Asesinando entusiasmos por Carlos Wotzkow “Comienzo por profetizar un cambio radical y relativamente acelerado en Cuba tras la muerte de Fidel Castro…” ¿Quién no quisiera un futuro radiante y próspero para Cuba? ¿Quién que no fuera un vil no lo desearía para ahora mismo? A excepción de los hermanos Castro, sus seguidores (en Cuba y en el exilio) y los inversionistas extranjeros que allá se aprovechan de la mano de obra esclava, creo que todos. Pero lo he dicho y lo repito. Llegar a la adultez intelectual idealizando desenlaces no los materializa de facto, y hay un gran entusiasmo en la mente de algunos líderes del exilio que rayan en lo absurdo: Cuba, muy a pesar de sus deseos, no será un país democrático inmediatamente después de la muerte de Fidel Castro. Cuando se “profetizan cambios relativamente acelerados tras la muerte del dictador”, los cubanólogos ignoran las posibilidades más molestas, las más lógicas, o las más temidas. En el caso de Cuba, siempre tratan de no compararla, por ejemplo, con Corea del Norte, donde tras la muerte de papá, asumió nene. Y es llamativo que así ocurra, porque ese país asiático es el que más se parece a Cuba en términos dictatoriales, económicos y sociales. Ni siquiera el pueblo de Irán soportaría de los Ayatolás las limitaciones materiales y la humillación social que Fidel Castro y Kim Il-sung han inflingido a sus pueblos. El racismo, el esclavismo, el dogmatismo, el partidismo y muchos otros “ismos” han alimentado el odio e inspirado rebeliones en muchos otros países. Pero en Cuba, la propaganda, las amenazas diarias, la tortura psicológica, la destrucción de la familia, la educación controlada, y la obscena desigualdad entre el pueblo y su clase dirigente, ha logrado la sumisión total, sin que se necesitara de una rebelión para justificar semejantes abusos. Y la razón es simple. Para la dictadura cubana, toda medida que destruya la más mínima ilusión popular es un imperativo al servicio de un interés personal por el cual ellos, incluso, están dispuestos a arriesgar la vida. Con esto quiero decir que la autoridad en Cuba no está tan verticalmente construida como se cree. Hay por ahí una lista enorme de millonarios revolucionarios que, ramificándoles genealógicamente, son mucho más que un dictador enfermo y un hermano alcohólico. Es decir, hay miles de seguidores, militares, asesores de toda índole, maniquíes culturales, embajadores, y esbirros, con la misma capacidad de los misiles térmicos: diseñados para rastrear y matar. Es un sistema creado con excepcionales tácticas que, incluso a nivel de propaganda, es capaz de neutralizar al adversario demostrando que este envidia el poder del virtuoso compañero. Lo que menos interesa a Fidel Castro hoy día es el destino personal de Chávez, Ortega, o Morales. Creer que el anciano dictador tiene aún objetivos ideológicos continentales sería, además de ingenuo, sumamente tonto. Eso acabó con Noriega. Cuando usted y su séquito han logrado reducir a cero los derechos de todos los peones de la finca y garantizar en ella su seguridad, su autoridad incuestionable, y el bienestar de su prole millonaria (con yates de pesca, armas para la caza, el sexo casual sin costo y a domicilio, aficiones extravagantes, las mejores bebidas, los mejores platos, más viajes, lujo, y el dinero deseado), usted no piensa en abandonar su feudo. No importa quién sea el que se muera. La dinastía jamás entrega el trono. A no ser claro está, que alguien le ponga la vida, su propia vida, en una subasta negociable. Pero eso no se logra con transiciones pacíficas, ni con florecitas en las manos. Ni mucho menos se convence a un pueblo como el cubano con un empleo y un caramelo. Para que un país sea próspero en el lapso de una generación, antes que contar con los dictadores en el trono, hay que contar con los siervos en las caballerizas. Y Cuba, siento mucho decirlo, posee una juventud que ama las caballerizas y hacer el trabajo del siervo. El ejemplo más notable lo tenemos en los jóvenes que han logrado abandonar la isla y viven en Miami. Ninguno está interesado en ver a Cuba libre, sino en mostrar su “riqueza” recién adquirida a los desafortunados. En su inmensa mayoría, el pueblo de Cuba no sabe trabajar y no está técnicamente preparado. Contar con cientos de miles de especialistas graduados en las universidades cubanas para una reconstrucción inteligente del país es tan absurdo como considerar académicamente formados al 80% de esos egresados universitarios. Que los hay buenos especialistas, los hay. Sin dudas. Pero esos, o ya no están en Cuba, o saldrán de ella a la menor oportunidad posible. Nadie invierte su capital humano en apuntalar una ruina a no ser que usted esté dispuesto a pagarle lo mismo que el ganaría por retocar la fachada de una ruina ya reconstruida en otro país. Y es extraño que quienes auguran este futuro de abundante miel y cooperación de abejas trabajadoras entre los cubanos, sean miembros de una ideología liberal que sigue (creo yo) la doctrina de John Rawls. Este argumentaba que el ser humano siempre tenderá a tomar una posición egoísta, pues esta actitud nace de los instintos de supervivencia. Esquivar esa tendencia al