"YO NO EXTRAÑO A CUBA"

Por Esteban Casañas Lostal

Hay que luchar, hacerlo desde una dimensión distinta, ya no tengo que robar, me robaría yo mismo. Siempre enciendo el auto unos minutos antes de salir. En invierno lo hago dos veces, cada operación tiene un tiempo aproximado de quince minutos. No es fácil calentarlo cuando la temperatura desciende por debajo de los treinta. Hace unas semanas se derritió toda la nieve y las temperaturas han subido. Hace una semana que llueve constantemente, no tanto, lo hace por intervalos, pero jode igual, la humedad es alta. A veces cambio el disco, a veces se pasa una semana y me olvido cambiarlo, solo lo escucho cuando viajo, bajito, atento al retrovisor, pitadas, sirenas, baches. Putos baches que te joden la existencia, no sé hasta dónde hundirán a Montreal con tantos huecos, poco se diferencia de La Habana, es una vergüenza.

La llamo antes de partir, de mi casa a la suya solo consumo cinco minutos de viaje. A veces se encuentra lista, otras veces me desespera la espera, con un botón bajo un poco los cristales de la ventanilla y enciendo un cigarro, oigo música y me relajo algo, miro el reloj y siento deseos de mandarla al carajo, me relajo y pienso, es admirable, tanto, que una vez pensé no encontrar a un cubano como ella.

Me dice un disparate como saludo, le respondo con otro parecido, nos conocemos desde hace miles de años en el espacio de dos meses, creo que no llegan, la gente buena se conoce desde siempre, es mi cocinera. Ella también lucha, su lucha es bien diferente a la que conocía, trabaja como una yegua, como decimos en buen cubano, llegó hace solo unos meses, es distinta, mulata, alegre, incansable, muy buena cocinera y con algo que nos falta a muchos hombres.

Buscamos en el mercado, ¿qué te parecen?, ¿cuál es el precio?, ¿cuántas raciones salen?, ¿cuál es el precio del plato? No valen la pena, compra, da resultado, son pequeños, no hay calidad. Nos movemos, otro mercado, otros precios, otras calidades. Cambia el disco de vez en cuando, protesta, sugiere, le interesa, tal parece que el negocio es suyo y me gusta, se siente contenta, la admiro por su valor, es una mulata de timbales anacrónicos en ese cuerpo tropical. Partimos y nunca comienza antes de tomarse un buchito de café, cambio los cinco discos en la reproductora y me dedico a seleccionar la menta para los Mojitos, ella anda por su rincón, son las diez de la mañana.

-¿Cómo estamos?

-Listos como siempre.

-No me jodas con eso para que luego se te trabe el paraguas.

-¡Abre cuando quieras! Siempre lo mismo y sabe que me da fuerzas. Me cambio de camisa y me cubro con una guayabera, me doy un toque de Davidoff, cambio el letrero de cerrados por abiertos y me dirijo hasta el bar para ultimar detalles. Hay días muertos y otros cargados de sorpresas, esto tiene la gastronomía.

-¿Llevas mucho tiempo fuera de Cuba?

-Catorce años. Parece que no le agradó mi respuesta, esperaba saber que solo llevaba unos pocos, que había llegado casado con una vieja cargada de celulitis.

-¿Y has ido de viaje a Cuba? Hay gente que se interesa por cada un detalle de tu vida, pienso. Trabajando con público hay que tener mucho tacto.

-Nunca he regresado.

-¿Y no la extrañas?

-¡No! Fue un no casi rotundo e hice un esfuerzo celestial para tratar de ocultar que era sincero. No quiso insistir, no le satisfizo mi respuesta. Tal vez esperaba escuchar que me moría por verla, quizás se sintió defraudado al restarle importancia al privilegio que le conceden por su condición de extranjero o ideas políticas. Cambio de frecuencia y lo dejo con su Mojito bien servido, mejor servido a la limonada que sirven en varios restaurantes famosos de La Habana, madrigueras recorridas frecuentemente en mi vida de marino. Nada que ver con el mar, pero sí con el salario que devengaba y me permitía esos lujos hoy vedados a los cubanos en su condición de ciudadanos de segunda.

-Hay una clienta que quiere hablar contigo relacionado con el tamaño de la langosta y el precio. Me dijo un camarero algo preocupado y traté de restarle importancia, no siempre se pueden complacer todos los gustos.

-En cuanto tenga un tiempo la veo.

-Acuérdate de esa clienta que desea hablar con el dueño.

-¿Cuál es?

