Reflexiones para reconstruir la nación cubanaPara Miguel Uría Rey, amigo intachable.Pensando en Cuba me viene a la mente una imagen que leí hace unos cuarenta años en los "Cuadernos de Laurid Malte Brigge". Rainer Maria Rilke describe un edificio en ruinas donde observa, en una pared cercenada las huellas desvanecidas de las vidas que transcurrieron en el resto desaparecido de aquel carcaz. Para mí, esta es una imagen eficaz de la condición actual de Cuba como nación, y de la tarea necesaria para reconstruir la nación Cubana. ¿ Qué se requiere para reconstruir la nación Cubana, una nación desangrada culturalmente por el marxismo? Porque tanto en la fenecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, como en los previos satélites de la Europa Oriental, la 'dictadura del proletariado' ha sólo cumplido la primera palabra de las dos, 'dictadura'. Ni el proletariado, ni otra clase social alguna ha ejercido la dictadura, mas que la clase burocrática que ha sido engendrada por el marxismo, como advirtió agudamente Milovan Djilas en "La Nueva Clase" hace más de cuarenta años. Es una paradoja, entre muchas que nos muestra la historia, que un sistema político basado en la interpretación economica de la historia fracasó económicamente: "simetría con apariencia de orden", en las palabras luminosas de Jorge Luis Borges. Retornando a la pregunta: ¿ Qué se requiere para reconstruir la nación Cubana? Opino que esta tarea tiene varios componentes:
Todo esto hay que hacerlo, pero yo me quiero concentrar hoy en otro tipo de indagación: ¿En qué consiste ser nación? Podemos pensar en la palabra "nación" como la usamos al referirnos a una nación en particular, como la nación Cubana, la Francesa, la Alemana, etc.; en términos de una red de elementos más o menos claramente percibidos en sí mismos y en sus relaciones: su geografía, clima, arquitectura, bandera, obras de arte, cocina, comercio, música, idioma, historia, tradiciones, costumbres Es decir, expresiones observables que son como la urdimbre del revés que nos muestra el tapiz intelectual en cuyo envés leemos 'nación'. Usando la metáfora de un tapiz de elementos preguntémonos: ¿Cómo se entrelazan estos elementos? ¿Qué les da unidad? Han habido pueblos que a pesar de tener estos elementos han cesado de ser nación, otros nunca han llegado a serlo. ¿Qué es, pues, nación? Tal vez, si podemos aclarar qué constituye a una nación, podremos aclarar algo esa faena ingente de reconstruir la nación Cubana. La perspectiva desde la cual voy a invitar al lector a reflexionar sobre la realidad nación es la filosofiía de José Ortega y Gasset. Esta selección de perspectiva, correcta o no, es todo menos caprichosa; nace de la convicción de que la filosofía más radicalmente profunda y creativa de este siglo XX no se ha escrito en Alemán o en Francés, sino en Español, por Ortega. La intuición central que propele el pensamiento total de Ortega, desde la anticipación genial de las Meditaciones del Quijote en 1914, donde formula, recién completado su doctorado, su respuesta en superación del Idealismo Alemán recibido de sus maestros en la Universidad de Marburgo, hasta su muerte, es: la vida humana individual la de cada uno de nosotros como realidad radical. Veamos ahora cómo, desde la perspectiva de la vida humana individual, llegamos a comprender la nación. Lejos de ser un hecho, la vida de cada uno de nosotros se está haciendo constantemente. Es decir, vivir, es siempre vivir en vista de un futuro. Quiérase o no, la vida humana es constante ocupación con algo futuro. Desde el instante actual nos ocupamos del que sobreviene. Por eso vivir es siempre, siempre, sin pausa ni descanso, hacer. ¿Por qué no se ha reparado en que hacer, todo hacer, significa realizar un futuro? Inclusive cuando nos entregamos a recordar. Hacemos memoria en este segundo para lograr algo en el immediato, aunque no sea mas que el placer de revivir el pasado. Este modesto placer solitario se nos presentó hace un momento como un futuro deseable; por eso lo hacemos Conste, pues: nada tiene sentido para el hombre sino en función del porvenir. Esta dimensión de futuro, constitutiva de la vida humana, afecta a la vez la