Rosita Abella y el amor a los libros por CARLOS RIPOLL En los primeros años del exilio llegó a Estados Unidos un buen grupo de bibliotecarios. Entre ellos se destacaba Rosita Abella, ya con un sólido historial en su profesión. La doctora Rosa Abella, que acaba de morir, por sobrados méritos y sencillez natural no exhibía a capricho su título de la Universidad de La Habana. Sobre su dominio en la ciencia de los libros, lo notable en ella era la modestia, que no es más que la virtud del que sabe y aparenta saber poco por no ofender, frente al pedante que en la altivez esconde la ignorancia. Con fervor religioso amaba Rosita los libros, y nada la complacía como ver al lector encontrar con su ayuda lo que buscaba. En el trabajo parecía oficiar en una religión en que los lectores eran los fieles. Toda auténtica vocación es una especie de sacerdocio. El bibliotecario está en su puesto para hacer notable la presencia del libro y facilitar su uso. El bibliotecario es un puente: primero procura y acomoda el libro; estimula luego, y guía a quien lo va a leer. Es un educador el bibliotecario, y la biblioteca debe ser un centro de información; jamás caja de caudales. Cuba tiene una rica historia en la bibliotecología, que es la ciencia que se ocupa de cuanto concierne a la biblioteca. Una de las ramas de esa ciencia es la bibliografía, que clasifica y da noticia del libro. Se llamó ''padre de la bibliografía cubana'' a Antonio Bachiller y Morales, por el ''Catálogo de libros y folletos'' que en 1862 incluyó en sus Apuntes para la historia de las letras y la instrucción en la Isla de Cuba, pero más le acomoda el título de ''patriarca de nuestras letras'', como lo llamó Martí, porque en su obra están las primeras pautas para el estudio crítico de la literatura cubana. A quien le cuadra esa fama es a Carlos M. Trelles: para merecerla le bastan los nueve tomos de su Bibliografía Cubana, publicados entre 1911 y 1915, y en 1916 los dos tomos de su Bibliografía Cubana del siglo XX. Por su obra, en los albores de la República, Cuba llegó a ser el único país de Hispanoamérica que contaba con una bibliografía nacional. Con dedicación y merecimientos similares siguió los pasos de Trelles Fermín Peraza, el maestro de Rosita Abella. Entre 1937 y 1959 Peraza publicó en La Habana el Anuario Bibliográfico Cubano - Bibliografía Cubana, obra monumental como la de Trelles, que continuó en el exilio hasta su muerte en 1968. Su último aporte fue la Bibliografía Martiana, que apareció en Nueva York, en ese año, en el segundo número de la Revista Cubana; en el anterior había aparecido la Bibliografía de la Guerra de los Diez Años, de Rosa Abella. Cuando la mayoría en el exilio estaba haciendo las maletas para pasar en Cuba las próximas Navidades, Rosita estaba, desde su trabajo en la Universidad de Miami, recogiendo todo el quehacer en letra de imprenta de que tenía noticia, desde la hoja volandera de la Pequeña Habana, de Miami, hasta los programas de los actos patrióticos de la calle Bergenline en Union City, Nueva Jersey; desde las denuncias en Washington por la falta de derechos humanos en Cuba hasta los desvelos poéticos de residentes en Caracas o en Madrid, y catalogando todo para el futuro lector, poco después con la ayuda de otra valiosa bibliotecaria cubana, la doctora Ana Rosa Núñez. Cuando en 1976 se cumplía el bicentenario de la independencia de Estados Unidos, el Ayuntamiento de Miami le encargó al profesor José Agustín Balseiro un libro que recordara momentos mayores de la presencia hispánica en la Florida. Balseiro tuvo el acierto de encomendar a Rosa Abella el recuento de la Presencia Cultural del Exilio Cubano; allí escribió Rosita: ''Todo sector de la sociedad que se aísla del núcleo principal lo hace obedeciendo el instinto de conservación ante el peligro inmediato de su vida, o con cierta lentitud cuando el medio le es ingrato para sobrevivir. El exiliado de la década de los 60 y comienzos del 70 se abraza a sus querencias y teme que por descuido o por influencia exótica pueda perder el cordón que lo une a su isla''. Tras semejantes consideraciones hizo Rosa Abella un inventario de las actividades de los cubanos en Miami, en la educación, la beneficencia, las artes, para advertir enseguida, desde su mayor interés: ''Ninguna forma de expresión es más abundante entre las emigraciones de todas las épocas y nacionalidades que la escrita. La bibliografía de autores cubanos en el extranjero es impresionante''. Ahí estuvo buena parte de su gran labor, hasta su jubilación en 1989, en salvarla ordenada. Suele la filantropía vanidosa ocupar lugares fastuosos y frívolos en las bibliotecas, pero en el silencio de los archivos y de los anaqueles, cada vez que se extiende una mano para coger un escrito o un libro, el lector le hace reverencia al monumento del bibliotecario. Así a Rosita en la colección cubana de la Universidad de Miami, donde aró la tierra y dejó madura la cosecha.
April 9, 2007
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