Bioterrorismo Cubano a la Carta

by Carlos Wotzkow

¿Qué prefiere usted, que la privacidad no sea en lo absoluto afectada (por el aquello de no dañar en lo más mínimo las libertades individuales, o que el FBI pueda, con mandato judicial, inspeccionar el refrigerador de su casa? Yo, por si las moscas, si fuera conciente del peligro que se cierne sobre esa gran nación, ordenaría de inmediato la inspección de todos los hogares cubanos en el Estado de la Florida. Y si digo “Florida” y especifico “cubanos” digo más: haría un control nacional, e incluiría en él a los hogares venezolanos, iraníes, palestinos, saudíes y un largo etcétera. Se los aseguro, algunas cosas interesantes descubrirían.

Scott Ritter, en el programa especial “Dead Wrong” ha dicho algo intere sante a la CNN. Ha afirmado que la inteligencia norteamericana quizá no estuviera tan equivocada como manipulada. Para convencernos, ha asegurado que desde la administración de Bush padre, incluidos los dos mandatos del ginecólogo Bill Clinton, la política de la Casa Blanca ha ignorado en todo momento los reportes de la inteligencia. ¿Qué quiso decir con esto el Sr. Ritter? Nada del otro mundo, sólo dejaba entender que la guerra de Irak ya estaba planeada, y que los reportes de inteligencia en los Estados Unidos son detalles secundarios de cara a la política internacional de sus gobernantes.

Hacía rato que no escuchaba en la CNN nada tan acertado. Los Estados Unidos, y ya ahora hablando en serio, saben que Fidel Castro posee un programa potencialmente peligroso de armas biológicas. Pero la política norteamericana respecto a la isla, ya desde Enero de 1959, no ha sido otra que la de dejar nuestros anhelos de democracia a la deriva. El absurdo y costoso fiasco de Radio Martí es un ejemplo, pero Ana Belén Montes y sus fecundos paseos por el Pentágono, es seguramente el caso más significativo de lo que el Sr. Ritter ha dicho: desde hace años, las administraciones norteamericanas han estado ignorando y además tergiversando, la amenaza que representa Castro en materia biológica.

La caricatura la encontramos en un decrépito Jimmy Carter caminando por los laboratorios de enseñanza básica del Centro de Biotecnología de La Habana antes de afirmar que “Cuba no posee un programa de guerra biológica”. La realidad es que los liberales norteamericanos, y los ineptos funcionarios que en la inteligencia todavía les creen, han hecho muy difícil el seguimiento del desarrollo tecnológico de Cuba en la ingeniería genética. Quizás esa política no afecte el continuo éxodo de científicos involucrados, pero seguramente empaña la realidad. Hay actualmente miles de especialistas en Cuba trabajando en células madres, y hay un torrente de dinero entrando en Cuba para esos laboratorios y cientos de otros proyectos en los que la ética no molesta la experimentación.

No son pocos los científicos de las universidades de Harvard y California interesados en incrementar los avances biotecnológicos cubanos a cambio de un mejor curriculum. Después que sus institutos cerraron y el dinero que antes les era destinado fuera desviado, el flujo de cerebros y “colaboraciones científicas” está siendo notable. Y perdonen los dolidos de la Smithsonian, pero si no se permite investigar cómo esas células madres trabajan, tampoco será posible saber como está montado el circuito patriótico en el cerebro de esos científicos despolitizados. Lo que afirmo, ya se vio antes en los Estados Unidos cuando sus especialistas en biología sintética lograron el virus PhiX 174 y se demostró que, inyectando su DNA en E. coli, esta reproducía partículas virales derivadas del DNA artificial.

Entonces, el gobierno norteamericano prohibió la publicación de los datos, clasificó el descubrimiento y poco faltó para que cerrara las instalaciones por miedo a que el hallazgo pudiera ser utilizado para bioterrorismo. De esa conducta ultra moralista se sobreentiende que la clase política norteamericana no valora los riesgos biotecnológicos de manera apropiada. Cuando en Norteamérica un fármaco trae inconvenientes a los seres humanos, la FDA clama escándalos y pide que rueden las cabezas. En Cuba, por el contrario, la experimentación en humanos es un procedimiento “standard”, y si el conejillo de indias muere, pues hasta se le critica haberse ido a la tumba sin dar gracias a la revolución por el “tratamiento recibido”. ¿Quiere alguien negar la existencia de ensayos farmacéuticos de esa índole en Cuba?

