LA LÓGICA DEL PENDEJO TERRORISTA


“A quienes dirigen el imperio, que sean serenos, actúen con ecuanimidad, que no se dejen arrastrar por los actos de ira o de odio”

Fidel Castro


Al que no quiere caldo, generalmente le dan tres tazas. Esta es una de las primeras enseñanzas que debemos aprender los que todavía no creemos en el insospechable alcance del terrorismo, pero que aplican al dedillo esos cobardes que van por el mundo tirando la piedra y escondiendo la mano. Y sin que el FBI, ni la CIA, ni cualquier otra agencia de seguridad se ponga molesta, que empiecen por reconocer que les han dado por donde más le duele y todo, por descuidar en exceso su flanco arrogante, su faceta de incrédulos omnipotentes, y su absoluta confianza en tenerlo todo siempre bajo control.

“Yo no tengo nada que ver con eso”, “yo no he sido” y “nosotros entendemos cómo se sienten, pues nosotros hemos sido víctimas del terrorismo” son las frases a pronunciar después de dar un golpe bajo. Después de ver que se ha sido capaz de cometer una fechoría inaceptable, repudiada por el mundo entero. Pero acto seguido, esos mismos culpables afirmarán: “la culpa la tienen ellos, por no entender nuestros reclamos”, “por no escuchar nuestras exigencias”, “por no hacer lo que nosotros nos da la gana”. “Al que nos ataque a la luz del día lo patearemos en la oscuridad, pues así, el mundo sólo verá que es él nuestro agresor”

Y quien propone hoy a la víctima norteamericana “permanecer serena, ecuánime, y no dejarse arrastrar por actos de ira y odio (1)”, justificaba unos años antes a sus pilotos de combate el lanzamiento de misiles aire-aire contra dos avionetas desarmadas que buscaban compatriotas abandonados en alta mar. Y quien afirmaba que “eran los propios norteamericanos los únicos capaces de ser tan fanáticos y hacer algo similar” no se lamentaba de haber hundido un viejo remolcador lleno de niños, pues “no nos quedaba otra opción que aprobar la ira y el honor defendido de nuestros trabajadores portuarios al ver que nos robaban impunemente otra embarcación”.

Entonces queridos míos “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, y los seguirán embutiendo de tazas de caldo y de muerte, hasta que los servicios de seguridad americanos se dejen de pamplinas y se pongan a trabajar como Dios manda. Mil veces lo he dicho y mil veces lo repetiré: Fidel Castro es el peor Sadam Hussein que tienen los Estados Unidos. El régimen de La Habana, apoyado por los propios liberales norteamericanos, y por los progresistas del Democratic Socialists of America, y por el National Council of Churches, Pastors for Peace, y por tantos otros imbéciles desperdigados pero con poder de colecta en los Estados Unidos, es el peor Bin Laden que se puedan imaginar.

Apenas puse un pié en territorio estadounidense el FBI vino a entrevistarme por motivos que sí vienen al caso, pero no deben ser comentados en este momento. En algún lugar de la conversación no obstante, se los dije: “ustedes son un elefante que apenas se molestan cuando las hormigas le pican, pero pierden la perspectiva al no darse cuenta que un hormiguero puede comerse a un elefante”. Ambos agentes especiales, vestidos cual si fueran misioneros mormones (saco negro y sobria corbata) se echaron a reír, pero ya tenían al Virus del Nilo introducido desde Cuba (que lo duden si así quieren) matando compatriotas en New York, y casi estaban por recibir otra pandemia sospechosa del mismo virus en las bases militares de Florida.

Al que no quiere caldo, lo repito, le dan tres tazas. Mientras, Fidel Castro exhorta a “sus colegas norteamericanos” de que “es muy importante saber cuál va a ser la reacción del gobierno de los Estados Unidos” para informar a sus hermanos árabes de las posibles represalias como mismo hizo (apoyado por los discriminados afroamericanos) cuando la invasión de Panamá. Para Castro, el terrorismo en los Estados Unidos viene desde adentro y no le falta razón, pues cuenta con dos magníficos aliados. El primero es la libertad de acción y movimiento que gozan todos en ese magnífico país y el segundo, la inapropiada selectividad migratoria que hace que Estados Unidos proteja incluso a sus propios detractores.

