"ROPA VIEJA" Por Esteban Casañas Lostal Antonio buscaba con la curiosidad detallista de un detective dentro de su gaveta, no eran tantas las piezas que guardaba con celo dentro de aquel pequeño espacio rectangular que le fuera asignado desde hacía varios años. Las iba moviendo de lugar mientras su mirada recorría con vista de águila cada una de ellas, el espacio sobraba. Hoy tenía una de aquellas citas amorosas y trataba por todos los medios dejar una buena impresión en la muchacha, era su primera salida con ella. Luego, la necesidad hace parir milagros y cuando tuviera un poco más de confianza ella lo comprendería, todos comenzaban a comprenderse, la miseria comenzaba a imponerse y no distinguía de sexos. Al mejor de los tres calzoncillos le faltaba un botón y tenía una pequeña mancha amarillenta muy próxima a la portañuela. Trataba de adivinar si eran residuos de orine o semen, y en esos segundos transcurridos le otorgó toda la importancia del mundo. A la vieja le está fallando la vista, pensó. Por su mente juvenil no cruzaba la idea de la falta de un buen jabón o cloro, solo la cita tan importante que tenía para esa noche. Fue abriendo cada bola de los pares de medias y buscaba ansiosamente la presencia de algún huequito, los tres pares se encontraban a salvo por el momento, eran fuertes, se consideraba un afortunado también, presumía de ellas. Entre semana usaba unas verde olivo para trabajar, eran gruesas y no venían a tono con el clima, pero lo salvaban de los momentos que se vivían. Continuaba observándolas y le llega a la mente la imagen de su abuela cociéndolas con un bombillo dentro en sus frecuentes visitas a la casa. Era experta zurciendo calcetines y camisetas, su costura era casi invisible. Las mujeres de hoy no saben coser, pensó nuevamente. Las camisetas eran las prendas más sacrificadas, gracias a la vieja aquellos huequitos parecían picadas de mosquitos, era un lujo usarlas. El botón del calzoncillo, ésa era ahora su máxima preocupación, ¿dónde lo habré perdido? Lo de las manchas no era tan importante, con la luz apagada eran imperceptibles, era un truco que no fallaba. Casi siempre le solicitaban que apagara la luz, quizás para ocultar recientes chupones, tal vez por algún huequito en el blumer o marcas ancianas en los tirantes de los ajustadores, él las complacía y se hacía el favor. No le gustaba hacer el amor a oscuras, ni la oscuridad era absoluta cuando iba a la posada de día, solo necesitaba el tiempo de adaptación de las pupilas a su nuevo estado para ocultar disimuladamente esas piezas tan íntimas. Aquella acción se iba convirtiendo en un reflejo condicionado, ellas también actuaban así. Pero la falta de un botón no se podía ocultar en aquella semipenumbra. Ya era suficiente que fuera matapasiones para encima de eso sumarle la perdida de aquel botón. -¡Vieja! No obtuvo respuesta y llegó a imaginar que pensaba, insistió en su llamada. ¡Vieja! -No me grites que no estoy sorda. Respondió la madre desde la cocina y su voz llegaba lejana, perdida. -¿Qué pasó con el botón del calzoncillo? -¿De cuál calzoncillo? -Del de salir. -No lo sé, sabrá Dios que hiciste con él, yo no uso calzoncillos. -No los usas, pero eres quien lo lavas. ¡Ah! Y tienen una manchita amarilla cerca de la portañuela. -Sacúdete bien el rabo cuando orines, así están los de tu padre y los de tu hermano. Ya estoy cansada de lavar calzoncillos meados y que se orinen fuera de la taza del baño. -Pero muy bien puedes hervirlos de vez en cuando. -¿Con cual jabón? No se puede estar gastando la luz brillante en esas monerías. -¿No tienes un botón para pegarle a este calzoncillo? Hoy tengo una salida. Pudo escucharse los pasos de la madre arrastrando las chancletas desde la cocina hasta su cuarto. La puerta de su viejo escaparate chirrió por falta de grasa. Antonio ya conocía aquellos movimientos y esperó sentir cuando abriera la gaveta, segundos más tarde escuchó el sonido de la latica donde guardaba las agujas y botones. Nuevamente se repitió el sonido monótono y cansado de las viejas chancletas, tan viejas