CASTRO Y BIN LADEN

Por Carlos Ripoll


Parece que el último objetivo del ataque terrorista era asesinar al presidente Bush. A raíz de la muerte del Kennedy dijo Fidel Castro: “Se dan casos a veces en que los revolucionarios se ven obligados a defenderse, se ven obligados a matar para defenderse”. Es la lógica falsa del criminal. Nadie mata sin tener una excusa, una razón que cree válida para realizar el crimen. Cuando John F. Kennedy trataba de destruir a Castro, dijo éste en un discurso de 1963,: “No crean que podrán atacarnos y que no nos vamos a defender. Todo el daño que traten de hacernos será el daño que le haremos nosotros a ellos”; y poco después, el 22 de febrero, repitió ante la amenaza de los Estados Unidos: “Nos defenderemos, y nos defenderemos por todos los medios posibles. ¡Y todo el daño que traten de hacernos, será el daño que trataremos de hacerles a ellos también”. Y ya muy cerca del crimen de Dallas repitió su amenaza ante el embajador del Brasil y sus invitados, en La Habana; recogieron sus palabras los periódicos americanos: The Miami Herlad publicó la noticia en primera plana: “Bitter Attack on Kennedys. ‘We’ll Fight Back,’ Fidel Warns U.S.” Lee Harvey Oswald, ansioso de servir a Castro, debió leer en New Orleans la amenaza y llevó a cabo el crimen. Es la justa retribución del acusado de sembrar el mal: ha dicho Saddam Hussein, por el ataque de Bin Laden: “Los Estados Unidos cosechó las espinas plantadas por sus líderes en el mundo entero”.

Ahora los culpables y sus amigos acusan a terroristas de los Estados Unidos del delito: Afganistán, Irak y Castro; dijo éste: “Los Estados Unidos es el país que tiene mayor número de grupos extremistas organizados, cientos de ellos armados, violentos, proclives a la fuerza”. También antes quiso echarle la culpa del asesinato de Kennedy a los enemigos suyos; casi repitiendo las palabras de hoy dijo entonces: “Dentro de los Estados Unidos hay corrientes muy reaccionarias. Un acontecimiento como el de ayer sólo podía beneficiar a estos sectores ultraderechistas y ultrarreaccionarios”.

En el argot de la delincuencia, “madrugar” a alguien quiere decir eliminarlo. Su peligrosidad desaparece cuando él desaparece. Ya en 1960, cuando Sartre visitó La Habana, Castro le dijo: “No se puede evitar la eliminación de un enemigo y de sus aliados, y hay que estar preparado para hacerlo”; así, cuando la Crisis de Octubre, le pidió a Jruschov que le disparara una bomba nuclear a los Estados Unidos para impedir el ataque a la isla. No hacía en esto más que seguir un principio de Lenin: “Todo acto, no importa cuál sea su naturaleza, será moralmente bueno o moralmente malo de acuerdo que sirva o no sirva al triunfo de la causa del comunismo”. El fin justifica el medio. La muerte de miles de inocentes en el World Trade Center y en el Pentágono no tiene importancia ante el castigo de los Estados Unidos y el servicio que se le presta a la causa del Islam.

Se sabe que la Cuba de Castro ha sido siempre el amparo de los terroristas de todo el mundo, desde los Black Panthers de los años 60 hasta los actuales miembros de la ETA. La Constitución vigente en Cuba, en su articulo 12, no sólo “reconoce la legitimidad de la resistencia armada a la agresión”, como es el caso, según Castro, de Libia, sino que también, con el mismo razonamiento, “considera su deber internacionalista solidarse con el agredido y con los pueblos que combaten por su liberación y autodeterminación”, como es el caso de los palestinos. Y en el siguiente artículo la Constitución justifica haber convertido al país en el paraíso de los terroristas; en él se lee: “La República de Cuba concede asilo a los perseguidos por sus ideales o luchas por los derechos democráticos contra el imperialismo, el fascismo, el colonialismo y el neocolonialismo”, como es el caso de los guerrilleros de Centro y Sur América.

Según varios funcionarios del gobierno de Bush, lo que en la actualidad debe hacerse no es limitar el castigo a los culpables directos, sino a los que de alguna manera los ayudan y protegen. Y ahí cae Cuba. Por eso, con la rabia y el susto reflejados en el rostro, en su discurso sobre el ataque de los hombres de Osama Bin Laden, Castro le pidió a los gobernantes de este país “que sean serenos, que actúen con ecuanimidad y que no se dejen arrastrar por actos de ira o de odio”; es decir, que lo dejen tranquilo, y que dejen tranquilos a sus amigos, a los liberalitos y los radicalones que lo apoyan, y que pueda actuar impune el lobby castrista que en este país le disimula sus errores y le esconde sus crímenes.


FIN


Carlos Ripoll

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