COCODRILOS

por Esteban Casañas Lostal


Coincidieron en la cubierta de botes, no fue una casualidad, Roberto estaba acostumbrado a esas casualidades construidas en su país, pero coincidieron. Salió al exterior sin justificación alguna, más agradable hubiera sido tratar de establecer esa comunicación desde la portilla de su camarote protegido por el aire acondicionado. Pudo ser llevado hasta allí por un instinto natural, quizás extravagante para muchos, sentir ese fuerte olor a brea nauseabundo que despedía la bahía habanera al caer el sol. Peste elevada como arte de magia por sus vapores durante esa calma chicha que se origina entre los cambios de brisas. Horas aprovechadas por muchos habaneros para sentarse en el muro del malecón, tratando de pescar esa brisa perdida entre la marina y la terral. Calor bochornoso que pega las camisas al espinazo y mancha los sobacos, blumers mojados. Tetas que se muestran con desparpajo, cubiertas por centímetros de tela transparente o gastada por los años, erectas o caídas, pezones ocultos o pronunciados, mirada lasciva y perdida, ansiosa y pecaminosa, jauría humana que se pierde entre el calor y la promiscuidad, señoritas que solo existen en la primaria de sus vidas.

Salió por la puerta contigua a su camarote, daba exactamente a la banda de babor, todo lo contrario a la mayoría de los barcos donde hubo navegado, éste era de construcción rusa y debía acostumbrarse. Lo dulce era salado, lo malo era bueno, lo falso era cierto, el infierno era el paraíso, babor era estribor, la dictadura era proletariado y el maricón no era maricón, no existía, era un contrarrevolucionario que debía tener el culo blindado para ser aceptado por la sociedad, y pensar todo lo contrario era una penetración del enemigo.

A su espalda se reflejaban los destellos del Morro de La Habana, parte de la amplia avenida se encontraba oculta por la superestructura del buque. Los pocos reflejos de luces que recibía de la bahía llegaban desde la refinería y el poblado de Regla, algunos de Casablanca, no había apagón, pensó mientras realizaba un breve recorrido visual. La luna poseía una fotografía flotando en aquellas tranquilas aguas, todos sus cráteres se encontraban llenos de petróleo. ¿Y aquellas gaviotas, qué habrá sido de ellas? No dormían, se lanzaban en picadas sobre las manchas de sardinas. ¿Y aquellas sardinas, que habrá sido de ellas? Se marcharon también los sábalos y todos ellos nos dejaron aguas muertas.

-Mambicuba Habana, motonave Otto Parellada que te llama. Soltó el pulsor de su walkie-talkie esperando respuesta. Silencio en el éter, continuó observando y respirando aquella peste, deseaba intoxicarse por años, sabía que la extrañaría. ¿Extrañaría aquella hediondez? No sabe por qué le llegó aquella pregunta tantas veces respondida. ¿Cómo se sentirá el que nunca regresó?

-Mambicuba Habana, motonave "Otto Parellada" que te llama. Solo silencio, imaginó a su operador "Guarapo" borracho, era normal para la hora, quizás había un tirito de laguer en el bar de la esquina, coincidieron varias veces en aquel lugar.

-Mambicuba Habana, motonave…

-No llames más, no pierdas tu tiempo. Roberto se asustó al recibir aquella respuesta, no se había percatado de su presencia.

-¿Qué haces aquí? Le preguntó algo sorprendido.

-Nada, me dio por subir y mirar hacia el barco donde se encuentra mi marido para ver si había atracado. Ella lo guió con su mirada hacia una de las naves fondeadas.

-¿Eres casada?

-No tanto, pero llevamos un tiempo juntos.

-¿Cuánto tiempo?

-Creo que tres viajes. Roberto lo interpretó a su manera, los marinos medían el tiempo por viajes. Pero existía una diferencia en esos cálculos, no era lo mismo viajar para Asia que hacerlo a Europa. No era lo mismo hacerlo para Europa en un barco de carga general que en un porta contenedor. Dedujo el tiempo más corto, nueve meses máximos.

