"EL REPARADOR DE SUEÑOS"

por Esteban Casañas Lostal


Recuerdo aquellos tiempos de letargo, que en mi caso no fueron extensos tampoco por mi condición de privilegiado. Porque privilegio siempre ha sido algo tan simple como observar La Habana desde el mar, atrapado a una distancia inferior al destello de su faro, mirarla fuera de sus pestes y bullicio, admirarla más allá de la distancia de una cola. Disfrutarla desde el aire, como un aura tiñosa o un simple viajero, el que escapa de sus vicios o el que llega a hundirse en las profundas aguas de una vagina tierna y tibia. Recuerdo lo que un día soñé y se convirtió en pesadilla, sueños simples y nada vanidosos, desvelos repetidos y molestos.

Soñaba cuando se iba la luz, entonces, el flamboyán podía grabar su nombre en la piel de la muchacha. Será tarde para recuperar el tiempo perdido, me dije siempre entre sueños, y el camino, agotado por consumir suelas de sus zapatos caería rendido. Entre penumbras tratará de brillar algo y el trovador con voz estridente de gaviota, pedirá nuevamente se le crea cuando dice futuro y espante al espanto porque la era está de parto. Soñé que las sombras dominaron el universo y las estrellas se apagaban, las golondrinas perderían su curso y la cabellera de la chica extrañaría la ausencia de sus nidos. La arena devolvería huesos perdidos que sepultamos con paladas de mar y vergüenza oculta por la oscuridad. ¿Y el miedo? Nadie se percataría de ello en las sombras, serán cómplices de rostros desfigurados por la maldad y caras que se esconden marchitadas por la falta de claridad.

Recuerdo mi vida hoy consumida como una vela cualquiera, sin olor ni santos para dedicarla, con prejuicios y dolor para aceptarla indiferente, sin la mentalidad de un pinguero o jinetera, una tarjeta blanca impresa con el bollo o la pinga, nublada la vergüenza o la mente. Palabras sin gracia, sonrisas ofensivas, dolor oculto sin protección y carente de escudo, himno o bandera, culos parias y mercenarios que se venden al mejor postor.

Me pierdo en el tiempo y no me reconozco, tropiezo conmigo mismo, con la zancadilla de mis padres y hermanos, la delación de mis compañeros. Vago y sobrevivo en un mundo distinto, muy diferente al mío, quizás el regalado por el reparador de sueños que me vendió un cantante mercenario. Entonces, llega el enano que lo repara todo, hasta los sueños, y convierte la mierda en oro, y con ese oro yo iba hasta una tienda y lo cambiaba por un ventilador, ¿iba con el oro o la bolsa de mierda antes de ser reciclada por un enano caprichoso? Quién pudiera recordarlo, me siento ante el televisor cuando estoy agotado, no me siento, me acuesto y veo algo, regreso nuevamente al punto de partida donde la luz desaparece frecuentemente, donde la vida es un apagón.

Regreso y veo a la gente que nació después de mí, después de yo, y pienso mucho cuando los observo como seres extraños que hablamos otra lengua y pensamos diferente. Pienso yo, ellos no piensan, acuden al mandato de una voz que los esclaviza aunque hayan pagado su libertad con el bollo o la pinga, o con el culo tal vez. Pienso en el momento del apagón, cuando se apague la luz y el sueño caiga vencido por la maldad. El veneno del discurso enardecido cerrará sus ojos y el odio arrepentido entrará al templo en busca de piedad, pero sus rezos tardíos no serán escuchados en medio de la negrura que provoca la ira. El flamboyán tratará de borrar su nombre grabado en el tronco de la niña y la conciencia cerrará las piernas, la herida no se curará y el padre dejará de alimentarse con sus gemidos. Las profecías incumplidas del mestizo poeta perderán su rumbo, nadie podrá escucharlas donde nunca tuvieron ni tendrán nada, solo sombras que esconden frustraciones y vuelve el reparador de sueños donde nada se puede reparar y todo está casi perdido, y no se puede obtener un ventilador con una bolsa de mierda, porque ella no es oro y apesta.

