DE CRÍTICOS Y CRITICONES


"Un hombre honrado no va a salir a la calle a aplastar todas las víboras que le salen al camino, porque se le ensucian demasiado los talones."

José Martí


Desde su publicación en mayo de 1998, Natumaleza Cubana ha tenido, por lo general, una buena crítica por parte del público para el cual fue escrito y eso, a pesar de que podía haberse escrito mucho mejor. Cuando el libro llegó a las manos de los cubanos que en Cuba son parte de aquel salvaje desgobierno, también surgió la polémica y las críticas más duras, pero como se trataba de gente a la que no valía la pena prestar la más mínima atención, sólo me produjo risa. Desde entonces, Natumaleza Cubana era calificado como un libro único y de referencia obligada a los interesados en el tema (según la prensa de Miami), o un texto "plagado de medias verdades" (según ciertos cubanos de visita en esa misma ciudad) y justamente porque la verdad en Cuba seguía siendo algo a lo que los castristas llamaban "plaga." Así las cosas, no faltó quien lo comprara por decenas para distribuirlo clandestinamente en Cuba, como tampoco dejé de escuchar amenazas emitidas por cobardes a los que sólo un soplo devolvería a su guarida en Puerto Rico.

Pero hace unos días, me asaltó una carcajada navegando en internet. Amazon tenía mi libro Natumaleza Cubana en venta, pero lo acompañaban un par de comentarios que intentaban hacerle el boicot total. Ambas opiniones venían de científicos a favor del régimen, pero ambos, marxistas conocidos, disfrutaban del capitalismo y la libertad para arremeter con odio contra todo lo que criticara a Castro y a su política de destrucción ambiental. Los leí una y otra vez y llegué a la conclusión de que ambos cometían un inmenso error. Acostumbrados a escribir y pensar como los esclavos obedecen una orden, los dos creyeron que mi libro de ciencia neta se trataba.

El primer comentarista, de quien no vale tan siquiera dar su nombre (entre otras cosas, porque él tampoco dio la cara al omitirlo por temor), es un ladrón de todo objeto que hallan confiado a él para entregar a algún colega y hoy, se ha convertido (según me aseguran mis amigos) en el terror de las bibliotecas puertorriqueñas a las que deja vacías después de una visita. La segunda, cuyo nombre conocido no voy a declarar por ser un buen martiano*, creyó secundar a un sabio y por error, secundó histérica a un necio. Que esta bióloga aparezca por iniciativa propia enyuntada con un amante de los renacuajos la libera, por exceso de dislate, de un ataque extra al que ella misma se ha infligido.

Entre 1993 y 1998 estuve intentando organizar una denuncia de nivel popular para que el público cubano (de dentro y de fuera) tuviera al menos una referencia sobre el desastre ecológico que padecía el archipiélago. Para arribar a donde se llegó, y sin creer que ello fuera ni muy lejos ni perfecto, costó mucho trabajo reunir el mínimo de información que eso requería. En vías de lograrlo, contacté en Cuba con todos aquellos colegas cuya probada seriedad garantizaría la mejor información y la más urgente que se debía denunciar. Pero muchos tenían miedo y las respuestas brillaban por su ausencia. Ensayé contactar fuera de Cuba, con igual propósito, a todos aquellos que por haber salido de la isla pudieran desde entonces opinar. Pero el miedo se extendía también hasta el exilio por razones obvias que respeto, y sobre las que no me interesa aquí opinar.

Y sin embargo, a pesar de todos los traumas psicológicos e ideológicos que deforman la conducta y la libertad de los cubanos, lo conseguí. Gracias al valor de unos cuantos, el miedo quedó suficientemente superado por científicos que, extremadamente enamorados de su trabajo y profesión, atendieron grano a grano a mis consultas. Luego, a mis preguntas sobre el tono no se puso objeción, porque para muchos valía más la pena (al menos una vez) llamar a las cosas por su nombre (a pesar de sus sabidos inconvenientes) que camuflar la ética con pretextos y con hipocresía. De esta forma, Natumaleza Cubana pudiera haber dicho mucho más de una generación de biólogos cobardes que desde el día de su graduación aceptaron destruir a Cuba, y haciéndole creer a los colegas extranjeros que ellos eran "a generation of biologists and ecologists working under hard and at the same time challenging conditions".