-Bueno, llevan tiempo. ¿Y por qué no continúas con él?, ¿qué haces aquí?

-¡Ná, Mariconá! Se enroló el nuevo secretario del partido y agarraron mi plaza de camarera para la que dicen que es su esposa.

-¿Y es su esposa?

-Tú eres bobo, es una como yo, sin papeles, pero no puedo reclamar nada, ella es militante.

-¡Ah! En ese caso tú eres una "querida". Hubo un breve silencio, al parecer no le causó mucha gracia el término utilizado por Roberto.

-Es mejor dejarlo así, ¿puedes tratar de comunicarte con su barco?

-¿Cuál es?

-El Salvador Allende.

-Su atención motonave Salvador Allende, motonave Otto Parellada que te llama. Ambos guardaron silencio esperando una respuesta.

-Su atención motonave Salvador Allende, motonave Otto Parellada que te llama. El silencio continuó y ambos permanecieron con la vista fija en la dirección del barco fondeado.

-¿Por qué no hacemos una cosa? Le dijo Roberto mientras se aproximaba a Mariela.

-¿Qué cosa? Le respondió cuando su rostro quedaba a escasos diez centímetros de ella.

-¡Olvídate del tipo por ahora! Tú partes de viaje en este barco hasta China, él sale para Europa después que descarguen y lo vuelvan a cargar, no le encuentro sentido a ambas vidas.

-¿Qué me propones? Roberto la tomó por la cintura y no fue difícil adivinar su boca. Ambos se fundieron en un beso que resumieron todas las respuestas a preguntas aún sin realizar. Los tiempos habían cambiado mucho, las conversaciones eran telepáticas, la gente hablaba con ese manoseo de los ojos, se ahorraban palabras y tiempo.

-Después de la maniobra de desatraque y salida me voy para tu camarote. Fue su declaración amorosa carente de amor, fue una repentina reclamación por la carne.

-A esa hora ya estaré dormida.

-No te preocupes, yo tengo la llave maestra de todo el buque. En cuanto termine la maniobra me voy para tu camarote. Más que insistir, aquella decisión personal se confundía con las órdenes que impartía diariamente a sus subordinados. Roberto imponía, daba muestras de fuerza, Mariela no ofreció resistencia. No respondió a su proposición, tampoco protestó por aquel inesperado beso.

-Creo que me voy al camarote, ya es tarde. Me gusta ver la salida del buque, pero en este país todo puede resultar una sorpresa.

-Así mismo es, todo es sorprendente. Se separaron y ella prefirió descender por la escalera exterior a popa de la superestructura. Roberto la siguió con la vista tratando de adivinar algún detalle seductor, su cabeza desapareció lentamente bajo cubierta. ¡Ya resolví mi problema este viaje! Pensó mientras se dirigía a la banda de estribor. El viaje es largo y ella resulta mejor que todas las fantasías mentales existentes. ¿Y si me resulta un problema? No voy a pensar en eso, no voy a crear problemas en mi mente desde ahora.

-Mambicuba, Otto Parellada que te llama. Se recostó en la barandilla de estribor y realizó un breve recorrido por el muro del malecón. Calculaba involuntariamente el tiempo transcurrido entre los destellos del faro y sus períodos de oscuridad. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos! Le llegó a la mente la simpática imagen de su amigo Cebolla, él le había enseñado a calcular esos segundos de aquella manera sin necesidad de cronógrafo. Se aproximaba bastante.

-Mambicuba, Otto Parellada que te llama. Había varias parejas sentadas en el muro y niños que correteaban por la amplia acera. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos! Pretendió contar el tiempo transcurrido entre sus llamadas y la respuesta de Mambicuba. La lanchita de Casablanca descargó su mercancía humana en el muelle de Caballería, quiso contarlas, pero muchos cruzaron corriendo la avenida para tomar una guagua que venía desde el túnel, una gran molotera se formó junto a la puerta del chofer.

