LA ERRONEA TAXONOMÍA DEL PATRIOTA CUBANO

Por Carlos Wotzkow


 

«Los mejores, son locos, y terminan casi siempre en una cárcel. Los que nunca terminan en ella son los que se adaptan, los que se avienen a compromisos, los que callan, los que obedecen, sufren, traicionan, y aceptan ser esclavos.»

Oriana Fallaci


Si algo he aprendido en el exilio es haber llegado a comprender lo difícil que es tratar con distintas generaciones de exiliados. No sirve en absoluto hablar del exilio cubano (aunque todos quisiéramos que ello fuera posible) porque queda falto de concreción. Pero un artículo sobre el erróneo clasificar de los cubanos puede llevarnos sin embargo, a una sorprendente conclusión de relevancia. Por extensión, y para un asunto tan amplio como la tendencia de nuestra naturaleza, el significado de nuestra supuesta excelencia adquiere la constitución de una realidad natural. El problema creo, es que debemos acercarnos a nuestras generalizaciones sin que se note para que la esencia de nuestros valores no desaparezca volando.

Hace apenas unos días, un querido amigo calificaba uno de mis artículos de extremista explicándome que yo, por haber vivido 3 décadas en el totalitarismo de Fidel Castro no podía entender ni mucho menos criticar al sistema democrático español. Desde el exilio, otro (tanto o mucho más amigo que el anterior) me decía que me quedaba corto, que era muy gentil y que si no apretaba las tuercas nadie en el exilio me publicaría una pequeña nota. Como que ninguna de las dos críticas trató la base de los argumentos que definían esta desigualdad humana, creo que ha llegado el momento de enfocar al individuo sobre el cual se intenta edificar una democracia. Gracias a ellos, un batallón cubano de conceptos sobre la democracia ha llegado a mi mente y quisiera compartirlos ahora con ustedes.

Uno de mis textos es el que me ha traído este problema ("La Fábula del Burro: cronología del error cubano."), pero no pienso disculparme y voy entonces a defender mi discusión. La errónea taxonomía del patriota cubano tiene un intencionado doble sentido y nada que ver con un vestigio ambiguo de definición política. Mi título hace alusión al apotegma de Gould1 y señala al absurdo que intenta poner al cubano como un patriota por excelencia mientras omite no sólo la falsedad que ello esconde, sino los abismos que existen entre las generaciones que conforman a su sociedad. He expuesto esta idea por escrito y por la vía oral de modo que siempre he podido utilizar la crítica inconsistente para ver como se despotrican mis detractores sin necesidad de escribirles un tratado. Aun así, la mayoría sigue cuestionando mí cubanía sin pensar en lo que hace cada cual por ella, y sin siquiera atreverse a reconocer que la batalla desde el exilio es más que algo palpable.

La democracia, huelga decirlo, es mucho más que el libertinaje y mucho más aún que el libertinaje que engendra la corrupción política. La democracia empieza en nosotros y se manifiesta a medida que aprendemos a respetar el criterio de los demás. Adecuando y controlando nuestras propias expresiones podemos llegar a encontrar una de las formas más magníficas de libertad. Pero al aprender a controlar quiénes somos, contamos también con el mejor de los instrumentos para expresarnos de una forma más consciente. Yo vengo de una generación de estudiantes con mala ortografía que surgió en Cuba después que se fueron los mejores profesores que allá había. Pero estoy contento, porque no pertenezco a esa otra que llegando hoy hasta el exilio y que viene sólo para cuestionar. He hablado de lo carente que está Cuba de cubanos como Martí, Maceo y Gómez, pero también he denunciado lo superpoblada que se está poniendo de matones como Oliva.