como la casa o como su dueña. Antonio hacía un esfuerzo supremo por recordar en qué año las comprara, solo recuerda que fue un regalo por el día de las madres. Abandonó por instantes su posición junto a la gaveta abierta y partió a reunirse con la madre en la mesa del comedor. Una de las patas de los espejuelos de la vieja se encontraba fija con esparadrapo a falta de un pequeño tornillito, ya había recorrido media ciudad buscándolo infructuosamente, su imagen era ridícula y no se acostumbraba a ella. Con toda la calma del mundo abrió lentamente aquella latica que, una vez sirviera para envasar una leche en polvo del campo socialista. Con sumo cuidado vertió sobre la mesa su contenido, era una magnífica colección de botones de todos tamaños y colores. Antonio colocó el calzoncillo al alcance de la mirada de su madre sin decir nada, ella solo escarbaba del montoncito en busca de alguno similar o parecido. -No hay ninguno blanco. -¿Cómo que no hay ninguno blanco? -¿Eres sordo o ciego? No lo hay, ¿no lo ves? -¿Y ahora? -De ese tamaño solo hay dos negros, los demás son muy grandes o demasiado pequeños. -¡Eso es un papelazo! ¿Cómo me voy a aparecer con un calzoncillo blanco de botones negros? -Como se aparece cualquiera, no estamos en tiempos de lujos o exquisiteces. -Pero me veré ridículo con esa pieza, y de contra, es matapasiones. -Si la muchacha está enamorada de ti no se fijará en esos detalles. -¿Enamorá de qué, vieja? Ya corren otros tiempos. -Cada día los comprendo menos. Claro que son otros tiempos, ahora solo piensan en revolcarse. Mira a ver si te cuidas un poco, usa condones para tus cosas. -No los hay vieja, y cuando aparecen vuelan. Antonio se detuvo y comenzó a juguetear con una pequeña cucarachita que se paseaba en esos momentos por la mesa. -¡Acaba de matarla! No hay un dichoso veneno para terminar con ellas. ¿Te los pongo negros? -¡Ño! No hay de otras, qué difíciles se hacen las cosas en este cabrón país, tengo unas ganas de largarme del carajo. -Que tu padre no te escuche hablando así, ya sabes que es un hombre muy integrado, hasta vanguardia. -Buena mierda, no sé qué coño ha ganado con todo eso, ¿y la manchita amarilla de la portañuela? -No hay cloro, no hay lejía, hay poca luz brillante y la astillita de jabón debe alcanzar por varios días, así que no te enjabones demasiado cuando te bañes. Esa manchita se puede evitar con un poco de cuidado cuando andes en tus cosas, apaga la luz del cuarto cuando estés con ella. -Apaga la luz, ya estoy cansado de esa cabrona solución. Llegará el momento en que tendremos que apagar el sol para ocultar todas las mierdas que nos rodean. -Ya te dije que moderaras tu vocabulario, cualquier día llega tu padre de pronto y se va a formar la tremenda. -Si, creo que mejor me voy dando un baño para tratar de calmarme. -Trata de hacerlo con un solo cubo, recuerda que hace dos días no entra el agua. Ese día olvidó lustrar sus zapatos, puede que el acontecimiento de los botones lo sacaran de su rutina casi diaria. -¡Vieja! -No me grites que no soy sorda. Nuevamente se escuchó el sonido aburrido y cansado de sus ancianas chancletas en el mismo recorrido de la cocina al cuarto. Antonio había contado esos pasos repetidamente y en la medida que pasaban los años su cantidad aumentaba. La esperó con la toalla enroscada hasta la cintura, ella tenía el calzoncillo doblado sobre el antebrazo, los dos botones se distinguían como faros. -Vieja, estoy cansado de decirte que no dejes a Ernesto ponerse mis zapatos, no sé que coño tiene en las patas, son verdaderas hormas. No me explico cómo rayos puede meterse dentro de ellos. ¡Me quedan grandes! ¡Los deforma! Acaba de comprenderlo de una vez. -¡Pobrecito! No olvides que es tu hermano. -¡Es mi hermano coño! Eso lo sé, pero es un destructor. Tomó el calzoncillo y se lo puso por debajo de la toalla, giró hacia el espejo y la vieja no pudo contener la risa. ¿Parezco un payaso? -Eres un inadaptado, no estamos en tiempos de lujos o exquisiteces. -¿Inadaptado? Vieja, acaba de aterrizar, esto no es vida, esto no es