LA GÜAGUA: VIAJE BAHIA HONDA-LA HABANA

Por Esteban Casañas Lostal


PARTE TRES DE UNA SERIE DE TRES

Hace solo unos minutos hablaba con mi inseparable amigo Eduardo Ríos Pérez por teléfono, hoy se encuentra en Miami y ambos estudiamos juntos para Oficiales de la marina mercante cubana, compartimos aquella experiencia de ser profesores de Navegación en la Academia Naval del Mariel, en fin, fuimos y somos grandes amigos. Nos reímos mucho con esta ocurrencia de él en aquel pueblo.

Me encontraba yo de segundo Oficial de la motonave “Renato Guitart” y había cuadrado presentar un problema familiar, que provocara mi desenrolo para darle mi puesto a otro amigo de ambos llamado Jorge Marcos Joan (alias Cebolla y hoy fallecido). En esa oportunidad invité a Ríos a que fuera conmigo hasta Bahía Honda para que me ayudara en la operación de la entrega del cargo. No solo eso, lo entusiasmé diciéndole que en aquel pueblo se encontraban liberados el ajo y la salsa Vita Nova, algo regulado por la libreta de abastecimiento en toda la isla, no le mentía. Bueno, Ríos aceptó porque una vez me había llevado con un cuento parecido hasta el puerto de Santa Lucía en Pinar del Río. Nuestras esposas entusiasmadas por aquello del ajo y la salsa nos dieron dinero suficiente para una buena compra (hay que tener en cuenta que éramos jodedores, pero en términos generales les dábamos el dinero del mes, si antes no agarrábamos una de las nuestras).

Toda la entrega transcurrió dentro de los parámetros que pudieran considerarse normales para la época, al día siguiente, nos dirigimos hasta una playita en el bote salvavidas del barco porque no llegaban guaguas al nuevo puerto. Hasta la llegada nuestra a aquella playita todo marchaba de acuerdo a nuestros planes, pero, al atracar en un pequeño muellecito comenzó a llover y no tuvimos otra opción que esperar en un barcito que allí existía. ¡Qué les cuento! A los pocos minutos de nuestra arribada comenzó un “disparo de laguer” en aquel barcito, muy bien recibido por nosotros (gente dada a la cerveza, ron, aguardiente, mofuco, alcohol de 90, walfarina, etc.), la cerveza era una bebida muy fina y no desaprovechamos la oportunidad. Comenzamos a beber en aquel solitario lugar y acompañados por una agradable turbonada tropical. Nos bebimos el dinero que siempre nos acompañó en escasas oportunidades, luego continuamos con el ofrecido por nuestras esposas para comprar ajo y salsa Vita Nova. Cuando ya no había nada por consumir seguimos con el pago del pasaje, de verdad que cuando uno tiene cuatro tragos encima le da lo mismo chicha que limoná, nada tiene importancia, ni nada se toma en serio, el asunto es vivir el momento y en esa estábamos como buenos cubanos. Al final solo nos quedaba un menudo para montar en la aspirina que nos llevaría hasta el pueblo de Bahía Honda, eso si, éramos felices, estábamos alegres y nos cagábamos entre risas del ajo, del Vita Nova, del pasaje y hasta del cuñadito que yo llevé conmigo para que viera por primera vez un barco, era un chamaco pero como le empujamos dos o tres cervezas se encontraba feliz también.

Escampó y nos montamos en una aspirina (no olvidemos que el precio del pasaje era solo de 5 centavos), bueno, nos quedaron algunos centavitos en los bolsillos pero insuficientes para viajar hasta La Habana. Al llegar a Bahía Honda vimos un ómnibus interprovincial parqueado y en espera de pasaje para partir hacia La Habana, Ríos era un loco en estado normal, con cuatro tragos atravesados en su camino era peor.

-Nagüito ( su palabra preferida o monono), tenemos que pirarnos en esta rufa.- Me dijo y se lo tomé como una broma.

-Compadre tú estás loco, no hay varos para eso.- Le contesté tranquilamente.

-Nagüito te digo que nos piramos en esa rufa, confía en mí que me mando una jeta de salir.-

-Asere, ¿qué número de espanto vas a soplar en este pueblo?-

-Nada compadre, tu sabes que este país está lleno de patriotas, voy a pasar el cepillo dentro de la guagua en nombre del internacionalismo.-

-¡Coño! Está dura esa, tú sabes que la gente no es comemierda.