-Mambicuba, Otto Parellada que te llama. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos! Al carajo los cocodrilos, Mambicuba y el faro del Morro. Me voy a tirar hasta que decidan venir por nosotros, se dirigió nuevamente a la banda de babor.

Después de la maniobra de salida dejó correr un tiempo prudencial para que los marineros llegaran a sus camarotes. El de Mariela se encontraba una cubierta por encima de la superior, todos sus vecinos pertenecían al departamento de cámara. Había que tomar sus precauciones para evitar el imprescindible chisme que se origina en los barcos cuando se agotan los temas de conversación. Roberto introdujo su llave maestra y fue girándola con sigilo. Mariela se encontraba profundamente dormida y no se enteró de su presencia. Se sentó en su cama y encendió la lamparita junto a su cabecera. Comenzó a acariciarla, sus manos se dirigieron hacia sus senos tibios, eran enormes en ese estado de libertad actual, caídos por su peso. Mariela abrió los ojos con desgana y él no le puso interés, la besó mientras su mano continuaba la derrota que le había planificado. Hizo anotaciones en su diario de bitácora mental; rumbo, temperatura, presión, humedad relativa, fuerza del viento, altura de la mar. Luego, detuvo esas anotaciones y comenzó a desnudarse con su ayuda, todas sus prendas descansaron en el piso. La cama era pequeña y cuando Roberto trató de acomodar su nave para el atraque, recibió un fuerte golpe en su cabeza, había olvidado la altura de la litera. Con el índice perpendicular a sus labios, Mariela le pidió que guardara silencio y él la comprendió, unos escasos cinco centímetros los separaban del cuerpo de otra mujer y aquellos mamparos no estaban diseñados para contener gemidos. La idea de encontrarse tan próximo a otra hembra lo excitaba aún más, la imaginaba de mil maneras diferentes, pero muy pronto regresó a la realidad, esos escasos centímetros ocultaban la presencia de una ballena. Su nave recaló a un mar inmenso y profundo, un océano. Experimentó la misma sensación de un buque de gran porte en medio de una galerna, buscaba desesperadamente un pedazo de costa donde mantenerse al socaire, no recibió señal alguna de tierra.

Toda la maniobra resultó insípida, dominó la ausencia de sensaciones fuertes que, pudieran sacarlo de esa monotonía resultante de la práctica continua del mismo ejercicio. Todas sus deducciones anteriores a la llegada fueron frustrantes, más que sexo, todo se redujo a una simple operación de deslastrados de tanques, tanques que se encontraban limpios por su proximidad a la salida de puerto.

Pasaron dos o tres días máximo desde el cruce del Canal de Panamá, cuando Mariela visitó el camarote de Roberto acompañada de la sobrecargo. Para festejar la ocasión sacó una botella de Havana Club. Algo no había fallado en sus tácticas, estaba convencido de que aquella inesperada visita, tuvo sus orígenes en la duda creada por el desinterés mostrado. Había tiempo aún para darse ese lujo, solo unos días después, el comportamiento de la tripulación cambiaría radicalmente en proporción a la acumulación de semen en los testículos, la experiencia nunca lo había traicionado. Hasta esos días, la sobrecargo podía ser considerada una socia, era jovial a pesar de sus cincuenta y tantos muy bien ocultos por tintes, y esa máscara de polvos y coloretes diarios. Era una mulata pecosa que luchaba por conservar su figura, puede afirmarse que una vez tuvo quince años. Aunque en la medida que pasaba el tiempo era invadida por la flacidez propia de ese implacable tiempo que comenzaba a disfrutar. Nadie se había puesto para ella, pero Roberto sabía que esa paz duraría muy poco.

-Dice Mariela que todo fue como los gallos. Expresó la sobrecargo luego del tercer trago a la roca. A Roberto le disgustó mucho que Mariela hubiera comentado pormenores de su encuentro sexual.

