ENTRE COL Y COL UNA LECHUGA

Por Esteban Casañas Lostal


Siempre creí que lo que hacía era bueno y estaba justificado, puede ser también una excusa que me diera aliento para seguir el curso de la vida, si es que aquello pudiera llamarse vida. Hoy, a mil leguas del potaje comprendo cuan equivocado estaba y que erróneo concepto había adquirido en esa dura vida. No tengo remordimientos ni me avergüenzo de lo que hice, como bien he dicho estaba justificado y adaptado al medio donde me desenvolvía, hacer lo contrario era en sumo anacrónico por no decir una palabra parecida a comemierda.

Yo robo, tu robas, el roba, nosotros robamos, robar debe ser el verbo mejor conjugado por un cubano, ¿quién no lo hace?, solo los bobos y los timoratos, yo fui uno de esos bobos de los que hablo, solo que desde el lado de acá miro a lo largo de esa estela dejada por la vida ( si es que pudiera llamársele así y perdonen que redunde en lo mismo) y es solo desde aquí cuando comprendo la miseria en la cual flotaba.

Así de miserable llegué un día hasta Angola ( digo miserable porque fui en contra de mi voluntad y no tuve el suficiente valor para negarme), luego justifico aquella acción diciéndome; << De haberlo hecho hoy no estarías aquí haciendo el cuento>> Pues llegué como Oficial del buque insignia de la marina mercante angolana (qué linda suenan estas palabras), ¿de qué me servirían en el futuro? Esa pregunta me la hice durante muchos años, un diplomita que decía que yo era “Trabajador Internacionalista”, ¿de qué me serviría? Vuelvo a preguntar, bueno, en mi caso de mucho, tal vez para contar pero a otros no les ha servido de nada, ni para entrar a los hoteles de su país, ni allí donde existe de portero una moneda antes odiada.

Cuando arribamos a Luanda fuimos conducidos directamente al buque “N’gola”, hermosa nave y con una acomodación de belleza insuperable a pesar de haber sido construida en 1961. Todo era camaradería, o sea, camarada paquí y camarada pallá. Esas fueron las primeras palabras aprendidas por los angolanos, de la misma manera que nosotros nos vimos obligados a usar la palabra “compañero” y considerar “señora”, “señor” o “señorita” como enemigas y rezagos del pasado, cuanta mierda se ha comido en estos años. Debo confesar que al principio me costaba mucho trabajo pronunciarlas, digo al principio de éste ya largo exilio, cuando lo hacía sentía que me dirigía a un despiadado explotador, sin embargo, cuando visitaba restaurantes, oficinas y otros lugares públicos, aquellos trabajadores me llamaban señor y comprendí rápidamente que yo estaba equivocado, hoy detesto la palabra “compañero” aunque se perfectamente que estoy cometiendo un error, pero es que me trae muy malos recuerdos.

Así, los primeros días a bordo de aquella hermosa nave fueron gastados en el conocimiento mutuo de ambos bandos, el tiempo necesario para la presentación de las cartas credenciales e imposición de las nuevas reglas del juego. Aquellos negros habían sido subordinados de los portugueses (colonialistas) por mucho tiempo, hoy disfrutarían de la compañía de sus libertadores y camaradas (gracias a Dios y a Lenin) nosotros, la gente buena de verdad.