La errónea taxonomía del patriota cubano puede entonces situarse dentro de un triángulo equilátero con el fin de simplificar (de una vez por todas) uno de los temas más espinosos que se pueda imaginar. Restrinjo el tema a las generaciones cubanas (los vivos) como la forma más comprensible de llegar a la mentalidad simplista que nos invade y sólo para acompañar mi alegato a su interés social. La mayoría de los cubanos en Cuba han dedicado una gran parte de su vida a preguntarse quiénes son, pero lo triste, es que aún siguen dedicándose a encontrar el coraje que les permita reconocerse en los esclavos que ellos han querido ser. No deja de ser una infamia el que vivamos en un mundo cada vez más democrático y saber que hay 11 millones de personas privados de su libertad. Cuando uno piensa en esto, nos damos cuenta que todos hemos ayudado a destruir la oferta que nos daba el escaso tiempo de la vida.

No vale decir que yo salí primero y por ello, demostré ser más inteligente y audaz. Como tampoco es justo decir que el que salió ayer, sospechas da. El que salió primero no entiende que el balsero no sepa trabajar, como el balsero, tampoco entiende que se tiene que poner a trabajar. Cambiar de país no es sólo mover nuestro esqueleto hacia otras coordenadas. Es cambiar en ese nuevo punto geográfico o perecer en vida. Ya se sabe que la abulia es la mejor enseñanza que le debemos al castrismo, pero también lo fue la apatía (del que salió temprano) y la crueldad (del que llegó después). Al parecer (así al menos lo veo yo), el error cotidiano viene de un error de concepto y es aquel que hace creer que se dice cubano y ya se menciona a un pueblo. Encuentro ese error repugnante, pero únicamente porque se repite a diario y sin pudor. ¿Acaso lo dicen para sentirse numerosos? ¿Tiene algo que ver esto con la seguridad que se siente al pertenecer a un grupo?

Desgraciadamente no. Tiene que ver con el alarde. Tiene que ver con la naturaleza de ese hombre nuevo que aún sigue viendo en la unidad y la fuerza de la masas su seguridad individual. Nos enseñaron a vivir en un rebaño y salirnos de él es algo así como llamar al lobo. El marxismo y el exilio (los dos) acabaron con nuestra individualidad y si no opinábamos justo lo que le gustaba escuchar al otro grupo, se acabó. Cualquier período político que afecte a un país es una expresión de libertad natural, pero reducir la libertad de expresión a un único partido y de por vida es como vivir constantemente en un invernadero en el que la perdida de la vitalidad no es sólo un factor estacional. Lo mismo ocurre afuera, donde una parte del exilio ha hecho un claustro y desde el cual a veces cuesta trabajo llevar a cabo alguna idea innata de la libertad. Al periférico, en este primer lado del triángulo, lo espera sin querer la horca.

Luego viene la agravante (¿o debiera decir atenuante?) de los orígenes y donde el fundador debe ser eterno, blanco o negro, pero políticamente confiable. Con ello, se divide una vez más el concepto de patriota en una nacionalidad que apenas lleva cien años de fundada (tomo a Martí como el fundador de la nación, pero cada cual puede tomar a quien quiera) y en la que el patriota cubano pasó a ser medido en méritos morales, en sacrificio individual, en abnegación colectiva, en altruismo fraternal (que para mí no existe) y en solidaridad humana. ¿Resultado? Doscientos partidos en los que nunca importó tanto el programa como la lealtad probada de sus adeptos. ¡Sacrilegio! Y como que toqué la herida, sospecho que el patriota prestará poca atención a un impenitente que tocó un lado que puede deformar al equilátero. Así, yo debo estar entre los altos cargos de la CIA para algunos, o entre los agentes del G-2 para otros. Al disidente ya no le basta con disentir, sino que debe hacerlo siempre y para satisfacción de algunos otros.

¡Que lástima ver que todo lo que nos rodeó en este fin de siglo estuvo plagado de torpeza! ¡Que pena sentir que todo lo que soñamos se desvanece en una inmensa frustración! ¡Que soberbia ver que el mundo nos mira de forma despectiva! Y sin embargo, es ese el mundo libre y celoso de la democracia que siempre nos rodea. Tal parece que un español no puede comprender que todos somos uno dentro de este planeta y que si nos ayudásemos los unos a los otros a encontrar la libertad, quizás fuésemos más comprensivos con aquellos a los que nos acusan de ignorar. Incluyo entonces, no sólo a los cubanos que están en Cuba (un lado), sino a todos los que han tenido que aceptar infamias para poder vivir aquí (al otro lado). En un sentido más amplio, a todos los desterrados que no han podido adaptarse a perder, por culpa de un capricho, su querida patria (la base del triángulo).