Quien consideró que los pilotos de Hermanos al Rescate eran terroristas que amenazaban la seguridad de Cuba al sobrevolar cerca de La Habana en avionetas civiles no armadas, pedía a gritos en 1962 para que sus amos de Moscú lanzarán misiles atómicos contra el territorio norteamericano. Quien aprobó la masacre del remolcador “13 de marzo” y prefirió hundirlo con más de 20 niños a bordo antes de recuperarlo días después en la Florida, es quien más ayuda y refugio facilita hoy a los terroristas espantados por miedo a la justicia. Y a pesar de ello, la inteligencia norteamericana (aunque resulte irónico) vira la cara y se ríe del “pequeño dictador”.

Pensando en los servicios de inteligencia norteamericanos debo comentarles algo: de que están plagados de ineptos que no nos queden las menores dudas. Es más, si siguen así, propondría cambiarles el nombre pues de inteligencia poco les queda. Viven en el pueblo y no ven las casas, aunque sean los propios arquitectos quienes los sitúen frente a ellas. Aunque sean los propios militares que diseñaron el horror ruso quienes les alerten de su existencia. Aunque sean miles las razones y los datos que se le aporten para ponerlos en alerta y a pensar. Y por ello, tres no, mil tazas de caldo les harán tragar mientras el pueblo cosmopolita que habita en los Estados Unidos sufre en carne propia su terrible ineptitud.

Dentro de la lógica del pendejo terrorista esto está bien claro. Su enemigo, sino lo considera amigo al menos no lo cree peligroso. Hoy fueron las torres de New York y el Pentágono, pero mañana será quién sabe qué. El segundo razonamiento del atacado occidental es aún más obtuso. “La culpa de esto la tienen los árabes”, mientras el terrorista se divierte en sus cuarteles comunistas de Rusia, China, Africa, Sudamérica y por supuesto, al centro del Caribe. Para colmo, un amplio sector estadounidense es comunista y ciego de la terrible secuela que deja esa horrenda doctrina por donde quiera que pasa en el planeta. Niños sin comer, niños armados y entrenados para matar, para trabajar como esclavos, para quemar templos de toda índole, para destruir, para... ¿para qué seguir?

“Castro es un pequeño dictador incapaz de hacernos daño”. Está bien, si ustedes quieren verlo así. Pero Castro es también el único dictador considerado por todos los aliados europeos como un guerrillero soñador libre de grandes culpas y para mal de males, visto en todo el mundo extremista islámico, o no islámico (terrorista o proclive al terrorismo), como un símbolo en la lucha contra el “perverso imperio norteamericano”. En otras palabras, un Dios viviente al que hay que prestar atención, escuchar sus discursos y seguir de cerca sus orientaciones. Más claro: disturbios antiglobalización en toda Europa, desórdenes raciales en Inglaterra, avalanchas migratorias cargadas de espías y agentes desestabilizadores en los Estados Unidos, caos petrolero gracias a la manipulación política de un payaso en Venezuela, y guerra encubierta en todas sus formas, desde la cibernética a la biológica, y todas aplaudidas por él.

Desde la década del sesenta, Castro lidera la inspiración antinorteamericana en el Norte de Africa. En una visita a las calles de Libia, Castro pidió unos granos de maíz a un comerciante y poco a poco se los arrojó a las aves de corral que corrían tras él. Cuando Gadaffi le preguntó por qué no se los arrojaba todos, Castro respondió: “porque si no tienen hambre jamás te seguirán (2)”. Y desde entonces, el hambre en Africa no es sólo el resultado de una distribución egoísta de los recursos (promovida y controlada siempre por los gobiernos locales), sino una estrategia política para mantener el poder y crear la idea de un masivo apoyo popular.

En Argelia, Castro inspiró a los Grupos Islámicos Armados para atacar a la población civil (sobre todo a aquellos sectores cuya tolerancia espiritual les hacía entenderse con la cultura occidental francesa). El integrismo afgano surge del analfabetismo, de la manipulación de la información y de esa explicación retorcida (en la cual Castro es un maestro) de que la culpa de la improductividad la tiene siempre el productivo. Esos métodos, además de ser típicos del comunismo (islámico o no) nos llevan a la conclusión de que es la doctrina política y no la creencia religiosa la dañina. Tengo amigos árabes en Suiza que se han horrorizado más con estos atentados que nadie. Y les creo, tanto como el FBI no cree lo que tanto le seguimos alertando.

