"CARUCA"

por Esteban Casañas Lostal

Caruca era un número indivisible, cualquier operación matemática resultaba en ella misma. Esa era su vida, una triste soledad acompañada de cifras mudas. Nunca se casó, creo que una vez le solté la pregunta por aquella entrañable soltería y recibí una respuesta harto conocida. No recuerdo si en su caso fue la muerte de aquel amor jurado hasta la eternidad, o simplemente una vulgar traición. La noticia era vieja cuando llegué a la academia naval, Caridad era señorita. Nadie tiene constancia de un certificado ginecológico que lo asegurara, supongo que todos creyeran en su palabra, hasta yo.

Nosotros le llamábamos así, otras veces le decíamos Cary, en alguna oportunidad se nos escapó un Carucha o Cachita. Solo le decíamos Caridad cuando estábamos en público o en presencia de los guardiamarinas. Nosotros no éramos un grupo, solo mi socio Ríos y yo. No puede negarse que ella se divertía con nuestras ocurrencias, nos tildaba de locos y tenía mucha razón.

Su vejez era prematura, nació un poco vieja, pudo que fuera una más de las que nunca tuvo quinces. Su andar era pausado, lo hacía con ese cansancio natural del que ha transitado por varios siglos, aunque su recorrido estaba gastado por la constante repetición. Era la derrota inviolable de un navío con línea fija de Santos Suárez al Mariel todos los días del año, descontando sábados y domingos, también los feriados aunque fueran muy pocos. Caminaba con la punta de los pies separados como el viejo Chaplin y hasta en la estatura eran parecidos. Quizás lo hacía por juanetes misteriosos, tal vez algunos callos o la planta de los pies planos. Andaba con dificultad y dudo que alguna vez hubiera bailado, para ella no existió el zapato de cristal perdido.

Muchas razones existieron para aquella justificada soledad, no solo contaba con ese defecto al caminar. Su talle era corto y sus extremidades desproporcionadas, las piernas no se correspondían con su estatura. Luego, las canillas eran algo flacas y nada aceptables al gusto de los isleños, soportando a su vez un trasero como la de aquellos buques con la popa de espejo. Nada atrayente ni exagerado, deforme y poco elegante, dando la ligera impresión del maletero de un antiguo auto. Empeoraba aquella situación su marcha chaplinesca que no se acomodaba al armónico andar de las mujeres cubanas. Viéndola de vieja me la imagino en su juventud, rompiendo toda la gracia de los barrios por donde pasara. Remataba toda su arquitectura unos senos exagerados para su estatura, órganos que sufrían los efectos de un inventado bloqueo y que las muchachas aprovechaban para mostrar sus encantos. Sin embargo, en medio de su anticipada vejez, conservaba rasgos de haber poseído algo de belleza en su rostro, pero en su tierra los hombres son más exigentes.

Tenía sus virtudes que opacaban en algo su malformación física, que no era deforme tampoco, no quiero que me interpreten mal, la naturaleza había sido injusta a la hora de repartir, solo eso. Cary era como un ángel, muy noble, sencilla y caritativa, razones sobradas para que fuera tan querida por los traviesos guardiamarinas. Pudo ser que aquella costumbre suya de estar cargando siempre con caramelos los endulzara un poco, aunque no fuera así, todos hablaban muy bien de ella. Dicen las malas lenguas que fue compañera de estudios de un famoso matemático cubano, creo que de Mario González. Dicen también que ella era un filtro y era la voz cantante en la cátedra de matemáticas, pero nunca ocupó la plaza de jefa y tampoco la de primer profesor, razones sobraban para que la mantuvieran en silencio, ella nunca fue militante.

Lo de inteligente no lo pongo en dudas, pero en términos generales, esa virtud en la isla tiene su variante. Allá, casi siempre son los feos o las feas salvo raras excepciones. ¿Las que están buenas? Esas nunca sobresalen en las notas adquiridas, esas se inclinan mas bien por el vacilón, por los novios, los bailes. Muchas veces no terminan sus estudios y son practicantes de incontables legrados, que no son todas tampoco, pero así actúan muchas de las que saben estar buenas. ¿Las feas? Son toda dedicación a los estudios, se refugian como polillas en decenas de libros para llenar ese vacío de sus vidas. Siempre son los primeros expedientes, las vanguardias, y en muchos casos las más combativas revolucionarias. Como quiera que sea, Caruca era un filtro, conclusiones arribadas por las opiniones de otros profesores.

