LA LIBERTAD Y EL DERECHO A POSEER ARMAS

Por Carlos Wotzkow


“Armas ¿para qué? ¿Para luchar contra quién? ¿Contra el gobierno revolucionario, que tiene el apoyo del pueblo? ¿Es Urrutia lo mismo que Batista? Ahora no hay censura, la prensa es libre y uno puede estar seguro de que la censura no va a ser restablecida, nunca. Hoy no hay tortura, ni asesinatos, ni dictadura. Hoy hay sólo felicidad.”

Fidel Castro


En “El Príncipe”, una de las obras más famosas de Maquiavelo, su autor rinde tributo a esa tradición de los suizos de la siguiente manera: “Los suizos están tan bien armados como libres”, lo que resume perfectamente una realidad hoy día incuestionable. El arma personal es para los helvéticos un símbolo de libertad y la esencia misma de su salvaguarda. En ningún caso, la apariencia democrática del régimen en que viven representa una garantía de perfecta libertad. Cosa que no parecen haber entendido los cubanos cuando se rindieron boquiabiertos a los cantos de sirena de un demonio llamado Castro.

Teóricamente, la democracia es una expresión de soberanía popular, pero los gobiernos formados “por el pueblo y para el bien del pueblo” como los quiere ingenuamente todo el mundo, no son más que un miope punto de vista tras el cual se esconde una clase dominante siempre a la búsqueda de la omnipotencia, los honores pomposos y las prebendas más disimiles. He aquí una tendencia humana incuestionable con la que los demócratas tenemos que aprender a vivir. Pero para que el sistema sea entonces viable, la fuerza del pueblo debe oponerse a ese apetito político de los líderes y limitar su poder, si es que este no estuviese contenido. De esta manera, la sociedad puede evolucionar armoniosamente.

En Cuba, y para ser más exactos el 8 de enero de 1959, Fidel Castro pronuncia un discurso en la base Aérea de Columbia en el que se separa definitivamente de los verdaderos vencedores de Batista para garantizar, por la vía de las armas su propia subsistencia. Ese discurso a pasado a la historia con el nombre de “Armas, ¿para qué?”, y fue hecho en momentos en el que el armamento que poseía el Directorio Estudiantil, la Organización Auténtica y el propio Movimiento 26 de Julio era guardado en un ininteligible por-si-acaso (1), de forma que llegó a representar una amenaza potencial a su poder y al de sus aliados malhechores. Por ello, con el objetivo de hacer de sus contrarios meros individuos sumisos y resignados, el pueblo de Cuba fue, por primera vez en toda su historia, totalmente desarmado.

Pero veamos un poco sobre nuestra tradición respecto al uso de las armas y cómo aceptamos desarmarnos sin pensar en las nefastas consecuencias que ello podía conllevar. Entre el siglo XVI y los inicios del XIX no era raro que los vecinos de las poblaciones cubanas poseyeran armas propias, y aunque la mayoría fueran armas blancas (el machete y la navaja sevillana por excelencia), no faltaban nunca las de fuego. Esto estaba en correspondencia con la institución castellana denominada “milicia municipal”, que hacía descansar las defensas de las comarcas en los vecinos aptos, organizados, y con relativo grado de entrenamiento y en épocas en las que los súbditos españoles aún eran selectivos en el empleo de sus soldados profesionales.

En Cuba, por la tendencia de los soberanos de las casas de Austria y de Borbón, de atender únicamente a la seguridad de los puertos y sus complejos fortificados (abandonando el resto del territorio insular a su propia suerte), los criollos y los españoles de las clases bajas empiezan a encuadrarse como mínimo desde la época de 1580. Estas “tropas consejiles”, como se les llamó, aportaban su propio armamento y equipo (muchas veces precario y anticuado) con el objetivo de entrenar a la población en la utilización defensiva del armamento. Gracias a ello, estas milicias encararon con bastante fortuna la amenaza de corsarios y filibusteros que pulularon por nuestra tierra y por nuestras aguas durante varios siglos.

Después que estas tropas se reorganizan y se forman en milicias en 1764, las armas de fuego pasan a ser controladas por los superintendentes locales del cuerpo, aunque en las zonas rurales parece que los milicianos conservaron siempre y por tradición sus machestes, algunas pistolas, y los fusiles de caza hasta bien entrado el siglo XIX. A partir de 1810, tras la conspiración de Román de la Luz, que implicó a algunos oficiales de milicias habaneros, las autoridades españolas decidieron disolver el cuerpo que estimaban (con razón) controlado por las elites criollas y sospechosamente (con poco fundamento) proclives a la disidencia.

Desde entonces, comienza el miedo de la tiranía en Cuba a que su pueblo se encuentre armado. Por tanto, se hacen más severos con el control de las armas de fuego (algo que hicieron celosamente los gobernadores de las décadas de 1820 a 1860), aunque los guajiros y rancheadores siempre las conservaron dada la inseguridad rural derivada del bandolerismo y los negros cimarrones. Solamente entre 1898 y 1902 es que pudiera decirse que el portar armas en Cuba no cuenta con la aprobación del estado, entre otras cosas, dada la ausencia de adversarios extranjeros, y el deseo de la nueva clase política de pacificar apresuradamente a nuestro país.

