Castro y los Ecologistas Norteamericanos (Tercera Parte)
“Cubans are very proud of their current high quality of life... There is currently a very responsible attitude regarding family planning in Cuba.” Por Carlos Wotzkow* y Eudel Cepero** ¡Qué malos deben ser los salarios capitalistas en Nueva Escocia que le permiten a un profesor de ciencias agrícolas tomarse medio año sabático y pagarse 6 meses en Cuba para hacerle propaganda al régimen de Castro! Me pregunto si las dos frases que hemos incluido como exergo no serán demasiado alucinantes. En la esfera económica, se ha reconocido que Cuba ocupaba el lugar número 22 entre los 122 países más avanzados de la época (1953). Los cubanos por tanto, disfrutaban de un nivel de vida igual al de los italianos (1). Hoy en cambio, y sólo tomando en cuenta la comunidad de los países que conforman el Continente Americano, los cubanos estamos en el puesto 35, sólo por encima de Haití. En cuanto a la planificación familiar se refiere, apenas nos queda la vergüenza de decirles que entre 1968 y 1997 el gobierno cubano estimuló el aborto de 3.3 millones de cubanas, muchas de ellas más niñas que adolescentes.(2) ¿Quién es realmente este iluminado profesor que da clases para hacer que los pastos y los cultivos sean ecológicos en Nueva Escocia? Lo primero que debemos decir es que es uno de los entusiastas de la “Ecología Profunda”, o lo que es lo mismo, la escuela de los ecologistas que intenta bajar los niveles de la población, la industrialización, el transporte y la educación al nivel en que la naturaleza ya no pueda sentir la influencia humana. Por eso, él cree que Cuba es el país idóneo para practicar ese modelo de ecología fascista, pues allí todavía existen zonas montañosas sin carreteras, la crisis del petróleo ha obligado al régimen a acabar con sus inmensos latifundios de caña y con el abusivo empleo de las maquinarias. Valdría la pena saber si Castro, apoyado por los solidarios granjeros norteamericanos que se burlan del embargo, no se convertiría con gusto en la azucarera de los Estados Unidos. Según este ecologista agrícola “los cubanos no quieren descender al caos político y económico experimentado en la Europa del Este en 1989”, y “son serios sobre el role que desempeñan como último bastión del comunismo.” Más aún, este “científico” canadiense asegura que “la culpa de los fracasos económicos en Cuba la tiene el embargo norteamericano y a las inflexibles estructuras de producción y distribución que los soviéticos impusieron en Cuba durante 30 años” (3). Esto, hace del profesor Martin un ciego perfecto, o el que de cara a la Cuba más real, no quiere tan siquiera abrir sus ojos (4). Todavía recordamos cuando en la enseñanza básica se nos decía que la revolución había acabado con el latifundio. ¿Cómo no recordar después la cara que poníamos cuando se nos enviaba a la “Escuela al Campo” a trabajar como esclavos en plantaciones estatales de cientos de miles de caballerías sembradas de una misma cosa? Cualquiera que desee ver cómo Castro y este ecologista canadiense mienten, puede leerse la obra “Los Ingenios” (5). Entonces es que muchos se darán cuenta cuánto nos han mentido y cuantos cubanos amantes de las ciudades no saben todavía lo engañados que están. El método agrícola que el profesor Ralph C. Martin sugiere se aplique en nuestro país ya se aplicaba desde principios de 1800. En aquella época, no había en Cuba ingenios con más de 60 caballerías (a excepción del Ingenio Alava de Colón, que tenía 80). Por lo regular, los propietarios dejaban la mitad de las tierras en receso (lo que la revolución se hartó de llamar “tierras improductivas”) con el deseo expreso del propietario de dejar descansar una o varias zafras al terreno. Vistosos por sus arboledas intercaladas a los cultivos alternados eran los ingenios de “Las Cañas”, de Joaquín de Peñalver; el “Santa Teresa” de Miguel Matienzo; el “Mariel” del General Gregorio Piquero de Argüelles; el “Valbanera” de la Condesa de Villanueva; o el “Tinaja” de Ramón de Lasa. Y aclaro, sólo les hablo de la región de Quiebra Hacha. ¡Cuánta mentira Dios mío, han utilizado para acabar con los rentables sistemas de producción y con la propiedad privada que garantizaban que nuestra patria fuera todavía a finales de los años 50 la verdadera Perla del Caribe! Y que todavía tengamos que ver impasibles como algunos energúmenos graduados en Norteamérica intentan darnos clases de cómo sembrar nuestros campos. Según estos sesudos, ahora hay que plantar cultivos variados, sembrar sólo pequeñas áreas, utilizar las postas de los caballos como abono natural (y atención, porque el colector de excretas que colgaba de las barras de todos los carretones