LA FLOR DE LOS CUBANOS

"Quatre fleures très belles se trouvent en competition, toutes excepcionnelles. Mais, aussitôt leur candidature connue, se d’echaîne autour d`elles la sarabande dérisoire d`une rivalité et des perfidies de toutes sortes."

El autor

Por Carlos Wotzkow

A todas las cubanas, a las que todavía amando, seguimos privando de una isleña flor.

Es un verdadero bochorno que al final del siglo, Cuba, que está considerada la segunda isla más rica en especies botánicas después de Madagascar, siga declarando a la "Mariposa" (Hedychium coronarium) como su flor nacional. El gran escritor cubano Guillermo Cabrera Infante ha preguntado: "¿quién dice que es necesaria la cultura?, y sin hacernos esperar mucho, nos aclara: "de la cultura solamente es necesaria la propaganda, todo lo que se hace en Cuba es alimentar la propaganda del régimen." Y así mismo ocurre con esta horrenda e introducida flor.

La Mariposa, oriunda de la india, se hizo popular en Cuba durante el siglo pasado. Muy diferente a las aristocráticas Rosas, las elegantes Azucenas, los delicados Gladiolos y los ibéricos Claveles, el cultivo de esta planta nunca requirió de una estación determinada, ni de tierra abonada, ni de esmeradas podas, ni de riego frecuente, ni del soporte de tutores. Por el contrario, esta cuasi mala hierba, escapó al cultivo controlado y se metió no sólo en nuestros más vulgares y descuidados jardines, sino en cuanta zanja o sitio húmedo encontró.

Al igual que su tallo, de rápido crecimiento, rizomático y ramificado, Celia Sánchez Manduley organizó alrededor de la Mariposa, una leyenda (tan densa como sus plantones) en la que nadie podía interferir. Una historia tan invasora como la planta y tan afincada como esta en algunos lodosos cerebros imposibles de cambiar. A recogerla no más, la hizo, entre la gente vaga y perezosa, además de popular, una flor barata. "Yo no tumbo caña, / que la tumbe el viento, / que la tumbe Lola, / con su movimiento." Una flor tan limitada como su cultura y tan haragana como la Revolución.

Es cierto, la susodicha Mariposa fue una flor muy admirada por los esclavos y algunos criollos de las clases bajas que, al verla crecer silvestre y mundana, la percibieron en su ingenuidad como un símbolo de cubanía. Blanca, pegaba con sus ropas para los domingos y la santería. Tanto como con la Bijirita y el Gorrión, a la Mariposa la echaron a pelear contra nuestras más silvestres flores, los de la boina y la alpargata. Recogida por millares en cestones y manojos, la Mariposa, más popular por su abundancia que por su belleza, se hizo la flor de las plazas coloniales en la isla. ¿Esperaba alguien que en aquella Cuba mestiza y gallega hubiera un festival para el Tulipán de Kekenhoff? ¿Aspiraría alguien en aquella Habana colonial a tropezar con un jardín de Rosas de Té? Imposible.

La leyenda dice, ayudada todavía más por la propaganda revolucionaria, que los conspiradores criollos escondían pequeños mensajes enrollados en el labelo de la flor, o bien ocultos y doblados entre las brácteas florarles de la Mariposa (que son como hojuelas acompañantes de la inflorescencia), y eso fue lo que sirvió como argumento para nombrarla la flor de la nación. Popular, abundante, ilusoriamente "autóctona" (lo que a nadie le importaba de momento discutir), la Mariposa devino, para una aventurera iluminada de Pilón, la flor de los mambises, su flor, la flor indiscutible de su Revolución.

Y en efecto, Celia Sánchez Manduley, quien se ganó la fama de tirar por la borda el erario público en proyectos tan alucinantes como aquel desvarío mariguanesco de La Güira, (que más tarde sucumbió al vaivén quebradizo de las ramas aprisionadas por cabañas y a un comején que seguramente habrán introducido en Cuba los yanquis) gustaba adueñarse plantas, árboles y flores en la misma forma que lo hacía con las casas de Miramar y Kohly, y con la misma naturalidad con que comercializaba a tráves de EMPROVA toda nuestra fauna.

No olvidemos el hecho conocido del Flamboyán Azul, un árbol sudamericano de la familia de las Güiras que pasó a ser de su exclusiva propiedad en una época en que Tonino Quintana, Girona y otros "arquitectos de la revolución" plantaron flamboyanes azules hasta en nuestras playas, y con el único objetivo de congraciarse con la doña. Por supuesto, ninguno de aquellos jacarandas brasileros sobrevivió, pero eso, como todos saben, no era lo importante. Lo vital, lo verdaderamente impostergable para aquella botellera nombrada "secretaria de la presidencia" era cumplir con alusinaciones como "plan de las flores", y que no fue otra cosa que tapizar con orquídeas las paredes de la casa de su hermana Flavia (en los días en que se casaron sus hijas Alicia y Elenita) y cuando conseguir una flor de muerto para la tumba de un ser querido era algo imposible de lograr.

