EL AMOR TODO LO PUEDE

por Esteban Casañas Lostal


Llega un tiempo duro de roer, no se puede consumir humanamente, es sencillamente duro. Cuando realizas esa acción repetidamente, como yo, se te van gastando los dientes y puedes dejar de ser un roedor. El árbol que encontramos adulto a la entrada de la casa, es el primero en rendirse cuando se aproximan estos tiempos difíciles. Se ablanda como nosotros, se vuelve amarillo, luego, comienza a desprenderse de sus molestas hojas que nos brindan sombra. ¡No hacen falta!, piensa el dichoso árbol, el sol no calentará más hasta el nuevo año y en pocos días inicia su período de calvicie. Todo lo caga con esos desprendimientos, como nosotros, todo lo cagamos cuando nos ponemos viejos. Pero el árbol es joven y nos obliga a barrer la entrada cada mañana, y hay que espantar todas sus amarillas hojas del parabrisas antes de partir, y en tu marcha, vas repartiendo hojitas de tu árbol durante el recorrido por varias cuadras. No solo cagan los viejos, pienso, los jóvenes también tienen derecho.

El sol se cansa como nosotros y cada día llega un poco más tarde a su trabajo, tanto, que apenas nos ilumina y con la jodienda existente con el precio del petróleo, se niega poco a poco a calentarnos. Todo se enfría, todo se congela, hasta nuestros recuerdos. Todo se esfuma y desvanece, todo se cae como una hoja cualquiera, amarillas o verdes, olvidamos. Siempre lo imagino diferente en su época de alegrías, unas veces y al salir para mi trabajo, pienso que es una mata de ciruelas y él nunca se ofende, todo lo contrario, me regala el nido de cualquier pájaro, hasta de esos que vienen solo en primaveras, como lo hacen muchos mexicanos. En otras ocasiones lo imagino como una mata de mango, con sus dulces frutas y encantador aroma. El muy cabrón me regala un panal de abejas para completar mis extravagantes imaginaciones, entonces, un vecino llama a los bomberos. Cierran la calle y un tipo con un traje parecido al que usan los cosmonautas asciende por una escalerilla con una pistola de humo. Al carajo el panal, los mangos y los pensamientos tropicales, me regresan a este país a la velocidad de un trueno.

En el patio hay otros árboles, los imagino más viejos por su estatura, aunque el detalle no sea nada serio. Siempre que hacemos un barbiquiú, nada frecuente por nuestras ocupadas vidas, creo que dos al año y donde es imposible reunir a toda la familia, porque ese ritmo es el que impone esa vida aquí. Unos, porque están trabajando, otros, porque andan de viaje. El resto, porque andan en otros barbiquiues llenando el vacío de aquellos que andan trabajando o de viaje y es importante compensar ese espacio desperdiciado o inocupado en familias ajenas. Por compromiso o quedar bien con ellos, por una rara solidaridad, por un gesto extraño y no nos damos cuenta de nuestra ausencia en lugares muy importantes, nos alejamos, dejamos de ser familia. Somos socios atados por el corte de una tripa umbilical que luego se ha secado. En esos escasos momentos donde nos reunimos y nos encargamos de no hacer un pase de lista, miro hacia los árboles del patio y se me antojan de aguacates. Es de esas pocas obsesiones que me persiguen con saña, no me he podido comer un puto aguacate con el sabor y textura de su masa como lo hacía en Cuba. No por ello me voy a morir tampoco, es solo un detalle aunque parezca insignificante y justifique esa rara manía de estar comparando a un árbol con otro que no pare en ninguna época del año, pero los caprichos de la mente son así, y no me voy a deshojar tampoco, aunque me quede calvo, ¡al carajo el aguacate!