-¿Cómo los gallos? Puede que haya sido así, ella estaba dormida, y lo peor, no se podía respirar en voz alta. Ya sabes de la lengua que se manda su vecina.

-Pero eso se puede arreglar. Sonrió con algo de ironía y aquello molestó un poco más a Roberto, quien no gustaba compartir sus intimidades con nadie.

-¡Claro que se puede arreglar! Ahora, cuando te vayas a tu camarote, ella se va a quedar a dormir conmigo. Tenemos varios puntos a nuestro favor, la cama es amplia, el sofá también, y puede gritar cuanto le plazca porque el segundo oficial se encuentra en el puente. La sobrecargo comprendió que las palabras de Roberto eran una franca invitación a culminar la repentina e injustificada celebración. Mariela lo ayudó a recoger la mesa de la sala.

-¿Nos bañamos? No recibió respuesta durante varios segundos y dedujo que lo propio era comenzar a desnudarla, así no podía evadir tan saludable invitación. En la medida que lo hacía, descubrió un cuerpo carente de atractivos, su cintura se encontraba oculta por un salvavidas que le daba la figura de un tubo de pasta dental. El efecto visual de aquella acumulación de grasa, afectaba también al pronunciamiento de sus nalgas. Es probable que haya sido planchada toda la vida, pensó mientras continuaba su operación. El blumer era de aquellos que ofertaban por la libreta y con cientos de singladuras recorridas. ¡Ño! Tuvo que ser un poco más cuidadosa para una primera vez, estos matapasiones se la tumban a cualquiera, pensó. La parte más difícil ocurrió a la hora de soltarle el ajustador, se encontraba tan apretado que imposibilitaba el paso de los dedos entre el tirante, el cierre era de aquellos que poseían ganchitos. Le pidió que soltara toda la respiración para que aflojaran, ella se encontraba de espalda y obedeció cada una de sus órdenes. Al liberar aquellos broches recibió la misma impresión de cuando se fondea un ancla, salen disparadas por su gran peso. De esa misma manera cayeron las tetas de Mariela, luego, cuando ambas anclas estuvieron descansando en el fondo de su mar mental, Roberto le dio un giro de ciento ochenta grados y pudo comprender todo el sufrimiento pasado en aquella maniobra. Par de enormes globos pendían desde su pecho hasta el ombligo, grandes, redondos, muy blancos y con unas rosadas aureolas que brindaban algo de belleza entre tanta calamidad. Ambos pasaron a la ducha y se enjabonaron mutuamente, él insistía en su océano, mar o bahía donde atracaría por segunda vez.

Ante la ausencia de belleza, algo positivo tuvo que encontrar en esa travesía, Mariela besaba como pocas. Era experta en ese trasiego de lenguas y saliva con todos sus microbios, al extremo de hacer olvidar cualquier peligro de contagio. Logró excitarlo y extraerlo de todas las frustraciones que provocan su desnudez. Por su mente corrieron ideas locas, tenía que filmar una gran película que garantizara el privilegio de disfrutar ese mar tibio y profundo. Comenzó a descender por cada célula de aquel extravagante cuerpo, era una derrota conocida y obligada para los cubanos, un solo rumbo lo llevaría hasta ese mar tan codiciado en medio de la abstinencia obligada y compartida por todos los machos en constantes períodos de celo. Sus vellos eran escasos, aislados entre sí, canosos y negros, pero tan carentes de esa negrura como del intenso verde en aquellas plantas alejadas del sol. Olía a hembra, despedía esa fragancia femenina mucho más agradable que cualquiera de los perfumes famosos que él no conocía, respiró y le dio un beso. Luego, fue abriendo poco a poco, con ternura, con esa dulzura ajena al macho desesperado. Descubrió una copia de aquel bello rosado que adorna cada punta de sus senos, un poco más débil, como el encontrado en el nácar de muchas conchas. Besó aquellos labios pronunciados, eran como su boca. Después de aquellos excitantes manoseos y descubrir la perla que todos buscan en el centro aquella concha, se detuvo un tiempo que consideró largo. La perla era enorme también, dispuesta allí para compensar la ausencia de nalgas o belleza, pensó. Delicadamente y sin pronunciar una sola palabra, Roberto hacía gala de toda su experiencia, fue cuando izó su bandera de “Práctico” a bordo y decidió penetrar por su canal, ella autorizó entrar a su bahía. ¡Cojones! Fue la expresión mental de Roberto cuando ella abrió las piernas, se encontró cara a cara con un amplio canal por donde podían pasar libremente porta contenedores, trasatlánticos, portaviones, submarinos y toda una armada completa sin necesidad de usar los servicios de Prácticos. Se asustó ante las dimensiones de aquella entrada y su computadora mental tuvo que cargar un nuevo programa. ¿Cómo llenar ese vacío? ¿Cómo poder satisfacer esa demanda? De nada servía su vasta experiencia y se asustó, imaginó ver por segundos todos sus órganos interiores, hasta el corazón, hasta la misma garganta. Bueno, ya estoy encima del burro, palo con él.

