Gabriel García Márquez y la semántica subliminal
Bueno, si fuera sólo por un día no sería tan malo, pero ¿cómo nos sentiremos cuando el horror nos toca a la puerta durante 44 largos años? Esa sí que es una buena pregunta para el colombiano, pero por desgracia no la puede contestar. Esa es la pregunta que él debiera haber hecho en su carta para que el poeta Raúl Rivero, el médico Oscar Elías Biscet, la economista Marta Beatriz Roque, el periodista Oscar Espinosa Chepe, el escritor Manuel Vázquez Portal y varias decenas de intelectuales cubanos en prisión se la contestaran. ¿Cómo te sientes tu Gabo, cuando te sabes defensor de una causa inhumana, cuando te sabes del bando de los podridos, cuando no puedes dormir por haberte convertido en un perro faldero de la infamia? En mi artículo "Mira que somos malos", escribía de las diferentes lecturas que la gente hace de lo que otra gente dice. Pero fíjense si tenía yo razón, que Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, varios premios "Principe de Asturias" (no por coincidencia) y casi hasta el Papa Juan Pablo II, están secundado (o incitando) a la nueva clase de cubanos exiliados que se ha quedado en México. Oculta o abiertamente, todos hoy día confían en Fidel Castro. Sus discursos, sus declaraciones, sus cartas abiertas y toda la verborrea que caracteriza los artículos que ellos producen, van dirigidos contra el "imperio revuelto y brutal del norte" sin el cual ellos mismos no pudieran vivir. O al menos, sin el cual ellos mismos hoy serían nadie. La mayoría de la gente que ha leído los libros de Gabriel García Márquez coincide en que es un buen escritor. Pero como mismo algunos atribuyen a Fernando Ortíz haber acuñado el término "transculturación", yo voy a demostrar que el colombiano ha acuñado una nueva forma de comunicar en español. García Márquez es el creador de la semántica subliminal. O sea, una extraña forma de decir las cosas para que el significado, o la verdadera intención de su mensaje, no llegue nunca a la conciencia de la gente que pudiera leerle. Más o menos lo mismo que han hecho tantos intelectuales, artistas, y sesudos del mundo libre en estos días cuando se les ha dado la oportunidad de opinar. Es decir, "lamentamos las ejecuciones, pero no las condenamos. Más bien condenamos al imperio y sus lacayos... bla, bla, bla, y a la guerra sucia por el petróleo, bla, bla, bla... y a la administración de Bush... bla, bla, bla, el principal terrorista del mundo... bla, bla, bla. Y al final, además de las firmas de los sudamericanos que publican de manera vitalicia en "Brecha", alguna que otra firmita cubana al estilo Roy Rogers, (léase R. R.) "Made in México DF, but published in Spain". Jesús Díaz ha muerto y por tanto... ¡a desmantelar! ¡Compre "desencuentros", la nueva revista asociada al Granma ya está en los quioscos de Madrid! ¡Suplemento de la Jiribilla al día! Uno de los ejemplos extraterritoriales (derechos de autor reservados por Matutes para esta palabrita) de la semántica que voy a tocar está (casualidad) en Francia. Todos sabemos que fue un francés trasnochado el que inventó el término "Latinoamérica" para definir a los estados al sur del Río Grande. O sea, una constelación de culturas que lo menos que hablaban eran lenguas derivadas del latín. De igual forma, fue nuestro Guillermo Cabrera Infante el que creó el término "Letrinoamérica" para enmendar aquel error. El sentido pomposo que rodeaba el modo de vida de los franceses del siglo XIX no se atrevía a llamar a las Américas de habla hispana "América Hispana", o América Letrina como mejor le iba y por ello, decidieron camuflar el término con la ayuda de la magnífica semántica. Entonces leo un texto de una compatriota radicada en Francia que intentaba aclararnos que la política francesa no es hipócrita, sino que no le queda otro remedio que servir de dócil intermediario entre los árabes y el mundo occidental por "razones demográficas". ¡Tamaño honor! O acaso horror que sólo ella cree, con todo su derecho, pero que pasa a la categoría de dañino cuando alguien lo publica. Síndrome de "la cólera en los tiempos del desprecio" (título descifrado de la semántica subliminal). La realidad es que al más mínimo comentario que esgriman en Francia contra la imposición que los árabes llevan a cabo con su cultura, las calles se llenan de pancartas y los canales franceses de televisión se inundan de agraciadas (y ataviadas) musulmanas para reclamar derechos. Y es que