Ella vivía a unas cuatro cuadras de mi casa, exactamente en la calle Mayía y muy cerca de Santa Catalina. Su enorme vivienda quedaba justo al lado de una secundaria, puede decirse que de las mismas dimensiones de aquella escuela. Se deduce entonces que perteneció a la clase pudiente del país, digamos que a la cima de la media. Luego me contaría en nuestros diarios viajes hasta la academia, que ella ocupaba la vivienda de los criados. Siempre que pasaba frente a su casa miraba hacia allí y no pude ocultar mi envidia. Envidia por la vida de aquellos antiguos criados y por ella misma. Entre ella y su hermano habían vendido la mitad de aquella antigua mansión.

Todos los días coincidíamos en el garaje que está en la esquina. Éramos los únicos que tomábamos la guagüita de la academia en ese punto a las seis de la mañana. Aquellas constantes coincidencias provocaron ese acercamiento entre nosotros. Las primeras conversaciones giraron siempre sobre las materias impartidas, ella se interesaba mucho por la Navegación, para mí, resultaban indiferentes sus matemáticas. Después de ese período de estudio que ocurre entre dos personas, Cary se fue abriendo poco a poco y me tuvo más confianza. Hice un gran descubrimiento entonces y se lo hice saber a mi socio Ríos. Todo se debía tratar con mucha discreción y no podía trascender más allá de nuestros conocimientos. Eso se lo repetí en varias oportunidades para que contuviera su cabrona lengua, no es que fuera indiscreto, pero cuando se encabronaba no creía en nadie y lo soltaba todo. Descubrí ese día de pleno invierno y resguardados del fuerte viento tras una pared, que Cary jugaba en el equipo de nosotros. Era otra gusana más que actuaba como todo el mundo, participaba, aplaudía, marchaba, asistía y hasta coreaba consignas. Comprendí más tarde cuanto se detestaba por su doble moral.

-¿Por qué te mantienes aferrada a esta academia naval? Muy bien pudieras ser profesora de la Universidad, allá podías aspirar a tener cuando menos un Lada. Aquí no eres nada, solo una más de la tonga de anormales que formamos este conjunto. Le disparé una de esas mañanas a boca de jarro y la sorprendí.

-No vale la pena, ya me queda poco para el retiro. Contestó sin poder ocultar todo el desaliento que la acompañaba desde tiempos inmemorables.

-No sé, pero me parece que allí la vida sería un poco más extensa. ¿Qué haces aquí? Esperar a que pase la guagua, llegar y tomarte un vaso de leche aguada, comerte ese sancocho que dan por almuerzo. ¿Y luego?, esperar a que llegue la una de la tarde para sentarte como una idiota frente a un radio y escuchar “Información Política”, si no lo haces ya sabes que te evalúan mal, al menos en la universidad escapas. No te entiendo, has despreciado gran parte de tu vida acompañada de esos idiotas militares. Hubo un largo silencio después de decirle aquellas palabras que resultaron duras para mí también.

-¿Sabes una cosa? Yo pensé que ustedes eran militantes, como son de la marina mercante… Luego, al verlos como actúan, surgió esa duda natural, pero nunca me abandona el temor a expresarme como soy. Sentía penas oír hablar de esa manera a una mujer que pudo muy bien aportar más de sí a esta nación. Hablaba con el tono del niño indefenso.