-Aquella de espalda en el área de fumadores y con el cabello rubio. Partí en su dirección.

-Oui Madam, est-ce que il-y-a problem avec le plat de langoste? Creo que me salió en el más cortés e hipócrita francés del patio.

-Sí, me parece que la langosta es muy pequeña para el precio.

-La langosta es cubana, madam.

-Sí, pero en Cuba yo me la comí más grande. Todos en la mesa dedicaron su atención al inoportuno dialogo mientras ella extendía ambas palmas. Claro que le creí, como también sentí deseos de decirle que por diez dólares se acostaba con un jovencito, o con una jovencita desesperada por la situación que vive, o que ella tenía el privilegio de entrar a lugares prohibidos para nosotros. No puedo negar que contuve los deseos de cagarme en su madre.

-Madam, estamos en Montreal, Canadá. ¿Sabe el precio de una langosta?

-Solo le digo que es muy pequeña.

-¿Sabe el precio de una langosta? Yo la invito que me acompañe hasta la cocina para que observe la talla de esa langosta antes de ponerla en la plancha. Aceptó mi reto y se levantó, vino tras de mí hasta la cocina y le pedí a la ayudante que me mostrara una cola de langosta.

-Esta es la langosta madam, ¿sabe el precio?

-Pero es pequeña. Insistió.

-¡Mire madam! Yo he comido en restaurantes del Viejo Puerto, he pedido un plato de camarones y me han servido cinco camaroncitos así. Le indiqué el tamaño con un breve espacio entre el índice y pulgar. Estaban acompañados de una bolita de espaguetis madam, ¿sabe cuál era el precio?

-No tengo idea. Respondió sin dar muestras de ceder espacio.

-El precio es de veintiséis dólares madam, y aquí se está comiendo un filete de Bonito, una cola de langosta, camarones tigres, petoncle, arroz y ensalada por solo treinta y cinco dólares. Hubo un breve espacio de silencio, pensé haberla convencido.

-Pero la langosta estaba algo dura.

-¿Dura? Es verdad, usted tiene razón madam.

-Lleva esta botella de vino a aquella mesa y dile que es cortesía de la maison por el problema de la langosta.

-¿Estás loco? Preguntó asombrado el bartender.

-No estoy loco, yo sé lo que estoy haciendo, el banquero pierde y se ríe. Una mala propaganda de esa hijaputa es más dañina al negocio. Aquella tipa no tuvo la educación de dar las gracias por ese gesto inusual en este negocio.

-¿Y llevas mucho tiempo fuera de Cuba?

-Catorce años. Luego siguió conversando con las dos quebecas que la acompañaban.

-Yo estoy trabajando en una obra de teatro, estoy en el teatro tal. No recuerdo su nombre.

-¡Que bueno! Me alegro mucho, así que eres artista.

-Sí, yo pertenecí al ballet de Alicia Alonso.

-Si supieras, algunos de los muchachos de la primera generación del Ballet Nacional estudiaron la primaria conmigo.

-¿Cuáles?

-Pablo Moré, Jorge Esquivel, Edmundo Ronquillo, Barroso, Nicolás, de éste último me enteré hace muy poco que falleció.

-No los recuerdo. Me invadió la duda por tener ante mí a una mujer que jugaba en mi equipo, y si era más joven, cuando menos, los mencionados se encontraban activos.

-¿Y no extrañas a Cuba?

-¡No! Si supieras, todos los años me voy de vacaciones a Miami y me siento como en casa. Aunque para serte sincero, no resisto el calor, ni el cubaneo. Es algo que comienzo a sufrir desde que me bajo en el aeropuerto, ya estoy aclimatado a esta tierra fría.

-Pues yo sigo viviendo en la isla, yo no soy como otra gente que abandona su patria, esa no la dejo por nada. Hice de tripas corazón y le cambié la bola, como decimos en cubano, pero deseos no me faltaron de mandarla al carajo. Luego, pude cobrar una de las cuentas más ridículas que han pasado por esa caja y me acordé mucho de “a la americana”. Eran tres y cada una de ellas pagaron su cuenta individual, ridículo digo porque me hicieron dividir entre dos facturas un simple cóctel cuyo precio es de seis noventa y cinco. La patriota tuvo que pagar su cuenta aunque había sido invitada. Me imagino el impacto en su mente porque esto atenta contra nuestras costumbres. Se dirigió cojeando hasta la puerta. No era esa cojera de un cayo o ampolla producida por los zapatos, era un defecto de caderas que no arreglan en un taller cualquiera.