Francia vuelve a jugar otra vez aquí con la semántica y crea el término de "islamitas moderados"(o lo que es lo mismo, "extremistas moderados", puesto que el término islamita significa "extremista musulmán" y por tanto, no hay manera de entender a que tipo de moderación hacen referencia), para clasificar a aquellos que se oponen (de momento y siempre e-v-e-n-t-u-a-l-m-e-n-t-e) a los atentados como forma de demandar tolerancia occidental para la intolerancia musulmán. Es simpático (caótico si no ocurriera siempre en Francia) que la respuesta francesa a los que pusieron las bombas en el Metro de París (analfabetos, vagos, y chulos y totalmente alcoholizados) fuera enviarlos a rezar. No hay que vivir en ese emirato árabe de Europa para darnos cuenta que a cada brote de extremismo musulmán el gobierno de los Campos Elíseos responde con la construcción de una nueva mezquita. Los pobres, - dirán los políticos de la congoja gala - es que le obstaculizamos hasta sus nobles rezos. Sin darse cuenta que con ello, en vez de contribuir a la integración social de esos musulmanes, lo que hacen es aislarlos más. En vez de crear campos deportivos, escuelas politécnicas, áreas de esparcimiento y otras instalaciones para reeducar a esa gente, lo que hace Francia es crear más espacios para el sectarismo y el rencor político. La política de "tolerancia francesa" no contribuye a integrar a nadie. Pero cambiemos de teatro y pensemos en un par de comentarios que escuché ayer en la televisión, antes de que comenzaran las noticias del mediodía. El primero decía más o menos así: "¡Es que mata como nadie, el pueblo lo adora por su forma de matar y sus hijos, ni que decir, llevan sus genes, matan como su padre!, ¡son maravillosos!" El segundo, decía: "Bueno, yo no creo que podré ganar el concurso porque a este evento lo domina la política europea y yo vengo de un país que a apoyado la guerra". Pero no, no les hablo de Fidel Castro, ni de su familia a la cual él incluso ha negado el derecho exclusivo a matar, ni tampoco les hago referencia a un supuesto Silvio Rodríguez intentando participar en los Grammy’s durante la guerra de Angola. Les hablo de España. De la España que apenas habló del periodista norteamericano degollado por los talibanes en Paquistán, pero que casi trató de llevar al tribunal internacional a George W. Bush por el accidente que le costó la vida al hijo de Julio Anguita (antiguo líder de los comunistas españoles). Les hablo de la España que incrimina a Pinochet y adora a Castro. La España cuya televisión acusa de terroristas a los marroquíes que mataron la semana pasada a cuatro españoles en Casa Blanca, pero que llama "héroes" y "mártires" (y en el peor de los casos suicidas) a los palestinos que matan a diario a judíos inocentes en Israel. Es la España de las sangrientas corridas de toros y de la aburrida "Operación Triunfo". La España de un "mataor" y una "rastafari" afónica a la que mandan a hacer política. Les hablo del país que lucha contra los terroristas de ETA en España, pero que acepta se los protejan en Cuba. La España que nos habla de la penosa situación de los cubanos en la isla, pero que luego les deporta a sabiendas de que allí se fusila hasta por querer escapar. Es la misma España que habla de su "entrañable apego a los cubanos", pero cuyos empresarios los explotan en Cuba como si fueran esclavos. Es la España de José María Aznar, al que nada importa el sufrimiento de los cubanos y para demostrarlo hace campaña a favor de Manuel Fraga. Y si hablo así de la España de los populares, qué no diré de esa de los socialistas, los de izquierda unida, los del partido nacionalista vasco, y toda su clase políticamente artística que empieza por los Almodóvar y no acaba con Bardem. ¿Cómo puede decir el Sr. José María Aznar que quiere la paz para Oriente Medio a la vez que considera a un asesino como Arafat "un interlocutor válido"? ¿Desconoce acaso cuánto paga el líder palestino a las familias de los terroristas por cada bomba que explote entre las víctimas civiles israelíes? ¿Cómo puede Aznar robar protagonismo a favor de Cuba y los cubanos si él mismo gobierna un país en el que sus ministros hacen negocios directos con el sátrapa, y cuya clase política mira siempre al otro lado cuando a Castro le entra sed de sangre? No hay que salirse de estos dos ejemplos. La única diferencia entre Arafat y Castro es que al primero Aznar le da besitos, mientras que al segundo le da créditos. La