-De militantes nada Cary, somos de la tonga, como tú misma con todos tus conocimientos.-

En la medida que el tiempo pasaba le fui tomando cariño y no podía ocultar la compasión que sentía por ella. Nuestras conversaciones fueron muy familiares, habíamos vencido la barrera de la desconfianza impuesta. Sus preguntas pudieron resultarme infantiles muchas veces, insistía en conocer del mundo exterior. Hoy me preguntaba por un país, al día siguiente elegía otros. Así viajaba conmigo por Europa, Asia y América, yo notaba como devoraba cada palabra mía, como descubría un mundo nuevo para ella. En esas condiciones de ignorancia estaba la mayor parte del pueblo. Cuando llegaba la guagua reinaba nuevamente el silencio, al día siguiente, ella sabía hilvanar cada capítulo inconcluso de aquellas pequeñas historietas. Solo cuando su curiosidad era satisfecha, solo así, saltábamos de capítulo o país. La parada más larga se produjo cuando en nuestras diarias navegaciones arribamos al campo socialista.

-Una verdadera mierda, no puedes imaginar el futuro que nos espera. Ella opuso una tenaz resistencia a aquella manifestación mía, era indudable que la propaganda del gobierno le había penetrado hasta el mismo tuétano de sus huesos. Rebatía mis planteamientos argumentando lo que había leído o escuchado, se encontraba en igualdad de condiciones que otros diez millones de cubanos, pero no dejaba de consumir con extrema curiosidad toda la información que yo le brindaba de primera mano. Esta situación fue similar a la encontrada en el círculo de amistades o parientes donde me expresara así del campo socialista. Todos estaban engañados y en esa fecha nos encontrábamos muy distantes de pensar que aquel monstruo se derrumbaría.

Tuve dos ausencias continuas motivadas por una fuerte gripe y Caruca no se conformó a esperarme en el garaje como hacía diariamente. Yo nunca le había dado mi dirección, solo una vaga idea de donde vivía. Esa tarde me hizo pasar un gran susto.

-Hay una mujer que pregunta por ti en la puerta. Me dijo mi esposa y un intenso escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me invadió el temor a ser descubierto por cualquiera de mis aventuras.

-¿Quién es? Me limité a preguntarle sin levantarme.

-Es una mujer mayor de edad. Me respondió y sentí un gran alivio.

-Hazla pasar. Le dije sin averiguar nada más de aquel inesperado personaje.

-¿Hasta el cuarto?

-Hasta el cuarto, no me siento bien para ir hasta la sala. Pocos segundos después entraba Caruca con un cartucho en las manos. Su vista recorría cada pulgada de mi guarida, en su rostro se leía el rechazo a aceptar las condiciones en las cuales yo vivía. La invité a sentarse en la cama y con dificultad anduvo por el centro de un estrecho pasadizo existente entre la camita de mi hijo y la mía. No creo lograra superar las ocho pulgadas de ancho. Después, su vista se elevó hasta el último mueble soportado por la cómoda, era una columna de tarecos y cajas que se empinaban hasta el cielo, unos doce o quizás catorce centímetros después, se escuchaban los pasos de nuestros vecinos transitando en su casa.

-Me extrañó que llevaras dos días sin ir a la escuela. Dijo a modo de introducción.

-Estoy con una gripe que ni te cuento, me ha dado mucha fiebre.

-Disculpa que haya venido sin tú invitarme.

-No te preocupes, ¿cómo obtuviste la dirección?

-Preguntando en cada cuadra, ya sabes como funciona esto. No tenía la menor duda de lo que ella me decía, estábamos en un país donde todos nos conocíamos por fuerza de la costumbre.

-Aquí te traje un cartucho de mangos filipinos, son de la mata que está en el patio de mi casa.

-No sabes cuanto te lo agradezco, no tengo que decirte el tiempo que llevan sin venir al mercado, mi hijo se alegrará mucho.

De regreso a la academia, aquellas secretas tertulias de la parada continuaron. Por las tardes no conversábamos en la guagua cuando volvíamos a casa, casi siempre ella realizaba ese viaje durmiendo. Tampoco podíamos arriesgarnos a una delación, se estableció de esa manera una misteriosa complicidad, una forma de hacer contrarrevolución, una vía de escape a toda esa presión que siempre llevamos dentro, hablábamos mierda, así se le identifica a la “verdad”.

-Y hablando de navegación, ¿qué aplicación tiene mi materia en ella? Me sorprendió ese día con una pregunta tan ingenua.