mundo, no puedes ser tan sumisa, coño. -No compañero, estamos cerrados. -¿Cerrados por qué? -Por falta de ropa de cama. -Estamos cerrados camarada. -¿Cerrados por qué? -Estamos cerrados por inventario. -¿Por inventario? -Sí, por inventario, ¿y qué? -Estamos cerrados. -¿Cerrados por qué? -Porque los compañeros están movilizados a la agricultura. -Estamos cerrados compañero. -¿Cerrados por qué? -Por falta de agua. -Estamos cerrados camarada. -¿Cerrados por qué? -Por amenaza de derrumbe. -Estamos cerrados asere. -¿Asere de qué? -No te vueles, no te vueles, yo sé lo que se sufre. -¿Cerrados por qué? -Asere por un millón de cosas que tú conoces y todos callan. Pero olvida el palo en este hueco, hay planes de demolición. -¿Demolición? -Sí mi ambia, te imaginas en lo tuyo y que te caiga el techo en la cabeza. -¿Cerrados, por qué? -Porque se va a convertir en albergue para los damnificados. -¿Damnificados de qué? -De lo que sea compañero, de ciclones, de derrumbes, de incendios, de la guerra contra los americanos. -¿Contra los americanos? -Sí compañero, la guerra de todo el pueblo. -¿De todo el pueblo? -Parece que usted tiene problemas ideológicos. -Yo no tengo ningún problema ideológico, solo deseo saber dónde coño tiemplo. -Hágalo como Robin Hood. -¿Cómo Robin Hood? -¡Sí compadre! Cuenta hasta cien y no te hagas el bobo. ¡Tiempla en el bosque! -¿Y si me violan? -¡Jódete! No tiemples y quédate en la casa. Templar es para valientes. -Lo sentimos compañero, no puede pasar. -¿Por qué no puedo pasar? -Porque es área dólar. -¿Área dólar?, pero yo cobro en pesos cubanos. -¿Pesos cubanos?, eso es mierda. -Pero los gané en una misión internacionalista. -Aquí no valen las medallas. -Bueno, ando cargado de papel sanitario. -Lo sentimos compañero, no puede pasar. -¿Por qué no puedo pasar? -¿Dónde usted vive? -Yo vivo aquí, en La Habana. -¿Y no se ha enterado de que hoy es día de marcha? -Marcha de qué, compadre? Lo mío es templar. -Usted tiene problemas ideológicos, la marcha es para protestar. -¿Para protestar contra quién? -Contra cualquier cosa compañero, contra la guerra, contra el bloqueo, contra el secuestro de Elian. -¿Protestar? ¿Marchar? ¿Y cuando se tiempla? -Eso hay que discutirlo camarada. Hay que borrar asere, hay que lanzar a la mierda todo el pasado, hay que empezar de nuevo. -Lo sentimos camarada, no puede pasar. -Pero cargo dólares. -No importa, usted es nacional. -Dame una Ropa Vieja acompañada de congrí y yuca con mojo. -¿Deseas beber algo? -¡Sí chico! Es que me siento con el gorrión, ¿qué me recomiendas? -Bueno, para el gorrión no hay fórmulas, pero si deseas volar con él, tómate una jarra de cerveza a granel, te recordarás de todas las cabronas pilotos asquerosas de La Habana. Bueno, no tanto, esta cerveza es de máxima calidad y los baños están impecablemente limpios. Si te preparo un Mojito vas a recorrer varios lugares de La Habana Vieja. ¡Claro! Un Mojito con todas las de la ley, sin agua en el ron y con un poquito más del ron que dice la receta. Te llegarás hasta La Bodeguita del Medio, El Patio, El Floridita, Zaragozana, etc. Pero eso no es lo maravilloso, viajarás hasta esos lugares sin que nadie te detenga y hasta te dirán señor. -¿Señor? -Sí compadre, señor, así le dicen a todos los que van y llevan fulas. -¿Haz regresado? -No, pero me lo han contado. -Así que señor, no tienes "Chispa’e tren" -¡No jodas! Si me agarran vendiendo esa mierda me echan cinco de los grandes por envenenar a los consumidores. -¡Coño! Eso es lo que necesito pa’meterme dentro de La Habana. -Yo lo sé mi’herma. Pa’qué coño desbaratarnos. ¡Vive! Yo he vivido y volado con ese gorrión que hoy tienes. ¡Déjalo y abre tus alas! Vuela solo y trata de hacerlo con luz propia, estamos muy dañados. -Dame un puto Mojito, quiero comenzar por La Habana Vieja. -Eso es chamaco, no cojas lucha, la vida sigue y hay que vivirla. -Ven acá mi hermano. ¿cómo se las arreglan para traducir esos platos cubanos al francés? -¿Cómo cuales? -Como este mismo, como le dices a ellos lo que es “Ropa Vieja”. -Les digo lo que se me ocurra, que