"YA TENGO UNA CAZUELITA" Por Esteban Casañas Lostal Parecería algo de ficción con alta dosis de surrealismo, pero es cierto, hoy, y después de 46 años saturados de planes y metas, promesas incumplidas, desaciertos, y hasta caprichos, tendré una cazuelita donde cocinar algo, trataré de cocinar. Tuve que soportar como buen siervo otras cinco horas de tortura. No es que tenga huellas en el cuerpo, nadie me ha golpeado, o sí, no hay espacio para un solo golpe más en mi cerebro, se hace imprescindible una jeringuilla. Porque no les quepa la menor duda, debe ser torturante escuchar a un gobernante explicando como se cuecen frijoles, ¿frijoles?, ¿de qué me quejo? No lo conocen los negritos de Haití ni los inditos en Bolivia, somos dichosos, ¿no? Pues sí, aquella jeringuilla buscaba un espacio donde poder inyectarme otra dosis más. No existía, se los juro, tengo el güiro repleto de pinchazos, pero así es él. Él digo y me refiero al dueño absoluto de mi cuerpo y casi a punto de dominar ese poquito espacio libre que tengo y me permite pensar, no actuar. Para serles sincero, el cuerpo se me atrofia, o lo tengo atrofiado desde hace muchos años, no respondo a las órdenes de mi mente, o sí, solo responden los músculos de mi lengua y labios, pero no siempre, únicamente cuando me encuentro solo, aún así temo. No me quiero desviar, solo deseaba manifestarles mi alegría, estoy contento porque el amo de la gleba donde vivo me ha otorgado una cazuelita, una ollita, como dicen ustedes por ahí. No podemos ocultar nuestro júbilo y disculpen que ahora me dirija a ustedes en plural, así somos nosotros y de esa manera lo refleja siempre la prensa. ¡Claro hombre! Mi emoción puede resultar ridícula, total, por una simple cazuelita de mierda, invento que corresponde a otro siglo. Tienen razón, pero así de simples somos nosotros, y no es que seamos tan humildes, yo me voy un poquito más lejos, porque aunque no lo crean, así de severos somos con nosotros mismos. Aplaudimos como unos comemierdas, disculpen, hago uso en estos instantes de esa parte que todavía no tengo atrofiada en mi cuerpo. Pues sí, mencioné la palabra tortura, la que no deja huellas en el cuerpo. Ni se imaginan estar sentado frente a un televisor escuchando las mismas porquerías durante cuarenta y seis años, y aquellas largas orejonas de burro, y la dentadura bailando dentro de la cavidad bucal, y lagunas mentales entre discursos, uno que otro mareo, la baba y el patinazo de las fracturas. Finalmente iré a la bodega, iremos. Poco importa cuan vacía haya estado en estas décadas, es nuestra bodega. Nuestra digo porque todo le pertenece al pueblo, todo es de nosotros, mío. Propiedad de la que nunca he dispuesto, aún así me considero su dueño, ¿dueño de qué? De todo lo que hay dentro, solo aire y recuerdos, algo que nunca podrán normar. ¿Recuerdos? ¿Quedarán? En fin, nos llegamos hasta la bodega o supermercado que de super no tiene nada, ni de mercado tampoco, pero allí estará mi cazuelita arrocera o la olla de presión que me toca por la libreta, que nos toca por núcleo familiar, digamos. Hay que pagarla, aclaro. Se hace necesaria la aclaración por dos razones. Una, porque nosotros mismos andamos confundidos con este lío de la revolución y decimos, “me dieron un televisor”, que ni nos dieron, ni es jamón tampoco obtenerlo. Y dos, porque ese es el criterio casi generalizado de los extranjeros, ellos piensan que aquí nos dan de todo y gratis. Los pobres, se quejan por tener que pagarlo todo en su tierra. Siempre me voy de sintonía cuando hablo de mi tierra, disculpen sus señorías, ilustrísimas, socios y ecobios (elimino la palabra compañero) Pues el viejo habló por más de cinco horas disertando sobre el uso de esas ollas o cazuelitas, ¿se imaginan eso?, ¿se imaginan a Bush dando teque en la Casa Blanca explicándole a los yanquis como se cocina en esas cazuelitas? No me imagino lo que puedan decir los gringos, ni los franceses, alemanes, italianos, o a los mismos venezolanos que se inician en ese recorrido de las idioteces. ¡Coño! Lo que hay que soportar para obtener una cazuelita, y lo peor, que el teatro se encuentre lleno, y todas las jevas interrumpan el magnífico discurso con