-Oiga compadre a cualquiera le venden gato por liebre en este país, tu verás.- Ríos se subió en aquella guagua con su uniforme y charreteras, con su gruesa y quebrada voz se paró en medio del pasillo y dijo lo siguiente;

-¡Compañeros atiendan acá! Hace solo unas horas nuestro barco arribó de cumplir una misión internacionalista en Angola, dentro de pocas horas debemos partir de nuevo y como el tiempo es tan corto no nos han pagado, necesitamos la colaboración de ustedes para viajar hasta La Habana y de paso ayudar a un pobre recluta que viene con nosotros (ese era mi cuñadito).- Ríos era un cabrón de la calle y no se había equivocado, terminando sus palabras surgió una patriota que alzó una mano con diez pesos, luego la imitaron otros pasajeros. Ríos le pasó el cepillo a toda la guagua y lo vi descender con la mano llena de dinero hasta la casilla donde vendían los pasajes, después subió y dio otra arenga.

-¡Atiendan acá compañeros! Han sobrado cuatro pesos de la colecta y como la compañera aportó diez.- Dijo señalando a la más patriota.- Creo que es justo se le devuelva a ella el sobrante, muchas gracias compañeros (nunca debe faltar esa palabra para darle toque de patriotismo a cualquier acción) Todos nos dirigimos hasta el último asiento donde dormimos plácidamente el efecto de aquellas cervezas, luego, nos despertamos en la capital. Al llegar a la casa tenía olor a cerveza (cualidad que posee la fabricada en Cuba, tienen más fijador que cualquier perfume francés). Mi esposa supo de antemano que los ajos y la salsa Vita Nova se habían ido al carajo.


Viaje de Santiago de Cuba a La Habana

La terminal estaba perra, no cabía un nagüito mas con la intención de viajar a la capital. Ahora me viene a la mente aquel refrán de los orientales, ellos decían; “Oriente es la cuna de la revolución”, pero agregaban, “Si, pero al niño se lo llevaron para La Habana”. La situación nunca mejoró en aquella ciudad y los obligaba a emigrar, hasta el extremo de que para muchos no importaba si era para Pinar del Río o Isla de Pinos, aquellos palestinos no llegaron a México porque los frenó el Canal de Yucatán.

Ese día estaba tan mala la cosa que de nada nos sirvieron las boletas preferenciales ni los sobornos, en esa ciudad había que tener mucho cuidado con esto, en ese aspecto los chivas daban al pecho y había que cuidarse. Afortunadamente pude abordar la guagua, yo fui el último pasajero en hacerlo. Cuando lo hice pude divisar un solo asiento vacío que supuse era el mío, al final del ómnibus y donde existían cinco asientos se encontraba el del medio esperándome. Hacia allí me dirigí sin ningún tipo de protesta. A mitad del trayecto me sentía contento con mi suerte porque en uno de mis lados viajaría una hermosa mulatica. Tenía una blusa de nylon amarilla que mostraba en todas sus dimensiones unos hermosos senos, era de aquellas chamacas delgadas con un cuerpo refinado que enloquecen a cualquiera.

-¿Para dónde tú vas?- Pregunté una vez acomodado el trasero y con la seguridad de encontrarme a punto de partir, ya el chofer había arrancado el motor situado debajo de mi fondillo y el “otro” se dedicaba a comprobar las boletas de viaje.

-¿Por qué me tuteas si no nos conocemos?- Respondió la rica mulatica, muy buena señal, pensé. Por lo general los pollos que no desean ningún tipo de relación te viran la espalda.

-Chica, yo creo que de nada te servirá tanto orgullo, con esa blusita que llevas puesta cuando pongan el aire acondicionado (en aquellos años muchas guaguas interprovinciales poseían aire acondicionado que duraban lo mismo que un merengue en la puerta de un colegio) vas a pasar un frío tremendo y el que se dará lija soy yo.- Le dije riéndome.

