Oriana Por Carlos Wotzkow “A todo hombre le quema la vida las alas de cera. Ya me hago otras alas, y me las corto, y me las rehago: de modo que me parece que tengo delante de mí un taller de alas. Pero duelen al salir; duelen al aletear; duelen más al caerse; siempre duelen.” Hoy puede decirse que los italianos y el mundo occidental es más pobre que ayer. La razón es única. Oriana Fallaci ha muerto en Florencia, su ciudad natal. Ya no podremos volver a leer esas verdades que hacían correr al baño a políticos e hipócritas de todas las nacionalidades. En lo personal, ya no queda una pluma que, al escribir sobre la política contemporánea, me sorprenda con una avalancha de coraje, razones, e historia. De momento puedo decir que Oriana no estaría hoy sorprendida con el silencio de sus detractores. La noticia de su fallecimiento no ha sido una gran noticia en los medios de difusión masiva europeos. No podía serlo. Ha muerto la enemiga número uno del antisemitismo y la defensora de un mundo occidental que cada vez se entrega más al chantaje del Islam. Oriana fue una mujer con un coraje extraordinario. Mí escritora preferida, la única capaz de sacudir mi conciencia política con un solo mensaje: “Un Hombre”. Oriana siempre amo la verdad y para encontrarla, escribía párrafos tan convincentes que, al pasar la página, ya habían dejado de serlo. Oriana nos llevaba hasta el atolladero a golpe de argumentos y, cuando ya estábamos a punto de pedir clemencia, nos mostraba cómo salir más sabios de él. Para los que la creen cargada de odio, una mala noticia. Oriana amó intensamente. Amó a un hombre como únicamente se puede amar a un ave rara que está siempre a punto de migrar: lo amó durante tres otoños, sabiendo que Panagulis un día la abandonaría. Y en efecto, su amor fue asesinado en 1976, estando ambos en plena primavera. Esta mujer nunca tuvo la más mínima duda de conversar con su vientre, o de enseñarnos cuán adultos podemos llegar a ser al hablar con un niño. Pero Oriana también nos dejó plantados. Jamás escribió un libro que tratara sobre este inmenso burdel en el que se ha convertido Letrino-américa. Quizás el hecho de no haberlo hecho ya desdice lo justo de nosotros. Ella no hubiera pactado acuerdos de diplomacia con nadie. Merecido nos tenemos su olvido. A los poetas pagados les hubiera llamado borrachos, y a las lloronas con gladiolos las hubiera dejado esperando en el confesionario. Oriana, mezclada en los asuntos de Cuba, hace rato le hubiera exigido a los maridos presos un poco más de voz propia. Oriana no fue mujer de flaquezas. Para ella “las revoluciones [eran] como el café: han de hacerse con agua hirviendo”. No digo si hubieran coincidido ella y Martí. A los tarados que hoy tenemos en el exilio, Fallaci les hubiera escupido frases como esta: “si ves un insecto verde, es porque se alimenta de hojas…” y entonces concluiría: pero si vez uno que apesta, es porque se alimenta de mierda. Si, quiero creer que hoy, un buen puñado de personas va a lamentar su partida. Ella bien pudo haber escrito un libro vital sobre nuestro dilema: era una excelente proctóloga. Es más, estoy seguro que hubiera compartido con nosotros toda su sabiduría. Hubiera llamado asesino a ese descendiente de gallego al que sus iguales llaman “presidente”, y hubiera aceptado la pena de muerte al final del castrismo. ¿O es que Castro fusilaba tirándonos gladiolos? Oriana no podrá ser acusada de haber calculado jamás sus ideas. Nunca quiso sopesar los riesgos de su libertad de expresión. Y si alguna condición rigió su vida, fue la de rendir un eterno tributo a su propia verdad. Como Martí, Oriana nunca se interesó en saber como pensábamos nosotros. Más bien nos obligaba a interesarnos en lo que ella pensaba. Asumió por tanto, todas sus culpas. La voy a extrañar, pues no me sirve de mucho la doble lectura. Por el contrario, si en algún momento me faltan los adjetivos para nombrar a un enemigo, a ella yo iré. Oriana siempre tendrá un calibrado listado de epítetos a mi alcance. La voy a extrañar, porque son muy pocas las ideas ajenas a las que un hombre como yo tienda a respetar. Pocas son las mujeres que como Oriana han caminado nuestra época y sufrido con nuestro destino. Si alguna vez vuelvo a Cuba, buscaré en la Sierra de Cristal una docena de magnolias. Las plantaré justo debajo de cada una de mis ventanas, y cuando las vea en flores, estaré pensando en Oriana, en la tristeza y en la alegría que ellas le daban por igual. Entonces termino, como lo haría Martí. “Silencio, silencio como en un templo; silencio, como en la capilla de los condenados a morir. Y si se oye algún aplauso, que sea el que produce con sus latidos el corazón, o el que hagan al correr por las mejillas las lágrimas”.
Carlos Wotzkow
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