Así se escribió Natumaleza Cubana, con muchas imprecisiones y errores imposibles de perdonar al que lo firmó, pero que lo hizo y volvería a hacer con pura convicción. Desde el punto de vista científico, el libro no salió perfecto, pero justamente, porque este no era un texto para los científicos, sino un intento de denuncia ecológica comprensible y para ello, había que sacrificar el resto. No podía dirigirme a los cubanos con los fríos términos científicos, porque lo que ocurre desde hace 4 décadas en Cuba está dentro de las hirvientes fronteras del infierno. No podía respetar todos los criterios, porque algunos eran en realidad, transcripciones fieles emanadas por comisarios políticos infiltrados en las instituciones de la ciencia. No consideró las presiones políticas, porque ello era desde el punto de vista moral imperdonable. Nadie (y mucho menos un científico) debería justificar que se colecten peces con dinamita. Aún y cuando las condiciones para trabajar fuesen un reto, nadie (y mucho menos un supuesto amante de la naturaleza cubana) debería aprobar que se matara cuanta ave se quisiera para estudiarlas disfrutando el aire acondicionado en un laboratorio.

Respetando más a los críticos que a los desconsolados criticones, Natumaleza Cubana salió dotada de una clara y larga advertencia. El autor, no era la persona idónea, sino al parecer (ahora se confirma), la única disponible e interesada en el momento para escribir sobre el asunto. Eran los años (y aún parecen seguir siendo), en que los científicos de Cuba todavía estaban más interesados en criticar lo hecho, que en hacerlo ellos mismos. Estaban, para decirlo de otra forma, en el grupo de "genios" que, con una sabiduría mesurada, debilitaban la protesta del exilio contra todo desatino en su propia patria. Eran, no me queda otro remedio que creerlo, el ejemplo de que algunos cubanos favorecían desde el exilio aquel desastre desviando la atención a los detalles. Instrumentos de una conservación ambigua para la naturaleza de quienes se aprovecha el régimen para postergar su incalculable impunidad. Críticos y hasta criticones, empeñados en afirmar (todavía) que hubiera algún deseo de "protección del medio ambiente" durante el régimen castrista.

Impreciso o no, obscuro o no, dudoso o no, lo cierto es que intenté hacer de Natumaleza Cubana una segunda denuncia actualizada, y sobre toda consideración (sacrificando el tiempo, el dinero, y a veces cierta credibilidad en datos), desenmascaré al fin (algunos dicen que por odio) a aquellos que nunca fueron científicos, sino cazadores de ideas humanas y exterminadores de todo lo que fuera productivo para el bienestar. Los que dijeron conocerme, no se percataron que el odio es algo que consume mucha energía y ya por ello, un término que jamás me corresponderá aceptar. Mi energía (le aclaro a los que no me conocen) la consumen cinco bellas mujeres y no la gente que no sabe opinar. Cuando más, siento a veces lástima, pero no contra mis colegas de trabajo, sino hacia aquellos que querían y no pudieron nunca serlo. En este caso, valga que lo aclare, está un tal alberto7@hotmail, que a pesar de afirmar que trabajó conmigo, nunca coincidimos en ninguna institución. Una cosa es escribir ciencia para científicos y otra hacerlo sobre ese grupo humano donde todos, incluidos mis más fervientes detractores, siempre han estado difamando sin crear. Es ese el lado humano, imperfecto siempre, pero que criticando al que produce, hace de algunos críticos criticones malintencionados.

Para algún que otro "científico" es inadmisible la crítica al colega. Pero no es menos cierto que hay científicos que llaman colegas a cualquiera. Colega, al fotógrafo pagado que utilizó su institución para enriquecerse y promover la más devastadora rapiña camuflada de turismo. Colega, a todos aquellos que sólo investigan a sus colegas, pero para redactar informes políticos contra ellos. Colegas, a una recua de oportunistas a los que al parecer una obligación ideológica los obliga a llamar así. Nadie (ni siquiera el más ético de los científicos) debiera dejarse llevar por el amor a una regla moral que calla ante el abuso cotidiano y una prolongada impunidad. De lo contrario, con estos criticones anónimos, no habría ni juicio ni juez justo ante tal desfachatez humana y lo que quedaría para la naturaleza en Cuba, si esto dependiera de su pluma y mala orientación, sería sólo el caos.