-Parece que eres rápido.-

-No es que lo sea, yo sé lo que es pasar frío en una guagua. Mucho gusto, me llamo Esteban y me imagino que te hayan bautizado de niña.- Diciéndole esto le ofrecí mi mano, ella sonrió y pude establecer mi primer contacto con una tierna y tibia mano. Después que el “otro” comprobó nuestras boletas fue a sentarse en el trono que tenía disponible, no me fijé si viajaba alguna jeva a su lado y tampoco me preocupó, yo estaba para lo mío, aquella linda y rica mulatica. No creo que hayan transcurrido sesenta minutos cuando en medio del viaje y disfrutando de la oscuridad del ómnibus, favorecido por parte del trayecto a la salida de Santiago de Cuba, la mulatica y yo nos encontrábamos muy ocupados en el repaso de la respiración boca-boca, ella era enfermera del hospital Calixto García en La Habana, pero tenía a toda su familia en Santiago. Cuando nos hallábamos muy concentrados en ese intercambio de aire, lengua y saliva, en medio de un mundo que solo era nuestro, el de los jóvenes locos. La guagua tomó una curva muy cerrada, sentí un fortísimo golpe en la cabeza y lo primero que me llegó a la mente fue, la presencia del padre de aquella mulatica, su marido o en su defecto cualquier pariente que se encontrara allí y reaccionara de esa manera para protegerla. Ella se asustó mucho también, sin embargo, no sucedió nada de lo que habíamos pensado. En el momento de aquel dulce y ardiente intercambio de lenguas, nos cayó encima una caja cargada al parecer de viandas, que arrojé en un gesto indescriptible de valentía hacia el medio del pasillo. Luego uno de los viejos cabrones que viajaban lo recogió y acomodó nuevamente.

Cuando llegamos a Bayamo nos dirigimos al baño, no existía otra opción y además, podíamos considerarnos afortunados de que todavía funcionaran. Cuando terminé de hacer mis necesidades abordé nuevamente la guagua, no hacía falta que la esperara a la salida del baño porque nos encontrábamos a solo unos metros de la puerta. El chofer abordó nuevamente después de cumplir con el absurdo protocolo de informar que no tenía espacio disponible para nuevos pasajeros, gracias a Dios han mejorado los servicios telefónicos y no dudo que dentro de poco utilicen los servicios de Internet entre las estaciones, para que así los chóferes no tengan que comer tanta mierda y le ahorren tiempo al pasaje. El tipo arrancó la guagua y sin comprobar los pasajeros que tenía abordo se dispuso a partir. Gracias a una mujer (cualidad que poseen todos los cubanos de estar atentos a los movimientos de sus vecinos) se dio cuenta que faltaba aquella muchacha y le gritó al chofer.

-¡Oiga compañero! Falta la esposa del compañero que se encuentra en el último asiento.- ¡Coñó! Pensé de pronto, esto está bueno porque esa vieja me ha casado en esta guagua. De verdad que a los cubanos no se les escapa una y si son los viejos, peores. Nada, la mulatica subió muy tranquila, se le observaba feliz sin saber que a partir de aquel momento era mi esposa.

Gastamos todo el viaje hasta la capital entre apretones, cuando la oscuridad nos lo permitió hubo su pedazo de teta al aire, teta que escapó fácilmente al encierro de aquella débil tela de nylon y a unos ajustadores traidores.

Llegando a Matanza aquella chamaca comenzó a hablarme de la dirección de mi Empresa y sentí un poco de temor en complicarme la vida. En realidad siempre mantuve ese criterio popular que decía; “El que tenga tienda que la atienda y el que no que la venda”, yo fui muy cuidadoso de mi hogar aunque mi esposa suponía que no era un ángel.

Antes de llegar a mi barrio sentí unos pasos muy extraños alrededor de mi cabeza, fue una experiencia nunca vivida y me alarmé. Ya había olvidado los calentones del viaje y los consiguientes dolores de huevos. Ese constante trasiego entre mis cabellos me tuvo asustado, no puedo entender por cual razón no las sentí en la guagua, debe haber sido por las calenturas.

-¡No te me acerques coño!- Le dije a mi esposa al cruzar el umbral de la puerta, ella se asustó por mi extraña actitud.

-Revisa el botiquín para ver si hay Benzoato de Bencilo.-Ni ella misma sabía qué era lo que yo le ordenaba, mi esposa tendría entonces unos 15 ó 16 años. Yo sabía de la existencia de esa medicina en nuestro botiquín porque mis hermanos lo compraban contra los piojos, ladillas y la sarna de la que cualquiera era víctima en Cuba. Afortunadamente tenían un pomo mediado, le pedí que trajera una palangana con agua, vertí el resto de aquel frasco con un líquido parecido a la creolina e inclinado sobre ella, comencé a mojarme toda la cabeza. Le solicité un peine y sin dejar de mojarme el cabello lo recorrí por toda mi cabellera desde la nuca a la frente. Cuando hube de repetir esa operación varias veces, pude distinguir los cadáveres de cuatro piojos en el fondo de aquella blanca palangana.


