi abuela tuviera ruedas y fuera una bicicleta. No me jodas.

-Definitivamente no me crees.

-Definitivamente no te creo, ¿estás enojado conmigo?

-No, no es la primera vez que me escriben para decirme lo mismo, ¿y sabes una cosa?, no me preocupo mucho por la opinión de la gente. Nunca se podrá satisfacer el gusto individual, será imposible escribir lo que cada cual desea leer. Además, ¿decimos la verdad con todos sus defectos y dolores, o nos limitamos a satisfacer nuestro ego?

-Bueno, solo quería decirte que me quedé preocupada después que te colgué.

-No te preocupes, somos mayores de edad y ahora librepensadores, hemos ganado en experiencia, solo que a veces retrocedemos en el almanaque y geografía, eso nos hace vulnerables. Micaela se despidió y colgó nuevamente, yo respiré un poco más tranquilo y pensé, no dejo de pensar. Ella se dejó arrastrar por los toques a degüello de Elpidio Valdés, comió el pescado de Julito y salió en plena boda a arreglar la grúa del viejo espigón. Micaela pretendió dormir a sus hijos con la calabacita y un día descubrió el molesto desvelo que producen las tripas vacías. Conoció de cerca las matemáticas al dividir un pollo entre cuatro personas y luego volver a dividirlo entre nueve días. Se cansó del asco que sentía al lavar pedazos de sábanas que usaba mensualmente. Micaela se encabrona cuando escribo, ella está viva y yo sigo escuchando el teléfono con el oído derecho. Nunca le he encontrado una explicación al criterio de las cubanas, todas las queridas son putas, aunque ellas no sepan que eres casado, ¿y el día que ellas se conviertan en queridas?, ¿son putas también?

Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2006-11-22


Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.

Jalil Gibrán



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