Mucho se ha escrito sobre la verdad y lo relativa que esta puede en ocasiones resultar. A diferencia de la felicidad, que es siempre buena y buscada por todos, la verdad deja de serlo cuando los intereses mezquinos se anteponen a ella. Debo haber escrito alguna barbaridad para que estos "dos científicos" (doubful accuracy y una cáustica ironía de mi parte) me hayan acusado de mentir. Si así fuera, mi disculpa sería para otros. Soy, es evidente, muy poco colega con esos que sin conocer mis fuentes dudan a favor de Castro sobre todo lo que he escrito. Mi libro, fue un simple anfitrión de todos aquellos colegas que en su momento quisieron opinar. He creído en todos los testimonios, he respetado hasta en el más mínimo detalle todos los mensajes, he confiado en todas las comunicaciones, y cuando así me lo pidieron, he guardado también silencio sobre la fuente de esas denuncias que ellos necesitaban ventilar.

No pongo en juicio a una generación de científicos, pero no los reconozco a todos como tal. Soy consciente de que en Cuba llegó un momento en que el gobierno se mantuvo con vida a costa de la nuestra. Sé que muchos de nuestros errores surgieron de nuestra lucha por sobrevivir. Aquel que no lo hizo no pudiera hoy contarlo. ¿Quién fue mejor y no sucumbió a esa hecatombe humana? ¿Quién, con tantos cargos en sus espaldas dejó pasar una pequeña oportunidad en la que mejorar? ¿Quién, sin querer, o por necesidad, o por oportunismo innato, no aprovechó en beneficio de la mesa de su casa, la corrupción de aquel sistema? Muchos, y entre ellos, tampoco pueden faltar por ser bien conocido, estos criticones. Cualquiera en Cuba se caía de una bicicleta, pero sólo unos cuantos encumbrados y a gusto en las altas esferas del aparato, se bajaron del avión para desligarse del sistema en una balsa. Es de esos cobardes de los que hablé, aunque ahora ellos se sintieran minucias a las que he querido humillar. Pues al que le sirva el faldón – como dice el buen refrán- que se lo ponga.

Ponerme a cuestionar en un párrafo de Natumaleza Cubana los motivos de tanta y tan torcida moral sería como juzgar por separado a los que la exhibían por necesidad, de aquellos que la practicaron por puro oportunismo. Valga esta aclaración para una tal "yoyi" que no ha querido contestar siquiera a un e-mail. Sería como juzgar correcto que algún hombre se viera de por vida acorralado en la más terrible soledad. Pero hay en todo esto un pequeño tono de contraste, y es ese que hace diferente al sobreviviente del eterno vividor. Es esa diferencia entre el que reconoce haber cometido errores, y aquel otro que los propició continuamente.

Es ese "científico o colega" que permitió sin ningún escrúpulo institucionalizar la tala de todas nuestras colonias de coral. Es esa entrecomillada de una generación intocable que viró la cara para no ver que cada segundo que pasaba, un metro cuadrado de nuestra fértil tierra era asfixiado con una gruesa capa de hormigón. Es ese que en el fondo lo sufría, pero que al abandonar la isla lo olvidó muy pronto y después, lo puso todo en dudas. Son esos criticones que alejados del problema, quizás para nunca verse ellos obligados a encararlo, se dedicaron a criticar a quien esto denunciaba. La crítica como vacuna preventiva a la crítica es el dardo envenenado de todo criticón. El ataque, como método científico del marxismo leninismo (con o sin carnet) para esquivar una posible responsabilidad.

