El amor a volar y ser libres

Por Carlos Wotzkow


“Al principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía y las tinieblas cubrían el haz del abismo, pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: Haya Luz...”

Génesis



-“Good Mourning Ta-Miami Tower” dijo mi amigo con voz firme “Cessna November Five Eight One Niner X-Ray is six miles northeast, Tree thousand, inbound to land Kilo Tango Mike Bravo”. -“Cessna November Five Eight One Niner X-Ray Ta-Miami Tower. Enter right traffic runway niner left, altimeter two niner niner two” - dijo la voz femenina que llegó clara a nuestros cascos, mientras Orestes señalaba un Sky Hawk en tráfico a la doce y otro a las tres – Cessna One Niner X-Ray number one to land”. ¿Fue con nosotros? - le pregunté -, mientras Lorenzo asentía con la cabeza y respondía: “One Niner X-Ray number one to land”, para decirme de sorpresa: bueno, este “approach” te toca a tí, a la vez que sacábamos 10 grados de trapo en la “base” y yo comenzaba un “final” lo bastante chapucero como para no relatarlo aquí.

¡Que maravilla! pensé, y por suerte nada de esto es sueño, aunque mi vida actual pudiera haber sido considerada como tal cuando comenzaba a volar planeadores en una Cuba en la cual esta experiencia no era siquiera imaginable. Durante años la revolución cubana fue cruel y despótica con sus mejores hijos. Durante decenios, les hizo la vida imposible, los trató como a perros, los enquistó contra sus propios vecinos, amigos, esposas, e hijos. Generaciones enteras fueron sometidas una y otra vez a pruebas de fidelidad que pocos individuos pudieron retar. Y aquí estaba yo, aterrizando en una pista de Miami junto al piloto cuya educación puso a prueba su capacidad de amar. Un militar de carrera al que convertirse en un incondicional lo obligaría a renunciar al amor de su familia, a dar la espalda a su condición de hombre digno, y a devenir un instrumento utilitario de dudosa reciprocidad.

Llegaba yo a Miami por unos días para encontrarme con la Cuba idealizada y sin embargo, con pocas excepciones, llegaba para percibir allí lo mismo: el choque de las generaciones, la desconfianza entre los cubanos, el desprecio contra los que nacimos y crecimos bajo aquel sistema y lo que es aún peor, la perenne anisometropía que no le permitía a casi nadie distinguir a los amigos de los verdaderos enemigos. Un miedo terrible a que sus aburridas vidas fueran espiadas y contadas. Pánico a perder el velo que cubría su exclusividad, el elitismo patriótico y por supuesto, la misma comemierdería que sus enemigos vitalicios aún practican desde hacía 43 años al otro lado del estrecho. No generalizo, pero que como les digo, así observé a muchos de mis compatriotas.

Pero resulta que también conocí a Vicky y a la familia de Orestes y la imagen de ese exilio me resultó desde entonces mucho más amable. Así debió ser la familia cubana de antes. Esa debe haber sido la familia por la cual mis viejos nos crearon. La unidad estructural de una sociedad desaparecida. En Florida encontré también, pero un poco más al norte, ese ejemplo. Un hogar donde el amor transformaba al mundo, donde los espejismos no podían tan siquiera alterar la realidad. Una pareja simple cuyas vidas convergían en el punto de sus propias perspectivas. Un inmenso Orestes necesitado del poder de su pequeña esposa, y una frágil Vicky necesitada de las alas y el alto vuelo de Lorenzo. Y recobré por varios días la esperanza.

Una de las cosas que más me ha impresionado de esa primera visita a los Estados Unidos fue el inmenso respeto que sienten los norteamericanos por la libertad individual. De camino a Cayo Hueso descendimos el avión a una altura cercana a los dos metros y durante unos breves minutos volamos sobre los Everglades sin inconvenientes o amenazas administrativas de ninguna índole. Cuando nos aproximábamos a la pista de Cayo Hueso y banqueamos sobre la base naval de los guardacostas, nadie, ni por radio, ni en persona, nos llamó la atención. En Cuba, para qué decirlo, nos hubieran requerido por sobrevolar la tumba de algún líder fallecido hace siglos, o nos hubiesen quitado la licencia de vuelo por pasarle encima a una unidad militar desmantelada.