Asumió todas y cada una de las posiciones posibles, pocas lograban excitarlas. Algunas de ellas le resultaban incómodas, el tiempo pasaba y no deseaba repetir la historia del gallo, debía luchar a toda costa por mantener el dominio y propiedad de aquel mar-océano aunque no pudiera llenarlo de semen. ¿Ella o mis manos cansadas? ¿Ella desnuda o la imaginación infecunda? ¿Ella o una paja? Ella, esa fue la respuesta recibida desde lo más recóndito de su mente. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos! El tiempo pasaba y su guardia se aproximaba.

En esos devaneos sexuales que se producen durante la etapa de experimentos, Roberto descubrió una posición que acompañada de un poco de voluntad y esfuerzo, muy bien podían provocarle un orgasmo a Mariela, era solo una suposición suya, pero dedicó toda su concentración hacia ese, el único punto que mostraba debilidad en su maltrecha estructura.

-¡Dame! ¡Dame, coño! Rompió todas las normas y reglas de silencio que ella sola se propuso.

-¿Dame qué? No tengo más nada que darte, se acabó todo, no hay más ná. Respondió defraudado.

-¡Dame, coño! ¡Dame, cojones! Roberto reaccionó, no era lo que él pensaba la fuente de aquella solicitud. Se encontró en una encrucijada secular, había sido un gran jodedor toda su vida, pero nunca había golpeado a una mujer. No esperó mucho mientras sacaba sus conclusiones mentales, si no le doy yo le da otro, ¿ella o el trabajo del coco?, ¿ella o manuela?, ¿ella o una paja? ¡Le doy, claro que le doy! Alzó su mano y una fuerte bofetada descansó en el rostro de Mariela.

-¡No tan duro coño! Protestó y como respuesta recibió otra. -¡No tan duro! Volvió a protestar y recibió otra más. -¡Abusador!

-¿Tú no querías que te diera? Le respondió a secas. ¿Y si hay otro cabrón que te suena más duro que yo?, pensó. Se apartó de aquella posición y descendió de la cama, la giró con fuerza animal mientras se quedó parado. Colocó ambas piernas sobre sus hombros y entró nuevamente en aquel canal caliente como un volcán, allí se detuvo un rato mientras contaba. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos! Cruzó ambas piernas sobre sus caderas y la cargó sin salir de puerto. La recostó sobre la columna de la puerta y en esa posición repitió el conteo que le enseñara su amigo Cebolla. Era agotador y excesivo su peso, sin separarse de ella avanzó hasta la oficina y la tiró sobre la mesa de la sala para contarle otros cocodrilos. Luego, acomodó una butaca frente a un enorme espejo fijo a la pared de entrada a su camarote. Allí, convirtió el revés en victoria interrumpido por sus constantes quejidos y trompones que se alojaban en sus costillas.