Cuando ya estábamos a punto de partir de Luanda con destino a varios países de Europa cargados hasta los mameyes de café en saco, la compañía de navegación angolana llamada “Angonave” puso una circular en el buque para conocimiento de toda la tripulación, donde expresaba que a todos los tripulantes se les pagaría la suma de $9.00 dólares diarios a partir de la salida del último puerto del país hacia el exterior, los Oficiales serían remunerados con $11 dólares diarios (en este caso nos encontrábamos los ocho cubanos pioneros de la marina angolana) ¿Qué sucedió? El mismísimo día de la partida llegó hasta el buque el delegado del Ministerio de Transporte de Cuba en Luanda, el nombre del tipo es Amador del Valle (tengo buena memoria para acordarme de todos los hijoputas) Pues bien, el individuo llegó a solo unos minutos de la salida y dejó caer un panfleto donde decía que los cubanos ganaríamos un dólar diario a partir de la salida del último puerto angolano. Casi nada leyéndolo fríamente en estos momentos, eso significaba que durante nuestra estancia en Angola no cobraríamos nada, o sea, menos que si estuviéramos navegando en un buque cubano. Debo confesar que entre los ocho Oficiales existían gente puritana o conformista con el destino que les había tocado vivir, esa gente carente de todo lo que debe poseer un ser humano dentro de la cabeza, y así partimos de viaje, no solo eso, así tuvieron que vivir todo el tiempo que estuvieron asignados en aquel buque. Dos o tres no aceptamos aquellas condiciones pero tampoco teníamos la posibilidad de alegatos o reclamaciones, las decisiones tomadas por la parte cubana en aquel país eran irrevocables. No nos dieron otra opción entonces que la de luchar por lo que nos correspondía al estilo cubano, robar, traficar, cometer fraudes, etc., aunque el gobierno y el pueblo de aquel país no tuvieran la culpa de ello.

Ese primer viaje y al arribar a un puerto argelino vendimos varios sacos del café perteneciente a la carga a buques españoles. Amparados por la oscuridad de la noche y en horas de la madrugada, recorríamos la enorme distancia existente entre ambos buques con carretillas que cargaban nuestro robo, ante la mirada atónita de tripulantes que no daban crédito a lo que sus ojos veían en esos momentos. Nunca pudieron imaginar que serían los Oficiales los que iniciaran aquel saqueo, aquellas escenas no las habían visto desarrollar por parte de la oficialidad portuguesa (sus antiguos colonos), así continuó hasta el final nuestra “misión internacionalista”, conjugando el verbo robar o llamándolo en buen cubano “inventar”.

En uno de aquellos viajes a Europa recalamos a la isla de Sao Tomé y permítanme hacer un breve paréntesis. Sao Tomé y Príncipe son dos pequeñas islas enclavadas en medio del golfo de Guinea y muy distantes entre sí, no recuerdo si sobrepasan las doscientas millas entre ambas. Eso si, creo que ha sido el único sitio de los muchos visitados al que pueda considerar un verdadero paraíso, no solo por sus paradisíacos paisajes. Su valor absoluto radica en su gente, allí habitan los negros más decentes, limpios y educados del mundo, gente que pudieran servir de ejemplo a otros de diferentes razas, esto no lo expreso con un enfoque racista, es que siempre se ha generalizado a la hora de mencionar a seres de esa raza injustamente, deben existir similares en otras tierras pero ellos son lo mejor que he conocido en mi vida de marino.

Con Pedro mi mejor amigo y en el único en quien confiaba, que por cierto era caboverdiano pues nunca confié en cubano alguno ( es una pena manifestarlo pero es lo cierto) El me enseñó mucho en las habilidades de las que se vale el marino para contrabandear sin temor a ser penado o descubierto. Compramos unos doscientos cincuenta Periquitos para venderlos en Islas Canarias y unos cuantos papagayos para ser vendidos en Holanda ( su precio entonces era de unos $360 dólares c/u toda una fortuna para nosotros) Nuestra principal preocupación era salir de los periquitos en Canarias por temor a que no soportaran el frío del norte, por fin los soltamos todos al precio de mil pesetas (los turistas tenían que pagar 2500 por ellos) no fue tarea fácil conseguir aquel precio, pero hicimos bastante plata teniendo en cuenta que la peseta tenía un altísimo valor en esa época.