Viaje de Antillas-La Habana

Una noche y después de tantos días en Antillas me preguntaron, ¿quieres irte de franco para La Habana? Yo era un loco amante de mi ciudad aunque joven al fin y al cabo puteara en toda la isla, mi esposa era joven y estaba enamorado de ella. Hoy sigo enamorado de ella a pesar de los años transcurridos desde 1969.

Hablé con el mayordomo del barco y éste me preparó un bocadito, me dio un jugo y llené un pomo de benadrilina con café para el viaje. Cuando llegué a la terminal de Antillas ya había partido la guagua de La Habana. La única opción que tenía era viajar hasta Holguín y de allí continuar hasta la capital. No dudé en aceptar el reto, me monté en una guagua checa llena de huecos por todos lados, viajamos repletos de polvo hasta Holguín pero confieso que la travesía no fue tan mala, el ómnibus iba casi vacío por su horario, eran altas horas de la noche.

Había un poco de frío en aquella oportunidad que aproveché para bajar con un abrigo grande, no lo hice teniendo en cuenta la aventura de Cárdenas. El problema era que los cigarros escaseaban en la isla y a nosotros nos tenían prohibido sacar más de ocho cajetillas a la calle. Después el 8 se convirtió en un número fatal para los marinos (el 8 es el muerto en la charada) Bueno, hasta desertar podíamos declarar 8 jabones, 8 pares de zapatos, 8 blumers, 8 pares de media y 8 de todo menos equipos eléctricos que debíamos declarar y anotaban en una libretica que poseo conmigo.

En los bolsillos de aquel abrigo bajé un cartón de 24 cajetillas de cigarros cotizadas a $20 pesos cada una. No lo hice con la intención de venderlas porque en ese tiempo yo era parte del “Hombre Nuevo”. A mitad de aquel largo viaje me comí el bocadito y lo bajé con el jugo, solo me quedaba el pomito de benadrilina con café para llegar hasta La Habana. En Holguín no tuve dificultades para abordar la guagua, solo que a mi lado viajaría una vieja con una jaba de yute cargada hasta los mameyes. El resto de la noche me la pasé durmiendo con la cabeza recostada a la ventanilla. En horas de la mañana me di un traguito de aquel frío y amargo café para prender un cigarrillo, lo hacía con la exactitud milimétrica del que trata de sobrevivir en un desierto. Unas dos horas después repetí la operación, esta vez muy observada por mi compañera de viajes. Cuando me dispuse a beber el tercer traguito de aquel pomito que ya iba por la mitad, aquella anciana señora me pidió un cigarro. Con toda la tranquilidad del mundo metí la mano en cualquiera de sus bolsillos y le ofrecí una cajetilla. Ella la abrió y extrajo un cigarro, al devolvérmela le dije que se quedara con la cajetilla y la vieja me preguntó si yo estaba loco.

-No señora, pierda el cuidado que no estoy loco y quédese con la cajetilla de cigarros, yo sé lo que es fumar y créame que tengo cigarros conmigo.- La viejita me miró aún con una mezcla de asombro incomprensible, habrá pensado estar sentada con un extraterrestre, pensé yo.

-Mire joven, yo lo veo mojándose la boca con el contenido de ese pomito antes de fumarse un cigarro. Para serle sincera, yo vivo en Matanza y mis hijas me han llenado esa jaba de alimentos para realizar el viaje, es imposible que yo me coma todo eso, así que si usted lo desea puede servirse si penas porque yo no tengo gota de hambre.- Miré la jaba situada junto a sus piernas y el alma me vino al cuerpo porque estaba al desmayarme de la debilidad. Le tomé la palabra a la vieja y cuando terminaba de comer algo ella sacaba otra cosa, no me puse bravo. Pasé un viaje muy entretenido con aquella señora y mientras la guagua recorría el malecón matancero ella me indicó cual era su casa.

-Allí vivo, el día que el barco llegue por este puerto puede llegar para que comparta conmigo y mi esposo, estoy segura de que se divertirán haciendo cuentos.- Pocos minutos después, ella desembarcaba en la terminal de Matanza mientras yo le brindaba un fuerte apretón de manos.