-¡Abusador!, se lo voy a decir a mi hijo pa’que te descojone cuando llegue a La Habana. Era una amenaza que se haría efectiva dentro de seis o nueve meses y a Roberto no le preocupaba. La sentó encima de su buró de trabajo, sus nalgas quedaban justo en el borde y en esa posición entró nuevamente en su amplio puerto mientras contaba cocodrilos. ¡Dame, dame coño! Roberto fijó su mirada en un cuadro del Ché colgado en el mamparo de estribor de su oficina, lo torturaba esa burlona y desafiante demanda de golpes. Se separó unos segundos de ella y lo tomó en sus manos. -¡El Ché no, el Ché no!

-¿Por qué no? ¿Eres militante?

-No soy militante, el Ché es propiedad del estado y vas a tener problemas, debe estar en el inventario.

-¡Ño, verdad que si! Roberto lo colgó nuevamente en su lugar y regresó a su antigua posición. Cocodrilos van y vienen y aquella cabrona mujer no lograba el orgasmo. Permaneció un largo rato entrando y saliendo de puerto.

-¡Dame, dame coño! Le solicito en tono más desafiante que las anteriores y Roberto respondió a su pedido.

-¡No tan duro hijo de la gran puta, abusador!

-¿Abusador yo? ¡Ya verás! Descolgó nuevamente el cuadro del Ché y se lo sembró en el cabeza. El rostro de Mariela ocupaba el lugar del legendario aventurero en el cuadro. El espectáculo era cómico y desgarrador, ella lloraba y no dejaba de gemir. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos!

-¡Dámela coño! Roberto no comprendió muy bien y le propinó otra golpiza. -¡Que me des la leche hijoputa! La premió con otra bofetada y pudo sentir presiones intermitentes en su pene, se la dio. Por la escalera exterior la acompañó hasta su camarote y se dedicó a esperar por los resultados de aquella aventura.

Al día siguiente Mariela subió para su camarote por la puerta exterior de la superestructura, traía en sus manos una almohadita y una bolsita donde guardaba ropa interior, su cepillo de dientes y pastillas para el dolor de ovarios, ese fue todo su equipaje. A partir de ese día, la cama de Roberto se convirtió en un verdadero ring de boxeo. Tanto gusto llegó a sentir por los golpes propinados que, poco le importaban las quejas de Mariela mientras la lanzaba contra del mamparo. A solo unos escasos cinco centímetros de su cama se encontraba la del segundo oficial, varias veces le preguntó por aquellos extraños ruidos que se producían, Roberto reía.

El momento esperado por Roberto llegó, todos los machos entraron en su época de celo y la vida para ambos se complicó. Comenzaron a surgir los problemas en la medida que aumentaba la cacería. Mariela debía encerrarse en el pantry cuando tenía que fregar la vajilla, cuando finalizaba me llamaba por teléfono para que yo llegara en su rescate. Era lógico o irracional, todos tenían deseos de templar y la oferta de huequitos era muy limitada. Cuarenta y tantos tripulantes divididos entre cuatro camareras, daba como resultado unos once hombres por mujer. Once palos diarios durante veinticinco días, descontando los períodos menstruales que muy poco se respetaban en esas anormales condiciones, hacían la suma de doscientos setenta y cinco palos en el mes. Dudo que la cubana más caliente o, la vagina más experta, pueda soportar un fogueo como ese durante cualquier navegación. El ambiente se tornaba peligroso para cualquier mujer, y como es de suponer, ellas buscaban protección. Además de comodidad y otros beneficios que reportaban las relaciones con la oficialidad de los buques. El viaje se convirtió en un infierno, pero Roberto se encontraba dispuesto a luchar ese tibio privilegio de visitar con frecuencia un huequito.

