El 'morir callado' del Apóstol

Por CARLOS RIPOLL

La muerte de Martí fue casual. No es posible defender con fundamento la tesis del suicidio, sustentada a veces por el gusto pueril de lo dramático o por comodidad de la ignorancia. Es ése otro de los infundios sobre su vida, como el del alcoholismo, como el de la paternidad de María Mantilla.

Martí había desembarcado con el general Gómez y cuatro compañeros el 11 de abril. Se sentía feliz por estar en Cuba y por la guerra que empezaba. Desde Baracoa le escribe a Carmita Miyares, en Nueva York: ''Llegué al fin a mi plena naturaleza. Sólo la luz es comparable a mi felicidad''. Llevaba, sin embargo, la pena por su fracaso en el envío de armas desde Fernandina y por las intrigas de algunos revolucionarios; después, por la polémica con el general Maceo en la Mejorana y por indelicadezas de Gómez: cuando los insurrectos lo llamaban presidente, los interrumpía para decirles: ''No me le digan presidente a Martí, díganle general: él viene aquí como general; Martí no será presidente mientras yo esté vivo''. Así anota en su Diario, días antes de morir: ''Escribo poco y mal porque estoy pensando con zozobra y amargura''. Iba pesaroso y triste, pero Martí no era de los que se reducen ante las dificultades, sino de los que ante ellas se crecen.

En su última carta le había escrito a Manuel Mercado: ''Por aquí yo hago mi deber. Seguimos camino, al centro de la isla, a deponer yo, ante la revolución que he hecho alzar''. Era la asamblea que luego se reuniría en Jimaguayú para decidir el curso de la guerra: otros querían el gobierno de una junta de generales; él, la semilla de la república. El 19 de mayo estaba con Gómez, el general Masó y 300 insurrectos en un campamento a las orillas del Cauto. La mañana había sido de festejos por la reunión de los tres jefes, y de discursos ante la tropa. Dispuesto al mayor sacrificio, Martí terminó su arenga con estas palabras: ``Conste que por Cuba estoy dispuesto a que me claven en la cruz''.

A menos de dos kilómetros del lugar, en Boca de Dos Ríos, se había parapetado una columna española. Los cubanos almorzaban cuando les llegó la noticia. Debió Gómez averiguar la posición del enemigo antes de atacarlo, pero, empujado por los discursos de poco antes, ordenó enseguida: ''¡A caballo!''; y al general Masó: ''¡Siga con toda su gente detrás de mí!''; y a Martí: ''¡Retírese hacia atrás, que éste no es su puesto!'' Era imposible que Martí se quedara: montó a caballo y le dijo a un soldado que pasaba junto a él: ''¡Joven, vamos a la carga!'' Cruzaron el Contramaestre, pero se extraviaron hasta dar frente a un pelotón enemigo oculto en la maleza. Martí cayó con tres balas en el cuerpo, y el caballo del compañero, Angel de la Guardia, pero éste pudo retirarse hasta encontrar a Gómez y decirle: ''Martí ha quedado mal herido por allí''. Ni tiempo tuvo para disparar el revólver. Trataron de rescatarlo, pero ya los españoles se retiraban con el cadáver.

Cayó como soldado en la guerra. Había escrito al hablar del general Sheridan: ''¡Oh Dios!, morir sin haber caído sobre los tiranos con una buena carga de caballería''. Martí no creía en el suicidio como solución de un conflicto. De ningún suicida habló con más lujo que del poeta Manuel Acuña: había olvidado, dijo, ''que una cobardía no es un derecho... Se es responsable de las fuerzas que se nos confían: el talento es un mártir y un apóstol... ¡Paz y perdón a aquel grande que faltó tan temprano a su deber''. Años después, en La edad de oro, repetía: ``Nadie debe morirse mientras pueda servir para algo, y la vida es como todas las cosas, que no debe deshacerlas sino el que puede volverlas a hacer. Es como robar deshacer lo que no se puede volver a hacer. El que se mata, es un ladrón''.

Entendía Martí que llevar una cruz con valor es más ejemplar que hacerse morir en ella. En 1892, en carta al presidente del Cuerpo del Consejo de Jamaica, le había advertido: ''Todo debe sacrificarlo a Cuba un patriota sincero, hasta la gloria de caer defendiéndola ante el enemigo''. En su testamento político le había dicho al dominicano Federico Henríquez y Carvajal: ``Yo alzaré el mundo. Pero mi único deseo sería pegarme allí, al último tronco, al último peleador: morir callado''.

Sí, ''morir callado'', pero en el silencio de la queja, de las lamentaciones, el silencio del apóstol, por lo que añadió enseguida: ''Para mí, ya es hora. Pero aún puedo servir a este único corazón de nuestras repúblicas. Las Antillas libres salvarán la independencia de nuestra América, y el honor ya dudoso y lastimado de la América inglesa, y acaso acelerarán y fijarán el equilibrio del mundo''. Su ''morir callado'', en Dos Ríos, fue como el ''dolor callado'' de que hablaban sus versos, del que ''en la sombra'' espera hasta poder clavar, ''en pleno sol'', su ''acero'': entera la doctrina.

Ya no me quejo, no, como solía, / De mi dolor callado e infecundo: / Cumplo con el deber de cada día / Y miro herir y mejorarse el mundo. // La libertad adoro, y el derecho. / Odios no sufro, ni pasiones malas: / Y en la coraza que me viste el pecho / Un águila de luz abre sus alas. // Vano es que amor solloce o interceda: / Al limpio sol mis armas he jurado, / Y sufriré en la sombra hasta que pueda / Mi acero en pleno sol dejar clavado.


FIN



Éste y otros excelentes artículos del mismo AUTOR aparecen en la REVISTA GUARACABUYA con dirección electrónica de:

www.amigospais-guaracabuya.org