Recuerdo que al despegar de Kissimme rumbo a Cabo Cañaveral el ATC de Orlando nos autorizó con un simple: “the altitude is of your choice” a sobrevolar muy cerca del Kennedy Space Center, la estratégica base aeroespacial norteamericana que tanta gente ha visto sólo por televisión. Para la mayoría de los pilotos con los que he podido volar, esa instalación es como decir la Meca del aire, pero para un cubano como yo, tan mal acostumbrado a la política del omnipresente misterio del régimen de La Habana, aquello era como sentirte partícipe de un secreto sin pretenderlo. Entonces le pregunté a Lorenzo si camino de Miami podíamos pasarle un poco más cerca para poder verla y así fue. La imponente instalación posaba incluso para las fotos, como invitando a sus observadores a copiarla sin pasar mucho trabajo en hacer el croquis.

La libertad, no es un lujo de los países ricos, sino un derecho de las sociedades civilizadas. Jamás se podrá ser libre si se es tan retrogrado y en Cuba, ¡que pena!, tuve la impresión de haber vivido minimizado incluso por mis propias fobias. En Miami, algunos pudieron haber pensado que les enviaban otro espía, al antiguo alumno de pilotaje de René González preparado para la revancha. Menos mal, y esto es algo que me encantaría subrayar, que todavía hay cubanos cuerdos, que todavía hay gente que sabe y siente lo que sufrimos los que no conocimos otra cosa en Cuba, pero sobretodo, que todavía hay hombres que son capaces de vivir en libertad libre de perjuicios y falsos patriotismos.

Cuando regresábamos de Cayo Hueso a Miami, Orestes me dijo: “te voy a enseñar cómo saqué a Vicky de Cuba” y descendió el Cessna a una altura solamente creíble por las fotos que he tomado. La torre de control de Cayo Hueso, preocupada por nosotros, apenas nos dijo que nos había perdido en el radar y esto me demostró una vez más que las autoridades aeronáuticas estaban para proteger a los usuarios del espacio aéreo, no para prohibirles su libertad. Qué maravilla, - pensé - la verdadera tragedia de nuestra existencia en Cuba no es que seamos malos de nacimiento (o que haya que desconfiar de todos por si acaso), sino que una cruel asimetría de poderes ha otorgado a los acontecimientos una maldad inusual capaz de configurar nuestra historia.

Añejado, pero amargo como si se tratara de un mal vino y no del ron de Cuba, el guardia del parqueo del Restaurante Versalles, en la calle 8 de Maimi, lucía una bandera norteamericana cocida al revés en su uniforme. Cuando se lo hice notar, su respuesta fue que se la enderezaría cuando Cuba fuera libre. Me quedé de piedra, pero comprendí que el lado oscuro de las posibilidades del cubano configura la mayor parte de nuestra historia, aunque esta aciaga realidad no implique ni mucho menos que los rasgos de conducta del tenebroso troglodita caribeño definan la esencia de nuestra forma de pensar. Al contrario, por analogía con el enfrentamiento entre estos simplistas y los cubanos pensadores, la realidad de nuestro desarrollo va en el sentido inverso.

Hay que ser tarado para creer que Castro manda en Cuba por culpa de los norteamericanos, o cretino, para vivir tranquilo en ese gran país y echarle la culpa de nuestras propias miserias al impecable anfitrión. ¿Qué culpa tiene la yegua que el cochero se emborrache? ¿De que vitrina de museo han sacado a estos “hombre nuevos” de Miami? Decenas como Magdalena, la dependienta del “Versalles”, que manotean y llaman mentiroso a los clientes y casi te obligan a embutirte de papas fritas con un rancio sabor a pescado. Y cuando intentas protestar... “eperate mijito, deonde tu sacate eso del pecao, gracias a Dios (¿y a Fidel?) eto e América y aquí no votan a nadie”.

¡Dios mío! Qué diferencia cuando eres capaz de identificar la potencialidad social de una sociedad democrática de una tendencia humana más general. Creo, que la bondad es un elemento de la estabilidad creada gracias a la libertad y la democracia, pero admito que aún queda mucho miedo, mucha agresión y mucho terror como para que el cubano encuentre en Cuba (y fuera de ella) su equilibrio. Nadie es malo o bueno por gracia divina, pero debemos entender que la estabilidad social (y emocional a nivel del individuo) debe estar basada en una frecuencia rica en actos bondadosos. Sólo así acabaremos de una vez por todas con esos engendros “típicos” de quejumbrosos e inadaptados.