La vida no se limita solamente a ese contacto con el sexo, cuando pasan los días se establecen otro tipos de vínculos más humanos. Vencido el período de identificación y cuando existen posibilidades de coincidencia o armonía de varios sentimientos, las personas se abren porque necesitan desahogar con alguien todos sus dolores y frustraciones. Roberto escuchaba atentamente y tiempo sobró para ello, llegó a formar parte de una familia que desangraba poco a poco a Mariela y la conducía inevitablemente a una vejez prematura. Pepino era un personaje simpático, el sobrino travieso muy famoso en la escuela. El hijo abandonado por su madre y bajo la tutela del padre idiota. El hombre que se dedicó en cuerpo y alma a una causa desconocida hasta ahora, premiado también con el epíteto de “chiva”. Ese era el hermano de Mariela, su cuñado imaginario al que la mujer se le escapó con otra mujer, y como duelen esos tarros, pensó Roberto al final de la narración. Su hija e hijastra de Roberto, una parásita que cuando pudo conocerla en persona lo condujo a una sola conclusión, una bicha como otra cualquiera, una vaga despiadada que alardeaba de estudiar inglés con el fin de escapar de Cuba en algún momento. Una hija olvidada por un padre de Miami, el mismo drama explotado en infinidad de novelas y películas. Su hijo, claro, las madres siempre hablan bien de ellos. Un estúpido ambientozo cuya incultura brotaba por sus poros, un asere de La Habana Vieja que explotaba muy bien los sentimientos de su madre, un vago al que Roberto le sirvió de testigo en la boda. La madre, una vieja desgreñada, reina de un palacio sucio donde se ausentaba por meses la Cenicienta, vaga como su hijo, como el nieto, como Pepino y su prima que dominaba I Gonna. La casa, un bayú de donde era preferible escapar, aunque fuera de tortillera.

Roberto sintió mucha pena por Mariela, era esa pena indescriptible acompañada de lástima, era esa piedad solidaria y vergüenza por los blumers que usaba de la libreta. Nada era de ella, ni su ropa, ni su dinero, ni su casa, ni aquello que guardaba entre las piernas, era sencillamente una esclava y eso lo comprendió en aquellas privadas charlas. Para otros, una puta más, una cantimplora que cambia de marido en cada barco donde se enrola.

El viaje duró seis meses, fue agotador, nadie imagina cuanta agua debe dejarse por la estela en una navegación alrededor de la tierra. Nadie puede calcular cuántos gaznatones hay que dar para lograr un orgasmo en un viaje tan prolongado. Y lo peor, cualquiera puede habituarse a esa especie de abuso, se puede llegar a disfrutar. Ese fue el caso de Roberto, la golpeaba cuando se encontraban realizando el sexo, cuando menstruaba, cuando entorpecía sus trabajos, cuando no le gustaba la manera con que ella lo miraba. Ella disfrutaba, él se sentía su macho.

Aquel viaje acabó, la tierra es redonda y un día arribaron al punto de partida. Una vez de través al faro del Morro continuaban las desgracias interrumpidas durante aquella salida. ¡Un millón de cocodrilos, dos millones de cocodrilos, tres millones de cocodrilos!

-¡Compañeros! Hoy nos hemos reunidos para informarles que, se produce el retorno de algunos tripulantes que forman parte de la plantilla fija de este buque. Por ejemplo, en el departamento de cámara se procede enrolar a la compañera Mercedes, quien sustituye a la compañera Mariela. Como todos saben, la compañera Mercedes es miembro del núcleo del partido de este buque y esposa del Jefe de Máquinas, me refiero al camarada Amador, miembro de nuestro núcleo. Se procede también al enrolo de la compañera Ana, ella ocupará su plaza nuevamente y se desenrola a María. Como todos sabemos, Ana es miembro del núcleo del partido y esposa de Scull su secretario general. ¡Los que estén de acuerdo que levanten la mano!, ¡los que se oponen!, ¡los que se abstienen! Como pueden observar, este proceso se realizado de manera democrática. Fueron las palabras definitivas del “Niño”, secretario del sindicato de marina mercante en aquellas fechas. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos! Roberto no podía soportar la indignación producida por aquel atropello, tampoco tenía las posibilidades de hacer mucho. No votó a favor, ni en contra, ni se abstuvo. La mayoría de los asistentes se dio cuenta de la actitud asumida, pero nadie tuvo el valor de reclamarle.