-¡Coño Cary! Eso ni se pregunta, sin las matemáticas no existe la más remota posibilidad de navegar, ¿qué sería sin ella para la astronomía?

-No te hablo de operaciones matemáticas simples, me refiero a esa nueva onda de dar cálculos en la academia.

-¡Ahh! Eso es para tirarse el peo más grande que el culo, no tiene otra explicación. En aquellos tiempos, la academia naval pasó a nivel de enseñanza superior. Nosotros fuimos sometidos a una clase de control por parte de los inspectores de la DEA (Dirección de Escuelas y Academias) Sería a partir de entonces que los graduados saldrían del recinto con un título de “Ingenieros Navales”.

-No te comprendo. Me dijo algo sorprendida.

-Es muy sencillo, los cálculos no tienen aplicación alguna en nuestro trabajo, bueno, a menos que los muchachos deseen complicarse la vida. Allí todo se encuentra tabulado para que el trabajo en el puente sea dinámico. La técnica ha ido integrando elementos que reducen ese trabajo y que incluso en oportunidades sustituyen al hombre. ¿Crees entonces que será necesaria la aplicación de esos engorrosos cálculos? En la navegación intervienen la geometría y trigonometría esférica entre otros campos de las matemáticas. Pero aún así, todos esos cálculos al encontrarse tabulados para facilidad del oficial y la navegación, se reducen a simples ecuaciones y sumas algebraicas. ¡Mire! Procure que salgan con los conocimientos mínimos de álgebra e insístale en que traten de dominar bien la geometría, bastante mal están arribando a nuestros barcos.

-No puedo creerte. Fue todo lo que se le ocurrió decir.

-Claro que no me creerá, ya le digo, es solo para tirarse el peo más grande y hacer propaganda con eso. ¿No me dirás que te tragas el cuento ese de los licenciados en deporte?, ¿no lo has visto?, te hablo de esos salvajes que apenas saben hablar y contarán a todo dar con sexto grado. ¿No has visto como los anuncian cada vez que van a pelear?, ¿crees de veraz que son licenciados? Todo es falso Cary, como lo será las promociones de esos ingenieros.

-Pero al menos saldrán con un nivel educacional superior.

-¿Y qué resuelven con eso? Ya todo está inventado y ellos se subordinarán a la técnica actual, no inventarán nada. Colón no era ingeniero, partió a lo desconocido y tuvo que confeccionar sus propias cartas náuticas, ¿no te dice nada? Creo haberla desanimado un poco al expresarme de aquella manera, ese día no preguntó por nada nuevo.

Caruca era “trabajadora civil de las FAR” (Fuerzas Armadas Revolucionarias), status que compartían casi todos los trabajadores civiles, solo los que pertenecíamos a la marina mercante nos encontrábamos excluidos. Era una especie de híbrido o experimento de laboratorio, no eran civiles ni militares. Caruca no contaba con los privilegios concedidos a los militares, no podía ir a la Casa Central de las FAR a comerse un bistec bien barato. Puede que esto no signifique mucho, pero en la isla era algo grande. Tampoco tenía derecho a las tiendas donde les vendían artículos fuera de los controles de la “libreta”, y menos aún, nunca disfrutaría del turismo militar. Por otra parte, Caruca no podía disfrutar de nada que correspondiera a un supuesto civil, no recuerdo si existió algún privilegio, creo que no. Su caso era mucho más grave que el de nosotros, tenía un valor inferior al cero.

Hubo oportunidades en las que les vendieron algunas basuritas en la tienda de la academia, yo los veía muy contentos y devoraba cada una de sus manifestaciones. Caruca no escapaba de aquella ola, puede que exteriorizara una falsa alegría para seguir la corriente. ¿Contentos por qué? Por adquirir un pomito de agua de violetas, quizás uno de champú “Fiesta”, puede que por uno de aquellos famosos desodorantes que producían golondrinos. ¡Estamos mejorando! Manifestaban sin vergüenza algunos de ellos, ellos digo cuando me refiero a matemáticos, químicos, físicos, etc. Gente inteligente con el cerebro hueco, no tan vacío tampoco. Eran felices con aquellas porquerías y se sentían superiores a nosotros los marinos mercantes, porque no teníamos derecho a comprar en la tiendecita de la academia. Mi socio y yo nos mirábamos en silencio, no podíamos decir nada en aquellos momentos tampoco, ya teníamos tema para debatir en nuestra próxima borrachera.