Sin embargo, el pueblo cubano siempre estuvo y continuó estando bien armado. En 1906 los enfrentamientos contra la corrupción de Estada Palma lo obligan a abandonar el poder. En 1917 los Liberales se alzan en armas contra el presidente Menocal y aunque perdieran por la ayuda que le brindó Estados Unidos, la existencia de las armas en manos del pueblo volvía a jugar su cometido. Las armas contra Machado son un avispero en los inicios de la década del 30 y la etapa comprendida entre 1934 a 1944 no fue fácil tampoco para Batista, aunque el pueblo sólo lo acosa unido e interminablemente desde el golpe de estado de marzo de 1952.

La República, volviendo a sus inicios, se estrena entonces con una clase política que venía de la guerra de independencia. Es en esa etapa en la que se contabilizan por centenas las reyertas y los conatos insurreccionales. Aquella violencia no era sin embargo, ni tan siquiera el germen de lo que después se llamó “el ganterismo”, pues estaba motivada fundamentalmente por la pasión política y no por intereses de tipo económico. No olvidemos que recién terminada la contienda el general Lacret Morlot se ofrece incluso para fusilar al mismísimo Máximo Gómez. Ahora bien, existía en el país entre los criollos, cierta propensión a la guapería muy bien reflejada en una novela de Carlos Robreno de principios del siglo XX (“La acera del Louvre”).

En aquellos años era usual que los criollos esperaran a los españoles y los retaban a fajarse y aquellas broncas podían ser lo mismo a tiros que a golpes (2). Por otra parte, los tribunales eran indulgentes con este tipo de delito de sangre motivado por razones políticas, a lo que se agregaba frecuentemente el uso alegre de los perdones presidenciales. Por si fuera poco, cabe decir que sólo en Cuba y en el Uruguay hubo duelos hasta mediados de los años 50 y fueron varios nuestros duelistas famosos como lo fue Orestes Ferrara. Nuestros políticos solían practicar esgrima por si en algún momento debían batirse, y no era tan infrecuente que ello ocurriera aunque raramente moría alguno de estos anticuados contrincantes.

Durante la República, la moda de portar armas se hizo en Cuba un hecho cotidiano. Políticos, periodistas y figuras públicas encabezaban la lista (no militar) de gente común y corriente (no delincuente) que llevaban armas de fuego. Unos las portaban con permisos que expedía el Ministerio de Gobernación y otros no, pero sea como fuera, aquel que pudiese pagar una licencia y no tuviera antecedentes penales estaba en el derecho de comprarse un arma. La llamada etapa del “ganterismo” en Cuba no surge de la libertad de tener un arma, sino más bien como una secuela heredada del gobierno de Batista.

Hubo una plaga de pseudorevolucionarios, consecuencia de la lucha contra Machado y Batista que usaban armas sin licencias. Estos elementos, aprovechándose del régimen democrático de los presidentes Grau y Prio, y apoyándose en las amistades influyentes que habían contraído con sus luchas contra Machado, llegaron a convertirse (principalmente en La Habana) en verdaderos criminales. Fidel Castro, que no participó en la lucha contra Batista en la etapa del 34 al 44, se integró a la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR) que era uno de los grupos gansteriles más conocidos. El otro connotado pandillero, Orlando León Lemus, alias “el Colorado”, era un amigo conocido de Carlos Prio.

Años más tarde Carlos Prio es electo presidente, y es él mismo el que paradójicamente contribuye a fortalecer el ganterismo por motivos de extraña afiliación (3). Después, viene la Cuba en la que en cualquier capital de provincia había armerías y galerías de tiro deportivo. Era la Cuba que empezaba a ser libre y vendía a sus ciudadanos en ferreterías municiones de todos los calibres y cartuchos para escopetas de caza. Era la Cuba que por primera vez en su historia y sin sobresaltos generalizados empezaba a aprender a vivir con armas y no a costa de las armas hasta que irrumpe Batista con su golpe de estado en 1952. Batista es, sin dudas, el dictador que permite a Castro con mano blanda hacerse del poder.

Es la libertad de tener un arma es la que permite a un criminal como Fidel Castro desplazarse a Colombia en 1948 y originar el Bogotazo. Es esa libertad de poseer un arma la que le permite luego asaltar el Cuartel Moncada con pistolas, revólveres y escopetas de caza. Es la fuerza de las armas las que permiten a todos sus grupos de apoyo derrocar a Batista, y es esa misma libertad de poder utilizar un arma la que lo lleva al poder durante 42 años eliminando justamente el derecho del pueblo a estar armado. Confiscadas las armas del Directorio Estudiantil, y comprados con prevendas sus líderes Chomón y Cubelas, la política del régimen castrista con relación a las armas se a partir de entonces mucho más clara.

