CUBANOS VS CUBANOS

Por Carlos Wotzkow

Hay que tardar una eternidad en amarse, porque son edificios de almas, muchos más duros a veces y más pesados que las piedras!”

José Martí

Ubicada en el portal de muchas páginas de Internet uno puede ver a la bandera cubana. Ahí está sin embargo, imperceptible, para muchos de los que a diario creen verla. Pero si preguntáramos a la mayoría de los internáutas cómo hacerla más palpable, la mayoría coincidiría en decir que viéndola ondear en Cuba. Sí, una bandera como la nuestra sólo sería única y la misma si todos pudiéramos verla en esas condiciones.

La autenticidad de semejante idea siempre ha ejercido en mí una gran influencia. El impacto de una bandera ondeando en Cuba para todos los cubanos no puede ser reducido a un hecho meramente estético, ya que una bandera idéntica en nuestra casa del exilio no evoca una emoción comparable. El sobrecogimiento es tan directo como emocional y dudo que habría otro capaz de superarle en importancia.

Si utilizo a la bandera como impulso intelectual no es para intentar sintonizar a mis lectores con la cubanía, sino porque algunos creen que es imposible sentir emoción a partir de un hecho abstracto. Después de haber vivido más de 10 años en Suiza, creo firmemente que esos son los únicos capaces de unirnos en tanto que cubanos. El resto, es pura tristeza y frustración.

La división generacional entre los cubanos es una realidad contingente. Mucho antes de que la teoría evolutiva se alojara entre mis libros más hojeados, ya había un gran debate armado con relación a nuestras diferencias. Las generaciones posteriores a 1959, según uno de los mayores bloques de argumentos (pongo en dudas al termino “razonamiento”), habían degenerado después del triunfo revolucionario.

Ellos consideraban que las generaciones formadas por la revolución habían sido objeto de una degradación insalvable y por tanto, justificaba su doctrina de desigualdad. En términos evolutivos, eran una clase de cubanos que se reconocían como los sagrados poligenistas: señores con criados en la patria y capataces en el exilio. Para ellos, los egresados de cualquier escuela cubana eran incapaces de entender siquiera esa parte de la historia.

Si en algún momento del siglo XX los cubanos fueron una especie patriótica con ciertos intereses comunes, la revolución de Castro ha durando tanto que las diferencias se han hecho insuperables. Pero si mirásemos con detenimiento las clasificaciones de estos taxónomos distanciados de la realidad, notaríamos que cada escuela, cada politécnico, cada profesión, crea en su esquema otra nueva clasificación.

Por suerte, esa extraña “genealogía política” (aplicada según criterios muy ambiguos) nos reconoce todavía como miembros de una misma especie y por ello, mi optimismo.

Hace unos meses leí el monólogo que un compatriota escribía en el día de las madres (1). Cada párrafo (a la vez hermosos y sentidos) llevaba a mi mente el sonido que antecede a la noche familiar. El fresco comenzaba a enfriar y el canto de los grillos atenuaba cada triste imagen narrada. Puedo decir que estuve en el jardín de casa conversando con mis viejos. Sin intentar ninguna vivencia mayor, me sentí en Cuba. La de nuestros ancestros y la de los que están por nacer.

Pero entonces recordé que estaba en Suiza, pensando sobre las diferencias que tanto nos separan y pensando que tal vez los artífices de nuestras discrepancias sean los menos interesados en reconstruir a nuestro país. La historia cubana está compuesta de rangos erigidos para mantener cierta hegemonía respecto a la fecha de salida. Cuba, es el país cuya población está más comprometida a preservar esa desigualdad.

El exilio histórico contra los quedados, los plantados contra los comunes, los católicos contra los santeros, los disidentes contra los exiliados, los de Camarioca contra los del Mariel, los políticos contra los comunitarios, los moderados contra los extremistas, los de Europa contra los de Miami, los infiltrados contra los arrepentidos, los combatientes contra emprendedores, los adoctrinados contra los reciclados, los vagos contra los triunfadores, los engañados contra los perseguidos.

Es decir, la historia sin fin de una negación: una legión de cubanos divididos dentro de un plexo tan obtuso como discriminatorio. Sub-sociedades genealógicas idénticas e inseparables, separadas con mucho, por la desidia y la sinrazón histórica. Comprendo sus argumentos, pero como ya lo he dicho antes, no los percibo razonables. Si el cubano se uniera detrás de la única tarea que tiene pendiente, una Cuba libre estaría más cercana.

Tal vez el desconocimiento al detalle de nuestra historia sea la razón por la cual gente como yo se incline a creer en la utopía de la unidad. En otras palabras, creo que la desigualdad cubana es un principio político (aunque no necesariamente demasiado ético) y debe ser tomado como una verdad por definición. Bien que podríamos haber obtenido un desastre moral de menor magnitud, pero nuestro guión no puede ser ahora diferente. No podrá serlo nunca.


Carlos Wotzkow
Bienne, Agosto 5, 2003

(1) Esteban Casañas Lostal: Mi vieja cará. La Nueva Cuba. Mayo de 2003.

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