Viaje de New York-Montreal

Si continúo con las historias de los sucesos ocurridos en las guaguas cubanas no tendría para cuando acabar. Esa noche mi cuñado me dejó a la entrada del edificio del Port Authority, creo que así se llama la terminal de ómnibus de New York. Le pedí que me dejara allí porque en esa área no es fácil encontrar parqueo. Me dirigí al buró de la Grey Hound donde hice una colita que me recordó viejos tiempos. El movimiento era lento, detrás del largo mostrador habían varias empleadas negras (no utilizo otras palabras porque atentan contra nuestro idioma). Aquellas negras de pronunciadas protuberancias labiales (que algunas mujeres pretenden alcanzar con el uso de siliconas por considerar sensuales) eran de muy negra lentitud en sus movimientos y esos efectos se reflejaban en el avance de la cola (me recordaban mucho a un país que yo conocía y casi había olvidado). Gente parada frente a esa especie de mostrador que cambiaba frecuentemente la posición del pie donde recaía el peso de sus cuerpos. Con esa negra lentitud alcancé ganar uno de esos mostradores, si me encontrara viviendo en una isla que yo conozco lo encontraría todo normal, pero, padezco del defecto de vivir en una tierra donde reina la eficiencia en los servicios y aquello me encabronaba.

Logré vencer el primer obstáculo pero no recordaba donde se tomaba el bus hacia Montreal, en mi camino me encontré con un individuo de negra tez y apariencia, el tiro de su pantalón llegaba a sus tobillos. Tenía audífonos puestos y una camisa que lo delataban como trabajador de una compañía que laboraba en esa terminal. Barría con oscura lentitud y lo hacía rítmicamente, su mundo era muy reducido, una escoba, una palita y unos audífonos de donde se desprendía un cablecito que se perdía en su fondillo. Para el tipo no existía nada ajeno a ese mundo y me vi obligado a tocarle el hombro para hacerle una pregunta. Se quitó de mala gana lo que bloqueaba la entrada de cualquier palabra a sus oídos, pude percibir música rapera pero aquel detalle no me llamó la atención. Le pregunté en mi defectuoso inglés donde tomar el ómnibus para partir hacia Montreal desde esa estación africana y me contestó algo;

-Yeapmengodowntwofloorsmoreandasktherebecauseimnotsurewhereyoumosttakethebusmen- ¡Coño me cagué al oír a aquel negro marciano!

-Thankyoumenylatuyaporsiacaso.- Le contesté en el mismo ritmo rapero que escapaba de sus audífonos. Como ya había estado allí en dos oportunidades anteriores bajé por la escalera de aquella terminal africana. Fui hasta un recoveco que me recordaba el viaje anterior y allí le pregunté a otro negro. Me imagino la discriminación racial existente en esa ciudad, más del 80% de los ineficientes empleados de esa terminal son descendientes de los antiguos esclavos africanos y no crean que estas líneas vayan cargadas de racismo, hay blancos y blancos de la misma manera que existen negros y negros. De lo que estoy muy seguro es, que tengo cinco hermanos negros capaces de hacer con más dinamismo, el trabajo de cincuenta de los que me encontré en esa terminal.

Por fin logré abordar la guagua hacia Montreal conducida por un negro más eficiente que los anteriores. Iba a full de pasaje y a mi lado se sentó un diminuto chino. A los pocos minutos de haber salido de esa maravillosa ciudad, aquel asiático se quedó dormido y comenzó a roncar. Sus ronquidos no me molestaban en lo absoluto, algo me obligó a sacar un pañuelo perfumado y no fue una situación parecida a la del viaje de Cárdenas a La Habana. Me tapé la nariz con él porque lo que tenía sentado a mi lado era un dragón con una letrina desbordada, aquel infeliz tenía una peste a mierda en la boca que nadie puede imaginarse. Por suerte se bajó en la ciudad de Albany y continué solo hasta Montreal. El resto del viaje lo realicé sin contratiempos, mientras viajaba en el metro de Montreal todo fue divino, al salir los huevos se me montaron en la nuca, existían 20 grados bajo cero y no llevaba calzoncillos enguatados.


FIN


Esteban Casañas Lostal
Montreal..Canada
2001-12-25




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