-¿Viste lo que me ha dicho esta coja hija de la gran puta? Que si ella no abandonaba su patria, como si nosotros la hubiéramos abandonado alguna vez. Ya lo dijo Polo Montañez, por eso estamos como estamos.

-No le hagas caso a todo lo que te diga la gente que pasa por aquí, te vas a enfermar. Había olvidado que aquella mujer era coja también y había recorrido un tramo largo de la ciudad para conocerme.

-¡Coño! Es que tiene que joderme lo que me dicen. ¡Mira ésta misma! ¿La viste? Dice que era del Ballet Nacional de Cuba. Me la corto que está coja porque Jorge Esquivel la lanzó de cabeza en el escenario por hijaputa.

-A mí me gusta Canadá, este es un país maravilloso. ¡Mírame a mí! Llevo trece años aquí y nunca he trabajado. Llegué de Cuba y estoy en la Ayuda Social. Fíjate si el país es bueno, que ya estoy haciendo los trámites para el retiro. ¡Muchacho! Yo no dejo Canadá por nada de la vida. El cliente era puertorriqueño y lo escuchaba con asombro, yo estaba en la oficina escuchando aquel interesante diálogo.

-Pues a mí si me gusta trabajar y nunca he estado en la ayuda social. Intervino un joven presente, no puedo negar que me sorprendió un poco escuchar aquello de un muchacho, pero como dijo el borracho de Pedro Navajas, la vida te da sorpresas.

-Pero tú tienes que extrañar a Cuba. No comprendo ese afán de algunos en inculcarle a otra persona un sentimiento ajeno. -Yo solo llevo tres años y me muero por verla.

-Deja que pasen unos años más y la sociedad te consuma. Deja que te acostumbres a estos largos inviernos y su oscuridad. Deja que te acostumbres a la privacidad, al respeto, que nadie te moleste, que nadie te pare en la calle, que puedas viajar y nadie vea en tu frente un sello de emigrante. Deja que te acostumbres a reclamar tus derechos y cuando algo no te guste solicites la presencia del gerente. Que al homosexual no le digas maricón y lo veas como un ser humano cualquiera. Deja que se borre de tu mente todas esas maneras de comer mierda, y que el vecino no vigile al vecino, ni el pariente al pariente, ni el amigo al amigo. Deja que aprendas a ganarte la vida decentemente sin necesidad de luchar o inventar, que estudies lo que tú quieras y si no estudias ese es tu problema, elijas si comes o haces dieta. Deja que luego de acostumbrarte a esas cosas tan sencillas, te costumbres a otra un poco más compleja, deja que te acostumbres a ser una persona libre. Libre digo y te sientas despojado de todos esos pensamientos que aún te reprimen. No solo pensamientos, deja que comprendas que en la vida todo tiene un precio y que la libertad no es barata, no se mendiga ni se obtiene a medias. Deja que un día llegues a la conclusión que deseas ser tú y no hecho a la voluntad de otro, que todo lo que te propongas lo puedes lograr al precio que sea. Cuando aprendas muchas de esas cosas regresarás nuevamente a preguntarme y en igualdad de condiciones podré responderte.

-Pero debes sentir deseos de ver a tu familia, el barrio, los socios.

-¡Claro! Soy un ser susceptible como otro cualquiera. ¿Sabes una cosa? Mucha de esa gente ha muerto sin ver el final de esta película. ¿Te imaginas el impacto que pueda sufrir al ver tanta destrucción, tanta gente de mi edad envejecida y sin esperanzas? ¿Crees de veraz me sentiría contento? ¿En qué año naciste? ¡Hombre! No has visto nada y esa desolación formó parte de tu paisaje y te acostumbraste a ella, para ti todo puede resultar normal.

-Yo vengo todos los viernes para escuchar al puro, el viejo es un libro de historia. Escucho a mi espalda y noto que esas visitas se van convirtiendo en una necesidad mutua.

-Pero este restaurante no es de comida cubana.

-¿Quién lo dijo? Pregunté sorprendido al escuchar aquella alocada expresión.

-Es que he viajado muchas veces a la isla y allí no se conocen estos platos.

-Difícil que puedan conocerlo las nuevas generaciones. ¿Cree que con las raciones existentes en la libreta de abastecimiento puedan confeccionarse?

-¿Tienes música de Nocturno?

-Si.

-¿Tienes música de Pablo?

-Si.

-¿Tienes música de Celia?

-Si.

-Tienes música de Polo.

-Si.