egoísmo individual en una población equivaldría a implantar (por la fuerza) el mismo set de principios marxistas que hemos padecido en Cuba desde hace 50 años y al hacerlo, veríamos otra vez violados los derechos reciales, las afiliaciones políticas, la propiedad privada, la libertad religiosa y un largo etcétera. Como estrategia política ese velo de “ignorancia” es maravilloso, porque permite el egoísmo individual a una nueva clase de líderes. Digamos que, en vez de pagar bien a los Generales, serían entonces los Senadores los que ocuparían el gratificante puesto. Es por eso también por lo que no hay reconciliación posible entre la Cuba de Castro y el mundo. Al dictador cubano no le apremia esa reconciliación, y al pueblo le haría mucho daño. ¿Cómo creer que eres un hombre digno después de haber dejado tus huesos al servicio de unos cuantos que mandaron a tus hijos a misiones internacionalistas, a la boca de los tiburones, o a las sábanas de un lujoso hotel de uso exclusivo para extranjeros? Creo que en Cuba hay gente (de todas las edades y orígenes sociales) que preferiría morir ahora mismo, antes que verse mañana en el bando equivocado. Los principios morales de una nación como Cuba están tan deshechos que ateos y religiosos ven al aborto y al suicidio con un mismo lente: el de la necesidad y/o la conveniencia. La emoción más virulenta del ser humano es el disgusto y el régimen de Castro nos obligó a crecer en él. Durante años, el cubano aprendió a asociar a todos sus enemigos políticos con los “mercenarios” de Girón, los “gusanos” de Miami, la escoria del Mariel, los parásitos sociales (opositores), o cualquier otro calificativo que implicase una cualidad repulsiva, enferma. El éxito (en cuanto a la retención de poder absoluto) del castrismo está, al igual que en el caso del fascismo, no sólo sustentado por la fuerza bruta, sino en extraordinarias campañas de publicidad y estas, diseñadas cuidadosamente en aras de manipular el disgusto emocional del pueblo. Como mismo ocurrió con los judíos, aquellos cubanos que abogan por una Cuba libre no son más que sucios gusanos, o ricos repulsivos de los cuales es mejor librarse sin mirar demasiado el costo. He ahí la clave. ¿Ha logrado el exilio remover de sus hombros esa carga negativa y emocional? ¿Cómo podría? ¿Dando la bienvenida a cuanto sicario, ministro, y malhechor castrista decida cambiarse de bando… temporalmente? ¡No me hagan reír! Para el cubano de a pie el mensaje es claro. Si los pícaros escapan y son bien recibidos, eso quiere decir que la “escoria” de afuera no es más limpia que la que les da órdenes adentro. Por eso soy de la opinión que nadie, ni los EEUU ni la UE están interesados en una Cuba democrática. Saben que de momento eso no es un proceso viable. No puede hacerse demócrata a un pueblo que no comprende lo que eso les aportaría. Menos a una generación de jóvenes que protesta, pero no lo intenta. El activismo pacifico y la modificación pacífica de la sociedad cubana no es más que un espejismo impracticable. Al pueblo de Cuba hay que meterle los valores democráticos en la cabeza de la misma forma que se los extirparon: por la fuerza. Entonces, para aquellos que gustan de las profecías, he aquí las mías. (1) Cuba no experimentará ningún cambio hacia la democracia tras la muerte de Fidel Castro. El pueblo no lo desea, a los EEUU y a la EU no les interesa, y el semen del dictador ha dejado relevo suficiente para los próximos 50 años. (2) Cuba se mantendrá en la miseria más absoluta hasta que una fuerza militar (me inclino a pensar que de las FAR) ponga en peligro la vida de los nuevos elegidos de la dinastía Castro. (3) los inversores que hoy se enriquecen en Cuba jamás serán expulsados. Para cuando el cambio sea posible, ya habrán comprado hasta la moral de sus “temidos” interventores. Si Cuba no es sacudida de arriba abajo por un militar parecido a Pinochet, no habrá cambio de signo político en los próximos 15 años. Si no hay una mano firme que garantice la prohibición del partido comunista y cualquiera de sus desviaciones más nocivas (socialistas, ecologistas, o anarquistas), Cuba se mantendrá fidelista y el pueblo se verá soportando más humillaciones sin chistar. Es más probable que el FMI, o el BM entre en Cuba para hacer negocios con los Castro, a que el exilio cubano invierta su capital financiero en una isla gobernada por cualquiera de los mil y un candidatos pacifistas que andan ahora por ahí. Estimado lector, cuando alguien intente pronosticar sobre el futuro de Cuba, léete el currículo y la escuela callejera del pronosticador. Mira cuántos años se metió en aquella isla pasando hambre y especializándose en la doble moral, o en despojándose de ella. Mientras más años haya estado allí, comiéndose un cable, como allá se dice, más posibilidades tendrá de entender a ese pueblo. Y claro, a la hora de “querer” o “desear” una Cuba mejor, vale más tomar en cuenta al verdadero pueblo que la habita, que imaginárselo de otra manera. No se engañen, no contamos con ningún capital de trabajadores calificados, ni con empresarios nostálgicos en el exilio, ni con demócratas vocacionales. ¡No hay siquiera patriotismo!
Carlos Wotzkow
|