Las regulaciones implementadas durante la administración Clinton parecen tener más en cuenta los “efectos secundarios” de la Viagra, que el avance científico de las biotecnologías en Cuba, o el número de vidas que ellas pudieran costar. Y si algo se demora por años en materia de inteligencia y bioterrorismo, a nadie parece importarle, pues más vale no herir la sensibilidad política de Castro que arriesgarse a combatirlo. Para los que no lo saben, el bioterrorismo ya no es una preocupación si se utilizan agentes conocidos, pero sí si se crean nuevos a partir de la ingeniería genética de ellos. De ahí que la Casa Blanca hace el peligro aún mayor, pues los científicos cubanos no están obligados a declarar sus hallazgos ante ningún comité de control internacional.

No es nuevo que las regulaciones y las leyes norteamericanas sean el bumerán perfecto para los terroristas que les atacan. Pero quien más daño hace a esa nación son sus políticos interesados. No sólo es irónico que John Bolton sea “culpable” por alertar al público de la amenaza que representa la industria “biomédica” de Castro, sino que prime la versión de los que aseguran que cientos de espías cubanos estudiando en las instituciones científicas norteamericanas son víctimas del “imperio” y por ende, merecen siempre una oportunidad. Los juicios anulados hacen historia hoy día en Atlanta, y los estudiantes norteamericanos fluyen a Cuba como abejas al panal, aún a sabiendas de que las tecnologías que desarrolla la isla no son inocuas para su país. Todos debiéramos admitir que en ambas partes del estrecho la ética se maneja de manera diferente. Una de las “ventajas” de Castro es la enfermiza plasticidad que ha impuesto a nuestra sociedad, y a medida que la biotecnología avanza, se desvelan fuertes paradigmas. Para nadie es secreto que unas cuantas bases impares en un cromosoma pueden destruir un organismo de un trillón de componentes. Haemophilus influenza, de la que cada uno de nosotros posee una variedad diferente, es un microorganismo que exhibe evolución en tiempo real. Apenas cuatro pares de bases que repitan un defecto en los genes asociados a las proteínas de las células y los marcos de lectura para replicar la alineación correcta quedarían noqueados.

Noqueando genes de manera aleatoria puede alterarse la superficie celular y esa es una de las causas por las que todo un sistema inmunológico puede quedar bloqueado. Más fácil aún: dos variedades del virus de la influenza en un mismo organismo puede conllevar una recombinación de su DNA. En un laboratorio, esto puede lograr tipos de moléculas capaces de poner a millones de personas en peligro de muerte. Pero el gobierno de los Estados Unidos no quiere que sus científicos desarrollen nuevos antivirus y esto, hace del país más poderoso del planeta una diana perfecta para el bioterrorismo cubano. No son pocos los que se jactan en Cuba de poseer los conocimientos y la tecnología que les permita sintetizar virus nuevos en apenas unas semanas.

Ninguno de los argumentos que hoy se esgrimen en público sobre la utilización de organismos letales conocidos me convence. Quizás hace unos años hubiera sido imposible modificar el ántrax u otro patógeno, pero ya no estamos muy lejos de poder hacerlo en el cuarto de baño de una casa. Hoy día es fácil desarrollarles para que muten en caso necesario, y ya ni siquiera sería complicado construir una nueva variedad basándose en la secuencia de su DNA. Un mes, tal vez dos, bastaría para lograrlo. Sin embargo, Castro bien pudiera desdeñar ese objetivo. ¿Para qué desarrollar virus que matan y se riegan rápido, si lo interesante tal vez sea lograrlos con un período de incubación más largo. ¿Que institución norteamericana estaría preparada para contrarrestar una patología diseñada en ese espectro?

Ya sé, el senador Christopher Dodd dirá, siguiendo su agenda castrista, que no es fácil desarrollar un virus biológico por la vía de la ingeniería genética. Pero la realidad es que los instrumentos, los conocimientos, las habilidades, el interés y el dinero para ocuparse de crear patógenos con esas característica son cosas más fáciles de lograr que una bomba atómica en la hermética Corea del Norte. Es cierto que los norteamericanos pudieran contrarrestar cualquier ataque bioterrorista aplicando técnicas de interferencia al RNA, pero dudo que los políticos que denunciaba Scott Ritter en la CNN se lo permitan. Por desgracia, la maquinaria de la política norteamericana jamás despierta antes que la bomba explota al lado de la cama y hoy, sólo queda rezar para que no les despierte ese despertador.


Carlos Wotzkow
Bienne, Agosto 20, 2005



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