es ropa de uso de las que compran en las casas de “segunda” o en la cadena “Village des Valeurs”. -¿Y qué te dicen? -Nada, se cagan de la risa y es uno de los platos más solicitados, luego les pregunto y dicen que es exquisito. -¡Ño! Qué raro, ya sabes que la cocina francesa es muy famosa. -Nada de famosa, tal vez lo sea, pero la gente busca lo suyo, escapar de esa burbuja donde los quieren condenar. Puede que sea famosa de verdad y sientan la necesidad de acercarse a nosotros por simple curiosidad. -Sí men, es famosísima, pero ellos llegan hasta este huequito para escapar a sus gorriones también. ¿O piensas que nosotros los cubanos somos dueños absolutos de ese pájaro que invade la mente del ser humano? -¿Y piensan mantener ese menú de por vida? -Eso no se le ocurre a nadie, hace muy poco que abrimos y estamos estudiando el comportamiento de los consumidores. -Me lo imaginaba, porque la vieja me habló de muchos platos del patio. -Por supuesto, pensamos ir incluyendo todos esos platos típicos de la mesa cubana, aunque sea en especiales de fines de semana como “El rabo encendido” -¿El rabo encendido, y eso qué coño es? -¡Rabo compadre! Cocinado con un poco de picante, por eso le dicen “encendido”. -¿Pero es el rabo del toro? -¿De qué rabo tú hablas? -Eso te pregunto yo, si es el rabo del toro, bueno, tú me comprendes. -No compadre, no te comprendo, hasta donde tengo uso de razón el “Rabo encendido” se hace con la cola de la res y no con el pito. -Asere, tú me disculpas, pero es la primera vez en mi vida que oigo hablar de ese plato. -No creas que me ofendes, ni que pueda pensar mientas. Todo puede ocurrir dentro de esa isla misteriosa y yo soy testigo de ello. Es aceptable que no conozcas ese plato, las vacas son enanas, nacen sin rabo, no tienen hígado, nadie conoce la “gandinga”, ni yo mismo la recuerdo. Esas vacas no meaban y carecen de riñones, nunca sintieron nada por un toro y carecen de corazón. Lo peor de todo, las vacas cubanas tiemplan y no se reproducen, lo hacen por putas o amor al arte, se extinguió la ganadería, son como nosotros. -¿Hay rabo encendido? -¡No compadre! Vendrá más adelante. -Bueno, pídeme una”Ropa vieja” acompañada de congrí y tostones. -¿Ropa Vieja, y la conoces? -Por referencias, pero me dejaste botado con el asunto del “Rabo encendido”. -Otro día la probarás, no te preocupes, abundarán los platos para matar el gorrión. -Claro, me imagino. Siempre habrá algo para matarlo, unas simples mariquitas. ¡Si supieras! La vieja falleció y cada vez que veo los calzoncillos modernos me acuerdo de ella. Ya sabes, la sociedad de consumo, botar todo lo que aparentemente no sirva. ¡Ponme otro Mojito! -¿De qué parte eras? Ya sabes, es una pregunta de rigor, la misma que te hacen los cubanos, es aquella simple curiosidad de los chismosos, la de los cedeerres, la del curioso exiliado, la del gusano, la del chivato, la del colaborador, la del agente, la del espía, la del cabrón que flota entre dos aguas, el más común entre nosotros. -Soy de La Habana. -¿Y cómo llegaste? No te preocupes, es el formulismo de orilla. -Como casi todos. -Es precisamente ahí donde radica la diferencia. -Sí, pero somos cubanos. -Así mismo es o debe suponerse, deberíamos ser cubanos, pero no lo somos, hay diferencias. Las hay coño, entre el que viene y va, entre los que nunca van, entre los que usaron calzoncillos manchados y con botones negros, y aquellos que nunca lo conocieron, los que nunca se limpiaron el culo con papel impreso, de mala calidad. Los hay, no digo yo, los que se limpiaron con el Granma y admiran la calidad de su tinta, te hablo de los que tienen el ojo del culo bien negro. -¡Coño cantinero! Me vas a volver loco asere. -¡Relax chamaco! ¡Relax! No es tu culpa, esta locura es vieja, ¿no te das cuenta?, todos tenemos nuestra carga de esquizofrenia. -¿Tú crees? -¿Cómo no lo voy a creer? ¿No marchan y luego se largan en una balsa? -¡Ñó! Si sé eso no te hablo de los botones negros. Esteban Casañas Lostal. Montreal..Canadá. 2005-03-07
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