Tengo miedo “Yo salgo sin furia, no es una posición beligerante, más bien constructiva, no tengo odios...” “Si el exilio va a Cuba tiene que prepararse con los negros con machetes en camiones… cuando yo veo estas preguntas del exilio como las que me están haciendo ustedes, me entran ganas de volver para Cuba y hacerme miliciano…” Decía Oriana Fallaci que apenas el peligro pasa, el hombre se vuelve arrogante. Hace unos meses un mediocre poeta, exiliado y premiado a la fuerza, nos amenazaba con regresar a Cuba, meterse a miliciano, y esperarnos junto a un camión lleno de negros con machete. La amenaza no daba miedo, sino lástima, pues se trataba de un bufón cubano adoptado por el PSOE, alcoholizado, y condenado a ser otro hazme reír en esta historieta política cubana. Al menos yo, no conozco a nadie que discrepe en eso de que los poetas no deben meterse en la política, a no ser claro está, que sean comunistas y sirvan a un régimen dictatorial. Pero la amenaza tenía un mensaje, y era el de reflejar toda la idiosincrasia de guapería y vulgaridad que impera en la sociedad cubana y entonces, me entró miedo. Me dio miedo ver poetas convertidos en políticos asalariados por gobiernos extranjeros. Y me dio miedo, ver tantos cubanólogos vaticinando el futuro de Cuba en el Canal 41, y tantos cubanos creyendo los falsos vaticinios que desde hace 47 años no acaban por cumplirse. Desde entonces, tengo miedo de los cobardes. Sí, de ese mismo camión de cobardes con machete que en pandilla son capaces de llevar a cabo un “Acto de Repudio”, pero que en solitario siempre portan una banderita camino de la plaza del oprobio. Tengo miedo de los pendejos, como diría Facundo, porque son muchos. ¡Imposible cubrir semejante frente! Y tengo miedo de Fidel Castro, porque sigue logrando burlar a todo el mundo. Tengo miedo de lo poco que saben los cubanos de Cuba sobre el exilio cubano, y lo poco que sabe ese exilio de los cubanos en Cuba. Tengo miedo de los que intentan cambiar nuestra historia, pero aún más, de los que intentan perpetuarla. Tengo miedo de los logros de la revolución porque sé, por el mundo competitivo en el que vivo, que no sirven de nada. Entonces, tengo miedo de los deportistas amateurs cargados de medallas, de los médicos internacionalistas y de los trabajadores sin derecho a huelga. Tengo miedo de los conocimientos de los expertos en el exilio que todavía creen que un país puede prosperar con un pueblo sin cultura laboral. Y tengo miedo de esos “trabajadores” que lo esperan todo del Patrón, o del Estado. Ellos creen merecerlo todo: desde el transporte público, hasta la pintura de uñas para no “perder el tiempo” en el puesto de trabajo. Entonces, tengo miedo de los disidentes y de sus seguidores. Pero sobre todo, tengo miedo de estos últimos, que son como los pendejos, a veces demasiados. Tengo miedo de sus tribunas, de sus programas, de sus “verdades” desvergonzadas y sus perdones injustificados. Tengo miedo de la justicia blanda, que es la antesala a la más cruel de las injusticias. Tengo miedo de los exiliados, de sus cientos de sueños irrealizables, de los desengaños que les esperan 90 millas al Sur de un lugar en el que al menos se han construido un presente decente. Tengo tanto miedo del futuro de Cuba como lo tengo de su pasado. Tengo miedo que tanto el uno como el otro hallan sido mentalmente construidos con demasiada miopía. Tengo miedo de Varadero, esa playa a la que llaman la más bella del mundo, y tengo miedo del Turquino, del que todavía creen es un pico recubierto de bosques. Tengo miedo del Cauto, al que los incautos todavía llaman “río”, y al que los farsantes todavía consideran navegable. Si, tengo miedo de los pacifistas, de los ecologistas, de los socialistas, de los marxistas, de los comunistas, de los trotskistas, de los disidentes católicos (que parece, pero no es un juego de palabras), de los disidentes democristianos (lo mismo), y de todos esos que en Cuba y fuera de Cuba quieren más de lo mismo tras el sepelio de Fidel Castro. Tengo miedo de Radio y TV Martí, y de cuanta voz altisonante sea divulgada masivamente en apoyo a la disidencia interna. Por tanto, tengo miedo de El Nuevo Herald, que es una copia exiliada del Granma, o de Encuentro de la Cultura Cubana, que no se distancia mucho de la Jiribilla que tanto critica. Tengo miedo, mucho miedo. Tengo miedo de los cubanos admiradores de Zapatero, el Hugo Chávez de Europa, y de los defensores de Bush, el Pilatos más impenitente que han sufrido los cubanos. Tengo miedo de algunos agentes del MININT que desde hace más de 40 años trabajan en el exilio, y de todas las ONG que desde afuera de Cuba les dan apoyo. En especial, tengo pánico del CFR, y miedo al FBI, a la CIA, al Mossad Israelí y a la Europol, todos cómplices de Castro. Tengo miedo de Bill Gates y sus donaciones a Cuba. Pero también, tengo miedo de las fundaciones Rockefeller, y MacArthur, y de la ADM, y del INS. Tengo miedo de todas las agencias federales que en EEUU hacen más por perpetuar la tiranía cubana que por debilitarla. En fin, tengo miedo, muy por encima de todo, del pueblo cubano: tan abúlico como apático, tan bajo como baldío, tan cobarde como conforme, tan delator como desalmado, tan engañoso como engreído, tan falso como furtivo, tan gafe como golfo, tan hereje como hipócrita, tan idiota como insolente, tan jaranero como jeremías, tan lacayo como lerdo, tan maleducado como maléfico, tan necio como negligente, tan obtuso como orgulloso, tan presumido como pusilánime, tan quejoso como quiescente, tan rastrero como recadero, tan servil como sobado, tan tarugo como temerario, tan ufano como uniformado, tan vago como varado, y tan yerto como cualquier Yoruba.
Carlos Wotzkow
|