formación de los pueblos. Estos "No conviven por estar juntos, sino para hacer juntos algo." "Las naciones se forman y viven de tener un programa para el mañana." Este programa para el mañana, que refleja, en mayor escala, el programa de vida que cada uno de nosotros se va haciendo en la tarea de vivir, es un elemento esencial de la nación: " la incorporación nacional, la convivencia de pueblos y grupos sociales, exige alguna alta empresa de colaboración y un proyecto sugestivo de vida en común." Empresa, proyecto, quehacer, conceptos que revelan la naturaleza dinámica de ambas realidades: vida humana individualla de cada uno de nosotrosy nación. Encontramos ambas realidades incompletas y por hacer, abiertas al futuro, denostadamente rebeldes a ser aprisionadas dentro de la noción Aristotélica de sustancia, donde hay cambio, sí, pero el cambio es regulado y predecible. Ortega sondea esta realidad dinámica de la nación y nos la muestra como el esfuerzo de mantener un equilibrio dinámico entre fuerzas integradoras y dispersantes: Es preciso, pues, que nos acostumbremos a entender toda unidad nacional no como una coexistencia inerte, sino como un sistema dinámico. Tan inicial es para su mantenimiento la fuerza central como la fuerza de dispersión. El peso de la techumbre, gravitando sobre las pilastras, no es menos esencial al edificio que el empuje contrario, ejercido por las pilastras para sostener la techumbre. Del mismo modo, la energía unificadora, central, necesita para no debilitarse de la fuerza contraria, de la dispersión, del impulso centrífugo perviviente en los grupos. Sin este estimulante, la cohesión se atrofia, la unidad nacional se disuelve, las partes se despegan, flotan aisladas y tienen que volver a vivir cada una como un todo idependiente. Las grandes naciones no se han hecho desde dentro, sino desde fuera; sólo una acertada política internacional, política de magnas empresas, hace posible una fecunda política interior, que es siempre, a la postre, política de poco calado. Ahora vemos más claramente el significado de las expresiones 'alta empresa de colaboración' y 'proyecto sugestivo de vida en común' citadas arriba. Con frecuencia se piensa la nación en términos de su pasado, de su historia, de lo que ha sido, y se ignora este elemento esencial de proyecto, de alta empresa por hacer. Detengámonos ahora a examinar brevemente cómo se relacionan historia y proyecto en la existencia de una nación. [P]ero la nación, antes de poseer un pasado común, tuvo que crear esta comunidad, y antes de crearla tuvo que soñarla, que quererla, que proyectarla. Y basta que tenga el proyecto de sí misma para que la nación exista, aunque no se logre, aunque fracase la ejecución, como ha pasado tantas veces. [U]na nación ( ) se compone de estos dos ingredientes: primero, un proyecto de convivencia total en una empresa común; segundo, la adhesión de los hombres a ese proyecto incitativo. Porque, en verdad, una nación no está nunca hecha. En esto se diferencia de otros tipos de Estado. La nación está siempre o haciéndose o deshaciéndose. Tertium non datur. O está ganando adhesiones o las está perdiendo, según que su Estado represente o no a la fecha una empresa vivaz. La historia de la nación se hace a partir de un proyecto, de un sueño común que la preexiste, soñado por hombres con sus historias individuales y de grupo 'a la espalda', como gusta decir Ortega. La nación es antes que nadapero no solamente, como pronto veremosproyecto, y voluntad de realizarlo. La realidad que es la nación está en perpetuo devenir, sin garantía de triunfo pero sin condena fatal al fracaso o a la extinción. A mas de complejo, es el concepto de nación a menudo dibujado con tintes de Estado o de ciudad, aumentando así la confusión. Pasemos ahora a distinguir entre nación y Estado. La Polis vive en un perpetuo presente surge de una deliberada voluntad para un fin. Tiene el carácter formal de instrumento para De aquí que el proceso genético de la Polis sea inverso del que lleva y tiene que llevar una Nación. La sociedad Polis comienza ya como un Estado, como lúcida y voluntaria organización política, jurídica, administrativa y bélica, al paso que