LA GÜAGUA: INVENTARIO INTERPROVINCIAL. VIAJE DE CIENFUEGOS-LA HABANA

Por Esteban Casañas


PARTE PARTE DOS DE UNA SERIE DE TRES

Recuerdo que llegamos a esa ciudad a bordo del buque “Jiguaní”, procedentes de Montreal en plena celebración carnavalesca. Cabe destacar que el carnaval es una festividad a la que acuden muchos seres carentes de recursos, creo que es la única fiesta a la que pueden asistir la mayoría de los trabajadores a lo largo de todo un año. Cada pueblo o provincia lo celebra acorde a sus tradiciones, en algunas ciudades son realizados durante una semana continua, tiempo durante el cual se sobre cumplen las metas de accidentes automovilísticos por causa del consumo de alcohol.

En fin, luego de arribar a Cienfuegos liberaron a un tercio de la tripulación de franco y cada cual partió a sus ciudades de origen. La mayoría de aquel grupo éramos de La Habana y nos dirigimos hacia la terminal de ómnibus. Se encontraba atestada de personas que pernoctaban en el suelo como gitanos, muchas de ellas acompañadas de niños. El tiempo de nuestro franco era limitadísimo y de nuestro regreso dependía la salida de los tripulantes que quedaron a bordo. El ambiente reinante en aquella terminal, no nos ofrecía garantías algunas de poder partir esa noche hacia La Habana, pero como todos sabemos, el que hizo la ley también hizo la trampa. Cuba se encontraba sumida en una grave crisis económica (¿cuándo no?). La población solo disponía de los cigarros que ofrecían por la libreta de racionamiento (algo increíble en un país que siempre fue exportador de tabaco), se podía observar a ciudadanos recogiendo colillas en la calle y aprovechándonos de esa situación (nada anormal en un país donde todos se aprovechan de la necesidad ajena y la explotan a su beneficio)

Uno de los tripulantes se encargó de hacer una “vaquita” (colecta) donde cada uno de los integrantes aportó dos cajetillas de “Populares”, al final de aquella vaquita teníamos unas 30 cajetillas de cigarros en un cartucho. Con ese material el más cara de guante de todos nosotros fue a negociar con el jefe de tráfico de aquella terminal.

Minutos antes de la venta de los pasajes para el ómnibus que saldría a las ocho o nueve de la noche, aquel jefe se subió a una de las pocas mesas allí disponible para dirigir un discurso al público.

-¡Atiendan acá compañeros!- Manifestó el individuo con la autoridad que emana de todo “dirigente” (aunque sea de asuntos sin importancia). Todos abandonaron sus improvisadas camas de losas y se dirigieron a la tribuna donde rodearon al espontáneo líder. Cuando hubo reinado el orden y el silencio, con la maestría que caracteriza a todos esos descarados continuó.

-Yo sé que muchos de ustedes se encuentran desesperados por partir hacia sus ciudades, pero nos encontramos ante un gran problema. En estos momentos ha arribado a nuestro puerto un buque procedente de una misión internacionalista, quince de sus tripulantes tiene que viajar hacia La Habana para poder regresar con tiempo y relevar a sus compañeros, por lo tanto, la oferta de pasajes se verá afectada a la población.- Se oyeron prontas protestas de parte de aquel desesperado público y la reacción de aquel brillante dirigente opacó todo intento de insubordinación. -¡Oigan muy bien! Ustedes se encuentran en esta ciudad por la celebración de los carnavales, mientras esos compañeros se encontraban jugándose la vida en una misión internacionalista, cualquier manifestación en contra de la decisión tomada por nuestra dirección, será interpretada como un acto de contrarrevolución.- Reinó el silencio y después de aquella concentración partimos hacia el Prado cienfueguero a disfrutar de unas buenas “percas” de laguer.

Alrededor de la una o dos de la madrugada de aquel día llegamos a la terminal de ómnibus de La Habana, el servicio de transporte urbano se encontraba casi paralizado por las festividades y era imposible tomar una guagua con equipaje. No tuve otra opción que hacer la cola para tomar un taxi que se dirigiera a Luyanó. Las esperanzas de llegar a la casa eran remotas y nos sorprendían los primeros claros de la mañana. Sentado sobre el equipaje por falta de asientos y de muy mal humor por la demora, que ya sobrepasaba el tiempo empleado en el viaje desde Cienfuegos, llega un viejo y me pregunta;

-Compañero, ¿para donde va usted?- Sin levantarme lo miré de arriba-abajo y le respondí a secas.