El otoño es bello por el colorido que ofrecen esos árboles, pero es muy pasajero, corto, es un proceso que dura pocas semanas. Luego, todo se vuelve monótono y los árboles quedan desnudos, muestran con descaro sus esqueletos, y el sol va llegando cada día más tarde. Después, todo es invadido por la mierda blanca, la que es celebrada en su primera caída de la misma manera que se hace con el primer beso. Luego, te cansas de besar y ese trasiego de lenguas y salivas se torna aburrido cuando no tiene sentido. Después, cuando la mierda blanca es muy repetida y te obliga a vivir con una pala en la mano, se convierte tan detestable como aquel beso equivocado en una boca con mal aliento. La mierda blanca es inodora, pero apesta con sus sombras, sus calles vacías, su silencio, el ritmo tan lento que impone a la vida, ausencia de pájaros y promiscuidad. La mierda blanca que cae del cielo es mierda y confunde mucho, niebla ideas, borra pensamientos, dobla rodillas con sus reumas, afloja voluntades, quiebra, apesta.

Hacía tiempo que no la veía y su visita me sorprendió, su hija es bella y radiante de simpatía, es muy jovial en su trato y la primera vez que nos encontramos fue casual, ella no imaginaba que yo conocía a casi toda su familia. No recordaba su nombre y tuvo que repetirlo una vez más, eso me ha sucedido con frecuencia, pero se justifica con el trato diario con decenas de personas diferentes y siempre trato de buscar un pretexto a tan imperdonable olvido. Es como el profesor, siempre digo, todos los alumnos se acuerdan de su nombre, pero el pobre, solo puede almacenar en su memoria el de los alumnos más famosos, por buenos o malos, pero solo ellos, casi siempre quedan complacidos con esa simple y humana justificación.

-Hay que amarrarse los pantalones de aquí pa’lante. Les dije mientras les entregaba los menús. ¿Será posible que me encuentre limitado a la hora de escribir sobre el pasado? Me cuestiono y no encuentro respuesta, todo parece indicar que comienzo a mudar las hojas también.

-¡Ya! ¿Viste como está el tiempo? Contestó la muchacha mientras la madre trataba de acomodar su ligero abrigo en el espaldar del taburete.

-De ranas, este tiempo es de ranas. Pero estamos jodidos, nunca he escuchado el croar de una rana, y que no es por falta de recursos, yo vivo al lado del río.

-Así mismo es, a partir de ahora a cagar pelos, eso es lo que nos espera. Dijo la muchacha mientras abría su menú y yo observaba al joven que las acompañaba, su rostro no me era familiar.

-Te ves agotado, las ojeras te llegan a la rodilla. Intervino la madre luego de acomodarse.

-Ni te imaginas, anoche llegué a la casa a las tres de la madrugada y tuve que salir a las nueve a completar las reservas. Anoche tuve un ejército de personas celebrando fiestas aquí.

-¿Y qué pasó con la boutique que tenías allí? Preguntó la hija señalando hacia la sala aledaño al salón donde se encontraban.

-Pues nada, mi hijo abrió una librería y mandamos todo el material para allá. Como los clientes estaban reclamando una pista para bailar en sus celebraciones, convertimos ese espacio en eso, un lugar para mover el esqueleto.

-¡Coño, qué buena idea! ¿Y la gente lo usa? Preguntó Marcela mientras su hija permanecía sumergida en los ofrecimientos de la casa.

-¡Pues claro! Anoche estuvieron bailando hasta las dos y media de la madrugada. Por eso te digo que estoy agotado y quiero salir de esta trampa, yo no nací para estas cosas tan esclavizantes.

-¿Y qué piensas hacer después?

-No sé, vender esto y abrir un negocio donde pueda cerrar a las cinco o seis de la tarde y tener una vida normal.

-Yo sé que es duro, Miguel tuvo un restaurante y lo largó por el chicote al año de estar abierto.

-¿Y qué está haciendo ahora?

-Está tranquilo con su compañía de limpieza, eso sí, no quiere a ningún cubano trabajando en ella.

-¿Y eso por qué? Traté de mostrar toda la ingenuidad del mundo al realizar aquella pregunta.

-¡No jodas! Nuestros tiempos han pasado, esta gente que llega no es como nosotros, son pequeños monstruos.

-Ya varios contratistas y pequeños empresarios cubanos me han dicho lo mismo. No se distinguen profesiones, es un todo muy bien identificado, es un mal común. No te puedes imaginar los trabajos que estoy pasando en el restaurante con el personal.

-No es que lo imagine, estoy convencida de eso, corren tiempos diferentes a los nuestros.