La Habana
Noviembre 14 de 1989



Del.-Primer Oficial M/N “Otto Parellada”. Al.- Sec. Sindicato de Marina Mercante. Ast.-Reclamación. Ref.-Desenrolo de la tripulante Mariela Díaz Villegas. CC.-Con copia a la tripulante. Atte.- Sec. Sind. Marina Mercante. Compañero.- En días pasados usted realizó una reunión de pleno acuerdo con el núcleo del partido a bordo y su capitán Remigio Aras Jinalte, miembro también del partido. Donde entre otras cosas, informaba a la tripulación sobre el enrolo de la compañera Mercedes y Ana. Alegaba que lo hacían en su calidad de ser plantillas fijas de este buque, miembros del núcleo, y para rematar que, Mercedes era esposa del Jefe de Máquinas y Ana del Sec. del Partido Scull. Permítame manifestarle de antemano la actitud cobarde asumida por mi persona al mantener una postura indiferente ante tal abuso. No quise manifestar mi desacuerdo ante tamaña farsa por varias razones, sobresale entre ellas el hecho de pertenecer al mando de este buque, y evitar como es de suponer, controversias antagónicas en presencia de la tripulación. Sin embargo, se hace necesario la presente por varias razones mucho más importantes, no tolero la mentira, no soporto el abuso, y sobre todas ellas, yo soy hombre que sabe calzar sus pantalones. Sepa Ud. que en el momento de entregarle esta carta, hago entrega también del original a la compañera Mariela para que proceda a las reclamaciones pertinentes al caso. En primer lugar, considero una infamia las razones expuestas para el desenrolo de la compañera Mariela, porque para comenzar, dentro del término de plantilla fija no se encuentran consideradas las plazas de camareras. En segundo lugar, el hecho de que las mencionadas camareras hayan realizado un viaje en este buque, no les concede el privilegio de considerarse plantilla fijas de él. Y por último, ni Mercedes, ni Ana, son esposas de los mencionados. En ambos casos, poseen sus esposas y familia constituidas legalmente. Hablando en plata y de acuerdo a los términos utilizados en nuestra población, tanto Mercedes como Ana no dejan de ser las queridas o amantes de ambos camaradas. ¿Qué otra razón las puede distinguir de la compañera Mariela? ¿Un simple carné del partido? O sea, la posesión de un carné comprende el derecho a ser considerada esposa o no. Peor aún, puedo interpretar también que una mujer sin carné es una querida, amante o puta cuando mantiene cualquier vínculo con un hombre casado, mientras la militante se encuentra protegida o inmunizada. Como le manifesté anteriormente, Mariela posee una copia de la presente y la autorizo a presentarla y utilizarla en las instancias donde considere presentar su justa reclamación. Sin más. Roberto Pérez Martínez. Primer Oficial. M/N “Otto Parellada”. ¡Un cocodrilo, dos cocodrilos, tres cocodrilos! Un grupo musical amenizaba la noche y algunas personas bailaban muy cerca del escenario. Las luces de la ciudad reflejadas en las aguas de la bahía, eran interrumpidas por la marcha constante de embarcaciones. Las gaviotas no dormían y se acercaban con descaro hasta las mesas, aceptaban cualquier golosina. Otras, se mantenían arraigadas a viejas tradiciones, se lanzaban en perfectas picadas contra manchas de sardinas. Los cráteres de la luna estaban descontaminados. Roberto miró con inocencia el reloj, en cada cita esperaba una fuerte detonación a las nueve de la noche. Bay Side era el lugar equivocado para escuchar el cañonazo. Una ardilla llegó junto a su mesa y le ofreció un trozo de zanahoria de su ensalada. A nadie le importaba los efectos de la brisa marina o la terral, a Roberto tampoco. Esteban Casañas Lostal. Montreal..Canadá 2006-02-20

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