Pero ¿por qué hemos los cubanos de pasar por tantos amargos momentos en esta vida y ver además que ni siquiera los países democráticos quieren que seamos libres? ¿Por qué no podemos ser finalmente libres para algún día poder llegar a ser felices? ¿Por qué no contamos con la democracia que es la mayor expresión ordenada de libertad y felicidad a la que puede aspirar el hombre? ¿Por qué hay quien todavía niega la libertad de expresión viviendo en libertad? Intentémoslo aclarar. Al ser un hombre que gusta de investigar siento por la historia una fascinación inmensa. De hecho, creo que todo lo que escribo cuida el detalle de la historia aunque alguna gente me lea más por morbo que buscando información.

Hay, en toda nuestra historia, un detalle al que no hemos hecho caso desde hace más de un siglo. Se trata de la imposición de cierta responsabilidad frente a esa sociedad de la cual formamos parte. Esto no niega la libertad en su sentido más amplio, sino que nos hubiera ayudado a reforzarla porque esa responsabilidad está relacionada a la elección consciente y el cubano ha sido, producto de sus genes, un ser mezclado mucho más centrífugo que centrado. Desde que nos liberamos de España, y ello nos costó muchísimos años y abundantes canalladas, han sido raras las veces en las que rendimos honor a una elección democrática consciente. Si lo hubiésemos hecho (me anticipo a los que no lo acepten) estaríamos ya hablando de cierta habilidad democrática, pero no fue así. Desde siempre fue el exterior quien ha limitado nuestra elección social sin que cada uno de nosotros la haya deseado individualmente y por tanto, achacamos siempre la responsabilidad de nuestras limitaciones a esa causa externa y nunca a una falta o apatía por la elección consciente.

He aquí la base del equilátero (la patria) y el sostén de ese problema al que hay que derrumbar (los dos lados cada vez más divergentes a medida que se acercan a la base). El primer paso hacia la democracia en Cuba es reconocer nuestra responsabilidad total en no haber querido protegerla. Para demostrarlo baste ir atrás en la historia y encontrarnos allí con nuestros corderos ancestrales. Definirnos como los más simpáticos, los mejores amantes, o los más valientes no nos garantiza en realidad que lo seamos. Primero debemos encontrar dónde somos abusivos y aprender a corregirnos por la vía individual. La democracia no puede existir donde el abuso no sea inmediatamente reconocido. Esa ceguera es curable a través de un acto consciente y este, es elegir, ver, o permanecer eternamente ciegos. Nosotros nos negamos la democracia cada día cuando no somos tolerantes con los demás y no respondemos adecuadamente para limitar nuestros excesos. Negar nuestra responsabilidad individual es como negar nuestra habilidad de elegir de manera consciente y por tanto, ser libres, está en cada uno de nosotros sólo cuando queramos elegirlo. La leyenda de los cubanos jamás podrá ser escrita si no existe un gesto inmenso que lo resalte en el mundo. A diferencia de las leyendas, la vida nos pide mucho más que un gigantesco gesto y este no es más que un punto de partida que exige otro y otro más hasta cumplir algún día esa misión. Después, cada generación enfrentará sus pruebas y pobre del pueblo que no supere ese segundo examen. Pobre de aquellos que no sean capaces de resistir las pruebas de la tolerancia, el examen de la votación perdida y el dictamen de otra opción durante algunos años. Si cede, lo que en el código democrático se traduce como una rebelión contra un deseo popular, quizás logre cambiar el rumbo de la historia, pero habrá desaprovechado el gran gesto que lo dio a conocer como un pueblo justo y civilizado. En otras palabras, habrá fracasado en hacer útil a toda una generación


FIN


Carlos Wotzkow

Bienne, Enero 2000

1.- Gould, Stephen Jay (1981): The mismeasure of man. Revised and Expanded Edition. W. W. Norton & Company New York.

Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

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