A cinco millas de la costa y a 10`000 pies de altura, justo al Este de Key Biscayne, Orestes me dijo una frase que me ha puesto a reflexionar: “Carlos, la riqueza no es una mala distribución de los recursos, ni la desigualdad de distribución de los mismos entre los ricos y los pobres, la riqueza es el resultado de una cultura de trabajo”. El pobre, si lo oyeran en Cuba, lo acusarían de hacer apología académica y liberal sobre la crueldad humana, pero es cierto y tiene muchísima razón. En los Estados Unidos, no se vive la insulsa experiencia de hacer parecer buenos a los hombres (como se intenta en Cuba), sino de ensayar una y otra vez con ellos para aprender por fin cómo salir de la tragedia. Allá se logra lo que se merece y se vuela libremente más dentro de nuestras cabezas que fuera de ellas.

¡Qué tristeza ver que ni siquiera ya emigrados queremos aprender de ellos!, ¡cuán horrible resulta constatar lo desunidos que estamos!, y ¡cuánto favorece ello al régimen de Fidel Castro! Qué vergüenza ver que de todos los contactos que preparé con antelación apenas que cumplieran conmigo la mitad, pero sobretodo, que mis parientes en Miami me dijeran que me diera por afortunado. Fidel Castro debe estar pensando que a su gobierno no lo tumba nadie y tiene razón. No estamos preparados para hablar, sino para babear. No tenemos vocación democrática, sino genes egocéntricos. No confiamos ni en el vecino, ni en el amigo que se nos ofrece, ni en la madre que nos parió. Ese es el primer síntoma que nos demuestra que aunque vivamos en libertad, muchos no queremos ser libres.

Los unos hablan mal de los otros, averiguan su pasado, divulgan por Internet su manera de pensar, dan a conocer a todo el mundo su dirección exacta y su número de teléfono y si no coinciden en todo con esos otros compatriotas, los humillan, los acusan de ser espías, castristas, o en el mejor de los casos, no les hablan más. El CDR a la inversa, el odio, que es siempre el mismo. La metedura de narices en los asuntos privados de los demás, que no es más que otra lacra exportada desde Cuba. La gritería y la guapería de dos por tres. Los acelerones de motores para no permitir que se escuche al que conversa. Los enjuiciamientos populares en los restaurantes más conocidos y para colmo de males, el miedo perpetuo de la población trabajadora y apolítica a protestar por lo mal hecho. Miedo a reclamar un buen servicio, miedo a no dejar una propina inmerecida.

Miami, con el tiempo y sus miles de cubanos ha devenido una reproducción muy parecida de La Habana. Es cierto que allí no está Fidel, pero a juzgar por lo que he visto es él el que allí manda. La gente tiene objetivos, pero no son ellos mismos. La gente limita tanto su verdadera identidad que llegan a ser infieles hasta con ellos mismos. Llevan consigo el estigma de los falsos demócratas y le viran la espalda al futuro cuando más debieran aprender de él. La mayoría de la gente con la que hablé se la pasaban justificando sus propias limitaciones, y se avergonzaban de lo que la gente pensara de ellos aunque esto no fuese verdad. En política la cosa va peor, pues la mayor responsabilidad recae a veces en los irresponsables. Nadie parece ser lo suficiente capaz de escuchar la voz de su egoísmo y la ignorancia hace que la tragedia y la injusticia los sorprenda cada nuevo amanecer.

Al llegar por fin a mi casa respiré profundo. Cogí la mano de mi esposa y con los ojos cerrados me concentré en el viaje. Entonces les dije: al igual que un ser vivo es materia y energía en forma de pensamiento, tal vez el mundo que nos interesa sea el producto literal de nuestra propia imaginación. Aquello que descubrimos es a veces lo mismo que ya habíamos pensado. Cuando se pilota un avión, una de las formas más fáciles de tumbarlo es tirar del control hasta hacerlo caer en pérdida. Si te fijas, esa es también la única forma de hacerlo ascender y volar, sólo que tirando del mando con extrema suavidad. Pues eso es Miami: un milagro de la gravedad, un ejemplo de cómo la libertad puede hacer flotar incluso un caos de maravillosos y horrendos individuos.


Carlos Wotzkow
Bienne, Junio 2002

Nota: Cuando escribí este artículo ya había tenido lugar el ataque a las torres gemelas del World Trade Center (New York) y al Pentágono (Washington D.C.). Si uno piensa en el valor que la libertad tiene para los norteamericanos y para todos aquellos que amamos vivir en ella, uno se da cuenta que vale la pena arriesgar la vida un millón de veces antes que vivir cobardemente en la mentira. Por eso, he vuelto ya otras veces y he seguido volando con la misma libertad. ¡Que Dios bendiga América!



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