"FIDEL, EL CAZA HURACANES"

Esteban Casañas Lostal

La meteorología es una de las materias más arraigada a la vida de cualquier navegante. Hablo del navegante profesional, no de ese que solo se vale de los equipos modernos actuales. Hoy cualquiera puede alejarse de la costa confiado en la exactitud de esos sistemas de navegación, hasta un niño puede hacerlo. El problema viene después, ¿qué harán esas personas en el supuesto caso de que esos equipos dejen de funcionar? Ahí es donde radica la importancia del conocimiento de todas las materias que garantizan una buena navegación, y entre ellas se destacan los dominios que se tenga de la meteorología. No deseo entrar en detalles técnicos para no complicarles la vida.

Si los efectos de un huracán son desastrosos en tierra, ya podrán tener una idea de la situación experimentada en un buque en alta mar. Como ese fenómeno meteorológico se encuentra en movimiento, genera un grupo de olas que al desplazarse el huracán conservan su dirección, mientras la del viento es diferente. No a todo navegante le resulta sencillo adivinar dónde se encuentra el vórtice para tratar de evitarlo. Se requiere de conocimientos de meteorología, y esos conocimientos no se adquieren en una cafetería.

El verdadero navegante debe estar preparado para realizar sus pronósticos, debe tener dominio de los valores y existencias de las variables meteorológicas, y determinar cuándo se está ante la presencia de la formación de uno de esos fenómenos. Se debe conocer las áreas y épocas de formación, así como las trayectorias promedios de esos fenómenos naturales, evadirlos con tiempo para garantizar la vida de los tripulantes y evitar el naufragio de su nave, debe ser la principal prioridad en esos casos.

Lo mismo ocurre en tierra, pero en este caso el meteorólogo es un profesional dedicado por entero a esa sola materia. Es de suponerse que se encuentre mejor preparado técnicamente que un navegante, y que posea a su alcance toda la información necesaria. En la actualidad resulta más sencillo hacer los pronósticos, el meteorólogo actual cuenta a su favor con el servicio de la técnica moderna, aviones caza huracanes, satétiles, radares computarizados con programas destinados a esa faena, etc. Un pronóstico puede tener una exactitud bastante acertada, aunque en meteorología nada está escrito y todo queda a merced de la voluntad de la naturaleza. Para hablar entonces de buenos meteorólogos, haría falta una prueba de fuego, realizar esos pronósticos en ausencia de toda la asistencia de la técnica moderna. Solo así podremos hablar de verdaderos meteorólogos, claro, me acusarán de retrógrado al expresarme así, pero la realidad es que toda esa labor es realizada por equipos para ahorrarle precisamente trabajo. Lo mismo ocurre con una inmensa mayoría de navegantes, el trabajo actual consiste en plotear las posiciones ofrecidas por el satélite u otros medios de navegación. En muchas oportunidades comprobé que cuando los equipos quedaban fuera de servicio, los conocimientos de algunos oficiales eran pésimos.

Me llega a la mente uno de esos capitanes ascendidos por su incondicionalidad al régimen y muy escaso de neuronas, Remigio Aras Jinalte es su nombre. Pues, navegábamos en el océano Pacífico rumbo a Japón, y en las inmediaciones de nuestra derrota aparece uno de esos huracanes que, en esa zona de la tierra es conocido como Tifón. Ya deben imaginarse lo que es estar subordinado a una persona incapacitada. Remigio cada vez que subía al puente ordenaba un cambio de rumbo diferente y nuestra trayectoria poco se alejaba del fenómeno meteorológico, dejó de ser un simple zigzag para convertirse en rumbos inciertos. En una de esas subidas al puente no pude soportar tantas muestras de ignorancia y riesgos a lo que estaba sometiendo a la tripulación, y solo atiné a decirle una cosa; ¡Compadre! El huracán no tiene nada personal contigo, quítate ese complejo de la cabeza y siéntate en el camarote a leer sobre huracanes. Puse sobre la mesa de derrota mi libro de meteorología.

¿Y toda esta muela para qué? Bueno, navegando por internet me encuentro con varios escritos resaltando la figura del vejete comandante, y su presencia en el Instituto de Meteorología de Cuba. No quisiera imaginar lo que existía en las mentes de aquellos meteorólogos ante el estorbo producido por la presencia de ese viejo con todo su equipo de seguridad.

Imagino que ya hayan cambiado todas aquellas cafeteras rusas que existieron en el Instituto hasta finales de los años 80. No creerían ustedes que dentro de esas edificaciones elevadas al lado de La Cabaña, los equipos con los cuales contaron los meteorólogos de la capital, eran verdaderas chatarras. ¡Claro! Llevas a un simple ciudadano o a esos corresponsales que nunca han tenido contacto con el mundo exterior, y ambos se expresarán sorprendidos por lo que suponían una exposición de la tecnología moderna.

Fuimos a recibir varias clases al Instituto durante nuestro curso de recalificación para Capitanes y Primeros Oficiales, y no pueden imaginar el choteo que se formó cuando vimos aquellos tarecos. Rubiera, quien nos impartiría una conferencia, no tenía puesta la guayabera o trajecito reservado solamente para los noticieros, daba pena aquel lugar.

Y regresando al Comandante, tampoco me lo puedo imaginar impartiendo sus conocimientos a Rubiera, porque si de huracanes estamos hablando, su poder destructivo supera a la de cualquiera experimentado en nuestra historia, Cuba no ha podido superar los efectos del Flora.

Como quiera que sea, allí estaba el invencible comandante. El héroe de miles de batallas desconocidas, el único prodigio que ha parido la isla, el que se las sabe todas y el que todo lo jode. Allí se encontraba para dirigir a esos infelices meteorólogos, para ordenar al huracán por donde debía cruzar, desviando al viento, jugando con isobaras y gradientes, destimbalando barómetros, metiendo los dedos en radares que no conoce, nadando en mareas barométricas, estorbando. ¿Y Rubiera? Pobrecito, tener que aguantar ese paquete.

Lo único que nos faltaba era sumar a la larga lista de conocimientos del dinosaurio, que también fuera meteorólogo, parece que se aburrió de las vacas enanas.


FIN


Esteban Casañas Lostal Montreal.. Canadá 2004-08-15

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