la Nación solo llega a ser Estado en su fase de plena maduración. La ciudad, como digo, es primero, ante todo y más básicamente que otra cosa, Estado, mientras que en la Nación es este sólo la punta afilada de la ancha pirámide que forman sus demás atributos. Lo cual trae consigo que muchas naciones no hallan llegado nunca a ser Estados y se hayan quedado en estadios de su evolución previos al último que las hace «soberanas». La ciudad comienza como Estado; la nación culmina su evolución en soberanía, en Estado. En las citas anteriores va implícita la teoría social de Ortega que entiende la realidad social últimamente en términos de vigencias, de usos. Las vigencias, los usos abarcan un amplio enclave de realidades: desde el lenguaje como realidad históricaen su teoría de las etimologíashasta las leyes, las costumbres, el Estado, etc. El nombre «nación» es sobremanera feliz porque insinúa desde luego que ella es algo previo a toda voluntad constituyente de sus miembros. Está ahí antes e independientemente de nosotros, sus individuos. Es algo en que nacemos, no es algo que fundamos. La historia dela Polis comienza con una real o legendaria ctisiV, ktísis, fundación. Más la nación la tenemos a nuestra espalda, es un vis a tergo y no solo una figura a la vista, delante de nuestra mente, como era para el ciudadano la Polis. La nacionalidad hace de nosotros com-patriotas y no primariamente con-ciudadanos. ( ) No consiste en nuestras voluntades, no vive de ellas, sino irremediablemente, existe por sícomo una realidad natural. Es en este sentido un fenómeno menos puramente humano que la Polis si consideramos como lo más humano al comportamiento lúcidamente consciente. Claro que, por lo mismo, es más real, más firme, menos contingente y aleatorio. Todo lo que es plenamente consciente es ni que decir tiene más claro más perspicuo y traslúcido que lo inconsciente, pero, a la vez, más etéreo y expuesto a súbita volatilización. Viceversa, la Nación no es nosotros, sino que nosotros somos Nación. No la hacemos, ella nos hace, nos constituye, nos da nuestra radical sustancia. Esto motiva que normalmente el individuo no se preocupa por su Nación. Le parece que ya ésta es y seguirá siendo, por sí, sin necesidad de nuestra particular colaboración. Y esto último es bien peligroso, porque ignora el precario balance entre fuerzas de integración y dispersión que constituyen la realidad nación. En el caso de Cuba, nos puede llevar a la noción ingenua de suponer que tras la muerte del tirano basta con restaurar edificios y envigorar el comercio; con inyectar la economía de una dosis concentrada de productividad, celebrar elecciones, retornar a la democracia, reformar la educaciónno que todo esto sea tarea de poca montapara que la nación Cubana se recupere de cuarenta años de sangría marxista. Es el peligro de olvidarnos de esa 'alta empresa de colaboración', de ese 'proyecto sugestivo de vida en común', en que consiste fundamentalmente la nación. Hemos visto a la nación como empresa, proyecto, futuro; pero cuando hablamos de nación en una conversación, usualmente la pensamos ligada inseparablemente con sus tradiciones, con su historia, es decir, con su pasado. La palabra Italia, referida a la nación Italiana, conjura imágenes de disputas Escolásticas en la Universidad de Milán, Dante, Petrarca, el Renacimiento, la Capilla Sixtina, Bernini ¿Cómo se relacionan estas dos dimensiones, pasado y futuro, en el concepto de nación que estamos examinando? Para ver esta relación desde la perspective de la vida humana individual, vamos a reflexionar sobre el hombre como empresa y tradición. Vamos, pues, a rozar la cuestión de cómo pasado y futuro constituyen la vida. Se trata, pues, de la gran diferencia entre lo que el hombre es a su espalda y lo que es hacia delante de sí, lo que es como tradición y lo que es como empresa. Esto último consiste en todo aquello que tiene a la vista porque le es problema y proyecto, lo que le preocupa y le ocupa, lo que desea y moviliza sus energías, en suma, lo que quiere ser y siente que «tiene que ser». Nos conviene, para dar mayor diafanidad a lo que sigue, formalizar esto en dos términos, diciendo: el hombre, como