CESPEDES ANTES DEL “GRITO DE YARA” por Carlos Ripoll Un escrito que no se conocía, firmado por el Padre de la Patria cubana, invita a recorrer momentos de su vida anteriores al “Grito de Yara”, el 10 de octubre de 1868, cuando se inicia la Guerra de los Diez Años. El escrito es una comunicación de Céspedes sobre la muerte de una esclava; dice: “El diez de junio del corriente falleció en mi casa de la calle Sierra y de número 14 la negra Francisca natural de Africa como de 50 años de edad. Según el practicante la muerte fue de vejez. Acompaño a V[uestra]. E[xcelencia]. Sr. Gobernador certific[ad]o de dicha defunción. Manzanillo 10 Junio 1864. Sr. Teniente Gobernador Político de este Distrito. Carlos M. de Céspedes”. “La negra Francisca natural de Africa” debía ser una vieja posesión de la familia. Era frecuente que al esclavo se le diera el nombre del amo. Uno de los casos más notables de aquella época fue el del teniente coronel Francisco Aguilera, muerto en la Guerra, en 1872, antiguo esclavo calesero del patriota bayamés Francisco Vicente Aguilera. La madre de Carlos Manuel se llamaba Francisca de Borja (como el santo duque de Gandía) y era hija de Francisco López del Castillo, también padrino de bautizo de Carlos Manuel, quien a su vez tuvo una hermana llamada Francisca de Borja y un hermano llamado Francisco Javier (como el santo apóstol de las Indias). Y puede uno preguntarse, aunque se sabe que los acontecimientos precipitaron el acontecer, ¿la fecha del alzamiento en La Demajagua, escogida por el gran maestro masón, tendría que ver con el hecho de que la fiesta de San Francisco de Borja se celebra el 10 de octubre? Por razones obvias no se sabía la edad de los esclavos traídos de Africa. “La negra Francisca” se dice aquí que murió “como de 50 años”. El “practicante” (especie de mediquín o curandero) que determinó que su muerte había sido por “vejez” debió basar su diagnóstico en la experiencia: según estadísticas de 1862, en la Jurisdicción de Manzanillo menos del 5 por ciento de los esclavos y menos del 3 por ciento de las esclavas llegaban a los 60 años. La firma de Céspedes en este documento tiene rasgos que se encuentran también en la de Washington y la de Lincoln: unión de las palabras; presión mayor en ciertos trazos de la escritura; zona media angulosa de la letra, rasgos que, de acuerdo con la grafología, indican tenacidad y opiniones firmes, sensualidad y energía, fuerza de voluntad y carácter dominante, todas características notables en las tres grandes figuras. Céspedes se había establecido en Bayamo, su ciudad natal, después de realizar estudios en La Habana, Madrid y Barcelona. En Bayamo se casó y nacieron sus hijos Carlos Manuel, María del Carmen y Oscar; a Oscar lo fusilaron los españoles en 1870 al negarse Céspedes a deponer las armas a cambio de su vida: “Oscar no es mi único hijo”, respondió a la propuesta, “soy el padre de todos los cubanos que han muerto por la revolución”; por eso se le conoce como el Padre de la Patria. En la década de 1850 Céspedes hacía versos y componía música, atendía el bufete y administraba sus propiedades; era el alma de las reuniones de recreo y practicaba la equitación y la esgrima; y el ayuntamiento lo nombró síndico de esclavos: cargo que desempeñó con celo para evitar el abuso de los amos. Es entonces que empieza a denunciar el despotismo de España. Cuando el gobernador celebró un banquete en 1851 por la ejecución de Narciso López, Céspedes condenó en público la poca hidalguía de los españoles. Lo encarcelaron, y fue condenado a su primer destierro: a Palma Soriano. A poco pudo regresar a Bayamo y de nuevo lo desterraron, esta vez a Manzanillo, para después obligarlo a residir más lejos, en Baracoa, y aun luego a Santiago de Cuba. La pena de esos castigos se entiende major al asomarse a lo que debieron ser aquellos lugares para el culto dandi de “bastón de carey con puño de oro”, como lo describió Martí. Aunque en Palma Soriano estuvo con su amigo el poeta José Fornaris, el lugar no era en 1860 más que un caserío de 250 habitantes con una escuela para varones y otra a la que asistían “seis niñas blancas y una negrita”, según la decripción de Pezuela en su Diccionario. En Baracoa, con unos 3 mil habitantes, no había vida artística ni social y para el transporte en toda la ciudad sólo se disponía de un quitrín y una volanta. En Santiago de Cuba obligaron a Céspedes a permanecer en el Puerto, encerrado en un bergantín que le servía de cárcel. En Manzanillo, que fue donde tiempo después se radicó, pudo serle menos doloroso el exilio: con unos 5 mil habitantes entre blancos y esclavos, y “pardos y morenos” libres, había 7 abogados, 4 médicos y 4 maestros de escuela; una Sociedad Filarmónica, un teatro, 20 quitrines y 2 volantas. En 1867 Céspedes compró el ingenio La Demajagua y se unió a los que organizaban la insurrección contra España. Los descubrieron y Céspedes adelantó la fecha del levantamiento: el 10 de octubre de 1868, ya con un Manifiesto que denunciaba las injusticias de los gobernantes, dió libertad a sus esclavos los que, ya como “hombres libres”, se armaron para también luchar por la independencia de Cuba. El primer encuentro con los españoles lo tuvieron en el poblado de Yara: había empezado la Guerra de los Diez Años en la que Céspedes iba a dar sobradas pruebas, hasta su muerte a principios de 1874, disparando contra el enemigo, de su patriotismo, de su talento, de su valor y de su carácter. 9 de octubre del 2004
|