vivas, es para cagarse del susto o la risa. Pues sí, tenemos cazuelitas y dice el tipo que estabilidad económica gracias a China y Venezuela. Se acabaron los apagones, la chismosa, el quinqué, el mechón, la lamparita y las velas para los más afortunados. No menciono a las linternas y menos aún aquellas famosas “pilas” cubanas. De verdad que nos estamos superando, se acabaron los apagones. Y como dice el tipo, la cazuelita nos mantiene calentica la comida. ¡Ño! Qué lástima no la haya descubierto antes, ¿cuarenta y seis años?, no quiero equivocarme, pero me parece que el viejo ha estado comiendo mierda, ya no habrá oscuridad, dice. ¿De qué sirvió el viaje de Tamayo al cosmos? ¡Total! Regresó con las manos hinchás y nosotros cocinando con reverberos. Matías Pérez pasó a la historia, nadie se acuerda del negro. ¡Gracias chinitos! Gritará todo el pueblo. ¡Gracias narritas, ustedes la tienen chiquita! Gritarán las jineteritas. ¡Azúcaaa! Grita Celia desde el cielo, no seremos esclavos de ella, anuncia el viejo, destimbaló a los centrales azucareros. ¡Ya no le venderemos azúcar a los americanos! ¡Jamás! Ahora se la compraremos. Como dice un viejo refrán, “Más jala una chocha que un central”. Mañana voy a comprar mi cazuelita en la bodega, no hacen falta méritos laborales, ni estudiantiles, ni revolucionarios. Avanzamos, ya lo dijo él. ¿Y si cae Chávez? ¿Y si no cae? Pero supongamos que todo se joda como en la isla, no son suposiciones, es tan bruto, tan anormal, tan seboruco, tan comunista, disculpen la redundancia. ¿Y si se jode Venezuela? Que se joderá, porque no hay buenos antecedentes. ¿Se jode la luz? ¿De qué nos sirve entonces la cazuelita lograda a los cuarenta y seis años. Estoy trocao, es mejor continuar con la luz brillante. ¡Claro! Hasta que tengamos un socio mejor. ¡Ya sé! Cuando la compre voy a cocinar carne con papa. No puedo ¡Carajo! Me ha tocado en mala fecha, es viernes Santo y no se puede comer carne. ¿Y si no lo fuera? ¡Y si no lo fueraaaa! No lo sé, yo creo que las vacas son sagradas como en la India, eso creo, mira que se respetan. ¡Ya sé! Haré un arroz amarillo con carne de puerco, o un fricasé. ¡No cuadra! Hace años que somos musulmanes. ¿Musulmanes? ¿Y la visita del Santo Padre? ¿Ya se abrieron al mundo? No te entiendo, ¿quién hace la pregunta?, ¿tú o yo?, ¿me la hago yo mismo? ¡No nos abrimos al mundo compadre! Solo es cuestión de interpretación, les abrimos las piernas y que viva la pepa. ¡Ya sé! ¿Qué sabes? Arroz con pepa. Y la gente contenta, contentísima, digo. Como los animalitos amaestrados de un circo cuando se les ofrece una golosina. Están alegres con la obtención de una cazuelita, y la baba sobre el buró o mesa, y las explicaciones de cómo cocinar un frijol, ¿un Ministro?, ¿un Primer Ministro en esas boberías?, ¿cuándo no? Pero no me alcanza la plata para comprar en el mercado paralelo. ¡Lúchala! ¡Jinetéala! ¡Pídesela a tu familia de la comunidad! ¿Y si no la tengo? Trata de que alguien se escape en balsa o deserte cuando salga a pinchar. ¡Dile que se casen con cualquier viejo verde! ¿Y si es macho? Bueno, que no se fije mucho en las celulitis. ¡Ah! Y que se olvide de la latica de agua para lavarse aquello. ¿Qué latica? Estás en babia. ¡Ya sé! Arroz amarillo con pescao o mariscos. ¿Pescao, marisco? Eso es pal turismo. ¡Pesca! ¿Dónde? ¡Cojones! ¡Vete! ¡Ya sé! Voy a cocinar arroz a la cubana. ¿A la cubana? ¡Sí, a la cubana! ¿Qué es eso? Muy fácil, arroz con huevos fritos. A eso le llamaban comida de putas. ¿Huevos fritos? ¿Cuántos huevos “me dan” por quincena”? ¡Ñooo! No me la pongas tan difícil. Pensándolo bien, creo que no me interesa la cazuelita, no sé que coño voy a cocinar con ella. -¡Te la compro! -¡No la vendo! -¡Te la cambio! -¿Se puede cocinar en ella picadillo de soya? -Tiene mucha peste y afecta la memoria. -¿Estás seguro? -¿Seguro? ¿Acaso recordabas que fuéramos los primeros productores de azúcar de caña en el mundo? ¿Te imaginas el costo histórico de esa cazuelita? - ¿Cuarenta y seis años? ¡No la quiero! ¿Y la gente que ha quedado por el camino, qué les diremos a sus familiares? Esteban Casañas Lostal Montreal.. Canadá 2005-04-14
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