-Tienes música de Aragón, Willy Chirino, Van Van, Buena Vista, Maggy, Gloria Stefan.

-Tengo música de todo tipo y gustos.

-Deberías eliminar a unos cuantos.

-Deberíamos eliminar las barreras que nos impusieron, de ambas partes.

-¿Tienen café cubano?

-Desolé mi amigo, la máquina se rompió anoche. Le respondí a dos personas al parecer de origen árabe.

-No puede negarse que son cubanos, tienen las mismas dificultades de la isla. Me oriné de la risa.

-Yo tener un novio en Holguín, yo viajar tres veces al año a Cuba y soy muy feliz, yo enamorada, no hablar mucha español, pero comprender perfectamente. El que no comprendía era yo, no su español con faltas de ortografía. No entendía que hubiera cubano alguno capaz de jamarse a una vieja de unos setenta años. Hay que tener hambre, pensé. No puede ser, ni en los viajes más largos que di en mi vida de marino. Con una paja hubiera resuelto mi problema, no creo lograr una erección con una anciana como aquella.

-Así que tiene novio por Holguín, me alegro, se le ve muy feliz. Le dije contando hasta cien, hay que ser cortés, el negocio es el negocio.

-¡Claro! Yo ser muy feliz. Yo mostrarte foto de mi novio. Rebuscó en una cartera tejida de fibras vegetales y de origen indudablemente cubano hasta encontrar un pequeño álbum. Con descaro me fue mostrando las fotos de su novio, era un negrito de unos veinte y tantos años. Las vistas fueron tomadas dentro de un apartamento de microbrigadas, para serles más exacto, dentro de un apartamento de aquellos edificios modelo SP-79-T, era sencillo identificarlo por las doble T del techo. La gente que trabajó en las micros en Cuba saben de lo que hablo. No existía ninguna foto en exteriores, solo en la casa, al lado, los suegros de la vieja quienes cómodamente podían ser sus hijos. Botellas de ron sobre la mesa del comedor, bolsas de pacotilla. La anciana sobre la cama del negrito. No puedo negar que tenía buen gusto para la decoración a pesar de su edad. Era indudable que todo lo que aparecía al alcance de la cámara era de origen extranjero.

-Se ve muy feliz, me alegro por su felicidad. Hay que ser hipócrita en esta profesión, debo prepararme aún más para evitar estas sorpresas. Sentí unos profundos deseos de decirle vieja puta, cabrona, explotadora de la necesidad de mi gente. Sentí deseos de decirle que los padres del negrito son unos hijos de puta que le están vendiendo a su hijo para tratar de escapar, no sé si de la necesidad o del país, me contuve ante la hermana de la momia del museo Bacardí.

-Sí, ella es muy feliz, yo me alegro mucho por mi mamá. Intervino su hija en un español más refinado.

-¡Ahh! ¿Usted es su hija?

-Sí, yo soy su hija. Contestó sin poder ocultar algo de orgullo.

-¿Y cuántos hermanos son?

-Somos diez.

-Se ve que no había televisión en aquellos tiempos en Québec. Ambas rieron. -Si supieran, les gané por uno.

-No lo entiendo. Intervino la hija.

-Les gané porque nosotros somos once hermanos, tampoco había televisión en casa y ya sabes, los viejos tenían que entretenerse en algo. Se repitió la risa. ¡Ñoooó! De verdad que hay que estar desesperado pa’jamarse a esta vieja con esa edad.

-Pero hoy no ser igual. Dijo la vieja mientras guardaba su mini álbum nuevamente en la cartera.

-¿Por qué no?

-Porque mi novio llegar a la casa cuando salimos y quedarse dormido siempre, y yo con apetito sexual, y por mucho que tratar despertarlo resultar dormido hasta el otro día. Que vieja más comemierda, pensé, de qué parte del campo vendrá, ¿cuánto estará pasmando en cada viaje? Por eso aquella maricona encontraba la langosta cara, no digo yo, si con el precio de tres palos aquí se costean un viaje de una semana a la isla.

-¿Y no extraña a Cuba? Porque yo no puedo vivir sin verla. Me dijo la hija y me detuve más tiempo a observarle el rostro, encontré la misma cara de puta de su madre, tal vez cometí un error de apreciación.

-Para serle sincero, yo no la extraño, ya me acostumbré al frío, a las ardillas, a palear nieve para sacar el auto. Cuando llego al Depaneur y me pongo a conversar con el chino, el indio o el haitiano, siento que los conozco de toda la vida y ellos conversan conmigo como si me conocieran de siempre. Yo no extraño nada. Ring, ring, ring.