Estando uno de esos días de guardia y uniformado correctamente, en uno de mis recorridos observo que se estaban sacando muchos materiales del pañol de proa y embarcándolos en un camión que estaba junto a nosotros en el rompeolas, en aquella operación participaba parte de la marinería que se encontraba de servicio así como el contramaestre y el pañolero (Pedro)

-Ven acá gallego, ¿esto qué es?-

-Jodé hombre, que no soy gallego.- Me respondió el tipo que en esos momentos actuaba con extraña autoridad.

-Eso no es de importancia ahora, solo te pregunto que está sucediendo aquí.-

-Pues nada hombre, bajando algunas cosillas viejas y entre col y col se va alguna lechuga.-

-¿Lechuga cómo cuál?-

-Digamos que uno que otro cabo nuevo, algún encerado, quien dice que alguna cubeta de pintura, ya sabes.-

-Pues fíjate que yo no sé nada y soy el Oficial de Guardia, ¿qué te parece?-

-¿Es que no te han informado?-

-Fíjate que no y si no lo haces ahora mismo de aquí no sale nada de eso que llamas lechuga.-

-Hombre, el caso es que ya me arreglé con el Inmediato, en cuanto termine aquí subo a su camarote levantamos un acta y le suelto la plata.- El tipo me hablaba de un militante del Partido con un cargo superior al mío, un gallito con el que había tenido la mala suerte de navegar en otro barco con él y al que la tripulación detestaba. No menciono su nombre porque me enteré que había sido sancionado en la marina, es probable que hoy se encuentre vendiendo maní como se le dice a comerse un cable, pero bastante daño que hizo a bordo de nuestras naves.

-Pues bien gallego, si no como de esa lechuga de aquí no sale nada.- Con la misma me dirigí al contramaestre. –Leandro dile a la marinería que no saque más nada del pañol.- El negro obedeció inmediatamente y por solo unos segundos reinó el silencio.

-¡Oye cubanito vamos a llegar a un arreglo hombre!- Casi me suplicó el canario.

-Aquí no hay más arreglo que valga, si no como de esa lechuga no sale nada.- Le repetí al tipo que comenzaba a mostrar algo de nerviosismo.

-Okey hombre, ¿qué propones?-

-Que me tienes que dar el 20% de todo lo que saques de aquí y debes pagarle al contramaestre y pañolero. Ellos serán los que lleven adelante la operación mientras retiro a la marinería de franco, solo así saldrán más lechugas, de lo contrario te mando a vaciar ahora mismo el camión.-

-No, no, estoy de acuerdo con lo que propones.-

-Fíjate bien gallego, conmigo no vale levantar actas ni papelitos, cuando despaches con el tipo y le des su plata quiero la mía y la de mi gente o no sales de aquí.-

-De acuerdo hombre, retira a tu gente.-

Puse al contramaestre y pañolero al corriente de lo que estaba ocurriendo y ambos aceptaron lo que yo había pactado y cual sería su paga. Una vez que la marinería se retiró de franco bajaron muchas lechugas, diría que las suficientes para llenar el gran camión y luego el tipo cumplió con su parte, no vendí las anclas del barco por ser muy pesadas. Luego ese saqueo continuó hasta la culminación de la honrosa “misión internacionalista”, yo sé que Angola ni su pueblo eran culpables de nuestra situación, solo estaba seguro de que nosotros tampoco y aquello no significó mucho comparado con el saqueo que se produjo desde la llegada de nuestra gente a ese país, de la misma manera que se desviaron muchos recursos de nuestro pueblo para ellos.

Hoy pienso en todas esas cosas y me río de la gente que escribe en la Internet, expresando que solo los que permanecen en la isla deben sentirse orgullosos y dignos de continuar allí apoyando ese sistema. Me río con muchas ganas porque por mucho que me rompo la cabeza no encuentro motivos suficientes para tal orgullo, si hay bastantes para considerarlos dignos, pero dignos de una tremendísima lástima.


FIN


Esteban Casañas Lostal
Montreal.. Canadá
2001-09-29
ecasanasl@videotron.ca


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