persona o como colectividad, es siempre una ecuación entre su ser inercial receptivo, tradicional y su ser ágil emprendedor, afrontador de problemas. Lo que hemos sido y lo que queremos ser, en constante dialéctica, nos constituyen. Y las raíces de ambas formas de vida se adentran en la nación. La nación es, en este sentido, una de las fuentes en las que se nutre nuestra vida, cobrando así carácter e integridad. Con esfuerzo, logros, y azar, esta unidad puede devenir en ejemplaridad: una forma de vivir que estimamos y nos inspira a continuarla. La nación en este caso representa, como agudamente observa Ortega, un modo integral de ser hombre. Pero lo característico de la Idea de Nación estriba en que todas esas formas de vida inerciales fueron desarollándose y enriqueciéndose hasta constituir un modo integral de ser hombre. Ser Inglés, Francés o Español quiere decir ser íntegramente hombre en el modo Inglés, Francés o Español. Este modo afecta todas las dimensiones de lo humano religión, poesía, arte, economía, política, amor, dolor, placer las penetra, impregna y modifica. Ahora bien, como frente a esos modos particulares de ser hombre no hay un hombre absoluto, un hombre sin modo, cada europeo llegó a sentir que su modo «nacional» de humanidad no era sólo un arrastre inercial del pasado, sino algo que debía ser en el futuro, que merecía ser. La vis a tergo de la tradicionalidad se tornó, a la vez, en ejemplaridad, por tanto, en vis proiectiva, en fuerza creadora de futuro, en ideal de vida hacia el porvenir. El Inglés primero, luego el Español y el Francés descubrieron que no sólo se encontraban sin saber cómo ni por qué siendo Inglés, Francés y Español, sino que eso era lo mejor que se podía ser. Notemos como la ejemplaridad de la nación surge entre, y contrapuesta a, otras naciones; en forma análoga a como descubrimos el 'yo' por contraste con el 'otro'. La nación existe siempre entre naciones. El proyecto que es la nación sólo se entiende plenamente en contraposición a los proyectos que encuentra en su derredor. [S]i la Idea de Nación contiene como uno de sus ingredientes esenciales en verdad, el primordial la creencia en que se pertenece a una sociedad la cual ha creado un modo integral de ser hombre y que este modo, sea en absoluto, sea por ciertas razones parciales y relativas, es el mejor, quiere decirse que toda conciencia de nacionalidad supone otras nacionalidades en torno que se han ido formando a la par que la propia y con las que convive en forma de permanente comparación. Por este motivo la Nación no puede ser nunca una sola, sino que su concepto implica una pluralidad de ellas. Ciertamente que las naciones Europeas han cruzado innumerables veces sus espadas, pero mucho más importante es que sus «almas colectivas» , siglo tras siglo, se han ido afilando como espadas, las unas en las otras, que han coexistido en constante emulación, en perpetuo certamen agonal que les hacía «entrenarse» y perfeccionarse. La emulación continuada lleva a la frecuente mofa recíproca. Frente a nuestro modo de ser hombre, el de otro país nos parece en muchas cosas ridículo El carácter ejemplar de la nación es la culminación de una evolución que comienza en pueblo y acaba en nación. Históricamente la ciudad precede a la nación. Distingamos brevemente entre la una y la otra. "Sin duda, se nace en la Nación y los individuos no la hacen un buen día, pero el caso es que, por otro lado, no hay Nación si además de nacer en ella no se preocupan de ella y la van, día por día, haciendo y perhaciendo. Claro que esta intervención de los individuos en la creación continua de su Nación comienza solo en un cierto estadio de su desarrollo, precisamente cuando deja de ser «pueblo». Aquella intervención es siempre solo uno de los factores que hacen la Nación. Junto a ella están todos los otros factores irracionales de la historia, los azares de toda índole, invasiones, guerras de conquista, enlaces dinásticos, etc. Por ello, en última instancia, deberíamos decir que la Ciudad la hacen los individuos por eso es tan pobre su contenido, pero que la Nación la hace la historia, por eso es de tanta suculencia. La historia, como realidad, es