Solo un día la vi alegre, un solo día de un año. Hubo una actividad para celebrar cualquier cosa, pudo ser el día de las FAR o el del Educador, no recuerdo con exactitud. Dieron una comida con derecho a dos cervezas, Caruca se emborrachó con la mitad de una y nos pasó el resto. Me asombraba que se encontrara feliz, no la habían mencionado entre los destacados, aún así estaba contenta, puede que haya sido solo un sentimiento etílico. No le dedicaron una sola palabra a ella, una profesora que no podía alegar ausencias por dolores de ovarios, quien ya había dejado atrás los trastornos de la menopausia, quien nunca tuvo niños que amamantar, ni actividades a deshoras con otros camaradas de trabajo. Ni una sola letra para esa mujer con más exactitud que el Big Ben de Londres, estaba contenta esa tarde. Ríos y yo nos divertimos cuando vimos en medio de su embriaguez que, aquellos pies copiados de Chaplin comenzaron a moverse en una danza propia de incas o mayas, nada que ver con la música de nuestra tierra. Otra profesora la levantó de la mesa, era de su cátedra, otra solterona con el rostro similar al de un castor. ¡Aquí hay torta mi socio! Ríos siempre con su maldad a cuesta y yo tratando de justificar a mi santa, él insistía.

Las conversaciones llegaron a tocar todos los temas de la vida cotidiana, ya ella se encontraba muy bien informada de mis aventuras en la academia, y el sexo llegó a interesarle más que las propias matemáticas, pero le resultaba demasiado tarde para llevar la teoría a la práctica y tuvo que conformarse con esas tardías enseñanzas. Muchas veces sentí verdadera vergüenza cuando le explicaba algo, en su rostro podía captar toda aquella inocencia que una vez existió en el mundo, así la dejé.

El día de mi despedida pasé por su cátedra y ella no escatimó en darme consejos para asegurar en algo mi futuro. Nunca supimos de cual futuro hablábamos, y si lo hicimos fue falso, porque mi presente no se encontraba contemplado en los anhelos de aquellos tiempos. Jamás supe de ella y aunque regresé en dos oportunidades a estudiar en esa academia, nunca se me ocurrió preguntar por Cary.

Quién pudiera imaginar que a mi edad regresaría al aula nuevamente. Janine es bajita de estatura, un poco más alta que Caruca y en el físico no se parecen en nada. Ella es de ojos celestes y rubia, dinámica, alegre, y nos cuenta de sus sacrificios para tratar de conservar su físico. Tiene aproximadamente la misma edad de Caruca en aquellos tiempos, pero es una niña a su lado. Janine me devolvió el recuerdo de aquel ángel con el cual viajara tantas veces en un año de Santos Suárez al Mariel, algo tendrían en común para lograr ese efecto. Después de varias clases lo comprendí, con mucha frecuencia, Janine se aparece en el aula con algo para obsequiar a sus alumnos. Ayer mismo trajo un pastel con sus velitas para celebrar el cumpleaños de una de sus alumnas. En otras oportunidades han sido chocolates, uvas, manzanas, etc. Janine nos trata como si fuéramos muchachos y algunos de sus alumnos somos mayores que ella, no puede negarse que ama su profesión. Caruca era mucho más humilde, solo podía regalarle caramelos a sus guardiamarinas, más tarde, hasta los caramelos desaparecerían.

Es muy probable que de Caruca no quede nada, ni ese recuerdo de aquel ser tan dulce e inteligente que nunca llegó a ser homenajeada, solo una molécula ignorada dentro de un manso rebaño. Hoy quiero traerla y compartirla con ustedes para que integre ese gran ejército de seres que un día pasaron por mi isla como fantasmas. Muchas gracias Janine.


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canadá
2004-11-12

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