Sí, la doble moral nos afectó a todos, pero no a todos por igual. Ahí están los que por ser tan buenos (en demostrar su compromiso) y tan profesionales (en su científica especialidad) llegaron a la cumbre de su institución. Es de esos, de quienes un complejo laberinto mental siempre asombra, y no por interesante, sino por lo rimbombante que resultó más tarde su extraña deserción. Sabido es que ponernos a decir el nombre del guajiro cubano que cazaba en forma ilegal, o hablar del balsero suicida que huía del período especial sería nombrar una legión. Pero no es igual resaltar la doble moral presente en nuestra dirección científica por lo significativo que ello es. Esto merecerá siempre, en virtud de una mayor credibilidad, aunque sea algún nombre. Si la fuga se hizo en el mullido asiento de un avión, o en una incómoda piragua, para mí da igual. Si la fuga de un incondicional del marxismo tuvo efecto con o sin escala, o si esta fue lógica o inexplicable, es algo que a mí jamás me interesó. Cualquiera tiene el derecho al libre albedrío, como cualquiera tiene derecho (también) a destapar la caja de la esposa de Epimeteo en una dictadura tan "amada" como traicionada.

Es cierto que algún dato puede estar errado, es quizás cierto que haya achacado la culpa de algo a quien no la merecía en su totalidad, pero ello no se debe a una rivalidad de tipo personal, sino a una certidumbre muchas veces evaluada. Quizás dije que se cortaron 200 árboles donde fueron 10, pero tal vez fueron 2000 y yo sólo puse 100. Hoy Reuters, EFE, Granma, y RTVE, son los abanderados propagandistas de la política de Fidel Castro por el mundo. Con relación a la política forestal, acaban de publicar que el gobierno lo ha hecho todo bien. Gracias a ellos, los botánicos pueden estar contentos al saber que Cuba ya tiene el 21,5 % de su suelo repoblado de bellos y frondosos bosques. Mientras habrá otros que, pudiendo desdecirlo, callen o se dediquen únicamente a criticar al que lo niegue abiertamente.

Los recursos pesqueros y boscosos de Cuba, según nos cuenta esta prensa de la infamia, están aumentando en Cuba. Pero cada día llueve menos y en cada cena se alimenta el cubano muchísimo peor. Quién tiene la razón en esta guerra de "verdades" es algo que cada cual puede juzgar como se le antoje. Pero lo que yo sigo viendo en Cuba son ruinas, ríos utilizados de alcantarillado, asma en la población, tecas, eucaliptus y casuarinas, turismo sexual, esclavismo extratemporal, y tan siquiera el ojo hervido de un carajuelo es una fuente estable de comida.

La credibilidad ha sido puesta en duda y Natumaleza Cubana, con paciencia y merced a su existencia, va camino de darnos toda la razón. Cuando el libro se empezó a escribir en Cayo Coco quedaba intacto el 80 % de sus bosques. Hoy apenas alcanza el 40 %. ¿Quiere algún científico honrado dudarlo? Cuando el libro se terminó de imprimir todavía se podía pescar desde la orilla en Cuba. Hoy, nadie puede vender su propio barco y la pesca privada ha sido prohibida a la población más desnutrida del Caribe. ¿Quiere alguna bióloga marina cuestionarlo? Pues háganlo. De eso también trata la libertad: de aceptar la duda como enfermedad crónica, o como patología asociada a un desorden de carácter (casi siempre) hormonal. Alguien ha dicho que aquellos que no han tenido nunca un hijo, cuando están llegando a la tercera edad, pueden sufrir una extraña menopausia cargada de odio y en forma prematura.

Me confieso incapaz de escribir un libro que pueda gustar y agradar a todos. Me parece imposible poner a un sólo lector ante un texto en sintonía con la suya. Pero lo que no sé explicar es cómo puede existir alguien que crea que yo desestimaría la información brindada para sustituirla por la duda de quien no estuvo interesado tan siquiera en ayudar. ¿Me llamarán radical a partir de ahora? Tal vez, pero hay ciertamente algo de lo que no me pueden acusar. Jamás me he puesto a criticar una aptitud humana sin que ello no conllevara implícito el celo por el bienestar general de mi país. Salvar un árbol vale más que diez mil críticas y escribir por ello, vale más que no hacer nada. Hacer algo por proteger a la naturaleza de Cuba debiera estar entre las prioridades de cualquiera, pues la crítica a quien en ello ocupa el tiempo, más parece un obstáculo deliberado (o encargado) que una desafortunada intervención.


FIN


Carlos Wotzkow

Bienne, Septiembre de 1999.


* "Pues de mujer, puede que mueras de su mordida, pero no manches tu vida hablando mal de mujer."

José Martí


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