en la Cuba de antaño, el ecologista Martin nos lo da ahora como una invención ecológica de la revolución practicada sólo en la ciudad de Cienfuegos), limpiar manualmente las malas yerbas, y mezclar los desperdicios orgánicos con tierra. ¡Toda una lección de modernidad! En abril de 1884, también en La América, José Martí hace un comentario sobre “El Manual del Veguero Venezolano”, del Sr. Lino López Méndez, en el cual se puede constatar que conoció y estudió la importancia de los abonos naturales: “cuenta como ha de abonarse la tierra; por cuanto no hay tierra por rica que sea, que no mejore con el abono,... y el tabaco ha menester más que planta alguna de abono cuidadoso sin que haya mejor que el de vegetales bien podridos (por la sabida ley que la vida nace de la muerte), mezclado con una parte de estiércol de bestias; los vegetales mejores son los palos de las mismas matas de tabaco, las cañas del arroz y del maíz, la hojarasca que se va trocando en tierra. Y explica como se ha de ir preparando en montones este abono, y no ha de usarse de montón que no tenga ya contado sus seis meses.” Como se ha podido leer, el abono orgánico fue elemento importante en los escritos agrícolas del apóstol y no le eran ajenos los conocimientos sobre el reciclado de nutrientes en el suelo a partir del rastrojo de cosechas, la elaboración del “compost” con estiércol de animal y en general, el papel de los microorganismos en el suelo gracias a la “sabida ley que la vida nace de la muerte”. Todo ello, constituye basamentos esenciales de la agricultura orgánica cubana de principios del siglo XIX, cuando Martí aprendía de los campesinos y enseñaba a todos los cubanos cómo enriquecer mejor con abonos naturales nuestros campos. Y esto, publicado además por uno de los autores (Cepero) en 1999, apareció en una revista cubana y no en una “desdeñable publicación del exilio”. Es decir, otra prueba que demuestra que el eminente ecologista canadiense llegó a Cuba a descubrir el agua caliente. (6) Este tipo, es evidente, pertenece al grupo sectario de los eco-extremistas. Son gente que confiere un valor intrínseco a la naturaleza (primer principio de la llamada “Ecología Profunda”). Solo que el “valor” es una categoría que hasta la fecha sólo la determina el ser humano y un profesor de ciencias agrícolas no puede ser útil a la humanidad, o a la naturaleza, a no ser que alguien (parecido a él) le reconozca algún valor a sus diplomas, sus lecciones académicas, o sus desvaríos políticos. Por tanto, Cuba es un enclave natural importante porque sus recursos naturales permiten a la especie humana habitar y sobrevivir gracias a sus ecosistemas. No conocemos a nadie que haya llevado a la Cumbre de Río una propuesta a favor de la protección de las estériles dunas del Sahara. O tal vez sí, pues qué se harían los ecologistas franceses si los amantes del automovilismo no pudieran corretear con sus motos y sus Jeeps sobre las arenas desérticas de Argelia y Marruecos. El segundo principio de esta Ecología Profunda es el valor que ellos dan a la biodiversidad. Pero está claro que un gobierno que sembró el 70 % de sus tierras cultivables con caña no es un alumno muy aplicado que digamos. Lo mismo en el terreno de la coexistencia entre los humanos. No creemos que un régimen que encarcele a los homosexuales, mande a la guerra en Angola sólo a los negros, o elimine física o socialmente a todos los que se le opongan sea una opción de gobierno muy tolerante. En Cuba, todo, la naturaleza incluida, va a ser sacrificada en aras de que Castro no pierda ni un ápice de poder. Por tanto, el hecho de proteger los ecosistemas a fin de lograr apoyo de las Naciones Unidas en contra de la política norteamericana (idea alucinada del ecologista canadiense) no es válido. Mucho menos ahora que los pueblos norteamericanos y europeos se van dando cuenta que han sido víctimas del timo de varias transnacionales ecologistas. El tercer principio de la Ecología Profunda dice que los humanos no tenemos derecho a reducir la diversidad ecológica excepto que para satisfacer nuestras necesidades vitales. En este caso, la revolución cubana (o sea, un proyecto político) ha demostrado ser capaz de exterminar la naturaleza con tal de sobrevivir. Habría que preguntarle al profesor agrícola si la “Ecología Profunda” le da derecho a la “dictadura del proletariado” para acabar con el añorado Edén que ellos sueñan construir. Nos tememos que en este punto, Castro y los ecologistas norteamericanos tienen poco margen para el entendimiento. En lo que sí concuerdan sin embargo, es en el cuarto principio. Ese que dice que “el florecimiento de la vida humana es compatible con la disminución substancial de