el precipitado que resulta de los enfrontes entre el Hombre, la Tradición y el Azar." Como el hombre , es la nación también empresa y tradición; pero es el carácter ideal, es la ejemplaridad de la nación la que sirve para distinguirla de la ciudad, mera entidad jurídica, carente de esa clarinada a un modo integral de ser hombre que nos entusiasma hasta el punto de considerarlo superior en valor a nuestra propia vida. [P]ara el griego, como para los romanos, la Ciudad es una colectividad de hombres y dioses. La creación jurídica que es la Ciudad y hace de los individuos polítai hace también polítai a los dioses. Les proporciona un estatuto jurídico y les hace miembros supernos del cuerpo político. Por eso el derecho de las Ciudades tiene dos ramas: la sacra y la civil. Mas en la Nación la energía, la agilidad de sus miembros no se preocupa solo del derecho y de la política exterior, de defender la Ciudad, de dominar otras Ciudades, sino que vive con entusiasmo el modo integral de ser hombre, que es el contenido de su Idea colectiva, se esfuerza por depurarlo y enriquecerlo; en suma, prolonga hacia el futuro, como ideal a realizar, la figura misma de su pasado, intentando su perfección, con lo cual la inercialidad de un pretérito se transmuta constantemente en meta y ejemplaridad para un porvenir. Sólo hombres capaces de vivir en todo instante las dos dimensiones sustantivas del tiempo pasado y futuro son capaces de formar Naciones. El polítes vive en un perpetuo presente. Pasado y futuro se dan en él solo como muñones. La idea que anima este ensayo es, simplemente, que la verdadera reconstrucción de la nación Cubana, la fundamental, la que nuestra condiciona humana demanda; ha de comenzar al nivel de una visión, de un proyecto sugestivo de convivencia total, de una alta empresa de colaboración. Todo lo demás: restaurar edificios, envigorar el comercio, fortalecer la economía, celebrar elecciones, retornar a la democracia, reformar la educación sí, hay que hacerlo; pero todo esto, que es necesario, sólo cobra significado y valor en función de ese proyecto que culmina en un modo integral de ser hombre. En resumen: ¿Qué tiene que pasar en los «pueblos» para que a un tiempo germine en ellos ese afán de sentirse cada uno ejemplar? Es preciso que desde cierta fecha suficientemente matinal tengan a la vista la conciencia de que la vida no consiste en ser lo que ya se es por tradición, sino que se vean perteneciendo a una unidad mucho más amplia, que no es la propia suya a tergo, a saber: el gran espacio de una civilización anterior. Esto fue para los pueblos europeos el Occidente romano. Podemos decir que, desde luego, al entrar en el área de este los nuevos pueblos germánicos y combinarse con los romanizados, se encontraron teniendo que llevar una doble vida, la suya tradicional y la romana ejemplar. Esta era la vida «como es debido». La civilización romana aparecía como «un modo integral de ser hombre» ya consagrado y sublimado. Si alguna vez en la historia se ha dado anticipadamente una ejemplaridad, fue en este caso. De aquí que el contenido «material» de la tradición de cada pueblo, informado por el imperativo de ejemplaridad y ciertos cuadros normativos romanos de que estaba impregnado el solar donde vivían, diese como fruto un tipo de sociedad cuya Idea incluía, a la vez, ser tradición y ser empresa. Esto es la Nación. Después de cuarenta años de tiranía, mirando a las ruinas de mi patria, tomo esperanza de la última escena de Antígona, donde Sófocles, en vez de concluir con el dolor indescriptible que nos ha hecho vivir en el momento más negro de la tragedia, hace entrar a un anciano ciego de la mano de un niño vidente. Tomo esperanza de que inspirados por el genio del poeta, tengamos sabiduría para forjar una alianza con la generación que nos sigue, fraguada en mutuo respeto, nutrida en libertad, iluminada con inteligencia; y el coraje para, juntos, soñar ese proyecto de convivencia total, ese modo integral de ser humano que es la esencia de la nación cubana. Todo lo demás es accesorio. Carlos T. Atalay Houston, Texas Octubre, 1998 Ad maiorem Dei gloriam
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