-Pues yo pienso mudarme hacia el sur en cuanto me llegue la retraite. Ring, ring, ring. Excuse moi. Me aparto unos metros de la mesa. –Cuba Saveur Tropicale, Bonjour.

-Oui, est-ce que parle espagnol?

-Sí, dígame.

-Mire, es para saber si tienen música en vivo.

-Bueno, los viernes tenemos noche de piano y los sábados música tradicional cubana con un dúo de guitarristas.

-¿Pero se puede bailar?

-Lo lamento, esto es un restaurante.

-¡Que pena! Porque uno muy bien pudiera tirar sus pasillitos.

-Así mismo es, pero para bailar existen las discotecas, esto es un restaurante.

-Muchas gracias.

-Por nada. No me explico esa fijación de algunos cubanos en querer mover el esqueleto o el culito en todos los lugares.

-El lío es que tengo bateo con la jeva.

-¿Bateo por qué?

-Ya sabes lo que te he contado del fenómeno, ya sabes, la jeva ha hecho gestiones para que me regresen a Cuba.

-Ya conozco parte de la historia, ¿y ahora?

-El lío es que la jeva quiere vender su casa y como está casada conmigo le exigen que debo firmar como que yo apruebo la venta.

-¿Y por qué no firmas?

-Porque yo consulté con Candelaria y me dijo que no lo hiciera.

-¿Pero la casa es tuya?

-Por supuesto que no, ella ya la tenía antes de yo llegar a este país.

-¿Y qué tiempo llevas por acá?

-Yo llevo cuatro meses solamente.

-Y si llevas solo cuatro meses, y si la casa no es tuya, porque no lo es, ¿por qué cojones no quieres firmar? ¿o es que pretendes tumbar algo de esa venta?

-¡No hombre! Esa no es mi intención.

-Pero demuestra que lo es al negarte a firmar sobre algo que no tienes derecho, ¿o no te basta que ella te haya sacado del país?

-Es que para serte sincero, yo estaba muy tranquilo en Varadero, ya tú sabes, mi casa la tenía bien montadita con lo que me buscaba, vaya, con el invento. Entonces esta jeva se encaprichó en traerme para acá y me ha complicado la vida.

-O sea, te puso una pistola en la cabeza y te secuestró.

-No tanto, puro, ya sabes, te llena la cabeza de humo y arrancas.

-Y cuando llegas te das cuenta que aquí no se puede inventar, que ya todo está inventado y hay que agarrarla.

-Pero yo vivía, puro.

-¿Y por qué no regresas?

-Asere, tú sabes como está aquello y estoy arreglándole la casita a la vieja.

-Y estás en la Ayuda Social.

-¡Claro consorte! Hay que inventar.

-Sí, pero ese invento le cuesta a ella, no olvides que para traerte te apadrinó y todo el dinero que cobres ella se lo debe devolver al gobierno, ¿por qué no trabajas declarado?, lo más seguro es que te la quites inmediatamente de encima.

-¡Ño asere! ¿Una factoría?

-Yo trabajé muchos años en factorías y mírame vivo.

-No es fácil. Puro, ¿tú no extrañas a Cuba?

-¡No hombre, no! Cuando me entra el gorrión arranco para Miami y listo.

-Disculpa que llegue en un momento tan inoportuno.

-Usted dirá en qué puedo servirle.

-Hace muchos años que vengo leyéndolo y un día me prometí venir a conocerlo. Yo fui quien le escribió desde México una vez preguntándole por el precio de las casa.

-¡Coño, ya recuerdo! Es un placer tenerte por aquí. ¿Deseas comer algo?

-Para serte franco, hace solo unos minutos que acabo de almorzar.

-Bueno, me aceptarás un trago.

-Esteban, soy abstemio.

-¿Ni un café?

-Bueno, un café cubano.

-Cualquier cosa menos cubano, es una mezcla de colombiano, árabe y expreso.

-Vale.

-¿De qué parte de España eres?

-¡Joder! Que no soy español, soy cubano.

-¡Mira mijo! Con ese acento no podrás convencer a nadie.

-El caso es que mis padres son españoles y me sacaron desde pequeño de Cuba. Pero a lo que iba, no dejes de escribir nunca, no sabes cuánto disfruto con tus trabajos y encuentro mis raíces, mi tierra. Porque aún con éste acento gallego, aquella es mi tierra.