su población”. Amantes como son ambos del genocidio, la revolución cubana y los ecologistas más encumbrados de hoy (abortos y balseros por necesidad incluidos), ven en Cuba el sueño realizado. El quinto principio retoma el deseo de los ecologistas de Greenpeace y el WWF de acabar con la especie humana. Algo a lo que Cepero ha llamado “ecofascismo”. Para ello, nuestro amigo Ralph sugiere que Castro aumente las áreas a las que los cubanos no tengan acceso libre. Él plantea que no debiéramos aceptar la inversión extranjera, ni ningún tipo de intervención exterior (el aislamiento total), ni favorecer el desarrollo del turismo. Es decir, los bosques cubanos para Adán y Eva y el resto a tomar... guarapo en campos de concentración (¿ecológicos?). Parece que el ecologista, no contento con el apartheid que Castro ha logrado imponer a los cubanos en la esfera económica y social, también lo quiere imponer en la esfera geográfica. Sin embargo, no se da cuenta del caos que ha creado su ídolo al prohibir la migración de las zonas rurales más desfavorecidas a la capital. Esto demuestra que 6 meses de vacaciones en una isla no bastan para comprender que los cambios que la revolución realiza son únicamente para sobrevivir políticamente. El sexto principio se basa en ajustar las políticas económicas, tecnológicas e ideológicas. El ecologista canadiense no dice cuáles son las mejores a seguir, sólo sugiere que estas se distancien lo más posible de aquellas que tomen los Estados Unidos. Una política que reconozca el valor de mejorar los sistemas biológicos –añade,- bastaría para ganar reputación a nivel internacional. ¿Qué quiere decir esto, qué la Cuba actual ni siquiera reconoce la devastación que sufren sus ecosistemas, o que la Cuba comunista debe tirarse como socio principal a las Naciones Unidas para contar con el dinero y el suministro que le permita vivir de los estados capitalistas, pero sin endeudarse con ellos? No por gusto las Naciones Unidas se han convertido para los ecologistas en el gobierno mundial centralizado más parecido al comunismo. Todo un ejemplo a seguir. El séptimo principio implica cambiar la mente humana al punto de que las cosas buenas que todos percibimos de la vida no sean asimiladas como tal. En otras palabras, los Ecologistas Profundos quieren llegar al punto en el cual la especie humana sepa que disfrutar la naturaleza no es nada maravilloso. Lo realmente maravilloso es que la naturaleza exista sin que tengamos que estar nosotros en este planeta para apreciarla. El enunciado original de esta doctrina se lo debemos al Príncipe Felipe de Edimburgo (y fundador del World Wild Found) cuando decía que “si él pudiera reencarnarse, volvería a la tierra como un virus mortal, para bajar los niveles de la población humana.” Después, fue Paul Watson (co-fundador de Greenpeace) quien siguió sus palabras afirmando que en “en vez de ir a tirarle a los pájaros, a mí me gustaría ir a tirarle a los niños que le tiran a los pájaros.”(7) ¿No son acaso verdaderamente tiernos y misericordiosos estos ecologistas? Ralph C. Martin se maravilla de saber que en Cuba hay un médico por cada 207 habitantes. Pero qué clase de científico es este señor que ni siquiera se pregunta para qué un país con cerca de 12 millones de habitantes necesita 57’971 médicos. Y si fuera un científico mediocre, al menos se preguntaría cuántos tienen trabajo, o lo que es aún mejor, ¿cuántos pueden cumplir con la tarea de curar sin haber medicinas? ¿No será que Cuba tiene demasiados enfermos? ¿No será que la hambruna generalizada crea demasiadas enfermedades carenciales? ¿No será por culpa de la fumigación masiva y en grado técnico que La Habana es la ciudad con mayor número de enfermos respiratorios, después de México DF? ¿No será que la Industria de Ingeniería Genética necesita miles de ginecólogos para extraer de las adolescentes cubanas la placenta (su materia prima) en cantidades industriales? ¿No será que pedalear todos los días desde por la mañana hasta por la noche con un vaso de agua con azúcar en el estómago es dañino? El profesor Martín explica que los cubanos se sienten muy inseguros por las agresivas iniciativas de los norteamericanos y que debido a ello, el gobierno y la población se verán aún obligados a sacrificar el paisaje en aras de construir instalaciones defensivas. Entonces nos tira a la cara el octavo principio: “Aquellos que subscriban los principios anteriores de la Ecología Profunda tienen la obligación de probar, directa o indirectamente, hasta que logren implementar los cambios necesarios.” Y todo ello es únicamente posible en Cuba porque “son muy pocos los cubanos que quisieran ver erosionados los triunfos de la revolución.” “Cuba - continúa este amante del fascismo fidelista - ha sido un modelo de cambio social para la mayor parte de América Latina, y, quizás, pueda convertirse en la primera nación desarrollada con la implementación práctica y política de los principios de la Ecología Profunda.” Cualquiera que lea el optimismo que este canadiense experimentó en Cuba pudiera pensarse que nuestro archipiélago está saturado de bosques y ecosistemas naturales vírgenes. Pero Cuba (con apenas 114’524 km2) se haya desgraciadamente entre los 5 países con mayores índices de desertificación en la América Latina (8). Por tanto, el optimismo es incluso inexplicable para los mejores ecólogos cubanos, ya que los que la acompañan en esta nefasta lista son inmensos países como Brasil (8’511’965 km2), Argentina (2’766’889 km2), México (1’906’691 km2), Perú (1’285’216 km2) y Chile (756’945 km2). O sea, países continentales que son 74.3, 24.2, 16.6, 11.2 y 6.6 veces más extensos que Cuba (9). Por todo lo anterior, hay que leer entre líneas las conclusiones a las que nos quiere llevar el profesor Ralph C. Martin. Y digo entre líneas, porque él las ha decorado lo suficientemente poco como para que todos podamos ver qué hay detrás de ellas. Los “Ecologistas Profundos” deben poner sus ojos en Cuba por todo lo que la sociedad cubana ha demostrado ser capaz de soportar. Los cubanos aguantan bien las presiones y las imposiciones. Los cubanos son capaces de vivir hacinados en suburbios de mala muerte sin mostrar altos índices de agresividad. Los cubanos son fáciles de contentar con el entretenimiento del deporte y la música. Los cubanos poseen 3 ingredientes que permitirían imponer en Cuba una dictadura basada en la Ecología Profunda: (1) a los cubanos se les puede mantener aislados del mercado mundial, y por ende, se les puede pedir que vivan sin transporte, sin combustible, sin utilizar pesticidas y con todo tipo de insectos naturales acabándoles el sueño, (2) están bien educados en la ideología del marxismo y aceptan sin muchas protestas las presiones políticas y (3), poseen una memoria colectiva que les permite implementar varias políticas comunitarias para salvar a su población. ¿Qué les parece? END Suiza, Estados Unidos, Marzo 13, 2004 *Carlos Wotzkow es ornitólogo y trabaja en un Departamento de Investigación de Biología Molecular de la Universidad de Berna. **Eudel Cepero es Licenciado en Geografía y trabaja en la Universidad Internacional de la Florida. Referencias1.- Unión Liberal Cubana (1990): The Twenty Questions you ask yourself about Cuba which are never answered objectively. ULC, Madrid Spain 8 pp. 2.- Márquez, Claudia (1999): Más de 3 millones de abortos en 30 años. El Nuevo Herald. Jueves 20 de Mayo 1999. 3.- Martin, Ralph C. (2000): The Application of Deep Ecology in Cuba. The Trumpeter. http://www.trumpeter.athabascau.ca 4.- Wotzkow, C., E. Cepero, y L.R. Hernández (2004): Fidel Castro y los Ecologistas Norteamericanos. Primera Parte. Originalmente publicado por la Fundación Argentina de Ecología Científica. Febrero 26, 2004. 6 pp. 5.- Cantero, J.G. (1857): Los Ingenios. Colección de Vistas de los principales ingenios de Azucar. Litografías de Eduardo Laplante. 36 pp. 6.- Cepero, Eudel (1999): ¿José Martí ambientalista? Revista Vitral, Marzo-Abril N° 30. Pinar del Río, Cuba. 7.- Gielow, Fred (2000): You don’t say. Sometimes liberals show their true colors. Freedom Books. 302 pp. 8.- Agencia de Prensa (2004): ONU: Deteriorada situación ambiental en América Látina. Cubanet. Prensa Internacional. Yahoo Noticias. Febrero 4, 2004. 9.- Roberto Remo Bissio ed. (1988): Guía del Tercer Mundo. El Mundo visto desde el Sur. Editora Tercer Mundo. 611pp. BONUS PARA LECTORES SOBRE EL ECOLOGISMO DE FIDEL CASTRO.
Si la agricultura y la ganadería cubana, asesorada por estos ecologistas norteamericanos fuese tan prometedora, hoy este discurso de Castro, pronunciado en la inauguración del II congreso de los CDR en 1982, no nos sonaría tan raro: “Ha habido diversos ensayos. Por ejemplo, el ensayo Pinochet en Chile: Empezó a aplicar ciertas teorías económicas de una llamada escuela de Chicago, una receta que consistía en dejar a cientos de miles de chilenos sin trabajo, elevar extraordinariamente los precios para combatir la inflación, abrir el país a las empresas transnacionales, y de tal manera aplicó las medidas restrictivas, medidas que sólo pueden ser aplicadas mediante un sistema fascista, que Chile que estaba importando carne de Argentina como 100 millones de dólares, a los 6 o 7 meses exportaba carne, mediante el sencillísimo procedimiento fascista de que el pueblo chileno dejó de comer carne...”
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