-Yo voy para mi casa.- Aquel viejo dio un salto por mi respuesta y retrocedió dos pasos adquiriendo una posición de guardia como la de los boxeadores en una pelea.

-¡Chico! Tú eres un comemierda, ¿qué carajo me interesa que vayas para tu casa o a una posada?, ¡mira, es más!, sale pa fuera que te voy a descojonar.- No le quitaba la vista a aquel viejo fuera de fonda y le dije a los que se encontraban cerca de mí.

-¡Caballeros! Llévense a ese viejo de mierda antes de que le de una patada en el culo y lo descojone todo.- La gente colaboró enseguida. Ese día llegué a la casa como a las ocho de la mañana.


Viaje de La Habana-Nuevitas

El barco llevaba más de un mes esperando por unas toneladas de azúcar con destino a Canadá, nos encontrábamos atracados en el muelle de Pastelillo y ante la demora decidieron darle franco a una parte de la tripulación. En esa época Nuevitas era un pueblo en estado de sitio, no porque fuera establecido por medidas dictadas por el gobierno. Sus pobladores adoptaron una actitud de auto encierro a partir de las ocho de la noche, ante el aumento de los asaltos y violaciones producidos por el personal dedicado a la construcción de las plantas de fertilizantes y la termoeléctrica, casi todos eran palestinos.

El viaje de Nuevitas-Habana y viceversa toma unas doce horas en ómnibus. Llegué a la capital en horas tempranas de la mañana y a eso de las diez recibí una llamada desde el barco solicitándome regresar, porque las operaciones de carga habían continuado y se esperaba salir al día siguiente. En ese tiempo existían dos salidas para ese pueblo y hacia la capital del país, una en la mañana y la otra en horas de la noche. Nosotros teníamos una boleta de viaje que nos daba prioridad sobre otro viajero de la lista de espera o fallos, por tal razón me puse de acuerdo con uno de los oficiales del barco para encontrarnos en la terminal esa noche.

Como norma general de la época que les narro, en ningún sitio existía la posibilidad de llevarse un bocado al estómago. No fueron pocas las oportunidades en las que atravesé la isla desde Santiago de Cuba hasta La Habana con el estómago vacío. Todas esas anormales circunstancias nos preparaban física y psicológicamente para la guerra, por tal razón, adoptamos costumbres que solo eran vistas en películas del Este, viajábamos acompañados de jabitas en todo momento y cuando los viajes eran largos, procurábamos cargar algo de comer y beber, poco nos faltó para viajar con un tibor portátil, ante la imposibilidad de encontrar un baño en nuestros recorridos.

Ese día y como ya se había convertido en una tradición, mi esposa me preparó un pan con bistec (hablo de esa dulce época de nuestras vidas donde existían unos animales de cuatro patas llamados reses). La esposa de aquel Oficial le había preparado también un pan con algo, unas veces eran con “sorpresa” y otras con “intriga’, el asunto era tener algo que nos cayera en el estómago cuando las tripas comenzaban a protestar. Partimos sin ninguna dificultad a las once de la noche de la terminal de ómnibus de La Habana en una guagua repleta de un pasaje varonil. Casi todos los asientos poseían en el respaldar del asiento anterior una especie de compartimiento donde colocar revistas u otros pequeños paquetes, allí coloqué cuidadosamente mi cartuchito con el pan con bistec y una botellita de agua para ayudar a bajarlo, solo tenía que esperar a que las tripas me sonaran para devorarlo. Aproximadamente a las tres de la mañana mi estómago funcionó como un despertador y mi mano se dirigió con automática precisión, hasta la funda donde había guardado mi bocadito. Que desilusión sufrí al comprobar que aquella bolsita fabricada de una malla elástica se encontraba vacía, la ira invadió todo mi ser empujado por los reclamos de mi estómago y de verdad, no pude contenerme dando rienda suelta a un idioma que muy bien conocen en el patio, así y en medio del pasillo, comencé a desahogar mi rabia.

-Me cago en la madre del hijoputa que se comió mi pan con bistec.- Grité a viva voz para que todos me sintieran.

-¡Oiga compañero! Que está manifestando palabras obscenas.- Oí desde uno de los asientos traseros.

- ¡Oye tú, compañero la pinga, pa que lo sepas!- Le contesté mientras Puig trataba de llevarme nuevamente hacia el asiento jalándome por una pata del pantalón.

-Pero mire camarada.......- Intentó de intervenir otro y no le di tiempo a completar su expresión.