-Esto me roba mucho tiempo ahora, me resulta casi imposible escribir y el único día libre, el agotamiento es tal, que no siento deseos de sentarme al ordenador.

-Debes continuar, no sé, hay gente que necesita conocer de verdad sobre la gente de a pie.

-Ni yo mismo los conozco ya, ha pasado tanto tiempo que los voy olvidando, se borran involuntariamente de mi mente. Olvido tantas calles recorridas, vaginas que se han secado con los años. Solo rostros sin nombres van quedando y me espanta convertirlos en fantasmas. Gente que una vez admiré y hoy se evaporan con el calor de cada verano, o se congelan con las bajas temperaturas de cada invierno hasta que van formando un enorme iceberg.

-Sabes, una vez leí algo tuyo que me arrancó lágrimas.

-¿Recuerdas el título?

-En estos momentos no, hablaba algo sobre la plata que mandaban los de acá y los tenis de marcas, los mismos que usan para participar en las marchas.

-Fue un artículo, yo soy malo cuando me meto en la política. Prefiero hablar de mi gente, me siento más complacido.

-¿Y no extrañas a Cuba?

-No, no la extraño. No veo razones para hacerlo. No he podido desprenderme de mis hábitos, de mi comida. Yo debo comer arroz con frijoles, yuca, quimbombó, congrí y todo lo que pertenece a nuestra mesa veintinueve días del mes. Yo escucho nuestra música todos los días. Pronuncio la erre desde hace varios años, pero no abandono esa simpatía y gracia que aportamos a nuestro idioma los cubanos. Me baño todos los días, amo a Mao y el que no ama a Mao no es cubano. Me gusta bailar, aunque hay cubanos patones. Me tocan cada fibras de mi cuerpo cualquier ritmo, porque así somos de musicales. Soy muelero con las jevas, hoy me tocan las viejas por la libreta, me muero puto. Ya no bebo ron, pero no le rechazo un trago a cualquier socio en un encuentro. Discuto apasionadamente y en voz alta, tan alta, que me han llamado a la policía en varias ocasiones. He declinado algo en mis gustos, es innegable. Ya no encuentro a las blancas tan blancas, enfermizas. Debe ser el contacto continuo con la nieve. Me gusta la privacidad y el silencio, ser yo el productor de toda bulla. No me interesa que el vecino oiga mi música y me jode que suene el teléfono. Me gustan las aves y las flores, no es pajarería tampoco, debe ser su ausencia por tantos meses. Consumo más música cubana que nunca, no la actual, debe ser por nostalgia aunque no lo reconozca.

Vivo constantemente con mi gente conservada en mi memoria, con la imagen del último encuentro, muchos de ellos risueños, borrachos, empingados, sudados, con el brazo levantado pidiendo la palabra. Continúan así después de muertos, con el brazo levantado y pidiendo la palabra, soñando, traicionados. Conservo frescas las imágenes de mis calles, sus columnas, paredes, bombillos, baches. Recuerdo los colmillos de nuestros perros, perros amargados, los recuerdo. Mantengo a cada mulata que pasó por mi lado vistiendo una lycra y marcando cada pliegue de su cuerpo, incluso los labios inferiores y superiores. Cada baja y chupa con los pezones bien definidos, tetas levantadas y caídas, nalgas que subían y bajaban en chusma armonía.

Conservo cada mirada lasciva y provocadora, pícara, hablo como mi gente con los ojos y cuando hablo fascino o la cago, así somos, me las sé todas, soy perfecto. Sé donde está Ben Ladem y cuando iba a salir humo blanco o negro en el vaticano, quien tiene armas nucleares. No pierdo la costumbre de meter el dedo y oler antes de bajar y tiro curvas cuando huele mal. Soy el amante perfecto, la manzana que se jamó Eva en el paraíso, y eso que tengo crea adicción, o las mujeres caen fulminadas por el hechizo de nuestras brujerías. Soy hijo de Ochún y Obatalá, de Changó y Orula, socio de Babalú y parto a mis guerras con Changó. Soy hijo de Lenin y Castro, pero cuando me dan un filo agarro una balsa media hora después de una mesa redonda. Protesto por Elian en Miami o en Cuba, poco importa, el vacilón es marchar. Eso sí, tengo muy mala memoria.

-Joder, que yo la extraño majo.

-Tú no la extrañas, necesitas saber quien es tu madre, no la conoces.

-Pero tienes que extrañarla coño.

-¡No la extraño, carajo! Yo soy Cuba.


FIN


Esteban Casañas Lostal
Montreal.. Canadá
2005-05-09

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