Después que Celia pasó a mejor vida (¿mejor de la que tenía?), proliferaron los retratos (no se sabe si tomados de fotos verdaderas o salido da la mano de románticos pintores) que mostraban a la Manduley entre flores de la Mariposa. A destacar, una plumilla salida de la mano del ilustre Otón A. Suárez por la que le pagaron el sueldo de dos meses y en la que sólo tuvo que pintar un par de horas pues, según me dijo: "Celia Sánchez era tan fea que cualquier caricatura la haría lucir muchísimo mejor" "Artifact" o no, de lo que no cabe dudas es de que a la "Primera Secretaria del País" la identificaron en vida y post-mortem con la maldita Mariposa.

Además, esta supuesta "Flor Nacional" se prestaba de maravillas a la canonización de la occisa: la inmaculada pureza de una flor, su "genuina cubanía" y su ya comentada estirpe mambisa influyeron decisivamente en ello. Fue así que se acuño aquel engendro de slogan que acompañaría por siempre a la imagen de Celia Sánchez en la Cuba del castrismo: "la más auténtica flor de la revolución." Nada más y nada menos que una flor indoasiática invasora para una revolución rusa de adopción. ¡Vomitivo! Si se lo hubieran preguntado a los especialistas, de seguro todos hubieran coincidido en identificar a Celia Sánchez con otra flor. Aquella otra introducida desde Africa de la familia de las Acantáceas que en Cuba se conoce con el apropiado nombre de "Culo de Poeta."

Años mas tarde un grupo de biólogos cubanos se reunieron para intentar enmendar el error histórico. Querían que nuestra flor nacional fuera como el Copihue de Chile (Lapageria rosea), indígena de verdad, hasta la raíz, para que tuviera algún significado. Incluso aceptaban que se acercara al ejemplo del Guayacán (Guaiacum officinale) en Jamaica, que sin ser exclusiva del país, si era nativa de aquella pequeña y verde isla. Entre las candidatas que estos especialistas pensaron proponer estaban las genuinas flores de "La Peregrina" (Jatropha integerrima), el "No-me-olvides" (Duranta repens), la orquídea "San Pedro" (Broughtonia lindenii) y el "Careicillo de Monte" (Rondeletia odorata), todas muy hermosas y relativamente comunes del país.

Sin embargo, semejante cortejo de estrellas nunca pudo competir, pues pronto se advirtió que una idea como esa corría el riesgo de ser considerada diversionista, revisionista, y en esencia enemiga de la Revolución. Nuestra flor, indicaron los sesudos del gobierno, ya fuera amarilla y con ojos negros y rasgados, tenía que ser continuidad histórica de las luchas independentistas del pasado. Ni que hablar de cuestionar la militancia histórica y mambisa de la Mariposa. Inténtenla cambiar, pero corran a rezar por agua a "San Pedro." Atrévase alguien a sustituir esa flor y lo convertiremos en un "Peregrino" de por vida. ¡Ah, y "No-se-olviden", si no tienen un carapacho para protegerse como los "Careyes", escóndanse en el "Monte"!

Después de la muerte de Celia la idea volvió a retomarse por los inconformes que aún se avergonzaban de contestar siempre la maldita pregunta en congresos y simposios. ¿Cuál es la flor nacional de Cuba? Una hierba mala de Calcuta. Pero esta vez fue peor, y mucho antes que se llegara a proponer formalmente el asunto, una advertencia los detuvo: ¡Jamás vuelvan a aparecerse con tamaña y mezquina idea que, en esencia, no refleja otra cosa que un ataque disfrazado a la vida y la obra de la "más genuina y auténtica flor de la Revolución", lo que se traducía en un ataque a la dictadura en si misma. Punto final, o el estiércol le llegaría hasta los ojos.

Hoy, cuando la infamia y la tiranía en Cuba no pueden ser mayores, ahora que el castrismo ha demostrado ser un loco y trasnochado experimento, o ahora, sobre todo, que hay especialistas en el extranjero sufriendo también en el exilio incierto ¿no valdría la pena que los cubanos, eternos "peregrinos" condenados por el comunismo, retomásemos el tema de nuestra flor nacional? ¿No nos grita Cuba "no me olvides" o abandones? Yo creo que sí. Nuestra patria merece tener como su flor a la "No-me olvides" y el exilio cubano, tan constante como histórico y tan leal como viajero sin bordón en el destierro, se ha ganado, cuando menos, una hermosa "Peregrina."


Carlos Wotzkow
Bienne, Agosto de 1999


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