semántica, pero también la historia, nos juegan a veces una mala pasada. Para demostrarlo, tenemos que retomar el caso del desjuiciado Gabriel García Márquez, un escritor que aseguró que Elián y su madre habían escapado en una balsa "desde los manglares de Jagüey Grande". Saquen ustedes las coordenadas geográficas y verán dónde queda dicha localidad en Cuba. Esa es la semántica subliminal. Para salir en una balsa desde los "manglares de Jagüey Grande" (si es que alguien encuentra un manglar allí), hay que remar 54 kilómetros sobre los campos abandonados de Matanzas. Pero el que no sepa quién es García Márquez seguramente se imaginará una costa misteriosa, apartada y llena de mosquitos. ¡Me alquilo para soñar! ¿Sabían ustedes que no hay otro país que al Gabo le guste más para vivir que los Estados Unidos? ¿Sabían que desde su caserón en Los Angeles el colombiano escribió al presidente Bush una carta en la que le expresaba su satisfacción por los atentados del 11 de Septiembre? ¿Original? ¡Falso! Pura idea de Hebe de Bonafini, a la que el colombiano plagió sus asquerosas declaraciones en La Habana para luego convertirlas en esa "carta de la dignidad letrinoamericana" con copyright norteamericano. A lo mejor el Gabo ni siquiera sabe que California ya no es parte de México, sino un estado del "imperio". O tal vez sea el aire de izquierdas que se respira en sus universidades y la ley norteamericana la que lo hayan convencido de que es mejor ser marxista desde el confort y las garantías que ofrece el capitalismo. ¿Cómo se siente uno que puede desvirgar niñas cubanas en una casa de protocolo del Laguito sin que nadie lo meta preso? ¿Cómo se siente uno que puede escribir una carta contra el líder de un país sin que le llame a la puerta el terror? ¿Cómo te sentirías tu, roedor amanerado de Colombia, si te diera por escribirle una carta similar a Fidel estando en Cuba? ¿Cuánto tiempo duraría tu virginidad en el Combinado del Este? ¿Cómo se salva un tránsfuga de las garras de un villano? ¿Cómo se aprende a ser sensible ante la mala suerte de los canallas? ¿Qué se siente García Márquez, cuando se sabe que se te ha dado un premio Nobel por ser de izquierdas y no por merecerlo? En estado de shock caminan 11 millones de lectores sin poder leer a sus escritores cubanos. Una vez escuché (en la terraza de mi casa) a Tomás Gutiérrez Alea decirle a uno de su equipo que si tenía problema con Alfredo Guevara, tratara al menos de no tenerlos con el Gabo. Eran los días en que el Granma, el Juventud Rebelde y casi todos los medios de comunicación castristas condenaban a Jesús Díaz y al guión de "Alicia en el Pueblo de Maravillas". Y podría haber sido un comentario relativamente inocuo, sino fuera porque en aquella época, el guayabito colombiano era una especie de Zar en la industria propagandística del régimen. Una industria a la que llamaron "Nuevo Cine Latinoamericano" pero que en realidad, como bien lo indicaba su nombre, era una pantalla erigida por su aliada, la semántica. Cuando vemos al Sr. Gabriel García Márquez dárselas de salvador de muchos cubanos en aprietos, y pensamos en algunas de las dulces guerreras sabandijas que ha salvado, valdría la pena preguntarle a este cocinero de Fidel Castro ¿cómo fue que no pudo salvar al General Arnaldo Ochoa? Si su relación de "amistad" con Fidel Castro es tan buena y ha podido salvar incluso a esos despreciables personajes (que él llama ahora "conspiradores"), repito, ¿cómo fue que no pudo salvar a un hombre? ¿Intenta decirnos este ridículo personaje que él está por los derechos humanos en Cuba? ¿Cómo cree este otro burgués del proletariado abstracto que nosotros nos creeremos semejante bazofia? Cualquiera es libre de creer lo que le parezca, pero que nadie intente decirme que ser un buen escritor justifica ser cómplice del asesino de la novela de la vida en la que se ha escogido estar. Gabriel García Márquez, como Mario Benedetti, como Eduardo Galeano, y como tantos otros escritores amigos e incondicionales de la revolución cubana son una recua de cómplices. Cómplices de la muerte de casi 100 000 cubanos, cómplices de un sueño transformado en pesadilla, cómplices de una pesadilla que más tarde se fue convirtiendo en holocausto y finalmente, cómplices de la destrucción económica de un país, un pueblo, y una cultura que antes de Castro era mucho menos nociva a la especie humana. Carlos Wotzkow Mayo 20, 2003
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