-¡Claro! Cuando llegamos a Montreal éramos ciento y tantos cubanos, casi todos de la misma generación, la mayoría de ellos refugiados políticos. ¿Y ahora?

-¿Ahora?, los canadienses son las nuevas balsas, ¿o no te das cuenta?

-¡Claro! Hay excepciones, por aquí pasan varios matrimonios estables, vienen con sus crías incluso, son gente simpática que se han convertido en clientes de la casa, pero no son muchos. Tengo que recibir también a muchas personas frustradas, más que eso, vienen a esta casa gente que se sienten traicionadas y utilizadas, yo les doy la razón. Aún así, son seres encantadoras que no siembran a todos los cubanos dentro de las traiciones recibidas y que admiran a nuestra gente.

-Yo los conozco, yo los conozco, son gente admirable e incapaz de meter a todo un pueblo en el mismo saco por su mala suerte a la hora de elegir.

-Desafortunadamente es así y combatir la soledad tiene un precio en la vida. Porque este es un país de gaticos y perritos, sabes bien que es el vehículo utilizado para combatir esa soledad. Luego, llegan a la isla y los engatusan con sonrisas y mimos ausentes en esta sociedad tan estresada.

-¡Mierda! Son pequeños monstruos, ya he tenido amargas experiencias con esa gente, se han evaporado muchos valores humanos.

-Por supuesto que te creo. ¡Oye!, ¿qué es de la vida de Mauro?

-¿Mauro? Regresó a Cuba.

-¿Regresó? De visita me imagino.

-¡Nooo! Lo hizo definitivamente.

-¿Definitivamente? Ese viejo está loco, ¿cómo fue?

-¡Ahhh! Es una historia larguísima, se empató con una mujer que había sido novia de él cuando tenía quince años.

-¡No jodas! Yo viví una experiencia similar y puede que lo justifique.

-¿Qué viviste una experiencia similar a la de Mauro? Porque lo de mi hermano es para filmar una película.

-Claro que la viví y no te puedo hablar en pasado, la vivo actualmente.

-Solo puedo asegurarte que mi hermano está loco.

-No está loco, tu hermano está enamorado y le ha sobrado los timbales que a mí me han faltado. No es sencillo vivir con el cuerpo en un lugar y el corazón a miles de millas de distancia.

-¿Tu experiencia fue en Cuba también?

-No, la mía es en Miami, pero el caso es similar y el amor no entiende de geografías.

-¡Coño, Esteban! Tú mejor que nadie sabes de los trabajos que ha pasado mi hermano. Acuérdate que fueron muchos años sin papeles y la lucha por obtenerlos.

-Claro que me acuerdo, ¿y cómo fue que se encontraron nuevamente?

-En una de sus visitas a la isla, ¿y cómo fue el tuyo?

-¡Bahh! Por uno de los cuentos que escribí un día, ella me localizó y fui de visita a Miami. Ya sabes, donde hubo fuego, cenizas quedan. Por eso te digo que comprendo a tu hermano.

-Bueno, más o menos lo entiendo, hay que agregarle esa alta dosis de soledad que vivió aquí.

-Ese es nuestro principal enemigo, ¿y que edad tiene Mauro?

-¿Mauro? Ya cumplió los setenta años.

-¡Cojones! Al viejo le dio fuerte, está peor que yo. ¿Y dónde está viviendo?

-¡Ahhh! Ese es un gran problema. Mauro vive en el Cotorro, ya sabes, privado de todas las comodidades de aquí.

-Me imagino, no es sencillo el cambio luego de quince años, ¿has hablado con él, qué te cuenta?

-Le chocan muchas cosas, la peste a mierda de los perros por todos lados, la escasez que tú conoces, que anda sin auto, la libreta de abastecimiento, el papel sanitario, la libertad para explicarle a la gente cómo es la vida por acá, muchas cosas.

-¿Y la mujer lo cuida?

-Por supuesto, lo mima y quiere mucho.

-¿El es feliz?

-Sí, siempre que hablamos me lo dice, se siente muy feliz.

-Entonces no hay que criticarle nada, si es feliz, la felicidad tiene un precio y él la está pagando, ¡cágate en la noticia y límpiate con el telegrama!

