Paquito D’Rivera y el tramonto Bernés Por Carlos Wotzkow José de la Luz León (1) decía que Berna era una ciudad aburrida y que en las tardes, el chorro continuo de sus múltiples fuentes creaba una sensación única de monotonía. Él mismo decía que no sabía si era más triste esperar por una muchacha al lado de esas fuentes, o quedarse sin novia. Yo, que la habité durante tres interminables años, diría que es una ciudad un poco cansada y llena de mujeres hermosas, pero cabizbajas. Por eso cuando Paquito llegó y me anunciaba por teléfono que ya habían llegado al pueblito de Berna, un poco que me sonrojó decirle que estaba, nada más y nada menos, que en la capital de Suiza. ¿Cómo, - me dijo con sorpresa - esto es la capital de Suiza? ¡Compadre!, ¿pero cómo es eso si Cacocún (2) es más ciudad que esto? Y es que Berna, además de ser pequeña, estar llena de mujeres bellas con la cara triste, y parecer cansada y aburrida, no es una ciudad alegre. La poca gente que allí se reúne lo hace generalmente para protestar frente al Palacio Federal. Lejos de los conciertos que de vez en cuando se organizan entre sus calles, el ruido nace por el descontento por el precio de la leche, la agitación que crean las violaciones de los Derechos Humanos en el Tibet (fuera del Tibet, raramente les importan los derechos de los demás), por la guerra de Irak (pero sólo los que gustan de criticar a Bush), y muy raramente en cantidades que superen los 5’000 participantes. En Berna la gente no camina, sino que resbalan como si fuesen sobre una estera mecánica. La vida de sus transeúntes transcurre sin brío, sin penas, pero sobretodo, sin risas. Entre muchas otras cosas, eso es lo que demuestra en cualquier caso que Berna no es New York ni tampoco La Habana. No se trata de una urbe seductora, ni conozco (fuera de mi suegro) a nadie que se sienta entusiasmado como para contar haber nacido allí. Sin embargo, a veces Berna deja de ser una ciudad antipática y la gente se abre y se contagia con aquellos que la visitan. Y si ese que llega es un músico cubano, y además viene desde New York, entonces Berna se aviva, sus fuentes se desbordan y la gente saca a flor de piel su júbilo. Cuando pisé por primera vez Berna, una tarde de Agosto de 1992, no hubo nada que me confundiera más que la belleza de sus mujeres. ¡Qué caras! ¡Dios mío qué cuerpos! Pero sobre todo ¡qué c... olas más preciosas! ¿Cubanas bellas? Sí, es cierto... ¿y qué? A estas rubias no le hacía falta nada, aunque tal vez, un poco de música, algunas cucharadas de buen ritmo y un poco de sandunga. Cuando la obtienen, la ciudad de Berna y sus mujeres se comportan que da espanto. La expresión corporal de una bernesa sentada a los pies del piano que tocaba Alon Yavnai no tenía desperdicio. Es más, si hubiera una descripción perfecta del orgasmo femenino, aquella mujer era en cuerpo y alma su concepto. Muy por encima de hacer mover a una mujer así (y si no que lo diga su maravillosa esposa Brenda), una de las características que parecen primar en la personalidad de Paquito D’Rivera es su claro rechazo a cualquier intento por manipular el arte. Paquito es un cubano que, por encima de su aprecio a la causa de la libertad en Cuba, cuida mucho la independencia de su libertad individual. La música, no importa de dónde venga, no conoce de sugerencias y no acata ninguna conveniencia momentánea. Esta hecha, interpretada y pertenece a todos. Ejemplos sobran y testigos (sus oyentes), entre los que más abundan. Para Paquito lo primero es el arte y después la yunta del artista con su alma. Y como que no hay música que invite al Saxo que no sea profundamente espiritual, no hay tampoco un Paquito D’Rivera al que una gota de orgullo reste un ápice de su ganada independencia para recrear. Mientras muchos artistas se desviven por la fama y la devoción de sus admiradores, a Paquito lo seduce el respeto, el homenaje, y la admiración de todos los buenos músicos que le han precedido. Y diría más, de todos los que en cada pieza y cada noche le acompañan. Decía un colega acarólogo que el ideal del cubano debería estar cerca de una garrapata cuyo pene es 32 veces más largo que su propio cuerpo. Pero hoy no estoy tan seguro de eso. Después de conocer a este excelente músico cubano (aún y cuando mis conocimientos de música sean inversamente proporcionales a la envidia que siento por la mencionada garrapata) yo diría que Paquito es el perfecto compatriota. El ideal de ese cubano que está siempre examinando su conciencia, ayudando a sobrellevar el dolor del corazón ajeno y por tanto, apretándonos en un inmenso abrazo y siempre a todos. Durante años, y sobretodo desde que desertó en Madrid, Paquito D’Rivera se convirtió para muchos en un símbolo tropológico, pero nada sería más injusto que utilizar una metáfora para alguien que trabaja y vive sinceramente de su arte. En su música, un solo de saxo es solo eso, una melodía que no necesita demostrarle nada a nadie. Por suerte, la buena música no alarga ni aletarga a las dictaduras y Paquito, que goza de un certificado impecable de cubano, lo sabe muy bien. No existe arte en este mundo que resulte un quitamanchas en la vida de un hombre, como que no hay música (por excelente que sea) que perdone al hombre que no se haya comportado con honestidad. Recuerdo que esa noche de abril, a las afueras del Marian’s Jazz Room, los taxis que traían a los músicos pedían el Boicot a USA y no aceptaban tarjetas American Express. Dentro del local del Innere Enge, un cubano, totalmente curado de espanto, tocaba el saxo y sin encabronarse él mismo divertía. ¡Que lección! ¡Y que orgullo! Que sea un cubano el que con un susurro de saxo le diga a esta "vieja Europa" que no vale la pena conservar destruyendo, que no vale de nada tergiversar la historia para intentar con ello contradecir los objetivos por los que la libertad nació. La gran coherencia de un buen músico es su trabajo y el respeto impecablemente aplicado a los demás. Por tanto, la obra de Paquito D’Rivera es su vida y la vida, en la obra de Paquito, su incuestionable independencia. Libertad para componer e independencia para interpretar, para improvisar, para ayudar, incluso hasta la equivocación, porque por encima de todas las cosas en este desgraciado mundo, nuestro compatriota ha comprendido que su arte es más eterno, más trascendente, y muchísimo más limpio que el deseo de sobrevivir de una terrible dictadura enquistada en el Caribe. Carlos Wotzkow Bienne, Abril 2003 Notas1.- José de la Luz León: diplomático y escritor cubano cuyos textos sobre Suiza quedaron plasmados en un bello libro intitulado "El Bordón del Peregrino". 2.- Cacocún: Caserío (hoy un poblado) del término municipal de Holguín, construido alrededor de la antigua ermita de Santa Margarita de Cacocún, a 789,7 km de La Habana, Cuba. Las credenciales específicas del columnista Carlos Wotzkow están descritas para información del lector en: http://www.amigospais-guaracabuya.org/g_wotzkow.html
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