Y en el televisor veo algo que me traslada, no hacia mis tiempos, pero sí hasta los propósitos de mi conciencia, la que tal vez nunca tuve y se marchitó con la ausencia del sol. Amarga es nuestra azúcar y Cuba mi barrio cargado de esa tragedia que nunca quise, miro hacia todos lados y me piden silencio, complicidad, tranquilidad e indiferencia. Vuelvo a mirar y me inquieto, nunca los conocí, no los veo, no forman parte de las vidas de una tierra donde viví y temí siempre lo peor, que no existieran sobrevivientes a tanta oscuridad.

Cuando se apague la luz, el payaso ocultará su dentadura y no necesitará embarrarse el rostro, lo tendrá cubierto por el barro de sus caídas y la fetidez de sus forzadas risotadas enfermarán los oídos que la escucharán. Caerán los dedos de las manos que lo aplauden con tanta hipocresía y la esperanza caerá helada por falta de calor. La indiferencia continuará indiferente ante la ausencia de dolor, porque la sombra será el elixir maravilloso contra el desprecio creado por la claridad.

Cuando se apague la luz existirá un túnel bloqueado, lleno de trampas y minas, al final hay luz. Solo unos cuantos elegidos la alcanzarán, como los espermatozoides que viajan por un agradable canal. ¡Alabado sea el señor! Promesas de curas y pastores, patriarcas que nunca serán privados de luz, o tendrán una linterna con baterías recargables por oraciones, oremos para salvarnos, ordenan muchos, ¿y el diezmo, y las violaciones?, las sombras borran huellas. ¿Podrá distinguirse entre una virgen blanca y una negra en medio de la oscuridad? ¿Podrá distinguirse por quién se reza? Hay dudas, un mar infinito de desconfianza, ¿hay que rezar encima de eso?

Continúo en el televisor y veo a un actor decir que desea ser algo en la vida, desea ser él de la misma manera que un día deseé ser yo. Eso mismo lo he escuchado desde diferentes direcciones y nadie escuchaba, nadie entiende ese puto lenguaje, como si el camino de los cubanos estuviera embrujado y todos condenados a ser un solo con un único destino. Miro a mi alrededor y la oscuridad no me permite ver más allá de la fragancia de una puta barata, perfume que se opaca con el ladrido de diferente semen. Peor aún, observo a un pinguero disfrazado de hombre, como si la hombría se identificara por dos huevos. Habla con miedo, piensa con miedo, actúa con miedo y me invita a participar de su cobardía. Miro a mi lado y encuentro a una jinetera, activa o retirada, la admiro o desprecio. Veo a una mujer valiente que trata de escapar de su trampa, observo a un ser que alimenta a una prole con sus mentiras o vagina. Miro a mi lado y veo al mismo tipo que conocí en aquella tierra, al timorato, al cobarde, al delator, al envidioso, al chivato, al pendejo que no desea complicarse la vida con una palabra, al cubano que un día existió y hoy no existe, al que no tengo derecho a denunciar de acuerdo a las leyes de la democracia.

Cuando se apague la luz, correré por cada cuarto cambiando la posición de cada interruptor. Lo haré para evitar me descubran besando a mi novia como aquella vez, puede que no, ya ha pasado mucho tiempo y resultaría ridículo. ¡Claro que sí! Moveré cada interruptor para evitar nos llegue la luz, la claridad hiere, no deseo ver el rostro de la mentira, no quiero verle la cara a tantos cobardes, no quiero ser cómplice de tanta infamia o pendejadas. Solo encendería nuevamente la luz para exigirle al flamboyán que no grabe su nombre en la piel de una muchacha.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá.
2006-11-20


Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.

Jalil Gibrán

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