En 1964 se lleva a cabo en Cuba un censo generalizado de armas a cuyos propietarios se les aseguró no se les confiscarían. Luego, se fusilan en varios pueblos y con mucha publicidad algunos individuos a los que se les encontró un arma que no habían declarado. Se les acusa por ello de contrarevolucionarios y el resto de la armas va cayendo en manos del estado por el miedo lógico que implica ser delatado e inmediatamente fusilado. “Con la revolución todo, contra la revolución nada” es un eslogan que se extiende hasta el uso de las armas, y Cuba deviene un país importador y exportador de armas sin que el pueblo tenga acceso a ellas, ni sepa desde dónde llegan y mucho menos, hacia dónde van.

Una encuesta realizada con ayuda de la internet a un centenar de cubanos de todas las edades demuestra que todos los entrevistados conocían en la Cuba anterior a Castro gente que poseía armas. El 96 % asegura que la mayoría eran revólveres y armas de caza no vinculadas en modo alguno a la pertenencia de su propietario al ejército. De esta manera uno llega a la conclusión de que no éramos obsesivos, pero sí que nos gustaba tener en casa alguna que otra arma. La mayoría (61 %) dice saber de armas con o sin licencias en La Habana y en otras capitales de provincias para la cacería y la defensa, mientras que la totalidad asegura haberlo comprobado en las zonas rurales.

Por todo lo anterior, una de las primeras medidas que deberá tomar por el próximo gobierno democrático de Cuba será la de legalizar la compra y venta de armas a su población. Basta en Suiza que usted no tenga antecedentes para que tenga acceso y derecho a adquirir hasta un fusil M-16. Hoy por hoy la Confederación Helvética es un país mucho mejor armado que el de los Estados Unidos y donde el 72 % de la criminalidad ocurre con cuchillos de cocina y bates de beisball (que por cierto no se practica aquí). En Suiza, cualquier ladrón se la piensa mil veces antes de entrar en una casa a robar, y el 28 % de los actos en el que intervienen armas de fuego demuestra que la mayoría eran de plástico y el resto, importadas del Este europeo y en manos de delincuentes y residentes ilegales del mismo origen.

Eso a que los extremistas de izquierda y los imbéciles (a veces reunidos en una misma persona) comprenden muy bien, es que el ciudadano armado permanentemente representa la mejor y única manera de amedrentar sus ansias de totalitarismo. Nosotros no supimos mantenernos firmes y retar al dictador en su momento y por ello, hemos padecido casi medio siglo de esclavitud, humillación, miseria y destierro a punta de cañón. Después del triunfo de la revolución la euforia de la paz alcanzada a sido largamente festejada. Luego de la caída del imperio soviético, el mismo viento de optimismo a acariciado a nuestra población. Pero todavía, como bien se ha visto en los hechos, el cubano sigue corriendo a los pies del mismo estado que les inculca el odio contra sus hermanos y los sume en una apatía por demás extraordinaria.


FIN


Carlos Wotzkow
Bienne, Agosto 1°, 2001


Notas

(1) El Directorio Estudiantil, al llegar a La Habana, ocupa 500 ametralladoras de la Base Aérea de San Antonio de los Baños perteneciente al ejército de Batista. El teniente a cargo de guardarlas (Chinea) fue el militante comunista que comunicó la ocupación inmediatamente a Fidel. Después del discurso “Armas, ¿para qué?”, Castro ordena a las “Milicias Obrero Campesinas” confiscar esas armas escondidas en la Colina Universitaria.

(2) El soneto clásico que define a estos pendencieros abuelos nuestros, muy popular por entonces, se titulaba “Soy Cubano” y sus dos primeros cuartetos decían más o menos así: “Luzco calzón de dril y guayabera / que con el cinto del machete entallo / en la guerra volaba mi caballo / al sentir mis zapatos de baqueta. / De entonces guardo un colt y una escopeta / por si otra causa de esgrimirlos hallo / es mi goce en la paz lidiar un gallo / y mi orgullo improvisar una cuarteta”.

(3) Durante la presidencia de Carlos Prio, este nombró al frente de la policía al General Quirino Uría, un militar de carrera que pronto comenzó a someter al pandillerismo. Sin embargo, cuando “el Colorado” cae en sus manos, el presidente le ordena dejarlo en libertad y es ahí que este general, bien capacitado para acabar con esta lacra opta por dimitir.

El autor agradece a los siguientes compatriotas sus valiosas observaciones sobre la historia y la tradición cubana de poseer armas de fuego. José Adán, Agustín Blázquez, Fernando Cabrera, Marcelo Fernández Zayas, Pablo J. Hernández, Luis R. Hernández, Santiago de Juan, Alberto Luzárraga, Carlos Alberto Montaner, Tomás Muñoz, Orlando Plá, Elias Seife y Miguel Uria.



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