-No, yo no le critico esa decisión, ya Mauro es viejo y dice que las afeitadas que le quedan desea vivirlas así.

-No te puede pasar por la mente las cosas que me caen dentro de estas cuatro paredes, son muchas historias, inconcebibles algunas, pero historias de cubanos. ¿Sabes una cosa? Nosotros estamos medio locos y no sabemos realmente qué es lo que deseamos, estamos totalmente desorientados y no tenemos espacio en este planeta, somos una masa amorfa y maloliente, somos como somos y como quisieron que fuéramos. ¿Cómo se las arregla para vivir allá?

-Bueno, ya sabes que él recibía su retiro en este país.

-¡Ahhh! No es lo mismo, ni se escribe igual. No podemos comparar su caso con el mío, en casa del ciego el tuerto es rey. Como quiera que sea, solo el amor pudo lograr un cambio tan profundo. Y ella, ¿es feliz?

-Ella es muy feliz, nunca quiso abandonar la isla porque allá viven sus hijos y nietos.

-Y Mauro cobra un retiro que le envían mensualmente a La Habana, supongo muy superior al que reciben millones de cubanos. Yo sería muy feliz también, total, ya no hay cajitas de cumpleaños.

Miro por la ventana de mi oficina y noto que han cortado varias matas de aguacates, las restantes, que olvido si una vez fueron de mamoncillo o mamey, tienen sus hojas amarillas. Un albañil trabaja sobre un andamio forrando de ladrillos la pared de un condominio en construcción. Son dos los albañiles trabajando, uno de ellos es de origen latino, algo abrigados. Me recuerdan aquellos tiempos en la microbrigada, pero la diferencia es abismal, ellos no realizan trabajos voluntarios ni optan por un apartamento, ellos no escuchan discursos ni desean ser vanguardias. ¿Vanguardias de qué? Me preguntarían si les tocara el tema. Luego, al finalizar sus faenas, no tendrán que luchar para embarcarse en un camello, son seres fríos que no trabajan por amor, lo hacen por dinero, por dinero brinca el mono, pienso.

Mauro está allá, la caída de las hojas es progresiva, el sol se demorará en salir cada día, la temperatura disminuirá gradualmente. Tendremos que aumentar el grosor de nuestros abrigos y el peso corporal sumará el de los pesados trapos. Nuestros pasos serán más lentos y sentiremos la impresión de estar andando por la arena, nuestras pisadas se hundirán y se duplicará el esfuerzo por avanzar, aún así no sudaremos. Perderemos la noción de la longitud del invierno, siempre ocurre eso, luego, encontraremos atractivo ese contraste que ofrece el paisaje entre la blancura de la mierda blanca y el chocolate del esqueleto de cada árbol. Para calmar nuestras conciencias, sustituiremos hojitas por bombillos de diferentes colores, eso ocurre cada invierno. Mauro está allá y no sentirá nada porque no hay cambios de estaciones, porque no varía el discurso, porque la tela es la misma y la sonrisa también, aunque en el mundo existan cambios de estaciones. Mauro es feliz y escapó de una enajenante soledad, huyó de un mundo cargado de perritos y gaticos. Al caminar, debe estar atento a las plasticas de mierda que se pueda encontrar en su camino. Nadie se preocupa en recoger mojoncitos de mascotas, solicitarlo pudiera resultar ofensivo, los animales tienen derecho a cagar también y esa voluntad colectiva debe ser respetada.

Mauro regresó, el amor todo lo puede, bueno, es un viejo slogan. ¿Ella? Es muy feliz, nunca quiso abandonar su tierra, hijos y nietos. ¿El? Es muy feliz, vivió muy deprimido y abrumado por la soledad. ¿Ella? Es muy feliz. ¿El? Recibe mensualmente su retiro en Canadá. ¿Ella? Es muy feliz. ¿El? Es un árbol que se deshoja, el que encontré adulto a la entrada de mi casa, ciruela o mango, sin panal ni bomberos.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canada
2006-10-02


Y si tenéis por rey a un déspota, deberéis destronarlo, pero comprobad que el trono que erigiera en vuestro interior ha sido antes destruido.

Jalil Gibrán


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