-¡Camarada ni cojones! Esta guagua está llena de ladrones.- Casi todos se despertaron y convirtieron aquello en bonche, el chofer paró la guagua y encendió las luces del pasillo.

-¿Caballeros que pasó aquí?.- Preguntó el que venía descansando mientras el otro continuaba en el asiento junto al timón y seguía todos los movimientos por el espejo retrovisor.

-Nada compadre, que he traido un pan con bistec y un hijo de la gran puta de los que van para Nuevitas me lo ha robado.- Le contesté.

-Coño compañeros, parece mentira que a estas alturas sucedan estas cosas.- Manifestó el chofer con seriedad. Todos los canallas se echaron a reír y pocos minutos después el viaje continuó. Puig me brindó la mitad de su pan y los pasajeros se volvieron a dormir.


Viaje de Cárdenas-La Habana.

Ese viaje partí de madrugada para la capital, cosas raras de la vida fue encontrar la terminal de ómnibus casi vacía y me alegré en el alma. Mientras esperaba por la guagua que venía de Isabela de Sagua, me dediqué a enamorar a una chamaca muy simpática que llevaba el mismo destino que yo. La chiquita estaba bastante simpática, el doble para un hombre que acababa de arribar de varios meses de viaje y el triple si ese hombre es joven. El caso es que ya antes de llegar el ómnibus nos encontrábamos muy acaramelados. Gracias a Dios la guagua arribó casi vacía también y el asiento que ocupamos, no se encontraba a la vista inoportuna de esa gente que se opone a las cosas que hacen los jóvenes.

Una vez sentados continuamos en nuestro tranque hasta que ambas calderas estuvieron a punto de estallar, entonces, se me ocurrió la maravillosa idea de hacer el amor en una guagua viajando. De verdad que ignoro si algunos de los que leen estas líneas ha tenido una experiencia como esta, no deseo tampoco ser un promotor de este acto, ni intento convertir las guaguas en unas vulgares posadas, ya por desgracia bastantes usos ajenos al que fueron diseñadas se les ha dado. Pero bueno, el que pueda hacerlo comprobará que no les miento y es una aventura inolvidable. Para estas cosas se requiere ser joven, los viejos son muy medidos y en la medida que pasan los años nos volvemos santurrones, yo diría que zorros e hipócritas. A veces me dejo llevar por la compasión cuando veo algún viejito arrastrando los pies y me pongo a pensar, ¡coño!, no puede ser posible que estas cosas sean obra nuestra, si hasta los romanos realizaban grandes bacanales. En fin, culpemos a los jóvenes entonces, pero esas locuras son muy ricas y a las jevas les gustan aunque se las den de muy decentes y finas. Lo que no cuadra en el patio son los tipos giles o zonzos.

Coincidió de que ese día estaba pasando un frente frío y yo llevé mi abrigo largo (prenda no necesaria en la isla donde el frío sopla solo en horas de la madrugada), pues bien, cuando uno se encuentre muy caliente y con un abrigo capaz de cubrirlos a los dos (si se llevara una frazadita es mucho mejor) se cubren ambos cuerpos. Le baja el pantalón a la muchacha (si tiene minifaldas la operación es más sencilla porque solo tiene que quitarle el blumer), el hombre se baja los pantalones hasta la rodilla (se supone que está oculto por el abrigo). Si la muchacha está sentada en la ventanilla la pone a mirar y contar todas las luces que pasan durante el recorrido de la guagua, si por el contrario se encuentra en la banda del pasillo, le ordena mirar quien viene. No hace falta describir la penetración porque ambos cuerpos se unen como un imán, no se pueden realizar muchos movimientos para no llamar la atención de los viajeros que se encuentren cerca de la posición del combate, y sobre todas las cosas, debe realizarse con toda la discreción y silencio posible (evitar gemidos, gritos, solicitudes inoportunas como ¡dámela papito o mamasita!, etc.) Para las personas que padecen de eyaculación precoz, esa experiencia les alargará el momento del coito porque cuando más entusiasmados se encuentren aparecerá la iluminación de un caserío, un inoportuno bache, el inesperado frenazo, etc, que provocarán la salida inesperada del miembro de su cueva. El final será premiado con un dulce espasmo que los hará pensar que toda la guagua se enteró de sus actos, pero no lo crean, todos continuarán durmiendo y solo los delatará el olor a esperma (no olvide tener un pañuelo a mano), única dificultad que podrán encontrar los jóvenes de hoy.


FIN


Esteban Casañas




Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org