Eritrea, Etiopía y Sudán son también países árabes, pero pregúntale a alguno de sus ciudadanos dónde está Cuba y te dirán, con los ojos iluminados por el fervor, no el lugar geográfico donde se encuentra la isla, sino el nombre de Fidel Castro como su dueño único y el rector de su destino. Hacia esos países Europa envía cientos de miles de toneladas de alimentos cada año, pero los musulmanes del Norte controlan los recursos para que no lleguen a los pobres católicos del Sur. Esa forma de menosprecio a los grupos étnicos más proclives a occidente no es creación exclusiva de la “Guerra Santa”, sino una estrategia comunista para desviar la atención del mundo libre y desarrollado hacia el terrorismo islámico, su peón de moda.

Sean suficientes las imágenes de cualquier manifestación de la Yihad Islámica, Hamás, Helsbolah, el Frente Islámico, la Vanguardia de Siria y otros grupos temidos por su terrorismo, para ver que no enarbolan pancartas con mensajes del Corán, sino banderas nacionales e imágenes de sus ídolos perennes, el Ché Guevara, Sadam Hussein y Fidel Castro, en ese mismo orden. Yemen, Bahrein y Qatar han enviado a Cuba y a la antigua Unión Soviética miles de individuos para recibir entrenamiento militar de elite. De ellos, han salido los peores terroristas de la Hermandad Islámica que actualmente, y desde hace años, intentan desestabilizar a Arabia Saudita y Kuwait, el tanque de combustible activo de los Estados Unidos.

Pero el teatro de operaciones no se queda ahí y alcanza el sudeste asiático por la vía de los Talibanes en Afganistán, o los grupos Ansar y Frente Islámico de liberación en Pakistán. El objetivo, desestabilizar a la India, acabar con la mayor democracia del mundo (más de 700 millones de votantes) y crear la anarquía y el terror en su ancestral cultura de castas. Nada más parecido entre los secuestros ejecutados en Colombia por las FARC y el ELN y los efectuados en Filipinas por el Movimiento de Liberación Nacional (parece que los nombres son incluso pura coincidencia) contra los turistas y los cooperantes internacionales que tanto abundan cuando menos se les necesita.

Para un hombre normal parecería ilógico este pensamiento, pero para alguien que ha padecido el comunismo por 30 años (y por tanto ya no será nunca más normal) no. A mí no me quedan dudas de que todos esos voluntarios humanistas, miembros de las ONG y demás lunáticos de izquierda son enviados al teatro de operaciones militares a propósito. Si uno se pone a pensar, siempre aparecen en las áreas de conflicto cuando las guerrillas comunistas pierden la batalla, sólo son secuestrados cuando a estos les faltan los recursos económicos, y casi siempre cuando sus organizaciones y cuarteles generales en Europa y Estados Unidos están dispuestos a hacer de portavoces de sus reclamos tercermundistas.

¿Dirán que soy un engendro retorcido de anticomunista? Y quizás tengan razón, pero de portavoz o encubridor ingenuo del terrorismo no me coge nadie. ETA, el IRA, el Terrorismo Islámico, las Guerrillas de Izquierda (donde quiera que estas existan), y toda la cizaña fomentada contra Norteamérica y la cultura occidental para que esta desemboque en el terrorismo de un puñado de locos contra cientos de civiles inocentes tiene un denominador común: el comunismo. Y más que Osama Bin Laden, rogando día y noche por salvar el pellejo en su polvoriento bunker de Afganistan, está la cabeza de otro terrorista mucho más apendejado. Se llama Fidel Castro y quiere que los americanos sean serenos, ecuánimes y no se dejen arrastrar por la ira y el odio.


Referencias

(1) Alfonso, Pablo (2001): Castro sugiere que el ataque fue obra de extremistas de EU. Noticias. El Nuevo Herald. Septiembre 13, 2001.

(2) Conversación del autor con un alto funcionario diplomático de la embajada iraní en Berna, Suiza.


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